En la actualidad, muchas personas piensan que “aceptar a Jesucristo” es el único requisito para ser salvo permanentemente. Pero, ¿es eso suficiente? ¡La Biblia nos dice que no lo es!
En varias ocasiones, la Biblia menciona que, para ser salvos, es necesario creer en Jesucristo como Hijo del Dios viviente. Juan 3:16 es un ejemplo de esto: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Y aunque muchos predicadores de las denominaciones cristianas más populares no usarían la expresión “una vez salvo, siempre salvo”, sus enseñanzas están basadas en esta idea. De hecho, es esta creencia la que, aunada a la separación entre la ley y la gracia de Dios, les ha permitido desestimar los mandamientos de Dios.
¿De qué somos salvos?
Aunque puede parecer una pregunta básica, es una muy importante. Somos salvos de la muerte eterna, que es la paga por nuestros pecados; “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). En otras palabras, pecar es quebrantar la ley de Dios. Y es sólo a través de la sangre derramada de Cristo que nuestros pecados pueden ser perdonados. Como escribió el apóstol Juan: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). La sangre de Cristo, el sacrificio perfecto, permite el perdón de los pecados de la humanidad.
Y esto nos lleva a la siguiente pregunta.
¿Qué dice la Biblia acerca de nuestro papel en la salvación?
El apóstol Pablo nos da la respuesta: “amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Claramente, tenemos un importante rol que cumplir para obtener la salvación. Nuestra parte es “ocuparnos” en ella.
Al parecer, quienes dicen que creer en Jesucristo es suficiente no comprenden de qué se trata la salvación. En cambio, intentan armar todo el rompecabezas con una sola pieza: aceptar a Cristo en sus corazones. Pero, en realidad, la Biblia menciona varios requisitos más que la gente no quiere aceptar.
¿Cuáles son? Hechos 2:38 los enumera para nosotros: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
Arrepentimiento: Arrepentirse implica aceptar que hemos pecado e ido en contra del camino de vida de Dios. Además, significa alejarse del pecado y acercarse a la justicia de Dios, pues Él no aceptará que sigamos siendo iguales a como éramos cuando creímos; más bien, espera que vayamos creciendo para alcanzar sus estándares, y no los nuestros. En otras palabras, el arrepentimiento no es algo momentáneo, sino un proceso continuo (1 Juan 1:8-9).
Bautismo: El bautismo simboliza la muerte de un pecador arrepentido y el nacimiento de una persona nueva que emerge del sepulcro de agua. ¿Qué sucede con todas esas populares películas cristianas, donde la gente “se salva” con prédicas alentadoras y una dramática fe en Cristo? ¿Dónde queda el bautismo en este proceso? Si Jesucristo mismo pidió der bautizado, ¿no deberían hacer lo mismo quienes dicen ser “salvos”?
El Espíritu Santo: La recepción del Espíritu Santo —que sigue después del bautismo— es nuestra garantía o adelanto de la salvación; es el poder de Dios dentro de nosotros que, si lo utilizamos, nos ayuda a luchar contra nuestra naturaleza carnal y a desarrollar la espiritual.
Este proceso de conversión es fundamental para recibir la salvación. Veamos otra vez los que Pedro nos dice en Hechos 2:38: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (énfasis añadido). Si el hecho de creer en Cristo fuese suficiente, ¿por qué el apóstol pediría todas estas cosas? Quienes creen en “una vez salvo, siempre salvo” seguramente no tendrán una buena respuesta.
El anticipo
En Efesios 1:13-14 leemos: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”.
En otras palabras, el Espíritu Santo es nuestra garantía o anticipo de la salvación. ¿Se imagina un comprador de bienes raíces que adopta la filosofía “una vez salvo, siempre salvo”? Seguramente cometería el error de pensar que el anticipo es lo único que debe pagar.
Afortunadamente, además de pagar el anticipo, Dios también pagará el resto del precio; no sólo nos da un anticipo del Espíritu, sino que además nos lo aumenta cada día. Y lo único que nos pide a cambio, siguiendo la analogía, es que no destrocemos la casa, sino que la mantengamos. El solo hecho de creer en Jesucristo no basta; la conversión es un proceso multifacético y un compromiso de por vida.
Hemos comparado la conversión a la compra de una casa, pero, en realidad, ¡es como recibir una galaxia! Nada de lo que hagamos podrá pagar su precio jamás. Pero, por la gracia de Dios, podemos obtener este regalo sin costo.
Sin embargo, Dios no nos lo dará a menos que le demostremos cuánto lo deseamos acercándonos a Él y alejándonos del pecado cada vez más. Para obtenerlo, debemos dejar de ofender a nuestro generoso Dios con nuestras acciones pecaminosas y esforzarnos por agradarle obedeciendo sus leyes, que fueron creadas para nuestro propio beneficio.
El Creador espera que sigamos sus instrucciones con un amor profundo y genuino. De hecho, amar a Dios es guardar sus mandamientos, tal como nos dice en Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
Y, si perseveramos hasta el fin, seremos salvos cuando Cristo regrese a la tierra. Como leemos en Mateo 10:22: “seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Es esto lo que debemos hacer, mucho más que sólo creer en Cristo y seguir haciendo lo que nos plazca. Nuestra responsabilidad es convertirnos en personas nuevas que andan en el camino de Dios.
Escoja el camino de vida de Dios
“Una vez salvo, siempre salvo” no es un concepto bíblico. De hecho, las Escrituras nos enseñan que es posible perder la salvación; como Dios nos dice en Hebreos 10:26, “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados”. Y, cuando no hay sacrificio por los pecados, tampoco hay salvación.
Aun el apóstol Pablo era consciente del peligro de perder la salvación si desobedecía a Dios. Es por esto que explica: “sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27).
Antes de darnos la vida eterna —la salvación— Dios quiere asegurarse de que seguiremos su camino, el cual resulta en felicidad tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Pero, si escogemos el camino que conduce a la desdicha, ¿acaso Dios querrá que seamos infelices y hagamos infelices a los demás por toda la eternidad?
Si el único requisito para ser salvo fuese creer en Cristo, la mitad de las enseñanzas de Jesús y los apóstoles que hoy encontramos en la Biblia no estarían ahí, pues serían innecesarias. Pero, ya que tenemos la Biblia entera, prestemos atención cuando Cristo nos dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
El verdadero arrepentimiento continuo, el bautismo y el Espíritu Santo son fundamentales para recibir la salvación. Y tanto Cristo como los apóstoles nos enseñaron acerca de esto por una buena razón: que algún día llegásemos a ser salvos.