Criar hijos puede motivarnos a reflexionar más acerca de la forma en que Dios nos cría a nosotros.

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“¡Te amo, pequeño!”
Si le escribiera una nota con estas palabras a mi hijo de cuatro años, no significarían nada. No porque no sean verdad o porque no las diga en serio; tampoco porque él no las creería, sino simplemente porque mi hijo no sabe leer.
Reconocería las letras individuales. Podría decirme el nombre de cada una. Pero no sabría lo que todas esas letras, en esa combinación específica, significan.
¿Cómo podría saberlo? No ha aprendido a leer.
Aún.
En el umbral del entendimiento
La palabra escrita es una puerta a todo tipo de experiencias y conocimiento. Lo que leemos en las páginas de un libro puede llenarnos de curiosidad u horror. Puede inspirarnos, hacernos reflexionar, transportarnos a mundos que ya no existen (o que nunca existieron), brindarnos conocimiento y perspectiva, llevarnos en un viaje, prepararnos para intentar algo nuevo —todo esto y más.
Pero, si no sabemos leer —si no podemos unir las letras y descifrar su significado— esa puerta está cerrada para nosotros. Podemos tener un libro en nuestras manos, abrir las páginas y mirar su contenido y, aún así, ser completamente incapaces de extraer lo que hay adentro.
Mi hijo está en el umbral de todo eso, y aún no lo sabe. No puede saberlo, porque es algo que sólo se entiende a través de la experiencia.
Él entiende que las palabras existen y que se forman con letras, pero no hay forma de que entienda el vasto océano que le espera. Hasta ahora, ningún conjunto de letras ha cambiado su forma de pensar ni le ha enseñado algo nuevo, ni lo ha hecho reír o llorar.
Pero lo hará. Algún día, lo hará.
Éste no es un artículo acerca de crianza
Como regla general, no escribo artículos acerca de crianza. Mi esposa y yo aún estamos demasiado inmersos en eso con nuestros tres hijos, así que no me siento particularmente calificado para dar consejos.
¿Tenemos ideas y teorías acerca de crianza? Absolutamente.
¿Tenemos opiniones firmes? Claro que sí.
¿Hemos visto algunos frutos positivos a partir de las decisiones que hemos tomado? ¡Eso creemos!
¿Aún pasamos demasiado tiempo rascándonos la cabeza y sintiéndonos penosamente inadecuados para la tarea? Mil veces, sí.
Las opiniones firmes en realidad no valen mucho. Si la evidencia se demuestra con los resultados, digamos que aún nos falta mucho para llegar ahí.
Es por eso que éste no es un artículo acerca de crianza; es un artículo acerca de lo que he aprendido mientras intento criar a mis hijos.
Dios diseñó a la familia para que fuera un microcosmos espiritual de algo mucho mayor. Aprendemos a relacionarnos con Él como nuestro “Padre… que [está] en los cielos” (Mateo 6:9), lo cual implica que —para bien o para mal— nuestros padres humanos tienen un papel muy importante en nuestro entendimiento de Dios.
Pero también he descubierto que convertirme en padre ha cambiado la manera en que veo a Dios.
Dios no necesita adivinar
A medida que mis hijos crecen, encuentro oportunidad tras oportunidad para preguntarme cómo deben ser las cosas para Dios desde su lado de la relación.
Para empezar, he aprendido a apreciar mucho más el hecho de que nuestro “Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Hasta que Mary y yo iniciamos este viaje juntos, yo no entendía cuánto de la crianza humana se trata de adivinar. Adivinar haciendo lo mejor posible por incorporar los principios que encontramos en la Biblia, claro —pero adivinar de todas maneras.
Mientras intentamos guiar a nuestros hijos por el camino que deben seguir (Proverbios 22:6), son muchas las veces en que simplemente esperamos estar tomando las decisiones correctas y oramos para que así sea.
Pero Dios no tiene que adivinar.
