Es una de las grandes realidades de la vida: no escogemos a nuestros padres. Y aunque todos los padres humanos cometen errores, siempre podemos aprender cosas —buenas o malas— de ellos. Las circunstancias cambian y la tecnología avanza, pero aspectos de carácter tales como la honestidad, la compasión y la diligencia siguen siendo valores vigentes que deben enseñarse a las generaciones siguientes.
Cuando se trata de padres, yo soy afortunado. Tuve dos padres amorosos, que temían a Dios y me enseñaron a mí y a mis hermanos las cosas básicas de la vida y los valores espirituales que nos sostendrían a través de los altibajos que son parte de la vida de cada persona.
Aunque mi padre ya falleció y mi madre está en la edad dorada, lo que ellos me enseñaron moldeó mi vida, la vida de mis hijos y espero que también la de mis nietos, para algo mejor. Si bien no puedo documentar todo lo que ellos hicieron y cómo me enseñaron, les daré tres lecciones fundamentales:
Autoridad amorosa
¿Cuántas veces ha escuchado una y otra vez a un padre decirle a su hijo: ¡“tienes que hacerlo porque yo lo digo”!? Si bien hay ocasiones en las que un padre tiene que insistir en un curso definido de acción para su hijo o hija, no me acuerdo de que mis padres alguna vez usaran esta frase.
Lo que yo me acuerdo es que ellos me decían: “hacemos esto porque…”, “necesitas hacer esto porque…”. En vez de hacer énfasis en su autoridad sobre mí, ellos funcionaban más como consejeros amorosos, educándome acerca de por qué era necesario que yo hiciera ciertas cosas.
No me malentiendan; ellos me enseñaron que eran unas figuras de autoridad, pero no se detuvieron en este punto.
El enfoque de “necesitas hacer esto porque…” me inculcó respeto y apreciación por ellos, porque yo sabía que me estaban educando y querían lo mejor para mí. Es interesante saber que Dios instruyó a los antiguos israelitas para que usaran este mismo enfoque al enseñarles a sus hijos por qué debían celebrar una de sus fiestas anuales. “Ese día ustedes les dirán a sus hijos: ‘Esto lo hacemos por lo que hizo el Señor por nosotros cuando salimos de Egipto’” (Éxodo 13:8, Nueva Versión Internacional).
Ésta y otras referencias bíblicas explican la razón por la cual Dios bendeciría a alguien (Génesis 22:16-17), por qué alguien debería ser castigado (Josué 7:15), o por qué iba a fortalecer a otra nación en contra de Israel (Jueces 3:12). Además, Dios nos da extensas explicaciones acerca de las consecuencias de la obediencia o la desobediencia a sus leyes y los resultados del arrepentimiento por haberlas quebrantado, esto lo podemos encontrar en Levítico 26 y Deuteronomio 28.
Si el Creador Dios, el ser con mayor autoridad en el universo, puede tomar el tiempo para educar a los mayores acerca de las consecuencias de sus acciones, ¿no deberían hacer lo mismo los padres con sus hijos? Usar la autoridad para bien —ser una figura de autoridad amorosa— es una propuesta que implica un desafío para los padres. Sin embargo, es vital para la educación de un niño tanto ahora como en el futuro, para que pueda aprender las lecciones de la vida y, más tarde, ser un buen padre.
Trabajo duro
La mayor parte de mi niñez transcurrió en 1,82 hectáreas de tierra en las cuales mis padres construyeron una casa. Ellos también cercaron su propiedad para poder tener una vaca lechera, pollos y un gran jardín. Con toda esta tierra y tanto que hacer, mi hermano y yo pronto nos vimos involucrados en los quehaceres diarios. Cuando tuvimos edad suficiente, cada mañana y cada tarde nos encargamos de ordeñar la vaca, alimentar los pollos, recoger los huevos, cortar la hierba y ayudar a cuidar el jardín.
Nuestros padres trabajaban duramente, y le enseñaron a sus hijos a trabajar. Pero no todo era trabajo. Había un equilibrio entre el trabajo y el juego. Tengo recuerdos muy queridos practicando deportes con los niños del vecindario y con los equipos de la escuela, compartiendo con otros jóvenes de la Iglesia y jugando con mis hermanos, padres y abuelos.
¿Por qué es importante que los niños aprendan a trabajar? Les ayuda a enfocarse en sus tareas de la escuela y este rasgo de carácter les servirá cuando crezcan para encontrar un empleo y ganar dinero para sostenerse a sí mismos y a sus familias.
Tal vez por esto es que Dios inspiró a Salomón a escribir: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, a donde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10).
Más tarde, el apóstol Pablo les escribió a los miembros de la congregación en Tesalónica e hizo énfasis en la importancia de trabajar, diciéndoles: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Tesalonicenses 3:10). La instrucción del apóstol a los miembros fue: “Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado” (1 Tesalonicenses 4:11, énfasis añadido).
