Jesucristo advierte a sus seguidores acerca del peligro de tener una mentalidad incorrecta. ¿Cuál es esa mentalidad y cómo podemos evitarla?

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¿Alguna vez ha tenido un problema bueno?
En cierta ocasión, Cristo relató una historia acerca de un hombre que lo tuvo: “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?” (Lucas 12:16-17).
Imaginémonos la situación: una cosecha tan abundante que su única preocupación es dónde almacenarlo todo. Montañas de productos por todos lados; tanta abundancia que no sabe qué hacer. Obviamente, ésta no es la clase de problema por la que perderíamos el sueño, pero aún así es un problema que requiere de una solución logística.
Así que el hombre rico comenzó a planificar.
“Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes”.
Esto parece un plan práctico, simplemente un hombre resolviendo un problema de almacenamiento. Pero algo más profundo y más oscuro estaba ocurriendo en su interior, como muestra el siguiente versículo:
“...y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (vv. 18-19).
El hombre esperaba que su riqueza le proveyera en los años futuros. Pero estaba poniendo su confianza en el lugar equivocado.
Prioridades desordenadas y éxito falso
Quiero aclarar que, hacer planes no es un pecado; es algo sabio. Prepararnos para enfrentar las circunstancias cambiantes de la vida y evitar dolores de cabeza cuando sea posible no se opone para nada a las enseñanzas de la Biblia. Tenemos la libertad, e incluso la responsabilidad, de planificar y pensar en nuestro futuro físico.
El problema —la verdadera tragedia— ocurre cuando ése es el único futuro que nos interesa.
Fue ahí donde el hombre rico se equivocó. Cuando la vida le trajo abundancia, lo único que él vio fue una oportunidad para la autoindulgencia: comer, beber y divertirse. Pensó que no había nada más que hacer, que tenía la libertad de relajarse y disfrutar de la vida sin preocuparse por lo que pudiera venir después.
Sin embargo, justo cuando pensó que finalmente iba a aprovechar su magnífico éxito, la realidad lo golpeó con fuerza y rapidez.
“Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (v. 20).
La ilusión se derrumbó en segundos. Todos sus planes —lo que iba a hacer, cómo se iba a sentir, cómo se vería su vida física— ya no tenían ninguna importancia. Aquello por lo que había trabajado y para lo que se estaba preparando no significaba nada. Ni siquiera viviría para ver la mañana siguiente.
La conclusión de esta parábola nos invita a reflexionar. Y mientras lo hacemos, Cristo vuelve a resaltar el punto con una profunda advertencia:
“Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (v. 21).
La inversión equivocada
Como seguidores de Jesucristo, deberíamos analizar con profundidad la pregunta que Dios le hizo al hombre rico: “lo que has provisto, ¿de quién será?”.
Es fácil leer estos versículos como una simple advertencia contra la avaricia, pero el punto principal es otro. La pregunta de Dios apunta a algo más profundo —nos desafía a reflexionar acerca de la dirección y la verdadera motivación de nuestra vida.
Para algunos, su motivación es tener la casa de sus sueños; para otros, aumentar su cuenta de retiro; mientras otros buscan influencia y fama. Todos tenemos ambiciones que compiten por nuestro tiempo y energía.
¿Cuál es su mayor proyecto? ¿Se trata de una inversión que al final valdrá la pena?
Un ejemplo vívido de cuán fútil es enfocarnos en lo material son los antiguos faraones, quienes eran enterrados con toda clase de tesoros y cosas preciosas. Ellos estaban convencidos de que todo eso los seguiría a la vida próxima, pero cada pieza brillante permaneció en este mundo cuando sus cuerpos inertes fueron embalsamados.
Sus grandiosos monumentos se deterioraron; y sus legados, por impresionantes que hayan sido, no tendrán ninguna relevancia en su futuro eterno.
Salomón eventualmente entendió esto, aunque mucho más tarde de lo debido.
