“Mami, ¡de verdad, de verdad quiero ese juguete nuevo! ¡Cómpramelo por favor!”
“Papá, soy el único de mi clase que no tiene un smartphone. ¿Por qué no puedo tener uno?”
“Vamos, mamá, realmente necesito una bici nueva. ¡No me hagas seguir usando la vieja!”
¿Suena familiar?
El síndrome del “dame”
Si usted tiene hijos, probablemente haya escuchado este tipo de peticiones antes. Yo sin duda las he escuchado. Mis hijos ahora están en sus veinte y saben estar conformes con lo que tienen, pero recuerdo muy bien haber tenido que lidiar con el síndrome del “dame” a medida que crecían. Siempre parecía haber algún comercial de televisión, vitrina o compañero de clase diciéndoles que necesitaban más, mejores o más juguetes nuevos, tecnología o equipo deportivo.
Enseñar a nuestros hijos a estar conformes con lo que tienen puede ser un desafío enorme, y ni se diga estar conformes nosotros mismos. Por naturaleza, parece que los seres humanos siempre queremos lo que no tenemos. Además, somos constantemente bombardeados por incontables mensajes publicitarios que aparecen en la televisión, la computadora y nuestros teléfonos, urgiéndonos a comprar la última moda, pantalones de diseñador, más computadoras y artefactos. Según los expertos en marketing digital, un estadounidense promedio está expuesto a entre 4.000 y 10.000 comerciales diariamente, los cuales fomentan actitudes de materialismo y descontento tanto en niños como en adultos.
Las redes sociales también tienen algo de culpa. Cuando nuestros amigos publican acerca de sus increíbles logros personales, sus lujosas vacaciones o sus familias y vidas aparentemente perfectas, puede que nos pongamos a pensar en lo todo lo que no tenemos o nos estamos perdiendo —aun si sabemos que las publicaciones muestran sólo una pequeña parte de lo que realmente pasa en las vidas de los demás.
Por supuesto, desear más u otra cosa no siempre es malo. Pero sí puede ser muy dañino cuando no somos capaces de sentirnos satisfechos sin “lo que nos falta”. La Biblia está llena de personas que fueron destruidas por la insatisfacción, la envidia o el descontento.
Al mismo tiempo, la Palabra de Dios también nos exhorta en varias ocasiones a tomar el camino contrario. Lucas 12:15 por ejemplo nos dice: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Hebreos 13:5: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora”. Y 1 Timoteo 6:6: “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”.
Cuando vivimos contentos con lo que tenemos nos sentimos satisfechos y en paz con nuestra situación o estatus actual. No necesitamos nada más para estar “completos”. El contentamiento es un estado mental interno que nos permite deleitarnos y gozarnos en lo que sea que Dios nos haya provisto.
Cómo enseñarles a estar satisfechos
¿Cuál es la mejor forma de enseñarles a nuestros hijos a estar satisfechos? Esto en parte depende de su edad. Si sus hijos son preescolares, puede enfocarse en frenar sus “dame, dame” y enseñarles a ser agradecidos por lo que tienen. A medida que van creciendo, también puede ayudarles a comprender que el contentamiento se trata de confiar en que Dios provee para nuestras necesidades y sabe lo que es mejor para nosotros.
Hay muchas formas de lograr este objetivo, pero estos son algunos de los métodos que a mí me funcionaron con mis hijos:
1. Practicar la gratitud.
El antídoto número uno para la inconformidad es la gratitud. Cuando sentía que mis hijos estaban demasiado enfocados en lo que no tenían o no podían tener, les pedía que nombraran todo por lo que se sentían agradecidos y, generalmente, lograba cambiar su enfoque. La gratitud es especialmente útil para cultivar el contentamiento porque nos hace recordar todas las formas en las que Dios nos bendice.
Algunos padres son muy proactivos en esto. Puede pedirles a sus hijos que comiencen un diario de gratitud donde anoten todo por lo que se sienten agradecidos y agreguen dos o tres ejemplos cada día. Luego, cuando sus hijos estén teniendo un mal día, pídales que lean sus diarios para recordar sus bendiciones.
Intente hacer de la gratitud parte de sus conversaciones cotidianas: “Estoy tan agradecido de tener un jardín”. “Deberíamos estar muy agradecidos de tener una casa con agua potable. Muchas familias en el mundo no la tienen”.
Enséñeles a sus hijos a apreciar la belleza que los rodea: el canto de las aves en los árboles, una llovizna suave, las flores en el jardín, una agradable brisa de verano. Esto los animará a enfocarse en lo positivo.
También pueden apartar momentos especiales del día para expresar su gratitud. Antes de orar por la mañana o la noche, pídales a sus hijos que piensen en tres bendiciones por las que pueden agradecerle a Dios. O al iniciar una cena, pídale a cada miembro de la familia que nombre al menos una cosa por la que está agradecido. Practique esto no sólo cuando todo vaya bien, sino también cuando sus hijos estén pasando por desilusiones. Desarrollar el hábito de reconocer sus bendiciones aún en los momentos difíciles puede enseñarles a sus hijos a ser agradecidos cualquiera que sea su situación.
2. Dar y servir juntos como familia.
Anime a sus hijos a usar su tiempo, talentos y recursos para ayudar a quienes lo necesitan (Romanos 12:3-13). Cuando servimos a los demás, desarrollamos una actitud de contentamiento porque dejamos de pensar en nuestras propias preocupaciones y deseos y nos enfocamos en las necesidades genuinas de otros.
