¡Qué podría ser más devastador e inexplicable que la muerte de un niño inocente! ¿Por qué? ¿Cómo podría un Dios bueno permitir tal tragedia?
Una mañana del pasado noviembre, una impresionante imagen apareció en la pantalla de mi computador: era la foto de una pequeña niña inglesa, recostada sobre su cama con su cuerpo y rostro claramente destruidos por un dolor y agonía abrumadores.
Con sólo cuatro años, Jessica Whelan sufría de una extraña forma de cáncer infantil llamado neuroblastoma. Había sido diagnosticada a los dos años, y su padre Andy publicó una fotografía en Facebook, no por sensacionalismo ni para explotar la terrible condición de su hija, sino para que el mundo supiera de la enfermedad y tal vez así se hicieran más investigaciones en busca de una cura.
Pocas semanas después, una noche antes de que Jessica muriera, su padre escribió: “Cada día ha sido una lucha para… mantenerla cómoda con pastillas para el dolor y sedativos.
“Con todas las pastillas y los sedantes, ella aún no se siente lo suficientemente bien como para permitirme más que descansar mi mano sobre ella, y en ocasiones tal vez tomar su mano y besar sus labios secos y pálidos.
“Anoche, sin embargo, logramos que su cuerpo absorbiera suficiente del medicamento como para que, mientras cambiaban su ropa de cama, en lugar de tener que sólo moverla a la cama contigua, Jessica me permitiera y se sintiera cómoda con que yo la levantara y la tomara en brazos por cerca de veinte minutos.
“Honestamente puedo decir que ése ha sido probablemente el abrazo más significativo que hemos tenido en mucho tiempo”.
A la mañana siguiente, Andy volvió a escribir acerca de su “princesa”: “Siento tristeza y alivio al informarles que Jessica finalmente descansó a las 7 en punto de esta mañana. Ahora ya no sufre, ya no siente dolor por las limitaciones físicas de su cuerpo”.
¿Por qué, Dios, por qué?
Cuando vemos (y sentimos) tragedias como ésta —que suceden muy a menudo— probablemente nos preguntemos “¿por qué? ¿Por qué Dios permitió que pasara?”, e intentamos encontrar consuelo en medio del terrible dolor asociado a la pérdida de un niño, o cualquier otra persona. A menudo nos identificamos con personas alrededor del mundo que también sufren inmensamente y que tal vez pierden sus vidas de las maneras más inoportunas, crueles o inexplicables.
Jessica, por ejemplo, tenía toda una vida por delante. Sus padres la amaban, apreciaban y apoyaban. Cerca de 100.000 personas seguían su lucha en Facebook. Pero nada de eso fue suficiente. A pesar de todos los esfuerzos humanos y médicos, el hecho es que una pequeña niña murió de una enfermedad terrible.
Dios y los niños
¿Qué piensa Dios acerca de los niños? ¿Desea realmente que sufran?
Dios les dijo a Adán y Eva, los primeros humanos: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” (Génesis 1:28). En otras palabras, Él quería que muchos, muchos niños nacieran para poblar la tierra entera, y lo mismo les dijo a Noé y a su familia después del diluvio (Génesis 9:1).
Más tarde, el rey Salomón escribió: “herencia del Eterno son los hijos” (Salmos 127:3). Todo padre ama y aprecia a sus hijos desde que nacen, y es Dios mismo quien los da. Los hijos están hechos para ser una fuente de gran alegría.
Además, en la época del Nuevo Testamento, Jesucristo tenía una opinión muy positiva acerca de los niños. Incluso dijo que su naturaleza y actitud humildes eran un reflejo de la forma de vida y el Reino de Dios (Marcos 10:13-15). Los tomó en sus brazos, los bendijo (v. 16), y oró por ellos sabiendo que necesitan de consuelo y protección divinos, así como de manutención física y todo lo bueno de la vida.
El apóstol Juan además escribió este maravilloso pasaje acerca del pueblo de Dios: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2).
Las Escrituras revelan que hoy en día los siervos fieles y obedientes de Cristo son considerados como hijos de Dios, y en el futuro serán tal como Él y serán parte de su familia divina. En otras palabras, seremos espirituales como Dios y heredaremos la vida eterna.
Sin embargo, a pesar de todas estas buenas noticias, la Biblia también nos cuenta de ocasiones en que Dios permitió que murieran niños. De hecho, la muerte de niños es un tema recurrente en las Escrituras. En un terrible ataque de Satanás, por ejemplo, los diez hijos de Job murieron todos en un mismo día (Job 1:19). ¿Podemos siquiera imaginar el dolor que Job y su esposa debieron haber sentido?
