Viaje El fruto del Espíritu

Guiados por el Espíritu

¿Cómo sabe usted que es un hijo de Dios?

Fácil. Pablo nos da la clave: “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14).

Así de sencillo.

Excepto, claro, por el hecho de que el Espíritu de Dios generalmente es invisible, intangible e incorpóreo en nuestro mundo físico.

Eso complica un poco las cosas. Creemos que el Espíritu existe, creemos que está presente en las vidas del pueblo de Dios y que tiene un impacto evidente, pero no podemos simplemente señalarlo y decir: “Aquí está, claramente estoy siendo guiado por él”. No es así de fácil.

Pero es importante.

Es importante porque lo opuesto de Romanos 8:14 también es verdad. Si no estamos siendo guiados por el Espíritu de Dios, no somos hijos de Dios.

Entonces, ¿qué prueba tenemos de que ese Espíritu invisible e intangible está actuando en nuestra vida? Si seguir al Espíritu es lo que distingue a los hijos de Dios, ¿cómo podemos verificar que realmente estamos siendo guiados por él?


Cuando la Iglesia del Nuevo Testamento se fundó, Dios derramó su Espíritu sobre su pueblo de una forma muy evidente. Todos los presentes oyeron el sonido de “un viento recio” (Hechos 2:2). “Lenguas repartidas, como de fuego” (v. 3) aparecieron sobre los discípulos y ellos comenzaron a hablar en otros idiomas. Fue tan impresionante que “se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua” (v. 6).

Cuando ocurrió este gran hito, Dios dio señales visibles de lo invisible para evidenciar lo que estaba pasando. También hizo algo similar en otros momentos sobresalientes de la historia inicial de la Iglesia (consulte Hechos 10:44-48; 19:1-6). Pero esto no es lo que generalmente sucede cuando alguien recibe el Espíritu de Dios hoy. Los cielos no se abren, no se posan lenguas de fuego sobre nadie, y las personas no empiezan a hablar en otros idiomas. De hecho, cuando Dios da su Espíritu en la actualidad, no existe evidencia de que haya alguna señal externa de ello.

Tras los eventos de Hechos 2, Pedro describió el proceso por el cual se recibe el Espíritu: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39). 

Luego de arrepentirnos genuinamente y ser bautizados por un ministro de Jesucristo, recibimos el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos (Hechos 8:14-17; compare con 2 Timoteo 1:6-7). Y esto no es algo que probablemente ocurra; es una promesa de Dios con la que podemos contar. Si seguimos el proceso que Pedro explicó, Dios nos dará su Espíritu.

Pero no podemos quedarnos ahí. Luego de recibirlo, debemos ser guiados por el Espíritu. De lo contrario, corremos el grave peligro de descuidar este maravilloso regalo de Dios, o incluso apagar el Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19). Esto puede hacer la diferencia entre si somos hijos de Dios o no. Por eso es tan importante que volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo sabemos si estamos siendo guiados por un Espíritu invisible e intangible?


La respuesta en realidad no es tan complicada. Jesús les dijo a sus discípulos: “No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:43-45).

En otras palabras, “lo que está adentro siempre sale”. Bueno o malo, lo que somos en el interior invariablemente se mostrará en lo que hacemos y decimos. Tal vez podamos esconderlo por un tiempo, o escondernos nosotros tras una pantalla de humo, pero la verdad tarde o temprano saldrá a la luz.

Es ahí donde interviene el Espíritu de Dios. El Espíritu se parece mucho al viento: no podemos verlo, pero es fácil reconocer (y discernir) sus efectos. Si el Espíritu de Dios está actuando en nuestras vidas —si le estamos permitiendo (y por extensión, a Dios) guiarnos— entonces comenzará a cambiar lo que somos por dentro. 

