El significado de Romanos 8:7: ¿qué son los designios de la carne?
En Romanos 8:7, el apóstol Pablo escribió acerca de la mente carnal. ¿Qué son los designios de la carne? ¿Podemos vernos influenciados por ellos? ¿Qué esperanza tenemos para enfrentarlos?
¿Qué es la mente carnal? En resumen, la mente carnal es la mente dominada por el egoísmo. Es la mente la que es obstinada, centrada en sí misma y egoísta. La mente carnal está desprovista de la capacidad de entregarse de todo corazón a Dios.
Es posible que usted esté familiarizado con el ´término, “los terribles dos años”.
Esta frase se refiere a una etapa normal del desarrollo en la vida de un niño, en la cual comienza a desarrollar independencia —y puede ser más difícil trabajar con ellos, propensos a las rabietas y a decir “no” a las instrucciones de los padres.
Ser de mente carnal —o tener una mente carnal— es similar a estar en esa etapa de “los terribles dos años”, excepto que no crecemos por ello, y está dirigido específicamente a las instrucciones de Dios.
Sin importar nuestra edad, etnia o género, todos tenemos que lidiar con la mentalidad carnal.
Es un hecho que ocurre en la mayoría de las personas, pero debido a nuestra mente carnal, innatamente resentimos y nos resistimos a la idea de un Dios que tiene el derecho y la autoridad para decirnos lo que debemos hacer.
Nadie es inmune a la influencia de la mente carnal —tampoco el autor de esta publicación ni los millones de personas religiosas que hacen oraciones extensas y rimbombantes y atienden semanalmente a los servicios del domingo y claman, “Señor, Señor” y “Jesús, Jesús”.
Esto puede parecer contradictorio —después de todo, ¿cómo pueden en realidad esas personas que parecen ser las más dedicadas y sinceras, resentirse con el Dios que afirman adorar?
La respuesta es: la mente carnal.
Pero, ¿es esto verdad?
¿Qué es la mente carnal? ¿cómo podemos identificar una mente carnal?
Romanos 8:7 es una escritura fundamental que nos muestra tres aspectos que debemos saber acerca de la mente carnal. Esta publicación de nuestro blog examinará y explicará estos tres aspectos y lo que significan para nosotros.
“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios”
La palabra carnal se ha utilizado erróneamente para describir exclusivamente a aquellos que se entregan a los tipos de pecado más antinaturales y brutales. Pero en realidad, su aplicación es mucho más amplia que eso.
Primero, necesitamos establecer una definición bíblica del término mente carnal. La frase se compone principalmente de dos palabras griegas: sarkos para “carnal” y phronema para “mente”.
Sarkos viene de la raíz de la palabra sarx, que literalmente significa “carne”, y phronema tiene que ver con una mentalidad, perspectiva, punto de vista o disposición.
La Biblia, entonces, dice que la mente carnal —o la mente natural, nuestra forma de ser— es “enemistad” (hostilidad) contra Dios.
La primera verdad expresada en Romanos 8:7 es que la mente común de un ser humano está intrínsecamente en desacuerdo con su Creador. A sabiendas o en ignorancia, lucha contra Él. Se opone a Él, incluso le guarda rencor.
Una ilustración de esta animadversión —aunque a menor escala— puede verse algunas veces en nuestras relaciones.
¿Alguna vez se ha sentido obligado a confrontar a amigos que veía que iban en la dirección equivocada? Tal vez estaban tomando malas decisiones en materia de salud, finanzas o relaciones, de las que sabía que se arrepentirían amargamente más adelante.
La mente común de un ser humano está intrínsecamente en desacuerdo con su Creador. A sabiendas o en ignorancia, lucha contra Él. Se opone a Él, incluso le guarda rencor.
Se opone —incluso se resiente— a Él. Tal vez, al confrontarlos, inventaron excusas, dijeron “Esto es lo que pienso” o “Así es como yo veo la situación”, se refugiaron en una lucha de palabras para evitar escuchar la verdad sobre sus decisiones.
Tal vez su amor y su preocupación se estrellaron contra la ira y una negativa rotunda a escuchar.
Incluso tal vez tergiversaron la situación y lo atacaron por algo que no tenía nada que ver.
En cierto sentido, esto es similar a la actitud de la humanidad hacia su Creador.
Para usar un ejemplo más extremo, analicemos el asesinato del único ser humano verdaderamente bueno, puro, inocente y sano que jamás haya pisado la Tierra: Jesús de Nazaret.
Él, que había pasado tres años y medio dando, sirviendo, sanando y enseñando —que no había sido culpable ni de un solo crimen— se convirtió en el blanco de los gritos enardecidos de la turba: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Lucas 23:21).
