“No sé cómo hubiera superado la muerte de mi esposo sin la esperanza de la resurrección y la promesa de que algún día no habrá más dolor y lágrimas”, dijo Laura, una joven viuda. “La esperanza me ayuda a no sentirme abrumada por la condición del mundo —el sufrimiento que no puedo arreglar, las injusticias que no puedo evitar”.
La esperanza puede parecer un sentimiento cálido y confuso para muchos, pero para quienes se aferran a ella con su vida, es más fuerte que cualquier material conocido por el hombre y más poderosa que cualquier fuerza de atracción.
Ejemplos modernos del poder de la esperanza
¿Por qué la esperanza es tan importante? Veamos algunas historias de cristianos que dependen de ella:
Cuando la vida es una lucha constante, la esperanza puede ser lo único que nos ayuda a continuar. Esto es lo que Carolina siente: “Siendo una mamá soltera con tres hijos y un ingreso muy bajo, a veces lo único que teníamos era esperanza”.
Elisa me contó cómo la esperanza la ha ayudado en medio de una enorme prueba: “Hace un mes perdimos a nuestro hijo. Pero tenemos la esperanza de verlo otra vez, y de que para él sólo habrá pasado un instante. Él despertará en un mundo nuevo de paz y prosperidad. Mi esperanza es que encontrará su lugar en ese mundo y eventualmente se convertirá en un hijo de Dios”.
Margarita también habla de su esperanza en el futuro: “Cuando mi hijo estaba muriendo de cáncer, conocer el plan de Dios para él me llenó de consuelo y esperanza. ¡Sé que lo veré en el Reino de Dios!”.
Otra familia escribió: “Creo que no pasa un día exitoso sin que nos aferremos a la esperanza. ¿Qué sería de nuestras vidas sin ella? ¿Sin la promesa de algo mucho más allá de lo conocido —más allá de lo imaginable?
“En mis mayores pruebas, cuando todo parece perdido, eso es lo único que me mantiene a flote, a duras penas sobre la superficie. [La esperanza] de que algún día ya no tendré que preocuparme de mi propio progreso; de que esta morada es temporal y que Dios tiene algo maravilloso preparado para todo el que elija la vida. ¿Existe algo más valioso que eso?”.
Otros me han contado acerca de enfermedades crónicas y debilitantes, noches en vela, accidentes dolorosos, abortos espontáneos, muertes de hijos y seres queridos, y muchas otras situaciones traumáticas. Sólo su esperanza en las promesas de Dios les ha permitido salir adelante.
“Las oraciones de los hermanos y mi esperanza en las promesas de Dios me ayudaron a soportar”, dice Sara. “Saber que la verdadera paz, la verdadera felicidad y un mundo lleno del conocimiento de Dios [están por venir] es a lo que me aferro aún hoy”.
Juan relata que “Durante un tiempo de mucho estrés hace algunos años, Salmos 42:8 e Isaías 41:10 [fueron] versículos salvavidas para mí… Apocalipsis 21:4 nos da mucha esperanza para el futuro”.
Y muy dolido por la muerte de seres queridos, Roberto me dijo: “La esperanza, la sólida y firme esperanza de que [quienes han muerto] vivirán, nos levanta, guía y sostiene”.
La certeza de lo que se espera
Uno de los versículos más conocidos de la Biblia dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1; vea “Hebreos 11: el capítulo de la fe”). La fe es nuestra creencia y confianza en el ser más confiable del universo: Dios. Nos da la certeza —la “confianza, firme certidumbre, seguridad” (Thayer’s Greek Lexicon [Diccionario griego de Thayer])— de que aquello que esperamos se convertirá en realidad.
Asimismo, nuestra esperanza se sustenta en el poder y las promesas de Dios. Dios hará lo que ha prometido; y como dice Pablo, vivimos “en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2).
El libro de Hebreos más adelante agrega: “para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo” (Hebreos 6:18-19).
Y, al hablar de nuestro todopoderoso Dios libertador, David escribió: “Porque tú eres mi roca y mi castillo… tú eres mi refugio… Esforzaos todos vosotros los que esperáis en el Eterno, y tome aliento vuestro corazón” (Salmos 31:3, 4, 24).
En el libro de Jeremías, Dios además contrasta la futilidad de confiar en la fuerza de los hombres (Jeremías 17:5-6) con la bendición de esperar en Él:
“Bendito el varón que confía en el Eterno, y cuya confianza es el Eterno. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (vv. 7-8).
Este pasaje hace énfasis en la firme estabilidad y los beneficios de la esperanza en Dios.
Las intenciones de que Dios tiene con nosotros están cimentadas en su amor, como Él mismo lo expresa en un hermoso versículo dedicado a los cautivos en Babilonia:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).
Estudiar las promesas y el plan de nuestro Creador, así como su deseo de que seamos sus hijos, puede ayudarnos a crecer en fe y fortalecer nuestra esperanza.
Para conocer más acerca de las maravillosas promesas de Dios, consulte nuestro artículo en línea “Las promesas de Dios: una esperanza cierta”.
