Biohacking. La ciencia de la longevidad. Protocolos antienvejecimiento. En una cultura dominada por los jóvenes, ¿cuál debería ser nuestra perspectiva sobre envejecer?

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Tengo 27 años.
Biológicamente hablando, eso significa que estoy en mis mejores años: tengo la máxima fuerza, la máxima energía y la máxima habilidad. La gente me dice que disfrute estos años mientras duran, y pienso hacerlo. Pero algo que he notado en esos bien intencionados consejos es una sutil resignación. Como si mis “mejores años” fuesen a terminar antes de que lo note y luego todo irá cuesta abajo.
La industria del antienvejecimiento
Esta idea le ha abierto las puertas a la lucrativa industria del antienvejecimiento. Es cierto que los anuncios publicitarios de cremas y sueros que prometen borrar el impacto del tiempo han existido por años. ¿Pero ahora? La obsesión con la juventud parece haber alcanzado niveles inéditos.
Donde sea que mire, encontrará biohacking, prácticas de longevidad y protocolos antienvejecimiento. Ahora incluso existen los “atletas del rejuvenecimiento”, que compiten para retrasar su envejecimiento con dietas hiper optimizadas y estilos de vida meticulosamente diseñados, todos con el mismo propósito: alargar sus “mejores años” lo más posible.
El mensaje proclamado es: envejecer es un problema que debemos resolver, combatir o retrasar lo máximo posible. La juventud, nos dicen, lo es todo.
Como resultado, ahora más que nunca, pareciera que los jóvenes tienen miedo a envejecer.
Este artículo explica por qué usted no debería.
Las oportunidades espirituales no disminuyen con el tiempo
¿Son nuestros años pocos y cortos? Sí, objetivamente hablando. Moisés escribió: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años… pronto pasan” (Salmos 90:10). En el amplio contexto de la historia, esto significa que nuestra vida es casi como un punto imperceptible.
Sé que con sólo 27 años no entiendo por completo los desafíos de envejecer. Pero eso no significa que simplemente deba aceptar la moda del antienvejecimiento y glorificar la juventud.
Pero la Biblia no dice que debemos aferrarnos a la juventud porque todo lo que viene después es un lento descenso hacia la irrelevancia.
Algunos de los logros espirituales más notorios en la Biblia fueron realizados por personas mayores. Moisés lideró el éxodo de Israel a los 80 años. Abraham tenía 75 cuando Dios lo llamó a ser el padre de los fieles. Caleb se acercaba a los 85 cuando ayudó a conquistar Hebrón. Juan estaba en el ocaso de su vida cuando escribió el último libro de la Biblia.
¿Significa esto que los jóvenes nunca estuvieron en el primer plano? Claro que no. David venció a Goliat cuando era un joven adulto. Jeremías probablemente comenzó su ministerio durante los últimos años de su adolescencia, y Josías ascendió al trono cuando tenía sólo 8 años.
El hecho de que Dios haya trabajado con jóvenes y personas mayores para cumplir propósitos impresionantes debería cambiar de forma fundamental nuestra perspectiva sobre envejecer. Si Dios no discrimina ninguna de las etapas de la vida que nos ha dado, ¿por qué deberíamos hacerlo nosotros? ¿Deberíamos tener miedo de entrar a una nueva etapa cuando Dios ha demostrado repetidamente que puede usarnos cualquiera que sea nuestra edad?
La verdad es que cuando se trata de hacer la obra espiritual —cuando se trata de producir frutos de justicia—, la tierra siempre es fértil. Nuestra edad no limita nuestra capacidad para crecer en fe.
Cuando nos sometemos a Dios, seguimos aprendiendo y abundamos en sus caminos, su promesa se cumple: los que están “Plantados en la casa del Eterno, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes” (Salmos 92:13-14).
Lo más importante no es la etapa de la vida en que nos encontramos, sino aprovechar las oportunidades y lecciones únicas que cada etapa trae consigo. En otras palabras, nunca dejamos atrás nuestros “mejores años” a los ojos de Dios. Para Él sólo existen años individuales que nos da para que los administremos bien.
Y Eclesiastés 3:11 nos recuerda que Dios “Todo lo hizo hermoso en su tiempo”.
La puerta al entendimiento está abierta
Mientras nuestra cultura se obsesiona con todo lo que perdemos con los años, la Biblia se enfoca en lo que ganamos: “En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia” (Job 12:12, énfasis añadido).
Fuerza, energía, agilidad —la Biblia reconoce que estas cosas son buenas, bendiciones que debemos disfrutar mientras las tengamos, pero nunca las glorifica. Por otro lado, la sabiduría y el entendimiento —la clase de perspectiva que se obtiene con el tiempo y la experiencia— se describen constantemente como virtudes que debemos perseguir.