En el juicio fraudulento, la cruel flagelación y la brutal crucifixión de Jesucristo, podemos ver la fría e insensible naturaleza de la mente carnal en su máximo esplendor.
Analicemos que Pedro fue inspirado a escribir acerca de cómo Jesús respondió ante la brutalidad de sus perseguidores:
“Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:20-23).
¿Cómo pudieron los seres humanos burlarse, golpear, torturar y finalmente matar a un hombre que era Dios en la carne?
Porque, como Jesús lo explicó: “todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20, énfasis añadido).
Fue el odio —la enemistad— manifestado por la mente carnal lo que desencadenó la muerte de Jesucristo.
“Porque no se sujetan a la ley de Dios”
Esta parte de Romanos 8:7 especifica qué es lo que la mente carnal rechaza de Dios: su ley.
La mente carnal no permitirá que Dios sea Dios. Se niega a reconocer a Dios como su soberano, gobernante y autoridad absoluta.
Debido a que sus leyes son una expresión de esa autoridad, la humanidad no puede y no quiere obedecerle plenamente.
En vez de la obediencia total, lo que más le atrae al hombre natural es la obediencia selectiva. La mente carnal tiende a escoger y elegir qué mandamientos obedecer, a sacar versículos fuera de contexto para justificar un comportamiento que está claramente condenado en otra parte, y a razonar su camino a través de declaraciones directas con el fin de hacer lo que quiere.
En muchos casos, los únicos mandamientos que se siguen son los que producen beneficios inmediatos, suenan bien y no son demasiado restrictivos.
Tomemos, por ejemplo, el Cuarto Mandamiento.
La enseñanza bíblica acerca del sábado es directa y fácil de entender. No hay evidencia bíblica que sugiera que alguna vez haya sido cambiado por el domingo; todo lo contrario, el sábado era y es para ser guardado durante el séptimo día de la semana, el sábado, de acuerdo a la voluntad propia de Dios.
Todo verdadero siervo de Dios a través de los siglos ha observado el sábado, incluyendo a Jesucristo y cada uno de sus discípulos en la Iglesia primitiva.
Pero la mente carnal hará todo lo posible para justificar su rechazo al mandato directo de Dios de guardar el sábado en el séptimo día, en ocasiones utilizando argumentos teológicos que suenan ingeniosos para convencerse de que el sábado fue abolido, y otras veces simplemente diciendo que era el reflejo del “Dios severo” del Antiguo Testamento.
Incluso las personas que admiten de buen grado que el sábado sigue siendo obligatorio para los cristianos hoy en día intentará poner en tela de juicio la necesidad de guardarlo diciendo cosas como: “Dios no querría que perdiera mi trabajo” o “Dios no querría que me perdiera este concierto”.
¿Utiliza usted algunos de esos planteamientos?
Si es así, ¿por qué?
Es la hostilidad que se manifiesta.
Para ver otro ejemplo de estas tendencias de obstinación, basta con mirar la antigua nación de Judá.
Veamos lo que Dios le dijo al pueblo rebelde de Judá por medio del profeta Jeremías: “He aquí que yo dispongo mal contra vosotros, y trazo contra vosotros designios; conviértase ahora cada uno de su mal camino, y mejore sus caminos y sus obras” (Jeremías 18:11).
“Y mejore sus caminos y sus obras” es otra forma de decir que dejen de desobedecer y empiecen a obedecer.
Hacía tiempo que la nación debía haberse arrepentido, pero prefirió mantenerse en su obstinada actitud.
El versículo 12 describe su rechazo absoluto y carnal de obedecer a Dios: “Y dijeron [el pueblo de Judá]: Es en vano; porque en pos de nuestros ídolos iremos, y haremos cada uno el pensamiento de nuestro malvado corazón [mente carnal]”.
Esta terquedad no era exclusiva del pueblo de Judá.
De hecho, también la encontramos en Apocalipsis capítulos 8-9 donde una serie de plagas caen sobre la Tierra justo antes del regreso de Jesucristo. A pesar de estas plagas, cada una aumentando en severidad y víctimas, la humanidad va a rehusar volverse a Dios, así como la nación de Judá lo hizo.
“Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos...y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos” (Apocalipsis 9:20-21).
Dios, el que declara el fin desde el principio, confirma que incluso después de estas devastadoras plagas que llevarán a la Tierra al borde de la destrucción, la humanidad seguirá sin obedecerlo.
Hasta ese punto llegará la humanidad con tal de no someterse a la ley de Dios.