Y, tal como lo dijo Cristo, ese cambio saldrá a la superficie. Se mostrará en lo que decimos y hacemos. Todo árbol se conoce por su fruto, y el Espíritu de Dios produce un fruto especial también. Pablo describió el fruto del Espíritu en uno de los pasajes más famosos de la Biblia, y comienza contrastándolo con algo que él llama “las obras de la carne”. Tal como el Espíritu, la carne (la naturaleza humana sin el Espíritu de Dios) produce un fruto reconocible: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).

Las obras de la carne son abominables para Dios. Incluyen lo peor de lo que nuestra naturaleza humana es capaz, y son cosas que nos excluyen del Reino de Dios.

“Mas el fruto del Espíritu”, continúa Pablo, “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:22-24).

Ser guiados por el Espíritu de Dios significa remplazar las obras pecaminosas de la carne con las nueve cualidades que Pablo describe. En otras palabras, la medida en que estas cualidades estén presentes en nuestra vida, es la medida en que estamos siendo guiados por el Espíritu. Mientras más desarrollemos estas cualidades, más en consonancia estaremos con el Espíritu; y mientras más ausentes estén en nuestra vida, menos contacto tendremos con el Espíritu de Dios.


Estas nueve cualidades son el enfoque de nuestro Viaje. Cada día tomaremos una de ellas y la analizaremos con profundidad. ¿Qué palabra usó Pablo para describirla? ¿Qué significa? ¿Por qué es importante? ¿Cómo la desarrollamos? ¿Cómo podemos obstaculizar su desarrollo? ¿Cómo se manifiesta en la práctica? Y al final, esperamos terminar este Viaje con una idea más completa no solo de lo que es el fruto del Espíritu, sino también de lo que significa ser cristiano —ser guiado por el Espíritu de Dios.

Pero antes de continuar, debemos aclarar un malentendido común acerca del fruto del Espíritu: 

No son “frutos”.

Pablo no escribió sobre los frutos del Espíritu, sino el fruto del Espíritu. ¿Por qué esto es importante? Veámoslo con un ejemplo:

El fruto del naranjo es redondo, anaranjado, jugoso, pulposo y tiene cáscara. Todas estas cosas describen una naranja, todas al mismo tiempo. Una naranja redonda, no es diferente de una
naranja pulposa. Sigue siendo el mismo fruto con las mismas características. 

Sin embargo, a veces hablamos del fruto del Espíritu como si fuera más de uno; como si un mismo árbol diera manzanas, y naranjas, y limones, y mangos, y todos existieran independientes el uno del otro. Como si pudiéramos cortar la fe del árbol sin molestar a la paciencia y la templanza.

Pero no es así como funciona. Tal como el fruto del naranjo es redondo, anaranjado, jugoso, pulposo y tiene cáscara, todo al mismo tiempo, el fruto de Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, todo al mismo tiempo. Cada una de estas cualidades describe uno de los aspectos del fruto —una parte de un todo mayor.

A medida que avanzamos en este Viaje, es importante que comprendamos a cada una de las nueve cualidades como parte de un todo. No podemos tener paz sin gozo y aún llamarlo el fruto del Espíritu. No podemos tener amor sin fe y aún llamarlo el fruto del Espíritu. Cada aspecto debe estar presente, o el resultado será un fruto defectuoso, como una naranja sin cáscara.


Dios nos ha confiado su Espíritu, y con él, el potencial y la responsabilidad de crecer increíblemente. Pero ese crecimiento no se dará de una froma continua. Tendremos altos y bajos, días buenos y malos. Fe, amor gozo, paz, todo —algunas veces el fruto del Espíritu realmente se manifestará en nuestra vida, otras veces no tanto.

Pero eso no significa que no estemos creciendo. Sólo significa que somos humanos y a veces fallamos. Lo importante es que nos levantemos después de cada caída y, con la ayuda de Dios, lo volvamos a intentar. A media que analicemos el fruto del Espíritu más de cerca, veremos porqué este crecimiento es importante y cómo podemos asegurarnos de que se lleve a cabo en nuestra vida.

Comencemos.

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