Viaje 2 El problema de la maldad

Día 4: El Costo de Acabar con la Maldad

Está muy bien hablar de lo necesario que es eliminar la maldad; pero igualmente importante es preguntarnos qué se requiere para lograr eso. Si Dios quisiera intervenir en este mismo momento y eliminar toda la maldad del mundo, ¿qué tendría que hacer exactamente?

Éstas son algunas opciones: Dios podría intervenir restringiendo físicamente a cualquiera que intentara pecar —podría evitar a la fuerza que se cometieran actos de maldad en el mundo. Ésa es una posibilidad.

Otra opción sería que Dios rediseñara el carácter de todos los seres humanos del planeta eliminando por completo nuestro deseo de pecar y alterando lo que somos, lo que creemos y la manera en que pensamos —es decir, que creara un mundo de robots vivientes incapaces de hacer mal.

Otra alternativa (la más sencilla de todas) sería exterminar a la raza humana —desaparecernos en un instante y evitar toda posibilidad de que volvamos a pecar.

¿Puede Dios intervenir ahora mismo y acabar totalmente con la maldad? Claro que sí. Pero ¿es eso lo que realmente queremos? ¿Son éstas las alternativas que preferimos? Las primeras dos nos quitarían nuestro libre albedrío y la última pondría fin a nuestra existencia. ¿Habrá alguna otra opción? ¿Se le ocurre otra manera en la que Dios podría eliminar la maldad sin tener que hacer alguna de estas cosas?

La verdad es que Dios tiene la absoluta capacidad de acabar con la maldad por completo y, es más, quiere hacerlo. Pero no de esa forma. No convirtiéndonos en drones sin razonamiento e incapaces de pensar y actuar por sí mismos, ni eliminando por completo a la raza humana. Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4), y erradicar a los seres humanos de la Tierra sin duda dificultaría esa meta.

No, Dios tiene un plan mucho mejor que eso.


En nuestro Viaje anterior aprendimos que Dios es una familia, y no cualquier familia. La familia divina se está expandiendo y todo el mundo tiene el potencial de entrar en ella. Pero también aprendimos que esa familia opera al unísono, con las mismas metas, la misma perspectiva y los mismos valores.

Ahora, ¿qué cree que pasaría si un ser humano pecador se convirtiera en miembro de la familia de Dios? ¿Seguiría la familia operando en unidad o habría división, desacuerdo y discusiones? Sí, Dios quiere que seamos sus hijos, pero mientas sigamos escogiendo el pecado por encima de su perfecta ley, no permitirá que lo seamos. Permitirlo iría en contra de su propia naturaleza.

La paga del pecado es la muerte —no el tormento eterno en una especie de infierno ardiente, sino la muerte. La inexistencia. La Biblia nos lo recuerda claramente cuando dice: “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4), y: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La reacción más misericordiosa que un Dios de amor podría tener hacia alguien que se rehúsa a cambiar y seguir su ley —alguien cuya vida sólo produce maldad y sufrimiento— es acabar con esa vida.

Pero eso nos deja con un problema: si pecamos quebrantando la ley de Dios, automáticamente perdemos la vida. Y por muy buenos que sean nuestros mejores esfuerzos, no hay nada que usted y yo podamos hacer para deshacer un pecado. Una vez que la ley se infringe, se infringe, y no hay un número de buenas obras que pueda cambiar eso. “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás”, explica Santiago 2:10-11; y en Romanos 3:23, Pablo dice que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Ninguno de nosotros puede pararse frente a Dios y decir que nunca ha pecado, lo que implica que nadie está calificado para entrar en su familia. Todos nos hemos hecho merecedores de la pena de muerte y, por lo tanto, todos deberíamos dejar de existir. Esto obviamente es un problema para nosotros, pero también es un problema para Dios, porque, como vimos hace un momento, Él “quiere que todos los hombres sean salvos”.

¿Cuál es la solución entonces?


Ya llegaremos a esa parte. La solución existe y de hecho ya se está aplicando. Hablaremos de ella en el último día de este Viaje, y además descubriremos que el remedio a nuestro problema es sólo el primer paso en el plan maestro de Dios para acabar con la maldad para siempre —un plan que estudiaremos en nuestro tercer Viaje, “El plan de Dios”.

Mañana, sin embargo, tenemos que responder una pregunta diferente:

Si el pecado es algo tan terrible, ¿por qué seguimos eligiendo pecar?

Lectura complementaria

Escrituras

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