Dios dijo a Adán y Eva “del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Génesis 2:17). Pero todos sabemos cuál fue su decisión ¿Cómo evitar cometer el mismo error?
En artículos anteriores de la sección “Pecados capitales” hemos hablado acerca de “la tentación” y “el deseo”. Ahora analicemos el siguiente obstáculo en nuestro camino contra el pecado: las malas decisiones.
Recién llegados al jardín de Edén, Adán y Eva se enfrentaron a una decisión que todo ser humano conoce muy bien. Por un lado tenían el árbol de la vida y todos los árboles que estaban ahí para su bienestar y felicidad; por otro lado, el árbol de la ciencia del bien y del mal con su fruto mortal y prohibido por Dios.
La decisión equivocada de Adán y Eva quedó registrada para siempre en las escrituras. Y al igual que ellos, cada uno de nosotros debe tomar decisiones similares diariamente. Querámoslo o no, la encrucijada de escoger entre el bien y el mal surge constantemente en nuestras vidas, y la decisión equivocada es casi siempre la más tentadora. ¿Qué determina cuál camino tomaremos?
La base de nuestra decisión
Todo lo que decidimos y hacemos en la vida es producto de lo que hay en nuestra mente; “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).
El “corazón” es el conjunto de los pensamientos y emociones que motivan nuestras acciones y decisiones.
Y todo lo que hagamos tendrá uno de los dos resultados ilustrados en la historia de Adán y Eva: “el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6).
En la Biblia encontramos muchas escrituras que subrayan la importancia de cuidar nuestra mente. En los Salmos, por ejemplo, encontramos el siguiente ruego basado en este principio: “Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino” (Salmos 119:36-37).
Y el apóstol Pablo también nos aconseja alimentar nuestra mente con pensamientos positivos para mantenerla sana: “hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).
En otras palabras, podemos prepararnos para ser capaces de tomar el camino correcto en una encrucijada. La manera de hacerlo es enfocar nuestra mente en el bien y en los resultados positivos de las buenas decisiones. Pero, ¿será esto suficiente?
La lucha
En una de sus cartas, Pablo describe la lucha interna que enfrentaba a nivel personal. El apóstol reconocía que a menudo debía escoger entre dos caminos muy diferentes: el que sabía que era correcto y el que más le atraía (aun sabiendo que era el errado).
“...queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:21-24).
Como vemos, decidir bien era un problema incluso para el apóstol Pablo. Y además confiesa que muchas veces se veía tentado a tomar el mal camino: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:18-19).
Si aun para Pablo era difícil tomar el buen camino, ¿qué sucede entonces con el resto de nosotros?
Sea como sea, debemos tomar buenas decisiones sin importar lo difícil que sea la lucha; de otra forma nuestras malas decisiones nos llevarán a la muerte. Como Dios dice en Deuteronomio 30:19: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.
Y Proverbios 14:12 aclara: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”.
¿Será realmente tan grave?
Todos hemos tomado malas decisiones y (afortunadamente) ninguno de nosotros ha caído muerto después de hacerlo. Sin embargo, debemos comprender cuán importante es arrepentirnos de todo pecado (mala decisión, transgresión de la ley de Dios) que cometemos. Sólo así podremos ser justificados y perdonados por la sangre derramada de Cristo. El apóstol Pablo era muy consciente de la gravedad del pecado. Por mucho que le costara escoger bien, no cabe duda de que seguía su propio consejo fortaleciendo su mente con buenos pensamientos.
Es cierto: la muerte nos llegará a todos sin importar lo bien o mal que hayamos decidido en nuestra vida. Pero el fin natural de la vida humana no es lo único de lo que hay que preocuparse. Las malas decisiones siempre tienen consecuencias; como ejemplo tenemos las guerras, pobreza, enfermedades y destrucción que son el resultado de incontables decisiones equivocadas a lo largo de la historia humana (comenzando con Adán y Eva). Y en última instancia, todo pecado del que no nos arrepentimos nos lleva a la muerte eterna.
La esperanza
Afortunadamente, la humanidad no está condenada a un círculo de pecado y muerte ineludibles. Gracias al sacrificio de Jesucristo, existe un futuro diferente donde las limitaciones de nuestro cuerpo carnal ya no serán un problema. Cristo mismo nos dice: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:9-10).
Él realmente quiere que tengamos vida, no que tomemos malas decisiones. Si desea saber más acerca de las consecuencias de las malas decisiones y el camino correcto, esté atento a la próxima publicación del último artículo en la serie “Las consecuencias del pecado”.