Hay muchas razones por las que usted no está muerto en este momento.
Tomemos la atmósfera, por ejemplo. La atmósfera de la Tierra tiene un delicado equilibrio entre oxígeno y otros gases, que le permite tomar una bocanada de aire sin sofocarse y morir. La historia sería diferente si estuviera, digamos, en el espacio exterior o bajo el agua.
Pero eso no es todo. Las leyes fundamentales del Universo (como la gravedad y la fuerza nuclear) también están en un equilibrio tan preciso que impiden la implosión o el desorden caótico de todo lo que conocemos. Los telómeros de sus cromosomas son lo suficientemente largos para que sus células se dividan y se reproduzcan, y su cerebro y demás órganos vitales trabajan en perfecta armonía para realizar la infinidad de funciones que lo mantienen con vida.
La lista podría continuar. Cada factor que agregamos deja más y más en claro que toda nuestra existencia depende de un sinnúmero de variables —todas equilibradas con perfecta precisión. Si una sola de ellas dejara de funcionar, nosotros también lo haríamos.
La cosa es diferente para Dios.
Dios no requiere de una atmósfera para sobrevivir; no depende de leyes físicas ni de circunstancias ambientales precisas. No envejece; no se enferma ni se debilita; no depende de absolutamente nada.
Piénselo por un segundo:
Nada.
No hay ninguna variable que pueda poner en peligro la existencia de Dios. Dios simplemente es. Sin restricciones, sin excepciones, sin dependencias. En el Salmo 102:25-27, el salmista lo expresa de una manera hermosa: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán.”
Cuando Dios se identificó ante Moisés, le dio dos de sus nombres: “YO SOY EL QUE SOY” y “el Eterno [YHWH], el Dios” (Éxodo 3:14-15). En hebreo —el idioma en que se escribió el Antiguo Testamento— ambos nombres vienen de la raíz hayah, que significa simplemente “ser”.
En otras palabras, Dios es el Dios que es. Existe sin la ayuda de nadie ni de nada. El Universo mismo puede desaparecer, pero no Dios; Dios es inmutable, existe por sí mismo y es eterno.
Éstas son buenas noticias para nosotros. Como seres frágiles, temporales y de vida limitada, es animador saber que nuestro Creador no tiene ninguna de esas barreras. Tal vez nosotros estemos restringidos por cosas como el espacio y el tiempo, pero Dios no. El Dios que gobierna el Universo existe fuera del Universo.
Esto obviamente no es fácil de entender. Como seres humanos, tendemos a interpretar el mundo en términos de límites y restricciones. Esto es esto y no aquello; esto comienza aquí y termina acá. A Dios, por otro lado, no podemos meterlo en una caja. Él no tiene límites. Él es ilimitado en tiempo y en espacio, y existe “desde la eternidad hasta la eternidad” (Salmos 90:2, Reina Valera Actualizada, 2015). Sin restricciones. Sin excepciones.
Si queremos entender a Dios, tenemos que empezar por ahí —la verdad más básica:
Dios es.
Entonces, y sólo entonces, podremos empezar a entender quién es Dios realmente.