Viaje 2 El problema de la maldad

Día 6: Lo Que Obtenemos Del Sufrimiento

Cuando hablamos del sufrimiento, a menudo olvidamos mencionar un aspecto importante que es el tema de la lectura de hoy:

¿Qué podemos obtener del sufrimiento (si es que podemos obtener algo)?

Es fácil ver el sufrimiento como algo solamente negativo. Así que, para responder esta pregunta, repasaremos todo lo que hemos dicho hasta ahora tanto en este Viaje como en el anterior.

Recapitulemos: el sufrimiento viene cuando los seres humanos traspasamos los límites de la ley de Dios. Dios no puede evitar que pequemos sin quitarnos el libre albedrío, y eso es algo que no hará porque es un Dios de amor que desea formar una familia de la que todos seamos parte. Por esa misma razón, tampoco permitirá que el pecado o las mentes pecaminosas entren en su familia divina, y eso lamentablemente nos descalifica a todos.

Entonces aquí estamos: en un mundo marcado por miles de años de malas decisiones y un rechazo general a la ley de Dios, y una sociedad influenciada por un astuto enemigo espiritual que se jacta de hacernos caer cada vez más bajo. Cada día nos acarreamos más y más sufrimiento a nosotros mismos, y nada parece indicar que pronto vayamos a parar.

Un panorama “desalentador” sería poco decir. Afortunadamente, en medio de este sombrío escenario existe una esperanza: por extraño que suene, el sufrimiento no sólo es un resultado, sino también una herramienta. Para comprender realmente lo que esto significa, repasemos la historia de un hombre llamado José.


La vida de José dio un giro de 180° de un momento a otro. Desde pequeño, José había sido el hijo favorito de su padre (algo que a sus diez hermanos por alguna razón no les parecía agradable) y más tarde Dios le inspiró dos sueños proféticos en los que su familia se inclinaba ante él. Su futuro se veía prometedor, por decir lo menos, y todo iba bien hasta que, de repente, ahí estaba —atrapado en un pozo.

Los hermanos de José simplemente lo odiaban —lo odiaban tanto que “no podían hablarle pacíficamente” (Génesis 37:4). Estaban celosos de sus sueños y del obvio favoritismo de su padre, así que un día decidieron hacer algo al respecto. Cuando la oportunidad se presentó, fingieron la muerte de su hermano menor y lo lanzaron a un pozo para que muriera junto con sus arrogantes sueños. Pero José no murió.

Poco después de haberlo lanzado al pozo, los hermanos de José divisaron una caravana de comerciantes que se dirijía a Egipto y decidieron hacer dinero fácil vendiéndolo como esclavo. Así José, el hijo favorito y soñador de sueños increíbles, de pronto se vio en camino hacia una vida de esclavitud en una tierra extraña.


Toda la historia de José está llena de momentos como éste: golpes bajos que parecían venir de la nada, percances continuos e infortunios que no merecía. Por un tiempo, incluso pareció que José estaba destinado a sufrir para siempre en manos de otros.

Luego de ganarse la reputación de siervo fiel y capaz en la casa de Potifar, José fue injustamente acusado de abuso por rechazar las insinuaciones sexuales de la esposa de su amo y fue a parar a la prisión real. Más tarde, después de algún tiempo en la cárcel, José interpretó los sueños de dos sirvientes de Faraón, que también fueron encarcelados: uno de ellos, predijo José, sería ejecutado en tres días, mientras que al otro se le restauraría su puesto. Pero cuando le predicción de José se cumplió, el sirviente que volvió a servir a Faraón olvidó mencionar la inocencia del joven intérprete durante dos largos años y, debido a ese descuido, José tuvo que estar dos años más en la cárcel pagando por un crimen que no cometió, en una tierra donde —gracias a sus hermanos— no era más que un simple esclavo.

A simple vista, parecería que Dios sin duda había abandonado a José, permitiendo que sufriera injustamente y sin razón. Pero sería un error detenernos ahí. Vayamos un poco más allá y veamos qué fue lo que sucedió realmente.


Cuando José era esclavo, la Biblia dice que “El Eterno estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio. Y vio su amo que el Eterno estaba con él, y que todo lo que él hacía, el Eterno lo hacía prosperar en su mano. Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía. Y aconteció que desde cuando le dio el encargo de su casa y de todo lo que tenía, el Eterno bendijo la casa del egipcio a causa de José, y la bendición del Eterno estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo. Y dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía” (Génesis 39:2-6).

Dios no abandonó a José. Aun cuando estuvo cautivo en una tierra extraña, Dios estuvo con él y bendijo el trabajo de sus manos, dándole favor ante su amo.

Y ¿qué podemos decir de su tiempo en prisión? ¿No abandonó Dios a José cuando permitió que fuera encarcelado por algo que no hizo?

