Viaje El fruto del Espíritu

Gozo: Lo que la felicidad no ve

¿Le gustaría ser feliz?

Ése es el deseo de muchas personas. Pero para la mayoría, la felicidad parece ser más un sueño que una realidad alcanzable. Según la encuesta Harris Poll, en el 2017 sólo uno de cada tres estadounidenses afirmó ser realmente feliz, mientras que la encuesta World Happiness Report de ese mismo año posicionó a Estados Unidos como el 14vo país más feliz del mundo.

El 14vo país más feliz del mundo, y dos tercios de su población no son felices.

Éstas no son estadísticas muy alentadoras, especialmente si consideramos que Estados Unidos se fundó sobre la creencia de que “La vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” son tres derechos divinos e inmutables que los gobiernos deben proteger y fomentar.

En otras palabras, los estadounidenses han estado buscando la felicidad durante casi dos siglos, pero a pesar de vivir en una tierra de oportunidades, con una economía envidiable y una libertad históricamente inusual, sus vidas a menudo están aquejadas por el estrés, la ansiedad y la depresión. ¿Felicidad? Eso es un poco más difícil de encontrar.

¿Por qué? ¿Qué nos está faltando? ¿Por qué la felicidad es tan escurridiza?


Básicamente, porque la felicidad es el objetivo equivocado.

Suena contradictorio, ¿no? ¿Por qué no querríamos buscar la felicidad? Después de todo, Pablo dijo que el gozo es parte del fruto del Espíritu. Tener gozo es parte de lo que significa seguir a Dios, y es algo que todos los cristianos deberían buscar en su vida.

Pues sí, todo esto es verdad. El problema es que el gozo se parece al amor en que podemos hablar mucho de él sin realmente comprender lo que significa. El gozo es un aspecto importante del fruto del Espíritu, pero no necesariamente es sinónimo de lo que muchos entienden como “ser feliz”.

Cuando la felicidad es nuestro objetivo, a menudo le asignamos condiciones: “seré feliz cuando…” o “seré feliz si…”. Nuestro grado de felicidad depende de las condiciones de nuestra vida, y si esas condiciones cambian, probablemente nuestra felicidad cambie con ellas. Eso hace que la felicidad sea algo temporal y pasajero; tenerla hoy no significa que la tendremos mañana y viceversa.

El gozo, por otro lado, no funciona así. Cuando se habla de gozo en el Nuevo Testamento, casi nunca es en una situación donde todo va bien. Santiago comienza su carta a la Iglesia diciendo “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Santiago 1:2). Pedro habla de regocijarse con “con gozo inefable” (1 Pedro 1:8) aun cuando somos “afligidos en diversas pruebas” (v. 6). Pablo les dijo a los corintios: “sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 7:4). Y, cuando los discípulos fueron amenazados y heridos por predicar el evangelio, la Biblia dice que estuvieron “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre [de Cristo]” (Hechos 5:41).

Éstas no son circunstancias donde esperaríamos encontrar felicidad. Pero ésa es la principal diferencia entre la felicidad y el gozo: mientras que la felicidad tiende a ser una consecuencia de nuestras circunstancias, el gozo a menudo existe a pesar de ellas. La felicidad es una respuesta al momento; el gozo es una forma de percibir la vida viendo más allá del aquí y ahora. No es que haya algo malo con la felicidad, pero lo que todo cristiano realmente necesita —lo que todos nosotros realmente necesitamos— es gozo.


Tal como el amor verdadero de Dios (y todas las cualidades que estudiaremos en este Viaje), el gozo no es algo que podamos generar por nosotros mismos. Se produce por medio del Espíritu, no por la naturaleza humana, y por lo tanto, el secreto para alcanzar el gozo duradero es Dios. Si intentamos buscar el gozo dentro de nosotros mismos, siempre fallaremos.

La clave del gozo es tener la perspectiva correcta. La razón por la que los escritores del Nuevo Testamento pudieron hablar de gozo en medio de grandes pruebas es que su enfoque estaba en otro lado.

Leamos más de cerca lo que ellos escribieron para ver si podemos descubrir dónde estaba su atención.

