Ésta es una pregunta común en el mundo cristiano actual. Tan común, de hecho, que muchos de quienes la hacen no saben lo que realmente significa.
Según la cadena televisiva Christian Broadcasting Network, ser salvo se define como sigue: “El término ‘salvo’ simplemente se refiere a la postura de un cristiano en cuanto a Jesucristo. Con la garantía del cielo, los cristianos son salvos de la condena eterna en el infierno. Todos los creyentes son sellados con la sangre de Jesucristo y considerados justos a los ojos del Señor… ‘salvos’ para irse al cielo con Dios”.
La salvación generalmente se entiende como el acto de aceptar a Jesucristo como Salvador. Y una vez hecho esto, dice la enseñanza, se está salvo del infierno y listo para ir al cielo.
Pero, ¿es esto lo que significa “ser salvo” según la Biblia?
Para conocer la respuesta, necesitamos saber qué dicen las Escrituras acerca de la salvación. No se equivoque, ¡todos necesitamos ser salvos! Pero esto implica mucho más de lo que supone la definición anterior.
¿Dé qué necesitamos ser salvos exactamente, y cómo somos salvos?
Salvos de… ¿qué?
La palabra salvo implica que hay algo de lo que necesitamos ser salvados (o rescatados). Pero ¿es ese algo el infierno?
La Biblia nos dice que el mayor problema del ser humano es el pecado. La definición más básica de pecado, según las Escrituras, se encuentra en 1 Juan 3:4: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Los Diez Mandamientos de Dios representan su carácter. Él nos creó con el potencial de ser como Él, y cuando desobedecemos sus reglas, estamos pecando. Cuando alguien quebranta el Noveno Mandamiento diciendo una mentira, por ejemplo, esa persona peca.
La Biblia también nos dice que el pecado tiene una pena: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Esta escritura es conocida por muchos cristianos y a menudo se cita en escritos religiosos. Sin embargo, la mayoría no pone atención a su claro mensaje. La consecuencia final del pecado es la pena de muerte. La idea popular de un infierno eterno como lugar de castigo fue introducida al cristianismo y proviene de religiones paganas. Jesucristo no vino a salvarnos del sufrimiento eterno en las llamas del infierno.
De lo que Cristo vino a salvarnos fue de la muerte —el cese total de la vida y consciencia— porque si hemos pecado (y según Romanos 3:23 todos lo hemos hecho), entonces ésa es la inevitable pena que enfrentamos. Desde el jardín de Edén, los seres humanos han pecado y se han acarreado esa pena para si (Génesis 3:19; Ezequiel 18:20) y además de eso, el pecado nos separa de Dios (Isaías 59:1-8).
En resumen, de lo que realmente necesitamos ser salvos, es de la separación de Dios y la pena de muerte por nuestros pecados.
Salvos por… ¿quién?
Cuando pecamos, la pena de muerte queda escrita en nuestro registro y la Biblia dice que no hay nada que podamos hacer para borrarla.
Nada.
Usted no puede borrar la pena de sus pecados pasados haciendo cosas buenas ahora, y no puede borrar la pena de sus pecados futuros por haber hecho el bien antes. Dios decretó que la única manera de pagar la pena del pecado es con la muerte. Y la única manera de evitarla es que alguien más la pague por nosotros. Pero para que eso ocurra, la persona tendría que ser libre de pecado en primer lugar.
Es aquí donde entra Jesucristo.
Cristo vino a la Tierra para convertirse en esa Persona por nosotros. Vivió una vida perfecta sin pecado —nunca hizo, dijo o pensó nada que quebrantara la ley de Dios. Por lo tanto, él no se hizo acreedor de la pena de muerte, y eso le permitió hacerse cargo de la pena por nuestros pecados y morir para salvarnos y así no tuviéramos que pagarla con nuestra vida (2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:24).
Dado que Cristo es Dios y (junto a Dios el Padre) creó todas las cosas, su sacrificio fue de tal magnitud que bastó para pagar la pena de los pecados de toda la humanidad. Su muerte nos permite ser reconciliados con Dios, librándonos de la pena de la separación (Isaías 59:2), y su resurrección nos libra de la pena de muerte (Romanos 5:10). Sólo podemos ser salvos a través de la gracia de Dios, que se manifestó en el sacrificio y resurrección de Cristo (Efesios 2:8). No hay ningún otro camino para borrar nuestros pecados y la pena que estos conllevan.
Es por eso que Cristo es nuestro Salvador.
¿Basta con aceptarlo?
Ahora, ¿qué significa aceptar a Cristo como Salvador? Muchos religiosos dicen que basta con confesarlo y aceptarlo en nuestro corazón para ser salvos. Los ministros del cristianismo moderno a menudo les piden a sus oyentes que reciten una breve oración confesando a Jesús como su Salvador y luego los declaran salvos. Pero eso no es lo que la Biblia enseña.
Creer y confesar a Jesucristo son pasos iniciales importantes en el proceso de la salvación, pero no son lo único que un cristiano debe hacer para ser salvo. El apóstol Pedro nos muestra un panorama más completo al final de su famoso sermón de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Los conceptos bíblicos del arrepentimiento, el bautismo y la recepción del Espíritu Santo implican mucho más que creer y aceptar a Cristo con una oración. Y si usted quiere ser salvo, necesita comprender lo que estos pasos significan realmente.
En este artículo exploramos algunos de los mitos en cuanto al concepto de la salvación, pero aún quedan varios otros por desmentir. Continuaremos estudiando las enseñanzas bíblicas al respecto en nuestra próxima edición.
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