Lamentablemente, la historia humana ha sido definida por conflictos que escalan hasta convertirse en guerras. ¿Qué los causa y cuándo terminarán?

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Crecí en una familia de tres hermanos.
Como niños en una familia de clase trabajadora durante los cincuenta, en realidad nos llevábamos bastante bien. Sin embargo, a veces teníamos una o más discusiones y, dado que yo era el menor y a menudo tenía que ceder, ¡no me gustaban esas discusiones para nada!
En la actualidad mis hermanos y yo aún tenemos una buena relación y nos amamos, pero esas experiencias del pasado me enseñaron la realidad de los conflictos humanos.
El primer conflicto registrado
De hecho, el primer conflicto registrado en la historia bíblica ocurrió entre dos hermanos; y, lamentablemente, la disputa entre Caín y su hermano Abel terminó con la trágica y brutal muerte de Abel (Génesis 4).
El conflicto es un aspecto de la naturaleza humana que ha definido los pasados 6.000 años de nuestra historia. De hecho, durante los siglos siguientes al homicidio de Abel, el conflicto y la violencia en el mundo se volvieron tan intolerables que Dios decidió eliminar a la humanidad de la Tierra, excepto por la familia de su siervo Noé.
En el relato de Génesis, Dios revela que el problema fundamental fue el corazón humano: “Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).
Causas de la guerra
Después del Diluvio, la historia de la humanidad se ha seguido definiendo más por los conflictos, las guerras y la conquista de naciones que por cualquier otra cosa.
Considerando que la causa principal del conflicto y la violencia es el corazón humano, parece lógico que la única solución a la maldición de la guerra sea un cambio fundamental en el corazón y la mente del hombre, lo cual no es una tarea fácil.
Dios revela más acerca de la raíz de los conflictos a través del apóstol Santiago: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:1-3).
Santiago es muy claro: la causa de los conflictos, grandes y pequeños es el egoísmo. Es el camino del obtener en lugar del camino del dar.
De hecho, la historia secular y las Escrituras muestran que, efectivamente, los intereses egoístas y sus muchas manifestaciones están en el centro de los conflictos y las guerras, ya sea entre hermanos, tribus o imperios.
La tendencia a la guerra trasciende el tiempo y la cultura
En su libro A History of War [Una historia de la guerra], el autor Chris McNab repasa el registro de los conflictos humanos, desde las guerras antiguas hasta los conflictos globales del siglo XXI.
Sus palabras al inicio del libro son muy relevantes, considerando que ilustran la visión de la humanidad de un historiador secular: “Las estructuras psicológicas que le permiten al ser humano matar a otra persona parecen arraigadas, y trascienden el tiempo y la cultura” (p. 5).
En otras palabras, la tendencia humana de recurrir a la violencia para obtener lo que necesita o desea ha caracterizado a la humanidad desde hace mucho tiempo —¡desde el principio!
La línea de tiempo histórica de la guerra, según McNab, de hecho calza con el registro bíblico de la historia de Caín y Abel (año 4.000 a.C. aproximadamente):
“Las investigaciones antropológicas y arqueológicas han establecido sin lugar a duda que, para cuando la historia registrada comienza, cerca del cuarto milenio a.C., la guerra ya estaba arraigada en la cultura humana” (p. 6).
Mejores armas, efectos más devastadores
Los estudios acerca de la historia de la guerra apuntan a una verdad fundamental: mientras que la naturaleza violenta del hombre y su tendencia a la guerra nunca han disminuido, la humanidad ha aumentado sus esfuerzos por mejorar sus herramientas de guerra, con resultados cada vez más fatales.
Actualmente, poseemos armas capaces de aniquilar a miles y miles de personas en segundos.
Ésta es una realidad que, como veremos, Jesucristo, el Hijo de Dios, profetizó hace casi 2.000 años y que se confirmó al final de la Segunda Guerra Mundial con la llegada de la era nuclear.
La mayor arma humana
La Segunda Guerra Mundial se desarrolló en un período de seis años, comenzando en Europa continental para más tarde extenderse a Asia, cuando Japón se unió al Eje de Alemania e Italia nazis.
