El 11 de septiembre, hace 15 años, marcó la llegada del terrorismo islámico a América. Y hace 333 años ese mismo día, la Europa cristiana estuvo a punto de caer en manos de un poderoso ejército islámico a las puertas de Viena.
A la mañana siguiente de aquel día, sin embargo, los ejércitos de gran parte de la Europa cristiana —reclutados por el Papa y liderados por Juan III Sobieski— enfrentaron al ejército islámico y obtuvieron la victoria decisiva sobre los turcos otomanos, salvando a toda Europa. Occidente se puso así a la cabeza en una lucha a muerte entre civilizaciones y, desde entonces, las fuerzas islámicas no volverían a ser una amenaza real para Europa.
Hasta ahora.
El renovado fervor religioso de Turquía
Hoy en día, el antiguo centro del Imperio Otomano está una vez más en un punto crucial de su historia. Actualmente Turquía alberga a tres millones de refugiados sirios, que harían lo que fuera por entrar a Europa, y ha utilizado el freno de inmigrantes como una carta de negociación a cambio de $6.000 millones de euros y otras concesiones de la Unión Europea (UE). Por otro lado, más recientemente el país ha sufrido un fallido golpe militar, una serie de sangrientos ataques terroristas y nuevos ataques militares en su frontera con Siria.
Tras sobrevivir al golpe, el presidente Recep Tayyip Erdogan además ha impulsado una ola de fervor nacionalista y religioso. Las mezquitas a lo largo de Estambul y Ankara llamaron al pueblo a reunirse en plazas y aeropuertos para desafiar el levantamiento, y Erdogan —quien una vez dijo: “los minaretes son nuestras bayonetas, los domos nuestros cascos, las mezquitas nuestras barracas y los creyentes nuestro ejército”— ha acelerado una islamización creciente que ya se venía sintiendo.
Todo esto hace que muchos se cuestionen si Turquía está ad portas de su propia “Revolución islámica”. ¿Cederán las fuerzas del secularismo que ha avanzado por décadas ante un Erdogan posicionándose como sultán moderno y líder de la islamización y un nuevo Imperio Otomano?
Eliminando toda la oposición
Aun mientras el fallido reciente golpe militar comenzaba a perder fuerza, Erdogan aseguró que esta rebelión había sido “un regalo de Dios”, pues “[sería] una razón para limpiar nuestro ejército”. El presidente utilizó el levantamiento como una excusa para sacar a todos sus oponentes políticos del gobierno y las burocracias militares, y luego comenzó a limpiar las universidades y escuelas estatales.
Según algunos estimados, más de 40.000 turcos fueron arrestados y otros 100.000 perdieron su empleo. Informes indican que incluso las prisiones del país están siendo vaciadas de criminales para dar paso a los nuevos que llegan.
Un punto de encuentro entre Oriente y Occidente
Turquía es un puente estratégico entre Europa y el Medio Oriente, dos regiones clave en la profecía bíblica.
También controla un paso marítimo militar de gran importancia: el estrecho de Estambul, que es la salida y entrada del Mar Negro. Si algún día Turquía decidiera cerrar este paso —que tiene menos de 1,5 km en su punto más angosto— la flota rusa del Mar Negro quedaría completamente atrapada.
El control del paso
Dada su posición geográfica, economía y poder militar (el segundo mayor de la OTAN), la influencia de Turquía como frontera comercial sin duda seguirá creciendo.
Este país aspira a convertirse en un paso del tráfico de energía, especialmente de gas natural (desde el Mar de Caspio hacia el Cáucaso) y de petróleo (desde Irán) hacia los mercados de Europa occidental.
Según Robert Kaplan, autor de The Revenge of Geography [La venganza de la geografía], “Turquía acompaña a Irán como una superpotencia de Medio Oriente, con tuberías que transportan petróleo, gas natural y agua (la base de la vida industrial) en todas direcciones” (p. 301).
Además, su privilegiada posición geográfica en el nacimiento del Tigris y el Éufrates y su impresionante sistema de represas, le dan a Turquía la capacidad de cortar hasta 90 y 40 por ciento del agua que Irak y Siria toman del Éufrates respectivamente. Tener el control del agua en un territorio tan árido como Medio Oriente hace del país una potencia del agua así como Arabia Saudita es una potencia del petróleo.
Monumentales proyectos de construcción
Así como los sultanes otomanos más importantes marcaron su legado con gigantescos monumentos, la firma de Erdogan ha sido sus gigantescos y multimillonarios proyectos de construcción, que cuestan más de un cuarto del PIB anual de Turquía.