¿Por qué? ¿Cómo moldean nuestra perspectiva el tiempo y la experiencia?
Considere Salmos 37:25: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”.
Es fácil leer esto como una simple reflexión que David comparte a partir de sus observaciones. Pero hay algo más. David está explicando algo que el tiempo le había enseñado.
¿Vio cómo Dios proveyó misericordiosamente para los israelitas justos en su juventud? Sin duda. Pero hay una gran diferencia entre ver algo que ocurre en momentos aislados y verlo una y otra vez por décadas.
Tras una vida de observar, aprender y vivir, el entendimiento de David sobre la fidelidad de Dios alcanzó nuevas dimensiones. La experiencia le mostró una imagen más sustancial e intensa del Dios a quien adoraba.
Ése es el poder potencial del tiempo y la edad: pueden revelar patrones, confirmar verdades y dar forma a nuestra perspectiva de una manera que casi nada más puede. David está ofreciendo mucho más que sólo una opinión; es la sabiduría adquirida tras una vida de observar la mano de Dios en acción. Una perspectiva así no puede adquirirse rápidamente; se forma día tras día y año tras año.
Envejecer nos prepara para la eternidad
La disminución de nuestra fuerza y el cabello blanco también nos enseñan que esta vida no lo es todo. Moisés lo entendía profundamente. Mientras envejecía, veía sus días acortarse y la brevedad de la vida hacerse más y más evidente.
Esta fue su súplica para Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmos 90:12).
Nuestros días son finitos, el tiempo no se detiene para nadie. Es importante saber que nuestro tiempo es limitado, pero igual de importante es saber que esta vida no es el final de la historia. Para quienes están en Cristo, lo mejor está por venir.
En el cristianismo, el temor a envejecer puede ser remplazado por la gloriosa esperanza de la resurrección. No importa dónde estemos en la vida, alcanzar esa esperanza es nuestro destino final. Cada arruga, cada dolor, cada año que pasa, es un recordatorio de que este mundo es temporal, pero nosotros nos dirigimos hacia algo eterno.
Pablo lo dijo bien: “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). ¿Qué signifca esto? Incluso mientras nuestros cuerpos pierden la agilidad, algo mucho más importante está ocurriendo bajo la superficie: nuestras mentes y nuestro carácter están siendo refinados para la vida que vendrá.
Envejecer nos acerca al momento cuando aquello por lo que hemos vivido, aquello en lo cual hemos puesto nuestra esperanza, finalmente se hará realidad. Nos prepara para nuestra futura resurrección, el día en que nuestra mortalidad será vencida y comenzará la vida eterna en el Reino de Dios.
Y mientras avanzamos hacia ese día, sin importar cómo cambian nuestro cuerpo y nuestras habilidades, tenemos una promesa firme de Dios: “hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Isaías 46:4).
El Dios que nos creó y nos sustenta estará con nosotros a cada paso que demos.
El regalo de envejecer
Cuidar de nuestra salud no es el problema. Sí, tratar nuestros cuerpos con respeto (ser buenos administradores y tomar decisiones positivas sobre nuestro estilo de vida) es una responsabilidad cristiana fundamental (1 Corintios 6:19-20).
Pero lo que estamos viendo en nuestra cultura es un esfuerzo extremo por evitar el envejecimiento. Y al perseguir ese objetivo, muchos pierden totalmente la perspectiva. Envejecer no es un defecto que necesitamos arreglar; es un proceso que Dios diseñó y que está lleno de lecciones que Él quiere que aprendamos.
A medida que envejecemos, Dios espera que vivamos experiencias y percepciones valiosas. Las etapas avanzadas de la vida traen consigo oportunidades espirituales que no siempre están disponibles en etapas anteriores. Con el tiempo, Dios espera que crezcamos en el entendimiento espiritual de manera profunda.
Cuando envejecemos, tenemos más conciencia de cuán temporal es la vida y anhelamos más la vida por venir.
Sé que con sólo 27 años no entiendo por completo los desafíos de envejecer. Pero eso no significa que simplemente deba aceptar la moda del antienvejecimiento y glorificar la juventud.
Resistirse al paso del tiempo y luchar con todas las fuerzas para no aceptar que envejecer es algo inevitable no son actos de fortaleza. Son formas de rendición —rendición ante la noción cultural de que la vida se vuelve menos relevante cuando nuestra juventud queda atrás.
Pero las Escrituras nos cuentan una historia diferente. Dios no espera que nos aferremos al pasado o le temamos al futuro. Nos llama a vivir cada etapa de la vida como una oportunidad para acercarnos a Él.
“Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia” (Proverbios 16:31).