Cómo debemos pedirle perdón a Dios

Todos necesitamos ser perdonados, ¿pero cómo podemos lograrlo? ¿Qué nos dice la Biblia acerca de pedirle a Dios que nos perdone? ¿Cómo debemos hacerlo? ¿Qué pasos debemos seguir?

Jesús proporcionó un modelo de oración, no como un cántico para recitar sin sentido, sino como una guía.

Cristo nos dice que oremos al Padre: “Perdona nuestras deudas” (Mateo 6:12). Deberíamos tomar sus palabras en serio y pensar detenidamente cómo podemos hacer esto.

Jesús esperaba que sus discípulos pidieran perdón con regularidad. Sin embargo, muchos de nosotros probablemente no lo hacemos tan a menudo como deberíamos, y podemos estar seguros de que no es porque no necesitemos el perdón. Como dijo Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8).

Pero, ¿cómo debemos pedirle perdón a Dios? ¿Hay alguna forma de estar seguros de que Dios sí va a escuchar nuestras oraciones pidiéndole perdón?

Esta publicación de nuestro blog plantea cuatro cosas que debemos hacer cuando le pedimos perdón a Dios.

1. Ver el pecado como Dios lo ve

Muchas personas intentarían hacernos creer que “pecado” es un concepto arcaico inventado años atrás para intimidar y subyugar personas bienintencionadas. Pero, ¿es realmente el pecado una reliquia del pasado? ¿Ttiene alguna relación con nuestro mundo actual moderno e iluminado?

¿Qué es el pecado?

Los Diez Mandamientos definen lo que es el pecado. Para poder ver el pecado como Dios lo ve, debemos comprender sus mandamientos.

Juan nos da una definición básica: “pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). La ley de Dios está resumida en los Diez Mandamientos.

Cuando se obedece la ley, abundan las bendiciones. Pero cuando se quebranta —intencionadamente o no— vienen las maldiciones, que dañan y causan estragos a todos los implicados. Si usted desea una lista detallada de las consecuencias y castigos por el l pecado, lo invitamos a leer Deuteronomio 28:15-68.

Pensemos en cualquier mal del mundo: un déspota cruel, un tiroteo en una escuela, un aborto, una relación adúltera, la adicción a las drogas y al alcohol, el flagelo de la guerra, la pobreza extrema, el hambre, la enfermedad o un error judicial. En la raíz de estos lamentables problemas está el pecado. El pecado es responsable de los males que aquejan a la humanidad: sufrimiento, miseria, dolor, desesperación y angustia. Todos ellos son consecuencia del pecado.

Teniendo en cuenta que nadie es inmune a la influencia omnipresente del pecado, cada ser humano ha sentido una de estas maldiciones de alguna manera u otra (Romanos 3:23). Y así como a usted le duele la idea de que alguien experimente cualquiera de los incidentes o condiciones anteriores, a Dios también le duele, y por partida doble, porque Él es nuestro Padre y Creador.

Génesis 6:6 nos recuerda que cuando Dios ve que el pecado causa estragos en la vida de las personas, le “duele en su corazón”.

El pecado es horrible por lo que nos hace a nosotros y a las personas que nos rodean. Y por encima de todo, el pecado es espantoso porque requirió la vida del Hijo de Dios, quien era inocente. Jesucristo fue crucificado para pagar por nuestros pecados.

Estos hechos deberían ayudarnos a tener una visión correcta de la miseria del pecado y por qué necesitamos el perdón de Dios para cubrirlo.

2. Humillarnos delante de Dios y reconocer que obramos mal

Una de las cosas más difíciles para el ser humano es reconocer que: “me equivoqué”. Pensemos en esto. Conflictos de diferentes indoles —desde los interpersonales hasta las guerras sangrientas— se generan porque las personas se rehúsan a admitir que se equivocaron.

Por la misma razón, pedir perdón no es tan fácil. Implica reconocer que uno se equivocó —que uno pecó.

¿Qué hace que admitir un error sea difícil y un fenómeno cada vez más escaso en el mundo? Es el resultado de nuestro orgullo profundamente arraigado. El orgullo es lo que hace que una persona sea arrogante y presumida. Es lo que le lleva a creer que no se ha hecho nada malo, que no tenemos que rendirle cuentas a nadie y que no tenemos por qué pedir perdón. El orgullo representa la amenaza más peligrosa para la salvación de una persona.

Lo contrario del orgullo es la humildad. Eso es lo que Dios quiere.

La humildad es el antídoto contra el orgullo. Se da cuando reconocemos nuestra falibilidad, nuestras debilidades y nuestra dependencia de Dios. Cuando nos acercamos a Dios con humildad, Él está deseoso de escuchar y responder a nuestras oraciones.

La humildad es el antídoto contra el orgullo. Se da cuando reconocemos nuestra falibilidad, nuestras debilidades y nuestra dependencia de Dios. Cuando nos acercamos a Dios con humildad, Él está deseoso de escuchar y responder a nuestras oraciones.

Veamos lo que escribió el apóstol Pedro: “revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5, énfasis añadido).

Analicemos la historia del rey Manasés. Fue un rey extremadamente malvado que gobernó Judá durante 55 años (2 Crónicas 33:1-2). Sumió a la nación en la depravación moral y desvió el curso del pueblo de tal manera que de esto nunca se recuperó del todo (Jeremías 15:4). A causa de sus pecados, Dios permitió que Manasés fuera llevado encadenado a Babilonia.

Durante su cautiverio, Manasés empezó a ver quién era y lo que había hecho. Asumió la realidad de su propio castigo. Se hizo totalmente responsable de sus actos y se encomendó a la misericordia de Dios. La Biblia dice lo siguiente: “Mas luego que fue puesto en angustias, oró al Eterno su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (2 Crónicas 33:12-13, énfasis añadido).