En este mundo influenciado por Satanás (1 Juan 5:19), muchos niños mueren por enfermedad, al nacer, asesinados, y algunos incluso quemados como sacrificios humanos. Hay ejemplos de todas estas tragedias en la Biblia, y Dios las permitió. ¿Qué debemos pensar?
Todos estamos destinados a morir
Consideremos primero una realidad de todo ser humano que ha existido. Como Salomón dijo hace miles de años, todos “se van a los muertos” (Eclesiastés 9:3) y “los que viven saben que han de morir” (v. 5). Por eso el apóstol Santiago pregunta: “¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14).
En mis años como ministro he visitado a muchos enfermos (algunos de ellos terminales) y he oficiado funerales de jóvenes, ancianos, personas que murieron rápido y sin dolor, y personas que sufrieron por mucho tiempo. Algunos de ellos fueron buenas personas, otros no tanto.
Pero el hecho es claro: la vida humana eventualmente termina, de una forma o de otra, y nunca es fácil o sencillo para los que quedamos con vida comprender o expresar lo que sentimos en esos momentos.
Dios también perdió a su Hijo
Deténgase por un minuto y piénselo. Durante los 33 años y medio de la vida de Cristo, Dios el Padre sabía que su único Hijo sufriría una cruel y terrible muerte en la Tierra.
¿Por qué? ¿Por qué tuvo que morir Jesús? Porque su muerte y sacrificio eran lo único que podía pagar la pena de los pecados de la humanidad. Cristo estuvo dispuesto a entregarse a sí mismo para que la humanidad pudiera librarse de las trampas del pecado, la muerte y todo el sufrimiento que Satanás ha causado a través de la historia.
Como resultado, nuestro Padre celestial siente una gran empatía por todos los padres humanos que pierden a sus hijos, sean niños, adolescentes o adultos; y tal como el Padre, Jesucristo comprende y se interesa muchísimo por lo que pasamos (Hebreos 4:14-16).
¿Qué está haciendo Dios entonces?
Para nuestra mente humana y limitada, la muerte es demasiado determinante —el fin de nuestra relación con un ser querido. Pero para Dios, no lo es; y tampoco quiere dejarnos en la nada, sin esperanza o consuelo.
En 1 Tesalonicenses 4:13-14, 18, Pablo escribe: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen [murieron], para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él… Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.
Dios tiene un plan para todos los seres humanos que han muerto demasiado jóvenes o sin entender el mensaje del Hijo de Dios, muchos de ellos de forma trágica y prematura.
Probablemente en esta vida nunca lleguemos a comprender por qué tantos niños, como la pequeña Jessica, mueren en el momento y de la forma en que lo hacen, y para nosotros esto puede parecer muy injusto. Pero no nos desesperemos. Consideremos antes otra importante verdad acerca de la historia humana.
Desde que los primeros humanos rechazaron al Padre en el Jardín de Edén, Dios le ha permitido a Satanás influenciar al mundo entero (Apocalipsis 12:9). Influenciada por Satanás, la humanidad entera se ha opuesto y ha desobedecido a Dios todo este tiempo. Es por eso que Jesús describe a nuestro adversario (1 Pedro 5:8) como “homicida desde el principio, y… mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).
El “dios de este mundo”, pero no por mucho tiempo
Como el “dios de este mundo”, pero no por mucho tiempo (2 Corintios 4:4, Nueva Versión Internacional), Satanás causa violencia, muerte, guerras, enfermedades y caos en la vida humana, en tanto que al usar su libre albedrío, los seres humanos han rechazado la ley de Dios y han tomado malas decisiones, cuya consecuencia es el mundo peligroso y lleno de enfermedades que vemos hoy. Esas decisiones les han quitado la vida a demasiadas personas inocentes. Pero afortunadamente no siempre será así: Jesucristo pronto regresará para poner las cosas en orden y traer esperanza a todo ser humano que haya existido, incluyendo a Jessica y a su papá.
La muerte no es el fin de todo. Dios promete que en el futuro habrá una resurrección de los muertos —todos los muertos (Apocalipsis 20:5, 12)— y su Hijo se describe a sí mismo como “la resurrección y la vida” (Juan 11:25).
Existe un orden y un tiempo para las resurrecciones: “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino a Dios el Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:22-26).
Pero al fin y al cabo, todos los muertos volverán a la vida y tendrán la oportunidad de aprender acerca de Dios el Padre, Jesucristo y el maravilloso futuro del Reino de Dios.
El fin del sufrimiento
Llegará el momento en que ningún niño, ni uno solo, morirá. Tampoco morirán los adultos. Como explican las consoladoras y vehementes palabras del apóstol Juan: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Para descubrir más acerca de lo que sucede después de esta vida, lea nuestro folleto gratuito El último enemigo: ¿qué sucede realmente después de la muerte?