Naamán era un hombre importante.
Como comandante del ejército sirio, tenía el respeto de sus compatriotas y de su rey. La Biblia lo llama “varón grande delante de su señor… lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado el Eterno salvación a Siria” (2 Reyes 5:1).
Pero Naamán tenía un problema. “Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso” (v. 1).
Lepra. Naamán sufría de una enfermedad lenta y dolorosa que destruía gradualmente su sistema nervioso y le producía lesiones desagradables en todo el cuerpo. Si no sanaba pronto, la enfermedad acabaría con su capacidad de sentir y ver, dejándolo eventualmente vulnerable a infecciones que podían podrir sus extremidades.
No existía una cura para la lepra en el mundo antiguo. Nadie en Siria, ni siquiera el panteón de dioses, tenía la habilidad o el poder para curar este mal. Pero una joven esclava israelita le había contado a la esposa de Naamán historias acerca de un profeta de su pueblo que podía sanar cualquier enfermedad. Entonces, Naamán el grande —Naamán el honorable, el hombre valeroso en extremo, el victorioso comandante— decidió descubrir si las historias eran ciertas.
¿Falta de respeto?
Cuando Naamán llegó a la puerta del profeta, su recepción fue un poco menos glamorosa de lo que esperaba. “Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Vé y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (v. 10).
¿Un mensajero? Naamán había viajado desde Siria con todo su séquito, ¿y en lugar de extenderle una alfombra roja, Eliseo tenía el descaro de enviar un mensajero?
El comandante quería un alboroto. Un hombre de su posición merecía hacer un escándalo.
Entonces “Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre del Eterno su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado” (vv. 11-12).
La ira y el pecado
La Biblia tiene mucho que decir acerca de la ira. Es una emoción complicada y multifacética; no siempre es buena, pero tampoco siempre es mala.
Uno de los pasajes más interesantes al respecto viene del apóstol Pablo, quien les advirtió a los efesios: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:26-27).
Hay mucho que podemos aprender de esta frase inspirada por Dios. Pablo nos está diciendo que es posible enojarse sin pecar. Eso es importante. Y también nos dice que hay una clase de enojo apropiada y una que no lo es.
También nos dice que, aunque nuestro enojo sea justificado, debería tener un límite de tiempo. No sacamos nada bueno en aferrarnos a la ira día tras día, permitiéndonos estar cada vez más y más enojados.
Pero lo que es más importante, este pasaje nos advierte que cuando manejamos el enojo de forma incorrecta, le damos cabida al diablo en nuestra vida. La Biblia de las Américas lo traduce de esta manera: “Airaos, pero no pequeis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis oportunidad al diablo” (énfasis añadido).
Buscando una oportunidad
Piense por un momento en esta inquietante verdad:
Satanás está buscando una oportunidad para meterse en su vida.
No es sólo una casualidad que aprovechará si llega. Parte de su plan de batalla es hacer que usted se enoje. Que se ponga furioso. Y no sólo una o dos veces, sino vez tras vez, tan a menudo como sea posible. Mientras más enojado pueda mantenerlo, mejor será su oportunidad de ganar.
La Biblia describe a Satanás como el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2-3).
Alrededor del mundo, Satanás está cultivando hijos de desobediencia y de ira, animándolos a enfocarse lo más posible en sus propios deseos carnales.
Y no es difícil darse cuenta de que está teniendo éxito. Pablo profetizó que “en los postreros días… habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:1-5).
Es casi como si Pablo hubiera escrito estas palabras mientras veía un noticiero actual. Los adjetivos que usa son perturbadoramente acertados para describir el interminable desfile de historias deprimentes que se suceden en las noticias día tras día.
Pablo vio todo eso en el horizonte y al final dijo: “a éstos evita” (v. 5).
Ciudades sin muros
Las actitudes y comportamientos de los hijos de ira son contagiosos. Son algo de lo que debemos distanciarnos tanto física como mentalmente. Y si las advertencias de Pablo no son suficientes, el libro de los Proverbios también dedica varios versículos a los problemas inherentes de ser una persona iracunda:
- “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28).
- “El hombre iracundo levanta contiendas, y el furioso muchas veces peca” (Proverbios 29:22).
- “El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega” (v. 11).