“El Eterno estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel. Y el jefe de la cárcel entregó en mano de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía. No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque el Eterno estaba con José, y lo que él hacía, el Eterno lo prosperaba” (Génesis 39:21-23).

Otra vez, Dios nunca dejó a José solo. Incluso cuando se encontraba en las situaciones más terribles, Dios estaba ahí llevando a cabo su plan con él tras bastidores.

Pero ¿cuál era ese plan?


A medida que la historia avanza, el plan que Dios tenía para José comienza a hacerse evidente. Un día, Faraón tuvo dos sueños inquietantes y quiso saber cuál era su significado. Convenientemente, uno de sus sirvientes recordó haber conocido a un hombre en prisión que interpretaba sueños, así que José fue llevado ante Faraón y le reveló que sus sueños habían sido una advertencia de Dios: Egipto tendría siete años de prosperidad, seguidos por siete años de una hambruna devastadora. Si Faraón no hacía algo pronto, todo Egipto moriría de hambre en la próxima década.

Preocupado, Faraón entonces le encomendó a José que preparara a la nación para la inminente hambruna y, de un momento a otro, José el esclavo, José el prisionero inocente, se convirtió en José, el segundo al mando en todo Egipto superado sólo por Faraón.

Para no hacer la historia larga, eventualmente José salvó a todo el pueblo egipcio, pues gracias a su cuidadosa planificación y trabajo de almacenamiento durante los años de abundancia, el país sobrevivió a la hambruna que podría haberlos matado. De hecho, muchas personas de otras naciones afectadas por el hambre también fueron a José para comprar comida; y fue así como, en un sorprendente giro del destino, sus mismos hermanos viajaron a Egipto en busca de pan.

Creyendo que José había muerto, los diez hermanos no reconocieron al gran líder egipcio cuando se inclinaron ante él (inconscientemente cumpliendo los sueños proféticos que los habían motivado a vender a José en primer lugar). Y así, la verdad se vuelve increíblemente clara tanto para nosotros como para José mismo:

Dios permitió todo por una razón.


La historia de José no es sólo un cuento de desgracias e infortunios. Dios tenía un plan para él desde un principio, aunque ese plan no fuera evidente para nadie más. Todas las cosas terribles que le pasaron (el secuestro, la esclavitud e ir a prisión) fueron pasos que acercaron a José a su cargo como segundo al mando en Egipto y, es más, Dios las usó para entrenarlo.

Como esclavo y prisionero, José tuvo la oportunidad de supervisar y administrar operaciones a gran escala, y en ambas instancias Dios estuvo con él haciéndolo prosperar. Como consecuencia, cuando llegó el momento de administrar a la nación entera, José estaba preparado —su experiencia y trayectoria lo habían hecho el hombre perfecto para el trabajo.

Volviendo a nuestra historia, cuando José les reveló su identidad a sus hermanos, ellos comprensiblemente se aterraron. ¿Tomaría José venganza? ¿Haría que se pudrieran en prisión? ¿Los haría esclavos? ¿Los ejecutaría? Veamos cuál fue su reacción:

“Les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Génesis 50:19-21).


Algunas veces nuestro sufrimiento es resultado de nuestros propios pecados; otras no. Pero sea cual sea el caso, el sufrimiento siempre, siempre, tiene un propósito, y la vida de José nos da una buena idea de cuál es ese propósito exactamente.

El sufrimiento nos refina, si se lo permitimos. Amplía nuestro entendimiento de nosotros mismos y de Dios, y nos muestra el camino hacia la autoedificación. Nos aleja de lo que somos ahora y nos acerca a lo que queremos ser. No es el método de trabajo preferido de Dios, pero a veces es el único método al que nosotros reaccionamos. Y, como un Padre amoroso que nos quiere en su familia, Dios a veces permite que suframos para que aprendamos y crezcamos como resultado de ello.

La Biblia describe a Dios como un “fundidor y purificador de plata” (Malaquías 3:3, Nueva Versión Internacional). Pero para purificar la plata es necesario calentarla hasta que se derrita, ya que esto saca las impurezas a flote y permite que sean quitadas. Como dice el apóstol Pedro, “el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:10).

Salomón además agrega: “el Eterno al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:12). Santiago da el toque final cuando nos dice: “tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4).

¿Es agradable? No. ¿Es algo que elegiríamos por nuestra propia cuenta? Probablemente tampoco. Pero Dios tiene grandes planes para usted y para mí —planes de “[darnos] el fin que [esperamos]” (Jeremías 29:11)— y algunas veces, el camino a ese futuro eterno requiere de sufrimiento temporal.

Cuando aprendamos a ver más allá de ese sufrimiento, empezaremos a comprender algo absolutamente increíble:

Dios tiene un plan para acabar con la maldad.

Lectura complementaria

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