La Guerra del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial fue una batalla brutal de cuatro años entre la milicia de Japón y las fuerzas Aliadas lideradas por Estados Unidos.
Esta guerra tomó un giro dramático luego de que Estados Unidos lanzara bombas atómicas a Hiroshima, Japón, el 6 de agosto, y luego a Nagasaki, el 9 de agosto de 1945. La devastación causada por estos artefactos nucleares y el terror resultante de su lluvia radioactiva fue algo sin precedentes en la historia humana. Fue un golpe apabullante que puso al Imperio Japonés de rodillas y condujo a su rendición absoluta en los días siguientes.
Un cambio fundamental
Menos de un mes después, casi al final de su discurso pronunciado en el buque USS Missouri tras la rendición del ejército japonés (septiembre de 1945), el general Douglas MacArthur hizo estos reflexivos comentarios:
“Alianzas militares, equilibrios de poder, ligas de naciones, todo falló dejando como único camino el crisol de la guerra. La absoluta destructividad de la guerra ahora excluye esa alternativa. Hemos tenido nuestra última oportunidad.
“Si no encontramos un sistema mejor y más justo, el Armagedón estará en nuestra puerta. El problema es en esencia teológico e implica un recrudecimiento espiritual y una mejora del carácter humano que se sincronice con nuestro avance casi sin igual en la ciencia, el arte, la literatura y todo el desarrollo material y cultural de los pasados dos mil años. La solución debe ser espiritual si queremos salvar la carne”.
¿Era el general MacArthur un profeta? No.
Era un comandante de las fuerzas norteamericanas del Pacífico con 65 años de edad; un hombre de milicia educado en la historia de la guerra en la Academia West Point. Sin embargo, lo que el general MacArthur pudo discernir acerca de la humanidad tuvo menos que ver con su educación militar que con la aleccionadora experiencia que obtuvo en medio de la angustiante realidad de una guerra mundial en la era atómica.
Oppenheimer se lamenta
No solamente el general MacArthur se dio cuenta del desesperanzador futuro de la guerra en la era atómica; el físico responsable del desarrollo de la primera bomba atómica, Robert Oppenheimer, también se lamentó y se llenó de remordimiento.
Luego de que el doctor Oppenheimer y los demás científicos a su cargo completaran el proyecto secreto Manhattan, Oppenheimer tuvo un profundo conflicto de conciencia debido a su papel en el desarrollo de una fuerza tan destructiva —una que se usó para aniquilar dos ciudades y a cientos de miles de personas en cuestión de minutos.
El doctor Oppenheimer confesó: “A pesar de la visión y la previsora sabiduría de nuestros jefes de estado en este tiempo de guerra, los físicos sintieron una responsabilidad peculiarmente íntima por sugerir, apoyar y, a fin de cuentas, en gran medida, lograr el desarrollo de armas atómicas. Tampoco podemos olvidar que estas armas, tal como fueron usadas, dramatizaron sin piedad la crueldad y la maldad de la guerra moderna. En un sentido crudo que ninguna vulgaridad, ningún sentido del humor y ninguna exageración puede extinguir, los físicos han conocido el pecado; y éste es un conocimiento que no pueden perder” (énfasis añadido).
El hecho de que el doctor Oppenheimer haya reconocido que quienes desarrollaron y desplegaron estas armas de destrucción masiva “han conocido el pecado” es muy significativo.
En cierta forma, el general MacArthur y el doctor Oppenheimer llegaron a entender lo que el Hijo de Dios dijo casi 2.000 años atrás, cuando respondió las preguntas de sus discípulos acerca del fin de los tiempos.
“...porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:21-22).
Cristo dijo que, a menos de que haya una intervención, “si aquellos días no fuesen acortados”, los conflictos del mundo eventualmente conducirían a la destrucción definitiva —¡una guerra en la que nadie sobreviviría!
Cristo anunció que las guerras se incrementarían
Cuando sus discípulos le preguntaron cuáles serían las condiciones del mundo antes de su regreso, Jesús respondió: “oiréis de guerras y rumores de guerras . . . Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino” (Mateo 24:6-7).