“Ni tampoco pueden”
Después de liberarlos de una forma espectacular y dramática de la opresión del Faraón, Dios hizo un pacto con los hijos de Israel.
“Todo lo que el Eterno ha dicho, haremos”, fue la respuesta inmediata y sincera de los israelitas a la intervención de Dios en sus vidas (Éxodo 19:8).
Uno pensaría que presenciar milagros poderosos como la división del Mar Rojo inspiraría a los israelitas a hacer todo lo posible por obedecer a Dios. Pero sucedió lo contrario.
Fracasaron completamente.
Debido a la desobediencia de los israelitas, fueron condenados a vagar por el desierto durante 40 años, hasta que aquella generación infiel e incrédula murió.
El sacrificio de Cristo hizo posible que tuviéramos un nuevo comienzo —esta vez con un poderoso Ayudante para combatir la influencia de la mente carnal.
¿Por qué desobedecieron a Dios y no cumplieron su parte del pacto?
Romanos 8:7 nos da la respuesta: “Por cuanto los designios de la carne [la mente carnal] son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (énfasis añadido).
La Nueva Versión Internacional traduce Romanos 8:7 como: “La mente gobernada por la carne es enemiga de Dios, pues no se somete a la Ley de Dios ni es capaz de hacerlo” (énfasis añadido).
Esgrimir argumentos en contra de guardar los mandamientos de Dios —justificar el pecado— no es otra cosa que la manifestación de la última afirmación de Romanos 8:7: la imposibilidad de esperar que la mente carnal obedezca a Dios por sí misma.
Esto se demostró en repetidas oportunidades a lo largo de toda la historia de los antiguos israelitas, desde su salida de Egipto guiada divinamente hasta el momento en que fueron llevados cautivos a Babilonia.
Dios se lamentó por la mentalidad carnal de los israelitas: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).
La mentalidad carnal está profundamente arraigada en nosotros.
Está en el origen de nuestra incapacidad para obedecer a Dios; está en nuestra naturaleza. (Si usted desea comprender en profundidad por qué somos como somos, lo invitamos a leer “¿Qué es la naturaleza humana?”.)
Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto?
La solución para una mente carnal
Romanos 8:7 puede parecer desalentador.
Esto es especialmente cierto cuando lo analizamos en el contexto del versículo anterior, que dice: “porque el ocuparse de la carne es muerte” (Romanos 8:6, énfasis añadido).
Al fin y al cabo, ya que los israelitas —personas que fueron testigos de la intervención dramática de Dios una y otra vez— no pudieron superar la influencia de la mente carnal, ¿qué esperanza tenemos nosotros?
Si eso fuera todo, nos encontraríamos repitiendo el sentimiento de Pablo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).
Afortunadamente, hay una solución.
Nuestra mayor arma en la guerra contra nuestra mente carnal es el Espíritu Santo, que nos proporciona el autocontrol necesario para resistir sus mandatos.
Pablo respondió a su propia pregunta: Jesucristo es quien nos librará (v. 25). Su sacrificio hizo posible que tuviéramos un nuevo comienzo —esta vez con un poderoso Ayudante para combatir la influencia de la mente carnal.
La segunda parte de Romanos 8:6 nos dice: “pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (énfasis añadido).
La mentalidad espiritual a través del poder del Espíritu de Dios es la solución.
Nuestra mayor arma en la guerra contra nuestra mente carnal es el Espíritu Santo, que nos proporciona el autocontrol necesario para resistir sus mandatos. Si usted desea saber más acerca de este poder, lo invitamos a leer “¿Qué es el Espíritu Santo?”.
Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos permitir que las Escrituras inspiradas nos corrijan y reprendan, de acuerdo con el propósito para el que fueron escritas.
Con esa clase de ayuda de parte de Dios, finalmente podemos superar la mentalidad carnal y aceptar la Biblia como la autoridad absoluta en nuestras vidas.
Podremos dejar de discutir, cuestionar y rebelarnos contra Dios y su Palabra. Podremos decir, como lo hizo Jesús: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Esto no quiere decir que no tendremos ataques de nuestra carnalidad y que incluso a veces perderemos la batalla.
Incluso Pablo, años después de recibir el Espíritu Santo, pecó (Romanos 7:21-23).
Sin embargo, con el poder del Espíritu de Dios, podemos vencer y obedecer al Dios revelado en la Biblia —el Dios de la creación, el Dios de los apóstoles.
Sólo por medio de su Espíritu podemos vencer la influencia de la mente carnal. Si usted desea aprender más acerca de este proceso, lo invitamos a leer “Despojaos del viejo hombre: ¿qué significa esto?”.
Fecha de publicación: Diciembre 27, 2023