Viaje El fruto del Espíritu

Benignidad: Saber lo que se necesita

Pablo describe el quinto aspecto del fruto del Espíritu como “benignidad”. En la versión original, Pablo utilizó la palabra griega chrestotes, que no tiene una traducción exacta en español. Es cierto que la “benignidad” es parte de chrestotes, pero el concepto va mucho más allá de decir y hacer cosas buenas.

HELPS Word-Studies describe chrestotes como “adecuado para el uso (para lo que realmente se necesita); benignidad que también es útil”. En otras palabras, la benignidad que proviene del Espíritu de Dios (y de la cual Pablo estaba hablando) es aquella que se enfoca en proveer lo que otros necesitan realmente.

Como el resto de los aspectos del fruto del Espíritu, esta cualidad no se da en el aire. No podemos expresar benignidad sin alguien a quien expresarla, y eso requiere un esfuerzo de nuestra parte. Si ser benigno es proveer lo que otros realmente necesitan, esto implica entender las verdaderas necesidades de los demás (no lo que nosotros pensamos que son sus necesidades). Implica conocer a las personas lo suficiente como para saber por lo que están pasando —interesarnos lo suficiente como para conocer sus dificultades y pruebas, y cómo podemos ayudar.

Ésta no es una tarea fácil. Y como todos los demás aspectos del fruto del Espíritu, no es parte de nuestra naturaleza. Tal vez tengamos buenas intenciones e incluso queramos hacer cosas buenas por los demás, pero realmente comprender sus necesidades y saber cómo y cuándo podemos ayudar es una habilidad que sólo proviene de Dios. No es de extrañarse entonces que Él nos dé el ejemplo de cómo se manifiesta la benignidad en la práctica.


Si bien la palabra chrestotes (y su derivado chrestos) no aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, las veces que aparece generalmente se refiere a la misericordia de Dios. La “benignidad [chrestos] [de Dios] te guía al arrepentimiento”, dice Romanos 2:4. Dios nos muestra “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad [chrestotes] para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7), y el sacrificio de Cristo fue el resultado de “la bondad [chrestotes] de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres” (Tito 3:4).

¿Qué lecciones obtenemos de esto? Pues varias. En primer lugar, estos versículos nos recuerdan que la benignidad no es algo que les damos a los demás sólo si creemos que lo merecen. La benignidad debe ser parte de lo que somos, sin importar con quién estemos interactuando.

Jesucristo murió por los pecados de toda la humanidad, no sólo por los de unos pocos que “lo merecían”. Y Él mismo les dijo a sus discípulos: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno [chrestos] para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:35-36).

Es fácil ser benignos con quienes lo son con nosotros, pero el Espíritu de Dios nos impulsa a hacer más que eso, a ser más que eso. Nos recuerda que “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Nosotros jamás podríamos habernos ganado esa benignidad de Dios, y ningún ser humano debería tener que ganarse nuestra benignidad. Esta cualidad debería fluir de nosotros libremente.

Por otro lado, ser benigno no significa ser pusilánime. Cristo claramente no lo fue. Si bien su sacrificio fue hecho por el mundo entero, existen requisitos para quienes deciden aceptarlo. Y aunque nunca podríamos ganarnos su inmensa benignidad, eso no significa que Él no espere ciertas cosas de nosotros.

Sus requisitos, sin embargo, también son una muestra de su gran benignidad. Jesucristo les dijo a sus discípulos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil [chrestos], y ligera mi carga” (Mateo 11:28- 30).

Su yugo es chrestos, benigno.

No significa inexistente. No es algo insignificante. Chrestos. Algo bueno; necesario. Si estamos dispuestos a llevar su yugo —a someternos a los estándares de Dios— somos nosotros quienes nos beneficiamos. Necesitamos de sus estándares y reglas para vivir de la mejor manera posible. Sin ellos, sólo nos quedaría tratar de adivinar el camino correcto y esperar que nuestra decisión funcione.

En su benignidad, Cristo nos da un yugo que nos enseña a vivir sin tener que adivinar o cometer errores graves.


Un poco más arriba mencionamos que la benignidad implica conocer a los demás de una forma profunda, pero también hay una salvedad que la Biblia hace en cuanto a esto. “No erréis”, escribe Pablo, “las malas conversaciones corrompen las buenas [chrestos] costumbres. Velad debidamente, y no pequéis” (1 Corintios 15:33-34).

Las personas con quienes convivimos influyen enormemente en la clase de personas que somos. Las malas compañías (personas que ignoran y se burlan de las leyes de Dios) nos influenciarán y transformarán si no tenemos cuidado. Pablo dice específicamente que “las malas conversaciones” destruyen los buenos (chrestos) hábitos. Es mucho más difícil aprender a buscar el bien de los demás cuando pasamos el tiempo con personas que se burlan de esa idea.

Afortunadamente, lo opuesto también es verdad. Si pasamos nuestro tiempo con personas que valoran las cosas buenas, nos será mucho más fácil hacer cosas buenas. Salomón escribió con razón: “El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (Proverbios 13:20).

Esto no cambia el hecho de que Dios espera que seamos benignos con todos, así como Él “es benigno para con los ingratos y malos”. Pero eso no significa ser mejores amigos de personas que se rehúsan a obedecerle (de hecho, Él nos aconseja que no lo seamos). Significa que “hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10, énfasis añadido).

Dios nos brinda un perdón que jamás podríamos ganarnos, junto con una fuerza y un amor que no merecemos. Pero no lo hace para que hagamos lo que queramos, cuando queramos. También nos muestra las reglas que debemos seguir, y espera que las sigamos.

Ése es el meollo de todo esto, no sólo de la benignidad sino de todo el fruto del Espíritu: mientras más cerca estemos de Dios —mientras más sintonizados estemos con su mente y su camino— más se desarrollará el fruto de su Espíritu en nosotros.

Pablo escribió: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).

Ése es nuestro objetivo. Así se manifiesta la benignidad en la práctica. Eliminamos las cosas malas de nuestra vida y no dejamos que nos influyan, y luego imitamos la benignidad que Dios ha mostrado para con nosotros. Así de sencillo (y así de difícil) es. Mientras más le permitimos al Espíritu de Dios guiarnos hacia una benignidad servicial que se enfoca en las verdaderas necesidades de otros, más cerca estaremos de desarrollar el fruto del Espíritu.

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