La historia ha comprobado la veracidad de sus palabras.
Sólo en el siglo pasado, cerca de 9,7 millones de soldados y 10 millones de civiles perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial, además de los 21 millones de soldados que quedaron heridos (Britannica.com). Y, si bien la Primera Guerra Mundial fue llamada “la guerra que acabará con todas las guerras”, dos décadas después, la Segunda Guerra Mundial tuvo incluso más víctimas.
Aunque es difícil determinar las cifras exactas, se ha estimado que probablemente ochenta millones de personas perdieron la vida en ese conflicto. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, vinieron la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam. Desde entonces, millones más han sido devastadas por grandes y pequeños conflictos.
Un futuro sin guerras
El plan de Dios revelado en la Biblia muestra un futuro completamente diferente para la humanidad —un tiempo en el que la guerra será remplazada por la paz verdadera.
Tras el regreso de Jesucristo (cuya intervención evitará que la humanidad se autodestruya), la Biblia revela que los seres humanos comenzarán a experimentar un proceso de cambio que trascenderá los gobiernos, las leyes y la política humana.
El profeta Miqueas profetizó acerca de este futuro en el que las cosas cambiarán:
“Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:2-3).
Imagine cómo será el mundo cuando:
- Las naciones aprendan un camino de vida diferente.
- Las armas de guerra sean convertidas en instrumentos de paz.
- La violencia y el conflicto dejen de existir.
Este impresionante escenario parecería imposible para la mayoría. ¡Pero Dios revela que la transformación va a ocurrir! ¿Cómo?
Un cambio de corazón
“No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz” (Isaías 59:8).
La historia confirma las palabras de Isaías.
Si lo pensamos, la lógica muestra que la única forma de que la guerra y los conflictos terminen es que todas las partes involucradas (todos los países, las tribus, los líderes y las personas) experimenten una profunda transformación.
Pero ¿es posible un cambio así en la naturaleza humana? Dios revela que sí, es posible.
Tras el regreso de Jesucristo (cuya intervención evitará que la humanidad se autodestruya), la Biblia revela que los seres humanos comenzarán a experimentar un proceso de cambio que trascenderá los gobiernos, las leyes y la política humana. Por imposible que parezca, la Palabra de Dios muestra que sólo un profundo cambio en el corazón del hombre pude hacer eso posible.
El profeta Ezequiel registró la promesa de Dios:
“Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones” (Ezequiel 36:24-27, 31; énfasis añadido).
Las Escrituras muestran que, tras la experiencia del conflicto global y la tribulación previos al regreso de Cristo, la humanidad finalmente entenderá la profunda necesidad de cambiar —arrepentirse. Las personas verán y comprenderán la futilidad de su forma de pensar, ¡al punto de avergonzarse de sí mismos!
Ésta es una descripción poderosa de la futura transformación que la humanidad va a experimentar a nivel mundial. Será una transformación basada en el mismo proceso que enseña el Nuevo Testamento —el proceso del arrepentimiento personal (Marcos 1:15). Cada persona debe llegar a la conclusión de que necesita cambiar.
Cuando eso ocurra, Dios les dará a las personas un nuevo corazón a través del Espíritu Santo (Hechos 2:38).
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11:19-20).
¡Será un tiempo muy animador! Aunque aún debemos esperar un poco para su llegada.
Esperando al Príncipe de paz
Lamentablemente, la historia de la humanidad ha sido una historia de caos, violencia y guerra. A lo largo del tiempo, han surgido y desaparecido reinos e imperios. Desde los antiguos imperios de Mesopotamia y China, hasta los reinos conquistadores de Babilonia, Persia, Grecia y Roma, y las ciudades-estado y grandes imperios de Europa, todos han prometido alguna forma de paz y prosperidad; pero ninguno ha cumplido su promesa.
Dios revela los maravillosos resultados de un nuevo mundo que surgirá tras el regreso de Jesucristo.
Una de las visiones más animadoras de ese futuro se detalla en las palabras inspiradas del profeta Isaías:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Eterno de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:6-7).
¡Que Dios traiga pronto ese día!