Haciendo eco al ostentoso complejo del palacio presidencial de mil habitaciones, el 2016 se ha ganado el título del año de megaproyectos turcos, con la construcción de un aeropuerto que promete ser el más grande del mundo; el túnel submarino más profundo del mundo, diseñado para unir las costas europeas y asiáticas de Estambul; el colosal Puente de Osmangazi; y el canal paralelo que pretende ser el segundo Bósforo.
En agosto, durante la inauguración de otro impresionante puente que atraviesa el Bósforo —el puente de $3.000 millones de dólares Yavuz Sultan Selim— Erdogan citó a un turco diciendo: “cuando un burro muere, queda su montura; cuando un hombre muere, quedan sus obras. Seremos recordados por esto”.
En un tono similar, un comercial estatal de televisión animó al país: “Enorgullécete de tu poder, Turquía”.
Mezquitas magníficas
La joya de los proyectos de construcción es sin duda la casa de oración más grande que Turquía haya tenido: una mezquita del tamaño de un estadio con capacidad para 37.500 personas.
La mezquita más grande hasta ahora, construida por Solimán el Magnífico (quien se reconoce como el mayor de los sultanes), tiene cuatro minaretes; pero la de Erdogan, construida al estilo clásico otomano, la hace parecer enana con sus seis minaretes que pueden verse desde 30 km de distancia.
En 1945, había 20.000 mezquitas en Turquía; en 2016, hay 86.000. El número sigue aumentando desproporcionalmente a la población, especialmente en ciudades que antes eran seculares; pero el programa de construcción de mezquitas no termina ahí. Erdogan está construyendo y financiando más de 30 proyectos de mezquitas multimillonarias a lo largo de los cinco continentes —desde Maryland hasta Ámsterdam y Moscú.
Ambiciones de revivir el Imperio Otomano
Los días de letargo y aislamiento de Turquía han terminado. Algunos de sus antiguos líderes —como el presidente Turgut Ozal, quien describió el siglo XXI como “el siglo de Turquía” y el primer ministro Suleyman Demirel, con su visión de un “mundo turco” desde el mar Adriático hasta la Gran Muralla China— ya habían expresado la ambición del país por convertirse una vez más en el centro del poder islámico en Medio Oriente.
El neo-otomanismo —la restauración del legado político y cultural otomano en los antiguos territorios del imperio en los Balcanes, el Medio Oriente y el Cáucaso— se ha convertido nuevamente en un movimiento de importancia.
Terror del turco
Un antiguo rezo católico del siglo XV decía: “Dios, sálvanos del diablo, el turco y el cometa”.
“Los europeos han visto a los turcos como foráneos por dos razones”, explica George Friedman, autor de Flashpoints: The Emerging Crisis in Europe [Detonantes: la crisis emergente en Europa]. “Primero, eran más musulmanes que cristianos y por lo tanto no del todo europeos. Segundo, fue el Imperio Otomano el que destruyó Bizancio, territorio sucesor del Imperio Romano de Oriente fundado por Constantino” (p. 224).
Los gobernantes otomanos fueron los abanderados del Islam por casi 850 años, y llegaron a controlar África del Norte, la Cuenca del Nilo, el Mar Rojo, y el territorio al occidente de Persia, adentrándose también en el centro de Europa. Por algo Solimán el Magnífico dijo una vez “Yo… soy el Sultán de Sultanes, el Soberano de Soberanos… la sombra de Dios en la Tierra”.
Desde el ascenso del Imperio Otomano en el siglo XIII, el enfoque de los líderes turcos estuvo principalmente en el norte, hacia Europa —fuente de la riqueza y las rutas lucrativas de comercio. Pero luego de su caída en Viena (1683), el imperio entró en recesión durante dos siglos convirtiéndose en “el enfermo de Europa”, y la Primera Guerra Mundial fue fatal. Sólo quedó la antigua región central de Anatolia como república secular turca.
Turquía mira hacia el occidente
Luego de la Primera Guerra Mundial, un héroe militar llamado Mustafa Kemal lideró una revolución en Turquía. Kemal, después conocido como Ataturk (“Padre de los turcos”), puso fin al califato islámico en 1924 y llevó al país pataleando y gritando al siglo XX.
A medida que nos acercamos a los tiempos del fin, la Biblia dice que Medio Oriente volverá a convertirse en el centro de impresionantes conflictos regionales y globales, liderados por ejércitos que llevarán los estandartes de la medialuna y la cruz.
Inspirándose en un modelo más europeo que islámico, Kemal estableció un nuevo estado secular con su propio ejército moderno, códigos legales de occidente y un calendario gregoriano. También vetó las cortes religiosas e instituciones públicas islámicas, prohibió el tradicional fez, remplazó la escritura arábica por el alfabeto latino, y le dio el derecho de votar a las mujeres mucho antes de que lo hiciera Francia o Italia.
