Daniel 6: Daniel en el foso de los leones

La famosa historia bíblica de Daniel y el foso de los leones es más que un simple relato de la liberación de Dios. También muestra que nadie es rival para el verdadero Dios.

La angustia obvia del rey contrastaba con el regocijo apenas oculto de sus funcionarios de confianza. Siguiendo el consejo de estos hombres, el rey Darío había emitido precipitadamente un decreto que prohibía a cualquiera hacer peticiones a “cualquier dios u hombre durante treinta días” (Daniel 6:6-9) excepto a él. La pena por la desobediencia iba a ser una muerte horripilante en un foso con leones hambrientos. Y ahora Daniel, su oficial más talentoso, había sido acusado de violar flagrantemente esta ley irrevocable.

La lectura del sexto capítulo de Daniel deja a los que están estudiando la Biblia con una imagen vívida de un rey impetuoso manipulado por consejeros para destruir a un hombre de Dios. A medida que avanzamos en la historia, primero vemos la envidia de los consejeros del rey, luego la insensatez del rey, seguido por el peligro para Daniel y la angustia del rey. Finalmente, vemos cómo Dios libera a Daniel y su juicio sobre los adversarios de Daniel.

La mayoría de la gente en el mundo occidental tiene una familiaridad pasajera con esta historia, una perenne favorita en las colecciones de historias bíblicas enseñadas a los niños. Sin embargo, la mayoría de la gente no comprende completamente el significado de esta confrontación entre uno de los siervos amados de Dios (Daniel 9:23) y sus enemigos.

Dilema espiritual

El primer paso para entender la historia es llegar a apreciar el contexto histórico y cultural del conflicto. Daniel y muchos de sus compañeros judíos ya no vivían en la Tierra Prometida, sino en Babilonia. El Imperio Babilónico había aplastado a todos sus enemigos, incluyendo al faraón egipcio Necao II en Karkemish en el año 605 a.C. Esta determinante batalla abrió la puerta al dominio babilónico sobre Judá. Probablemente siendo un adolescente, Daniel fue uno de los primeros residentes de Jerusalén en ser deportado a Babilonia.

Vivir en la Tierra Prometida había sido un elemento esencial del pacto entre los hijos de Israel y su Dios. La tierra misma era más que un hogar, más que un regalo de Dios. Era un símbolo de su poder y autoridad. Cuando Babilonia llevó a los judíos en cautiverio, algunos de ellos bien pudieron haber quedado en estado en shock porque su Dios no había prevalecido. El Dios que separó las aguas del Mar Rojo, usando esas mismas aguas para ahogar el orgullo del poder egipcio, no había liberado a Jerusalén de los ejércitos de Nabucodonosor. ¿Cómo puede ser eso?

Por supuesto, los profetas de Israel y de Judá habían advertido que Dios retiraría su protección de su pueblo si continuaban ignorando sus leyes. Anteriormente en su historia como con Moisés, la advertencia había estado frente a la nación (Deuteronomio 28). Sin embargo, los hijos de Israel persistieron obstinadamente en sus pecados. El pueblo de Judá fue tomado en cautiverio no porque Dios fuera más débil ante los ejércitos de Babilonia, sino por sus pecados.

Vivir en el exilio

Los asuntos del exilio son una parte fundamental del libro de Daniel, como lo señala Gleason Archer (The Expositor's Bible Commentary, 1985, Vol. 7, p. 4) [Comentario bíblico del expositor]: “En efecto, era esencial para él [Dios] probar por medio de sus actos milagrosos que había permitido a su pueblo ser llevado cautivo en el año 587 a.C., no por debilidad, sino más bien para mantener su integridad como un Dios santo, que cumple las promesas de su pacto tanto para bien como para mal, de acuerdo con la respuesta de su pueblo. Así que toda la narración de Daniel relata una serie de concursos entre los falsos dioses de la invención humana y el único y verdadero Señor soberano y Creador del cielo y de la tierra” (énfasis añadido).