- “El necio al punto da a conocer su ira; mas el que no hace caso de la injuria es prudente” (Proverbios 12:16).
- “Si el hombre sabio contendiere con el necio, que se enoje o que se ría, no tendrá reposo” (Proverbios 29:9).
- “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
Hay muchas palabras duras allá afuera. Muchas personas iracundas dejando salir toda su ira, burlándose o rabiando contra la sabiduría de Dios, ofendiéndose rápidamente y animando peleas. Eso significa que hay muchas ciudades derribadas y sin muros —muchas vidas que Satanás puede fácilmente manipular y usar para sus propios propósitos.
Si queremos estar seguros de no ser una de esas ciudades, la Biblia nos da importantes consejos para reforzar nuestras murallas.
La ira y la justicia
Podemos empezar por lo que acabamos de leer en Proverbios: una persona sabia puede recibir un insulto sin responder; no dice todo lo que piensa o siente ante cualquier oportunidad; y sabe cómo calmar una situación con sus palabras en lugar de empeorarla.
Mientras más trabajemos en áreas como éstas, menos oportunidades tendrá Satanás de entrar en nuestra vida.
Los escritores del Nuevo Testamento se adentran incluso más en el tema y describen el problema de fondo. Santiago por ejemplo escribió: “todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:19-20).
Éste probablemente sea el versículo más importante acerca del tema. Ser una persona iracunda y furiosa no sólo le da a Satanás una ventaja estratégica sobre nuestra vida, también es un camino que nos aleja de Dios. La justicia de Dios no se produce, no puede fomentarse y es activamente ahogada por la ira del hombre.
En otras palabras, los momentos de nuestra vida que nos hacen enojar nos plantean una elección. Debemos elegir entre la ira del hombre y la justicia de Dios —entre darle una oportunidad al enemigo y emular el carácter de nuestro Creador.
David dice que Dios es “misericordioso y clemente… Lento para la ira, y grande en misericordia” —un Dios que “no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades” (Salmos 103:8, 10). Así es como la paciencia y la justicia de Dios se ven en acción, y son un modelo de cómo nosotros debemos tratar a los demás.
Cabe destacar, sin embargo, que Dios es lento para la ira, y Santiago nos anima a ser lentos para enojarnos. Pero esto no significa que Dios nunca se enoja, significa que cuando lo hace, lo hace por la razón correcta y en el momento preciso. Como seres humanos, esto no nos es natural, pero mientras más estemos en sintonía con la mente y perspectiva de Dios, mejor podremos hacerlo.
Luminares en el mundo
La historia de Naamán casi terminó cuando él se fue furioso. Estaba enojado por cómo lo habían tratado y, en su frustración, pudo fácilmente haberse subido a su carruaje, volver a Siria y pasar el resto de su vida como un leproso.
Pero, ¿habría valido la pena?
No. Lo que pasa es que cuando nos dejamos guiar por la ira, no hacemos las cosas por que valgan la pena. Las hacemos porque nos sentimos heridos, o menospreciados, o agraviados y buscamos maneras de atacar o vengarnos.
Así se sentía Naamán. Hasta que sus criados lo hicieron entrar en razón. “Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?” (2 Reyes 5:13).
Esto fue un cable a tierra para Naamán. ¿Realmente iba a tirar por la borda la oportunidad de sanarse de una enfermedad incurable sólo porque el remedio no le parecía lo suficientemente elegante?
Al final, Naamán se calmó “y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (v. 14).
La historia de este hombre nos recuerda que cuando nos dejamos llevar por la ira podemos tomar malas decisiones y perdernos buenas oportunidades. El libro de Proverbios describe en detalle cuáles son algunas de estas malas decisiones y el daño que pueden causar. Y Pablo nos enseña que, además de todo, la ira sin control puede fácilmente abrirle una puerta al diablo en nuestra vida.
Vivimos en un mundo iracundo, lleno de gente iracunda que hace cosas iracundas. No es de sorprenderse que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Pero Dios nos llama a que seamos diferentes —que seamos mejores que eso. “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:14-15).
Dios quiere que usted crezca en su justicia y brille como luminar en un mundo de tinieblas. Satanás quiere llenarlo de oscuridad y mantenerlo enojado y distraído del propósito de su existencia.
No le dé a su adversario esa oportunidad.