Santiago escribió: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4, énfasis añadido).

Las pruebas duelen. Nos llevan al límite y nos agotan. Es difícil estar felices cuando estamos luchando por sobrevivir.

Pero Santiago no nos está diciendo que estemos felices; nos está diciendo que tengamos gozo.

Pero Santiago no nos está diciendo que estemos felices. Nos está diciendo que tengamos gozo.

¿Por qué?

Porque las pruebas que pasamos son herramientas que Dios usa para perfeccionarnos, limar nuestras asperezas y completar lo que nos falta. Están ahí para refinarnos, para ayudarnos a superar nuestras debilidades y carencias. Por eso debemos regocijarnos. Todas las pruebas en nuestra vida tienen un propósito y significado, y cada una de ellas nos acerca más a convertirnos en los hijos de Dios que fuimos llamados a ser.

Las palabras de Pedro tienen un significado parecido: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).

Es cierto que las pruebas nos afligen. Es cierto que nos causan dolor e incomodidad, y a veces incluso agonía. Pero el gozo trasciende más allá de todo eso, porque entiende el propósito y visualiza la meta. Las pruebas son como el fuego que refina el oro. Convierten nuestra fe en algo que producirá alabanza, honra y gloria cuando Jesucristo regrese.

Esto no significa que las pruebas dejarán de dolernos o que debamos pretender que no pasa nada cuando sí pasa. Pero saber que hay un propósito detrás puede ayudarnos a encontrar gozo aun en situaciones desalentadoras. Cuando entendemos que Dios nos está preparando para su Reino, podemos aprender a ver las pruebas como los escalones que nos conducen a esa meta.

Pablo pasó por muchas pruebas, pero también supo mantener su gozo. “Mucha franqueza tengo con vosotros”, les dijo a los corintios, “sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones. Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores” (2 Corintios 7:4-5).

Las cosas no se veían nada bien. Pero el enfoque de Pablo no era ese, sino la obra que Dios estaba haciendo: “Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aun más” (vv. 6-7).

Pablo veía cómo Dios estaba edificando a su Iglesia, y veía como la fe y el celo de los miembros se estaba desarrollando. Ésa era su fuente de gozo.

Pablo también les dijo a los corintios que había estado “en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:26-28).

Pero a pesar de todo, tenía gozo. Gozo por lo que Dios estaba haciendo. Gozo por el privilegio de ser parte de ello. Gozo porque él y todo el pueblo de Dios avanzaban firmes hacia el Reino.


El gozo no es algo que brota de sí mismo. Aprender a tener una perspectiva positiva en medio de las tormentas de la vida requiere de esfuerzo y práctica. Pero cuando ya lo logramos, podemos pasar lo peor de esas tormentas cobijados por el gozo, y seguros en el conocimiento de que algo maravilloso viene y Dios nos ha escogido para ser parte de ello.

Antes de ser crucificado, Jesucristo les dijo a sus discípulos: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:21-22).

No hay nada de malo con la felicidad. De hecho, Dios desea que tengamos felicidad en nuestra vida. Pero la felicidad es el objetivo incorrecto. La felicidad es temporal y pasajera, el gozo no. La felicidad depende de lo que ocurre a nuestro alrededor, el gozo no. Cuando el gozo es nuestro objetivo, estamos tomando la decisión de usar el Espíritu de Dios para ver más allá de nuestra infelicidad presente y enfocarnos en el propósito de las pruebas: perfeccionarnos para el Reino de Dios.

En la mitad de una prueba difícil, un salmista describió a Dios como “mi supremo gozo” (Salmos 43:4, Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy). Este escritor comprendía una lección importante: mientras más cerca estemos de Dios y su Espíritu, más capaces seremos de mantener una actitud de gozo a pesar de las circunstancias. Cuando nuestro gozo viene de Dios, nos enfocamos en un futuro donde todas las pruebas de esta vida no serán más que un recuerdo lejano.

Y si queremos encontrar ese gozo que nadie podrá quitarnos, sólo lo encontraremos aquí, en el fruto del Espíritu.

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