Conozco a varias familias que hacen voluntariados en organizaciones de ayuda, por ejemplo. Una recolecta donaciones de comida enlatada para el banco de comida de su barrio. Otra hace una ruta de “comida sobre ruedas” para los necesitados cada semana. Y una tercera organiza una noche de juegos para un hogar de ancianos una vez al mes.
Una amiga incluso contactó a un hospital de su área para ver si sus hijas, de 10 y 12 años de edad en ese entonces, podían entregarles tarjetas de ánimo a los niños de la unidad pediátrica. Cuando le dieron el permiso, mi amiga y sus hijas pasaron un día entero haciendo las tarjetas y otra tarde entregándolas a los jóvenes pacientes —muchos de los cuales estaban gravemente enfermos.
“Antes de hacer esto, mis niñas estaban molestas por algunas cosas que pasaban en sus vidas. Pero luego, sólo estaban agradecidas por tener buena salud”, cuenta mi amiga.
Sin embargo, el servicio no tiene que ser necesariamente a través de una institución u organización formal. Cuando mis hijos eran pequeños, les enseñamos a estar atentos a quienes podrían necesitar ayuda y, cuando la ocasión se presentaba, ayudábamos juntos como familia. Esto podía traducirse en llevarle comida a un amigo enfermo, visitar a un anciano desvalido o limpiar el garaje de la vecina viuda cuando se llenaba de nieve. Cada vez que mis hijos ayudaban a alguien más, les era inevitable ver todo por lo que podían estar agradecidos.
3. Desincentivar las comparaciones.
Pase lo que pase, siempre habrá alguien que viva en una casa más grande, tenga ropa más bonita o sea más popular, talentoso o inteligente que nosotros. Si ve a sus hijos comparándose con sus pares y sintiéndose descontentos porque alguien los opaca, es momento de actuar. Hábleles acerca de los peligros de comparar nuestras vidas con las de otros.
Anime a sus hijos a estar felices por sus pares cuando los vean disfrutando de sus bendiciones y logros, y explíqueles por qué no deben sentirse menos por no tener exactamente las mismas cosas. Recuérdeles que Dios trabaja de forma diferente con cada persona y que todos tenemos talentos y fortalezas propias. Explíqueles que todo lo que tenemos viene de Dios y que Él nos da lo que necesitamos cuando lo necesitamos.
4. Limitar las influencias materialistas.
Cuando mis dos hijos eran pequeños, aprendí rápidamente que no era buena idea subirlos a su carreola e ir a “vitrinear” con ellos por el centro comercial. De pronto estaban rodeados de todo tipo de juguetes que querían tener a toda costa —juguetes que ni siquiera sabían que existían antes de nuestro paseo. Limitar su exposición a todas las cosas que vendían las tiendas me ayudó a mantener alejada la inconformidad.
Más tarde, cuando llegaron a la adolescencia y querían pasar una tarde dando vueltas en el centro comercial con sus amigos, yo trataba de persuadirlos hacia alguna actividad no materialista, como salir a caminar o jugar juegos de mesa —a no ser que fueran a comprar algo que realmente necesitaban.
Además, está también la influencia de la publicidad. Algunos padres optan por sólo dejar que sus hijos vean televisión sin comerciales o DVDs, y esto puede ser efectivo para reducir la cantidad de publicidad a la que son expuestos hasta cierto punto. Pero dado que la publicidad está por todos lados, nunca podremos proteger a nuestros niños por completo.
Una idea mejor sería enseñarles cuál es el verdadero objetivo de los publicistas: su negocio es vender productos y hacernos pensar que los “necesitamos”, aunque la mayoría del tiempo no sea verdad. Comente con ellos los comerciales que vean. Pregúnteles: “¿Realmente crees que esos zapatos te ayudarán a jugar mejor futbol?” “¿Crees que ese juguete sea tan bueno como se ve en el comercial?”
Los estudios han demostrado que cuando un padre hace comentarios evaluativos acerca de los comerciales a los que sus hijos están expuestos, el deseo de los niños por esos productos disminuye.
5. Sea un modelo de contentamiento.
Definitivamente, la manera más efectiva de inculcar contentamiento a nuestros hijos es desarrollar esta actitud nosotros mismos. Sus hijos observan su ejemplo. Si usted está satisfecho con lo que tiene, ellos probablemente también lo estarán. Pero si usted parece nunca estar contento con su vida, sus hijos también adoptarán esa actitud.
Todos deberíamos seguir el ejemplo del apóstol Pablo: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia” (Filipenses 4:11-12). Debemos aprender a confiar en Dios porque Él nos guía. No basta con orar por las situaciones y decisiones que enfrentamos. También debemos aprender a aceptar las respuestas que Dios nos da, aun cuando no son las que queríamos escuchar. Ésa es la esencia del contentamiento bíblico, y es el ejemplo que deberíamos dar a nuestros hijos.
Ninguno de nosotros lo hará a la perfección. Pero aun así, debemos esforzarnos por vivir de esta manera. No importa cuánto dinero tengamos, de qué tamaño sea nuestra casa o la clase de trabajo que hagamos, todos podemos y debemos enfocarnos en lo positivo, ser agradecidos y escoger el contentamiento. Cuando lo hagamos, estaremos enseñando a nuestros hijos a hacer lo mismo.