Dios es santo y justo, y no se burlará de Él (Gálatas 6:7). Él no permite que la continua transgresión de la ley perdure para siempre. Eventualmente, la rebelión contra Dios trae consecuencias. Pero incluso para los judíos que entendieron, el exilio trajo consigo preguntas. ¿Cómo podrían servir a Dios sin un templo? ¿Cómo podrían ser el pueblo del pacto estando apartados de la Tierra Prometida?

El libro de Daniel revela las respuestas a través de los ejemplos positivos de Daniel y sus compañeros, Sadrac, Mesac y Abed-nego. En una serie de pruebas de su fe, permanecieron leales al verdadero Dios.

Vemos el primer desafío en el primer capítulo. Daniel y sus amigos se negaron a comer y beber cualquier cosa que los contaminara (Daniel 1:8, 11-12). Los alimentos que se les dio inicialmente para comer pueden haber sido impuros o llenos de grasa, haciéndolos inadecuados para alguien que obedece las leyes de Dios (Levítico 11; Deuteronomio 14; Levítico 7:23). Daniel y sus amigos prevalecieron por el favor de Dios. Otros desafíos que siguieron incluyen la interpretación de los sueños (capítulos 2 y 4), la estatua de oro y el horno de fuego (capítulo 3) y la escritura en la pared (capítulo 5).

En cada caso, los siervos de Dios prevalecieron sobre reyes, adoradores de ídolos y magos. Y eso nos lleva al capítulo 6. (Los relatos en este libro de hombres que disputan la superioridad de Dios aquí concluyen con Daniel siendo arrojado en el foso de los leones. A diferencia de los relatos de la primera mitad de Daniel, los capítulos 7 al 12 contienen visiones y profecías.)

Conspiración de los malvados

Daniel ya había servido de una forma sobresaliente en las administraciones de los reyes babilónicos Nabucodonosor (capítulos 1-4) y Belsasar (capítulo 5) cuando el Imperio Medo-Persa conquistó Babilonia. En el capítulo 6, Daniel ahora comienza a servir al rey Darío, un líder que algunos historiadores creen que había servido previamente como uno de los generales de Ciro, el emperador persa.

Como virrey de Ciro, Darío solicitó la ayuda de los nobles babilonios para gobernar el territorio conquistado. Ciro era conocido por crear un imperio que aprovechaba los talentos de la gente subyugada. Los sátrapas, o gobernadores, gobernaban las provincias con una gran autonomía en este sobresaliente sistema.

En este momento de su vida (539 a.C.), Daniel era un prominente anciano estadista de casi 80 años de edad. Darío lo llamó para que fuera uno de los tres gobernadores sobre los sátrapas. Sin embargo, debido a la habilidad e integridad de Daniel, Darío decidió promoverlo a una posición superior a los otros gobernadores (Daniel 6:3).

Puede haber sido este plan el que puso en marcha los eventos del capítulo 6. La envidia fue sin duda una de las principales motivaciones del complot para deshonrar o destruir a Daniel, pero es igualmente probable que la honestidad de Daniel impidiera que estos hombres obtuvieran ingresos ilícitos a través del soborno, el fraude y la apropiación indebida de fondos. Para crédito de Daniel, sus enemigos no podían encontrar ninguna culpa que lo desacreditara.

Habían observado, sin embargo, la dedicación inquebrantable de Daniel a Dios. Planearon manipular las circunstancias de tal manera que la dedicación de Daniel pareciera deslealtad al rey. Estos gobernadores y consejeros se acercaron entonces a Darío (v. 6).

Significativamente, este capítulo establece una prueba de fe basada en la oración misma. Debemos tener fe para creer que Dios escucha nuestras oraciones y que nos responde (Hebreos 11:1, 6). En el caso de Daniel, sin embargo, el mismo acto de arrodillarse ante Dios fue una prueba de su fe.Entender la atmósfera en la corte real ayuda a explicar la decisión precipitada del rey. Estos hombres no se limitaron a pedir al rey con calma como funcionarios del gobierno. Lograron crear un aura de urgencia a través de la emoción, quizás sugiriendo la posibilidad de deslealtad entre la gente recién conquistada de Babilonia. ¿Qué podría tener más sentido que una prueba de lealtad al rey hecha a mano como una prohibición de las peticiones a cualquier otro hombre o dios?

