Viaje 1 Conociendo a Dios

Día 3: Dios, el Pastor

Pocas cosas son tan frustrantes como las cercas arbitrarias —reglas y límites que no parecen existir por una buena razón. A nadie le gusta escuchar: “No puedes hacer eso”, pero aún más exasperante es que la única razón sea: “Porque yo lo digo”.

Es difícil que nos conformemos con eso. Los niños son bien conocidos por sus constantes preguntas acerca de cómo funciona el mundo —siempre quieren saber por qué las cosas son como son y tienen un sexto sentido para notar cuando algo huele a injusticia o parcialidad. Quieren un mundo que tenga sentido.

Luego, a medida que crecemos y el mundo deja de ser tan nuevo y confuso, dejamos de hacer tantas preguntas como antes. Pero, en el fondo, aún queremos un mundo que tenga sentido. Queremos reglas justas, imparciales y basadas en la razón, y las reglas que existen “porque alguien lo dijo” nos parecen exactamente lo contrario a lo que buscamos: arbitrarias, injustificadas e irracionales.

Incluso la Biblia puede sonar así a veces. Las Escrituras están llenas de “haz esto, no hagas esto” y “esto está bien, esto está mal”, pero las explicaciones no siempre son tan accesibles como quisiéramos. A simple vista, algunas de estas reglas pueden sonarnos a obstáculos arbitrarios que Dios quiere que saltemos, y nosotros seguimos luchando con esa insistente pregunta tan grabada en nuestra naturaleza:

“Pero ¿por qué?”

¿Por qué Dios estableció tales leyes en particular? ¿Por qué se aplican a todos por igual? ¿Por qué no diseñó reglas que se adapten y evolucionen con los valores culturales de la época?

La respuesta —la más obvia y concisa respuesta— es exactamente la que no queremos oír:

“Porque Dios lo dice”.

Podemos resistirnos a ella, pero es la verdad: como el Creador y Sustentador del Universo, Dios tiene todo el derecho de crear las reglas que quiera, sin importar el porqué. Las reglas son las reglas sencillamente porque Dios lo dice.

Afortunadamente, la historia no termina ahí, pero para saber cómo continúa, debemos estar dispuestos a buscar.


Antes de entrar a la Tierra Prometida, Moisés les preguntó a los israelitas: “¿qué pide el Eterno tu Dios de ti, sino que temas al Eterno tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al Eterno tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos del Eterno y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” (Deuteronomio 10:12-13). Y un par de capítulos después, agrega: “Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que haciendo lo bueno y lo recto ante los ojos del Eterno tu Dios, te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre” (Deuteronomio 12:28).

Las reglas de Dios no son en absoluto arbitrarias. Todo lo que nos pide, lo pide por una razón; y la razón es nuestro propio bien. Como el Creador de todo, Dios sabe cómo todo funciona en un nivel que nosotros apenas podemos comprender. Es por eso que en Isaías 55:9 nos dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

Aunque nos cueste admitirlo, usted y yo no siempre sabemos qué es lo mejor. No tenemos la perspectiva de Dios y no podemos mirar el Universo desde arriba como Él. Dios, en cambio, siempre puede ver el panorama completo y, cuando nos da una orden, lo hace sabiendo que la necesitamos.

Él conoce los límites dentro de los cuales podemos tener una vida plena y, con ese conocimiento, establece las reglas para nosotros.

Dios es un pastor.


En cierta ocasión Jesús les dijo a sus discípulos: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen…También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:14, 16). Estas palabras reiteran un pasaje del Antiguo Testamento, donde Dios promete: “Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil… Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios” (Ezequiel 34:16, 31).

Dios se preocupa mucho por sus ovejas —por nosotros. Y, cuando nos alejamos del rebaño, cuando nos vemos atrapados y abrumados en terrenos peligrosos, va amorosamente a buscarnos. Nos 

carga de regreso si estamos demasiado heridos o enfermos para hacer el viaje nosotros mismos, y luego nos cuida hasta restaurar nuestra salud.

Otra vez, Dios nos pone límites y reglas porque los necesitamos. Son cercas que nos protegen de los lobos y ladrones de alrededor.

Sin embargo, no impide que saltemos esas cercas. No nos detendrá si queremos desobedecer sus límites y romper las reglas que puso por nuestro propio bien, y tampoco evitará que cosechemos las consecuencias de nuestras decisiones. Si queremos vivir fuera de su cerca, no nos obligará a hacer lo contrario. Siempre seremos dueños de nuestro libre albedrío, así como Dios siempre será el pastor de su rebaño.

Tal vez no siempre entendamos la razón de las reglas de Dios, pero podemos estar seguros de que siempre tienen una buena razón. Como dice la Biblia, “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). No siempre tendremos la claridad para ver cómo un límite en particular encaja dentro de todo el panorama, pero podemos confiar en que Dios siempre tiene esa claridad.

Y una vez que aceptemos a Dios como nuestro omnisciente y amoroso Pastor, algo increíble comenzará a suceder: nos daremos cuenta de que “porque Dios lo dice” es la mejor razón posible.

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