Además de proveer para nosotros y nuestras familias, el trabajo duro hace posible que compartamos con otros lo que hemos ganado. Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35), pero es difícil dar si ni siquiera podemos sostenernos a nosotros mismos.
¿Por qué es tan importante la caridad? Dar a otros nos ayuda a parecernos a Dios: “…pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:25). Él es aquél “que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17).
El respeto por los demás
A medida que crecía, aprendí a demostrar respeto por otros al observar a mis padres. Mi educación en esta área comenzó con la forma en que ellos me trataron. Mis padres nunca me gritaron cuando hice algo errado. Ocasionalmente, mi padre alzaba su voz un poco si pensaba que yo no le estaba prestando atención (¡y generalmente él estaba en lo cierto!), pero no era la forma normal en que él se comunicaba conmigo y con mis hermanos.
Mis padres me trataron con respeto y esperaban que yo hiciera lo mismo con ellos. A medida que crecía, se esperaba que dijera: “sí, mamá”, “no, mamá”, “sí, señor”, “no, señor”, a ellos y a otros adultos. Si bien esta terminología no es bien vista en la actualidad y en algunas áreas se considera irrespetuosa, en el momento y el lugar donde yo crecí, era simplemente la forma de demostrar respeto a los adultos.
Además de enseñarme a respetarlos, mis padres me enseñaron a respetar y a cuidar a mi hermano y a mi hermana. Como hijo mayor, esperaban que los cuidara y los tratara de una manera justa cuando papá y mamá estaban lejos. Como niños también esperábamos respetarnos mutuamente. No se nos permitía gritarnos. Tuvimos nuestros desacuerdos, pero teníamos que enfrentarlos de una forma civilizada.
También aprendí a respetar a otros, observando la forma en que mis padres se comunicaban con otros —especialmente cuando había un problema o un desacuerdo. En estos casos, mis padres siempre escuchaban a la otra persona, le explicaban pacientemente su perspectiva y trataban de encontrar una solución que fuera aceptable para todos.
A medida que maduraba, llegué a entender que mostrar respeto por otros es algo que Dios nos instruye que debemos hacer. Dios les dijo a los antiguos israelitas: “…sino amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), y Cristo se refirió a esta instrucción como el segundo gran mandamiento después de amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente (Mateo 22:35-40). Construyendo sobre esta base, el apóstol Pedro escribió: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17).
El tema de ser padres es muy amplio, y hay mucho que aprender. Si a usted le gustaría tener información adicional, práctica y basada en la Biblia, vea nuestros artículos en la sección de “Consejos prácticos para una positiva crianza de los hijos” en nuestro sitio de Vida, Esperanza y Verdad y también en la sección de recursos para padres, en “Animar, preparar e inspirar”, que tiene lecciones para ayudar a los niños a escoger y vivir el camino de vida de Dios.
Los lectores responden: lo que aprendí de mis padres
“Nuestra familia era diferente porque tuve un hermano que era discapacitado. Durante los años de mi crecimiento, veía a mis padres proveer para todas sus necesidades. Pero no sólo lo cuidaban —también servían en su Iglesia, sus familias y la comunidad. He escuchado muchos buenos sermones acerca de la virtud del servicio. Mi padre y mi madre dieron un ejemplo de servicio con su forma de actuar que fue más poderoso que las palabras. Su enfoque de vida me ayudó a entender por qué este mundo no se trata sólo de mí”—Renee M.
“Aunque recuerdo que cuando era niño pensaba que era algo injusto, ahora que soy adulto estoy muy contento de que mis padres no me permitieran replicarles. Gimotear y balbucear justificaciones sencillamente era algo no permitido. Aún más, se consideraban ofensas que tenían castigo. Ahora que miro hacia atrás, me doy cuenta de que exigirme que controlara mi lengua fue el primer paso para aprender a controlar mis emociones”.—Kim G.
“Muchos de mis domingos cuando era niño estuve trabajando con mis padres. No en nuestra casa, sino en las casas de las mujeres ancianas. Al vivir en el centro de los Apalaches, la pobreza era algo muy común y había muchas viudas que necesitaban una ayuda. Algunas eran de la congregación local, otras no estaban afiliadas a la Iglesia en ninguna forma. Como niño, yo sólo pensaba que teníamos un número excesivo de viudas como amigas, y simplemente disfrutábamos ayudándolas. Ellas trataban de pagarles a mis padres con una docena de huevos de su gallinero, un pastel o un dulce para su delgado niñito. Lo que ellas no se dieron cuenta es que el pago que recibí fue aprender la lección de que ‘la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo’ (Santiago 1:27). Mis padres eran un ejemplo viviente de esto y espero que todos les estemos enseñando esta lección a las futuras generaciones también”.—David G.