Él sabe en cada circunstancia, en cada momento, sin dudar, qué es lo correcto para literalmente todos en la faz de la Tierra. Mi esposa y yo intentamos hacer malabares con tres hijos; Dios el Padre es capaz de darle toda su atención a ocho mil millones de personas sin vacilar.
Es más, tiene un plan para invitar a cada uno de ellos a su familia en el momento y de la manera correctos, “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Él sabe lo que cada uno de nosotros necesita, cuándo lo necesitamos y la mejor manera de proveerlo.
Nunca está distraído ni sobrepasado.
Me tomó sólo cinco minutos con mi primer hijo para darme cuenta de que yo estoy lejos de todas esas cosas. Y ahora, tras seis años de paternidad, me siento más impresionado que nunca por el Dios que puede hacerlo todo sin tener que adivinar jamás.
¿Cómo es saber lo que viene después?
Tal vez se esté preguntando qué tiene todo esto que ver con la incapacidad de mi hijo para leer.
Muy poco, querido lector, muy poco. Pero llegaré al punto.
Ver cómo mi hijo da los primeros pasos hacia la lectura me ha hecho reflexionar en algo más acerca de Dios:
¿Cómo será para Él vernos a nosotros aprender?
Los niños no nacen sabiendo el alfabeto. Es algo que deben aprender, letra por letra.
Mi esposa ha trabajado mucho para ayudar a nuestro hijo a reconocer esas letras por sus sonidos y formas. Y ahora esas letras están por convertirse en los ladrillos de algo mayor. Un día, las letras se unirán para formar palabras y esas palabras tendrán significados, y esos significados formarán pensamientos, ideas y conceptos, y su pequeño mundo se expandirá a algo más grande de lo que ahora puede imaginar.
Él no sabe todo lo que le espera, pero yo sí —y puedo ver con bastante claridad cómo llegará desde aquí hasta allá.
Vi como ocurrió con su hermana mayor y lo veré con su hermano menor, no sólo en la lectura, sino en todo.
Gatear conduce a caminar, y caminar a correr y saltar. El balbuceo se transforma en sílabas y las sílabas en palabras, oraciones y conversaciones. Reconocer letras lleva a reconocer palabras, y reconocer palabras a leer capítulos enteros de una sola vez. Aprender los números da lugar a las sumas y las multiplicaciones.
Cada uno de estos pasos es más que sólo conocimiento; es una nueva forma de entender la vida. A medida que cada uno de mis hijos sube estos escalones, me emociona pensar en cómo nuestra relación cambiará y se profundizará con los nuevos conceptos que les ofrecen nuevas maneras de interactuar con el mundo que los rodea.
Algún día, podré dejarle a mi hijo una nota que diga “¡Te amo, pequeño!” y él sabrá exactamente lo que significa.
Los pensamientos de Dios acerca de nosotros
Me pregunto qué tan a menudo Dios piensa eso de mí.
Me pregunto con cuánta frecuencia me mira y piensa en todas las cosas que aún no sé —todas las cosas que ni siquiera sé que no sé— y se imagina cómo las cosas cambiarán cuando las sepa; cómo nuestra relación cambiará cuando yo llegue a ese punto.
No puedo imaginarlo (¿cómo podría?), pero Dios sí. Así como veo a mis hijos y me emociona pensar en cómo el aprendizaje y el crecimiento transformará sus vidas, imagino que Dios me ve y siente una emoción similar. Y, otra vez, no sólo a mí, sino a los miles de millones de seres humanos que tienen el potencial de convertirse en parte de su familia eterna.
Dios tiene planes para nosotros —grandes planes— y, aunque sólo podemos ver ese futuro “por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12), podemos confiar en que nuestro Padre nos guía sabiamente hacia un futuro más increíble de lo que podemos entender.
Como les prometió a los cautivos de Babilonia miles de años atrás, “yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:11-13).
Somos como niños hojeando libros que aún no podemos leer, pero estamos aprendiendo.
¿No es eso emocionante?
Si desea descubrir más acerca de lo que Dios nos enseña “por espejo, oscuramente”, asegúrese de descargar nuestro Viaje de siete días acerca de “El plan de Dios”.