El ejército —que tras el último golpe fue purgado del 40 por ciento de sus oficiales superiores— se convirtió en guardián de la democracia secular, derrocando en cuatro ocasiones al gobierno elegido, ya sea por corrupción o por considerarse una amenaza a la democracia. En las memorables palabras de Çevik Bir, uno de los líderes del golpe de 1997, “En Turquía tenemos un matrimonio entre el Islam y la democracia… el hijo de ese matrimonio es el secularismo. Ese hijo se enferma de vez en cuando, y las Fuerzas Armadas turcas son el doctor que lo salva”.
Durante la década de los 90, la relativa estabilidad de “la estrella del Islam” (como The Economist apoda a Turquía) se consideró un ejemplo de cómo los países de Medio Oriente, aparte de Israel, podían acoger la democracia e impulsar su economía.
Aceptación de la OTAN y rechazo de la UE
Al verse rodeada de una creciente inestabilidad, Turquía se unió a la OTAN en 1952 y se instauró así como parte de la custodia de Europa. Algo que jugó un papel crucial en esto fueron las armas nucleares tácticas que Estados Unidos tiene en la base aérea de Incirlik en ese país.
Sin embargo, aunque una pequeña parte de Turquía (menos del cinco por ciento) está físicamente en Europa, sus vecinos nunca lo han reconocido como un país europeo, y tal parece que nunca será un miembro integral de la UE.
Si Turquía se convirtiera en miembro integral de la UE, las implicaciones afectarían el panorama político y religioso de toda Europa. La población musulmana de la UE prácticamente se duplicaría y Turquía se convertiría en el país número tres de la UE dada su fuerza económica, su población y su fuerza militar (más grande que la de Francia e Inglaterra). Además, la admisión de Turquía en la UE le abriría la puerta a casi 80 millones de turcos, por lo que probablemente esto nunca ocurra.
“El rechazo”, escribe el estratega Robert Kaplan, “sacudió la política del cuerpo turco. Y lo que es más importante, se sumó a otras tendencias sociales que ya apuntaban hacia un importante cambio en la historia y geografía del país” (p. 290).
Este hecho, según Kaplan, dio inicio a “un giro dramático en el péndulo político y cultural de Turquía, desde el occidente hacia Medio Oriente, literalmente por primera vez en siglos” (p. 293).
El culto del hombre fuerte
Uno de esos giros ha sido el ascenso de un político que según la revista Spectator es “el hombre más poderoso de Europa”: Recep Tayyip Erdogan. Ningún otro líder desde los días de Ataturk, ha dominado el país por tanto tiempo. Para sus seguidores, Erdogan es un líder que le ha dado a Turquía años de crecimiento económico; pero para sus críticos, es un gobernante autócrata e intolerante que ha depuesto el antiguo régimen secular acallando violentamente a todo el que se le oponga.
Erdogan se convirtió en alcalde de Estambul en 1994, y como representante del Partido del Bienestar pro islamista, estuvo preso durante cuatro meses en 1999 por incitación religiosa. En 2002, sin embargo, su Partido de la Justicia y el Desarrollo fue elegido para poner fin a la historia moderna secular de Turquía y devolverle al país su pasado otomano.
Como se ha hecho evidente, Erdogan sueña con transformar a Turquía de una forma en que Solimán el Magnífico (1494-1566) hubiera admirado. Prueba de esto es que Turquía ha estado expandiendo su huella militar en Medio Oriente (específicamente en Qatar, Irak y Siria), donde el poder literalmente se obtiene a punta de pistola.
Encrucijada profética
Gran parte de la profecía bíblica está enfocada en Medio Oriente y Europa. A medida que nos acercamos a los tiempos del fin, la Biblia dice que Medio Oriente volverá a convertirse en el centro de impresionantes conflictos regionales y globales, liderados por ejércitos que llevarán los estandartes de la medialuna y la cruz.
El libro de Daniel nos habla de un “rey del sur” —probablemente un califato islámico— que saldrá de Medio Oriente para atacar al “rey del norte” —la última resurrección del Sacro Imperio Romano de Europa (Daniel 11:40-41). Pero luego este líder del norte contraatacará rápidamente y de paso entrará a la “Tierra Santa” (Israel).
El papel que Turquía —con su creciente islamización y confianza— tendrá en la profecía aún está por verse. Pero no cabe duda de que su estratégica posición como punto de encuentro entre regiones hará que ocupe un lugar en el inevitable remolino de eventos que ocurrirá en el tiempo del fin.