Meditando acerca de sus propios logros como el hombre más sabio y rico de Israel, escribió: “Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo del sol, el cual tendré que dejar a otro que vendrá después de mí. Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría? Esto también es vanidad” (Eclesiastés 2:18-19).
El mensaje de la parábola es claro: nuestro objetivo principal no puede ser construir graneros más grandes; debe ser edificar nuestra relación con Dios.
Obviamente, éste no es un problema sólo de Salomón, los faraones o el personaje de la parábola de Cristo. Es una trampa que ha surgido una y otra vez a través de los siglos y las culturas. Mucha gente dedica toda su vida a cosas que son temporales y materiales sólo para descubrir (a menudo demasiado tarde) que es insustancial.
Y el resultado siempre es el mismo: una inversión con resultados insatisfactorios.
Afortunadamente, hay una alternativa.
Inversiones eternas
El rey David tuvo el enfoque correcto en su vida. En Salmos 39:6, dijo: “Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”.
La mentalidad de David era muy diferente a la del hombre rico. Él entendía que la vida es pasajera y que tratar de obtener más cosas no conduce a nada sustancial. Y no se quedó sólo en entender la realidad; usó ese conocimiento para cambiar su enfoque. Considere el versículo siguiente:
“Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti” (v. 7, énfasis añadido).
Ésa es la diferencia crucial. La vida física eventualmente termina y la riqueza puede decepcionarnos. Pero el salmista reconoció la inversión que realmente importa: una relación con Dios. Eso es lo que cuenta al final.
En lugar de dedicarse a perseguir cosas físicas como el hombre rico, David escogió poner su esperanza en algo mucho más relevante. Es como si ya hubiera escuchado lo que Cristo diría después: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:19-20; vea El sermón del Monte).
Todos sabemos que en esta vida las cosas naturalmente se deterioran, se debilitan y pierden su valor con el tiempo. Pero la realidad es que no todo se debilita. Algunas cosas tienen valor eterno.
Cristo no enumeró específicamente todas esas cosas en el Sermón del Monte, pero sí habló acerca de algunas de ellas: “[heredar] la vida eterna” (Mateo 19:27-29), entrar en su “gozo” (Mateo 25:21) y “[heredar] el reino” preparado “desde la fundación del mundo” (v. 34). Éstas son cuatro metas por las que vale la pena vivir.
¿Aún hay responsabilidades físicas que necesitamos atender? Por supuesto; el mundo físico no se detiene. Pero esas prioridades nunca deberían ser más importantes que nuestra meta de llegar a ser ricos para con Dios.
Dios quiere un corazón y una mente convertidos, discípulos fieles y obedientes para los cuales siempre sea más importante un futuro con Él, que cualquier cosa que les ofrezca el mundo físico.
Un hombre espiritualmente rico hace lo que el hombre físicamente rico no hizo: busca primero el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33).
Enfocarnos en lo que permanece
El mensaje de la parábola es claro: nuestro objetivo principal no puede ser construir graneros más grandes; debe ser edificar nuestra relación con Dios. No se estrese por tener más posesiones; elija desarrollar las cualidades que Dios quiere ver en sus hijos.
Dios no tiene nada en contra de los ricos. Tener mucho dinero no nos corrompe automáticamente. Y Jesús no estaba diciendo que sus seguidores deben vivir en pobreza extrema y abnegación. Ése no era el punto.
Cristo estaba advirtiendo acerca del peligro de permitir que nuestras metas físicas se conviertan en el centro de todo, el peligro de creer que en ellas está nuestra seguridad o que son la vara de medir de nuestro éxito.
Esta parábola nos recuerda por qué no es buena idea tener esta mentalidad. Sí, es bueno hacer planes para nuestro futuro físico, pero no a expensas de nuestra relación con Quien tiene la eternidad en sus manos.
Dios quiere que sus seguidores inviertan en las cosas que realmente permanecen.
“Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).