No “por obligación” o “a medias”, sino que Manasés se humilló en gran manera.

Observemos el resultado: “Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino” (v. 13).

Su historia no habría acabado como acabó, si en vez de esto hubiera seguido en su terquedad.

Dios escuchó su oración debido a su humildad.

El orgullo y la humildad son actitudes opuestas: una conduce a la muerte y la otra a la vida.

3. Confesar nuestros pecados a Dios en oración

La idea de confesar no es ninguna novedad. Un acusado puede confesar un delito a un juez; un niño puede confesar una mentira a sus padres; un cónyuge puede confesar una relación adúltera.

Cuando una persona admite haber cometido una falta o un error, decimos que ha confesado.

Pero si una confesión se limita a admitir la culpa, no es suficiente, especialmente si la motivación es errónea. Por ejemplo, muchas personas se “confiesan” consigo mismas o con otros simplemente porque los expertos seculares les dicen que haciéndolo liberarán emociones reprimidas y mejorarán su salud en general. Se confiesan porque de manera egoísta quieren un beneficio, pero tienen poca consideración por cualquier otra cosa que no sea lo que un acto de confesión puede hacer por ellos.

¿Quiere Dios que sólo pronunciemos algunas palabras sinceras acerca de nosotros mismos para evitar un obstáculo psicológico? Él quiere que confesemos nuestros pecados con un deseo genuino de reparar el daño que le hemos hecha a nuestra relación con Él. Quiere una confesión profunda.

Dios quiere que confesemos nuestros pecados con un deseo genuino de reparar el daño que hemos ocasionado en nuestra relación con Él. Quiere una confesión profunda. La motivación que mencionábamos en el párrafo anterior es algo egoísta.

Tenemos que estar muy atentos a este tipo de cosas. Si nos confesamos sólo porque queremos aliviar la carga de la culpa y sentirnos un poco mejor, entonces estamos en grave peligro espiritual. Dios no le va a conceder el perdón a nadie con esa motivación.

¿Quiere Dios que sólo pronunciemos algunas palabras sinceras acerca de nosotros mismos para evitar un obstáculo psicológico? Él quiere que confesemos nuestros pecados con un deseo genuino de reparar el daño que le hemos hecha a nuestra relación con Él. Quiere una confesión profunda.

Un proverbio resume el tipo de confesión que Dios honra: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13, énfasis añadido).

“Confesar y apartarse” es lo que Dios busca en nuestras oraciones; en eso consiste el verdadero arrepentimiento. Reconocer el pecado es sólo una parte del proceso de arrepentimiento. La otra parte es una determinación férrea de dejar atrás los pecados y no repetirlos.

Observemos cómo el rey David nos dio un ejemplo muy conmovedor de en que consiste la verdadera confesión; cuando oró a Dios después de su adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías. “Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmo 51:3-4).

David estaba emocionalmente destrozado por lo que había hecho. Pero su oración fue más allá.

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí”, dijo (v. 10). En otras palabras, quiero hacer borrón y cuenta nueva; tengo la intención de cambiar; quiero cambiar; por favor, ayúdame a cambiar.

¿Y David mantuvo su palabra después de esto?

Toda la vida de David se resume en 1 Reyes 15:5: “por cuanto David había hecho lo recto ante los ojos del Eterno, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo” (énfasis añadido).

Qué comentario tan maravilloso que da fe de la profundidad de la confesión de David. No tenemos ningún registro bíblico de que David hubiera recaido y volviera a cometer el pecado del cual se arrepintió. En todos los sentidos, David confesó y se apartó. Dios quiere que cada uno de nosotros haga lo mismo.

Si usted desea más información acerca de este tema, lo invitamos a leer “¿Qué significa confesar nuestros pecados?”.

4. Confiar en el perdón y la misericordia de Dios

Teniendo en cuenta que Dios es el gran dador de la ley, sólo Él puede perdonarnos cuando pecamos. Él es quien puede borrar nuestros pecados. Esto tiene que quedar muy claro: Nadie más en el universo, nadie excepto Dios, puede conceder el perdón. Podemos recibir el perdón sólo por medio de la sangre derramada de Jesucristo, que era Dios en la carne.

Sí, Dios es el Juez supremo de la justicia —pero la misericordia es también uno de sus atributos. Es justo y perdonador.

Para nuestro consuelo e inspiración, Dios inspiró la Biblia para que estuviera rebosante de expresiones acerca de su compasión. David nos recuerda: “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen” (Salmos 103:11).

Unos versículos más adelante vuelve a decir: “Mas la misericordia del Eterno es desde la eternidad...” (v. 17).

Y Santiago, aquél que creció junto al Hijo de Dios, dijo acerca de su hermanastro mayor: “el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11).

Que esta publicación de nuestro blog nos anime mientras le pedimos perdón a Dios en nuestra vida.

Acerca del autor

Kendrick Diaz

Kendrick Diaz

Kendrick Diaz se graduó de Foundation Institute y es miembro de la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial. Nació y creció en Los Ángeles, California.

Encontró su pasión por la enseñanza y la escritura mientras estaba en la escuela secundaria y finalmente obtuvo una licenciatura en Inglés y una maestría en educación en la Universidad de California, Riverside. Le gusta enseñar Inglés, pero su tema favorito para enseñar es la Biblia. Se complace en esforzarse por transmitir las verdades bíblicas de una manera sencilla y fácil de entender.

Sus pasatiempos favoritos sonn ir al gimnasio, jugar baloncesto, leer, escalar rocas y tener conversaciones profundas junto a una hoguera.

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