La oración de Daniel

Significativamente, este capítulo establece una prueba de fe basada en la oración misma. Debemos tener fe para creer que Dios escucha nuestras oraciones y que nos responde (Hebreos 11:1, 6). En el caso de Daniel, sin embargo, el mismo acto de arrodillarse ante Dios fue una prueba de su fe.

El versículo 10 de Daniel 6 nos dice que, “cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado,” se arrodilló y oró como siempre lo había hecho. Daniel conocía el tipo de hombres que compartían la autoridad gubernamental con él. Sabía que estarían vigilando. Sabía que habían tendido una trampa. ¡Pero Daniel también conocía al Dios al que servía!

Este versículo también señala otro aspecto importante de la oración de Daniel: oró hacia Jerusalén. Orar hacia el templo de Jerusalén había sido durante mucho tiempo costumbre entre el pueblo de Dios (Salmo 5:7), pero Daniel pudo haber tenido más en mente. Aunque estaba cautivo en el exilio en Babilonia, sin duda estaba bastante familiarizado con la oración de Salomón en la dedicación del templo cuatro siglos antes.

Salomón había anticipado un tiempo en el que el pueblo de Dios podría ser llevado cautivo, así que pidió específicamente que Dios los mirara con misericordia cuando se arrepintieran, orando hacia el templo (1 Reyes 8:46-53). Dios se le apareció más tarde a Salomón, diciéndole que había escuchado su oración (1 Reyes 9:3).

El acto crucial de fe en el capítulo 6, sin embargo, es la oración. Daniel ora hacia Jerusalén, una ciudad arrasada por los babilonios, y ora hacia un templo que ya no está en pie. Las acciones de Daniel muestran claramente que no era la Tierra Prometida, ni la ciudad de Jerusalén, ni siquiera la existencia de un templo de Dios lo que era vital para la fe de Israel. Su oración demuestra que lo que realmente importa es la dedicación incondicional a Dios mismo. ¡Ese es el núcleo de la fe real, y una respuesta adecuada a los enemigos que desafían al verdadero Dios y persiguen a su pueblo!

¿La palabra inmutable de quién?

Uno de los elementos más importantes de la historia es la ley de los medos y persas. Tres veces en el capítulo leemos que esta ley, una vez promulgada, no podía ser cambiada (vv. 8, 12, 15). Incluso el rey no podía cambiar sus propias leyes. Lo que leemos en el capítulo 6 es diferente de los cinco capítulos anteriores. Nabucodonosor y Belsasar eran reyes babilónicos, no persas. Como tales, estaban libres de tales restricciones.

Esta disposición puede parecer extraña a los lectores modernos, pero había razones válidas y prácticas para que los medos y los persas adoptaran tal actitud hacia la ley. Primero, la incapacidad de cambiar una ley después de promulgarla impulsaría al rey a ser más cauto al considerar la legislación antes de promulgarla. En segundo lugar, el marco jurídico de la sociedad sería más estable.

Sin embargo, tal vez la razón que es más relevante para Daniel 6, es una que tiene que ver más con la manipulación de las leyes para lograr el propósito personal que un gobierno estable. Los enemigos de Daniel usaron este concepto establecido de la ley persa para atrapar a Daniel y superar tácticamente al rey, quien en realidad estaba encariñado con Daniel y quería salvarlo (Daniel 6:14-15).

Aunque el rey se vio obligado a hacer que Daniel fuera arrojado al foso de los leones, Dios le perdonó milagrosamente la vida a Daniel. Como Daniel dijera al rey a la mañana siguiente: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo” (v. 22).

Los enemigos de Daniel no prevalecieron contra este siervo de Dios. También debemos notar que sólo el verdadero Dios tiene leyes, propósitos y promesas inmutables: “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).

Para saber más acerca del plan de Dios para la humanidad —un plan que ciertamente se está llevando a cabo tal como Dios lo ha prometido— vea los artículos en la sección “Plan de Salvación”.

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