Cómo crecer en el poder de la esperanza
La esperanza no es algo que simplemente se tiene o no. Es algo que puede flaquear o fortalecerse.
Podemos crecer en esperanza estudiando la Biblia y sus historias acerca del poder de esperar en Dios.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
Pablo también explica que los cristianos podemos transformar nuestras pruebas en herramientas para crecer en esperanza:
“Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).
Lea más acerca de cómo recibir el Espíritu Santo en nuestro artículo “¿Cómo saber si tenemos el Espíritu santo?”, y el artículo relacionado “Cómo crecer en fe”.
A medida que nuestra esperanza crece, también deberíamos sentirnos motivados a ser cada vez más como Dios —más puros, justos y santos.
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1, 3).
La esperanza de gloria
Nuestra esperanza en Dios va más allá de ser librados en esta vida. Es ser salvos espiritualmente y recibir una vida eterna de propósito y gozo. Y esta increíble esperanza de llegar a ser hijos de Dios puede protegernos de cualquier cosa que nos ocurra en la vida presente. Pablo de hecho la describe como una pieza de la armadura de Dios:
“Nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo” (1 Tesalonicenses 5:8).
El apóstol aquí se refiere a que seremos salvos del pecado y la muerte para recibir vida eterna, a lo cual también llama “la esperanza de gloria”:
“…a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
¿Qué es la gloria? Explore esta increíble pero incomprendida promesa en nuestros artículos “Esperanza en Cristo” y “La gloria de Dios y nuestra herencia”.
La promesa de liberación de Dios no es sólo para su Iglesia, sino para toda la creación. La Biblia dice que todo fue sujetado a “vanidad” y “corrupción”, “en esperanza” de ser liberado (Romanos 8:20-21). “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (v.19).
Y, por definición, nuestra esperanza está en el futuro:
“Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8:24-25).
Pero, aunque sea algo futuro, no por eso es menos real.
Una esperanza firme
Creemos que nuestra Tierra es sólida y estable, ¡hasta que llega un terremoto! En cambio, nada puede destruir las promesas de Dios.
La esperanza de un cristiano es más firme que cualquier cosa física. Creemos que nuestra Tierra es sólida y estable, ¡hasta que llega un terremoto! En cambio, nada puede destruir las promesas de Dios.
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Hebreos 12:28).
Nuestra verdadera esperanza trasciende esta vida. El rey David escribió:
“Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente” (Salmos 16:9).
En Hechos 2:25-26, Pedro explica que esto se refiere a la muerte y resurrección de Jesucristo, pues por medio de su resurrección, podemos tener la esperanza y seguridad de que seremos resucitados eventualmente.
Pablo defendió con vehemencia esta promesa diciendo:
“Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:19-22).
Quienes esperan en Cristo, serán resucitados a vida inmortal e incorruptible cuando Él regrese (vv. 23, 54).
David describe una hermosa imagen de esta esperanza de vida eterna diciendo:
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11, énfasis añadido).
¡Esta poderosa esperanza se hará realidad!
Fe, esperanza y amor
La Biblia conecta a la fe, la esperanza y el amor en varias ocasiones (1 Tesalonicenses 1:3; 5:8; Gálatas 5:5-6; 1 Corintios 13:13; Hebreos 6:10-12; 1 Pedro 1:21-22).
Todas estas cualidades producen fruto. En 1 Tesalonicenses 1:3, Pablo felicita a los miembros por la “obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”.
La fe —creer en las promesas de Dios— nos motiva a vivir como Cristo vivió, a andar como Él anduvo. Y esto incluye obedecer a Dios y hacer su obra (Juan 14:12, 15).
El amor —la preocupación por otros que define la esencia de Dios (1 Juan 4:16)— se esfuerza por servir a los demás (Hebreos 6:10).
Y la esperanza no es una emoción débil o temporal, sino un “deseo de algo bueno con la expectativa de obtenerlo” (The Complete Word Study Dictionary, New Testament [Diccionario filológico completo, Nuevo Testamento], p. 570). Tener esperanza implica tener “plena certeza”, lo cual puede motivarnos a perseverar con paciencia (Hebreos 6:11-12). La esperanza en Dios es nuestra fe proyectada hacia el futuro.
La fe y la esperanza van de la mano. Se requiere de fe en Dios para tener verdadera esperanza, y se requiere de esperanza para tener una fe real y duradera.
El amor eleva a la fe y la esperanza por encima de cualquier indicio de egoísmo, produciendo el deseo de que el plan de Dios beneficie a todos.
En Daily Study Bible [Biblia de estudio diario], William Barclay lo explica así: “La fe sin amor es fría, y la esperanza sin amor es sombría. El amor es el fuego que enciende a la fe y la luz que convierte a la esperanza en una certeza”.
El amor es “el mayor” de estos debido a sus cualidades de altruista y eterno (1 Corintios 13:13).
Descubra más acerca de estos “grandes tres” en nuestros artículos “¿Qué es la fe?”, “Nuestra esperanza para el futuro” y “Dios es amor”. (Este recuadro forma parte de un próximo folleto titulado Cómo hallar esperanza… en un mundo desesperanzado).