Usted es parte de una historia.
Seguramente ya se dio cuenta, ¿no? La historia comenzó hace mucho tiempo. Incluso antes de que Dios el Padre y Jesucristo crearan al primer ser humano, ellos ya tenían un plan: “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). Y así lo hicieron.
A través del Verbo, quien más tarde vino a la Tierra como Jesucristo (Juan 1:1-3, 14), Dios creó “al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
Pero la historia no termina ahí. Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer, fueron creados a imagen de Dios, aunque incompletos. Dios los hizo criaturas físicas y temporales, con un principio y un fin. Tal vez se parecían a Dios, pero no eran espirituales como Él. No pensaban como Él, no eran inmortales, todopoderosos ni omniscientes.
En otras palabras, aún había trabajo por hacer.
Durante estos viajes, hemos aprendido mucho acerca de ese trabajo. Hemos hablado acerca de quién es Dios y qué es lo que quiere para nosotros, también acerca de qué es el pecado y por qué es tan peligroso. Y hemos explorado las fiestas santas, un mapa del plan de Dios para rescatar a la humanidad de sí misma y construir una familia eterna con su carácter, poder y gloria incomparables.
De eso se trata todo. Es eso lo que las fiestas santas ilustran. Es por eso que la Iglesia existe, y es por eso que usted existe: para ser hecho verdadera y completamente a imagen de Dios. Dios nos creó con el propósito de hacernos sus hijos, de vivir una eternidad sin dolor, muerte, tristeza o llanto —una eternidad que nuestras pequeñas mentes humanas ni siquiera pueden imaginar.
Ésa es la historia a la que usted pertenece.
Pero como dijimos al principio de este Viaje, usted también está en una encrucijada. Tiene una decisión que tomar y lo que suceda después depende completamente de usted.
Con este conocimiento ha recibido un gran tesoro. No todos en el mundo ven lo que usted ve. No todos entienden lo que usted ahora entiende. El Dios de toda la creación le ha abierto los ojos a su invaluable verdad —no porque usted sea especial y lo merezca, sino porque Él lo ama y tiene un propósito para usted.
El mundo entero está engañado y cegado por un ser malvado que quiere ver el plan de Dios fracasar. Desde el jardín de Edén, Satanás ha estado influenciando al mundo para que redefina los conceptos de correcto e incorrecto y no vea cuán desesperadamente necesita la guía y liberación de Dios.
Usted puede ver lo que ellos no. Y cuando llegue el momento —cuando Cristo regrese y el enemigo sea atado y el velo quitado— Dios lo quiere a usted en el equipo que ayudará al mundo entero a desarrollar una relación con Él.
Pero no aún. Usted aún es imperfecto, con defectos y debilidades como todos. Y antes de presentarlo al mundo como uno de sus hijos, Dios quiere refinarlo a través del arrepentimiento y el bautismo, dándole la fuerza para llevar una vida de lucha y victoria sobre su naturaleza humana.
Para eso está la Iglesia. Usted tiene algo que aportar al Cuerpo de Cristo, cierto. Pero el Cuerpo también tiene algo que aportarle a usted. Recuerde que la Iglesia está “bien [concertada] y [unida] entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente” (Efesios 4:16) —lo que significa que no puede conseguir todo lo que necesita solo. No es así como funciona el cristianismo.
La Iglesia es una fuente de fortaleza, sabiduría y comunión para todos los seguidores de Cristo. Cada miembro aporta algo valioso al Cuerpo, como dice Pablo: “De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Romanos 12:6-8).
Cuando todos estos dones se juntan de la manera que Dios quiere, su pueblo puede florecer y crecer exponencialmente, porque la Iglesia, cuando funciona bien, es algo realmente hermoso.
Y necesario.
En muchas iglesias es común ver que la asistencia aumente en vísperas de Navidad y Semana Santa. El resto del año, asistir se vuelve algo más “opcional”. Hoy en día, asistir a la iglesia es algo que la gente hace cuando tiene tiempo. Cuando no están muy ocupados. Cuando no hay nada mejor que hacer.
Cuando sienten el deseo de hacerlo.
Pero Dios espera más de nosotros.
Cuando le reveló la ley del día de reposo al antiguo Israel, dijo: “Seis días se trabajará, mas el séptimo día será de reposo, santa convocación; ningún trabajo haréis; día de reposo es de el Eterno en dondequiera que habitéis” (Levítico 23:3). Desde tiempos antiguos, el día de reposo ha sido un día para que el pueblo de Dios se reúna y le adore —para que nos apartemos del mundo y nos enfoquemos en lo que realmente importa.
A pesar de lo que muchos piensan, la necesidad de congregarnos no terminó en el Antiguo Testamento. Es por eso que el autor de Hebreos anima a la Iglesia diciendo: “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25).
En un pasaje anterior, vemos que “queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9). La palabra griega aquí traducida como “reposo” es sabbatismos, y se refiere específicamente al reposo del séptimo día de la semana.
Dios nunca dijo que congregarnos fuera opcional y nunca hizo del sábado una elección. Si queremos ser sus seguidores —ser parte de su pueblo— debemos empezar por seguir sus instrucciones. Además, la orden de congregarnos con otros creyentes no es arbitraria, sino absolutamente vital para nosotros.
Imagine lo que sucedería si la Iglesia no se reuniera cada sábado. Miles y miles de creyentes fieles pasarían por sus pruebas solos, cada uno luchando por resistir a Satanás y obedecer a Dios por su cuenta, separado de los demás. Sin nadie que lo anime. Nadie que lo apoye. Nadie que lo guíe o consuele o compadezca. Sólo miles de cristianos haciendo lo mejor que pueden para obedecer a Dios sin ayuda.
Eso no es lo que Dios quiere. Jesucristo explicó que “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Marcos 2:27). Cuando el pueblo de Dios se reúne cada sábado y cada día santo, obtiene su fuerza no sólo del Padre, sino del contacto con sus hermanos. Los cristianos se animan y estimulan mutuamente; se ayudan a permanecer enfocados en el gran objetivo: el Reino de Dios; y conviven, conversan y aprenden, recordando hacia dónde van y por qué.
Si estos Viajes lo han impactado, el siguiente paso es hacer algo al respecto. Dios lo está llamando a actuar, no a quedarse sentado.
Y si usted está listo, la Iglesia lo está esperando.
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