Lenguaje profano: por qué a Dios le importan las palabras que usamos
Existen más de cien mil palabras en la lengua hispana. ¿Por qué algunas de ellas están prohibidas para un hijo de Dios? Las palabras que empleamos importan. Ésta es la razón.
La habilidad de usar palabras es un súper poder.
Nuestro súper poder.
Es probable que no lo veamos de esta manera, teniendo en cuenta que casi todas las personas pueden usar las palabras. Las vemos escritas, habladas, en lenguaje de señas y en todo, desde musicales hasta vallas publicitarias. Están por todos lados.
Pero imaginemos, sólo por un minuto, un mundo sin palabras. Imagínense cómo sería vivir cada día en un mundo donde las palabras no existieran. Imagínense tratando de comunicarse con alguien acerca de cualquier cosa. ¿Qué sería de nuestras relaciones sin palabras? ¿Cómo podríamos compartir nuestros sentimientos más profundos o nuestros chistes más graciosos? ¿Cómo podríamos entender a los demás, o que nos entiendan a nosotros?
No podríamos. Al menos, no de una forma significativa. Estaríamos atrapados en nuestro pequeño mundo, y así estarían todos los demás.
Y eso es exactamente lo que hace que las palabras sean tan especiales: con las palabras, conectamos mundos.
Argumentos a favor de un lenguaje soez
De vez en cuando, nos cruzamos con argumentos a favor del uso de un lenguaje soez. Según estos argumentos, las palabras vulgares cumplen un rol invaluable, incluso esencial, en la comunicación.
Seguramente, también hemos escuchado este tipo de argumentos. Pueden ser extremadamente convincentes y, de hecho, debo reconocer que en ocasiones me he detenido a pensar si quizás algunos de esos puntos tienen algún fundamento.
Después de todo, las palabras no son verdades objetivas. Son conjuntos de letras y sonidos que hemos recopilado a lo largo de los años para identificar y catalogar objetos y conceptos. Por ejemplo, lo que los hispanohablantes llaman gallo, nosotros en inglés lo llamamos “rooster”. No quiere decir que un grupo esté bien o mal —simplemente usamos fonéticas diferentes para referirnos a lo mismo.
El lenguaje profano se basa en el mismo principio. Si una persona comienza a insultarnos, digamos en ruso, probablemente no nos vamos a sentir ofendidos porque seguramente no vamos a tener la menor idea de lo que están diciendo. Pero si la misma persona suelta la misma retahíla de improperios en español, nos vamos a sentir extremadamente incómodos. ¿Por qué?
Porque, socialmente, las palabras sólo tienen el poder que les damos.
Cómo elegir un objetivo
Pensemos en esto: una palabra es ofensiva cuando, nosotros, culturalmente decidimos que así es. El único factor real que determina si una cadena de sílabas es vulgar o correcta es el modo en que la sociedad la ve.
Ante esta información, podemos decidir entre dos opciones. La primera es decir: “Está bien, las palabras son sólo lo que nosotros hacemos de ellas, por lo tanto ninguna palabra está intrínsecamente fuera de los límites”. A partir de ahí, es fácil defender la vulgaridad como medio para atrapar a las personas desprevenidas, escandalizarlas, captar su atención, impulsarlas e incluso incitarlas a la acción. Si las palabras son superpoderes, un improperio oportuno no es más que una forma de potencializar esos poderes.
Las palabras son los puentes que construimos para conectar mundos —y la Biblia nos dice que la calidad de esos puentes es un factor muy importante.
La otra manera de abordar esta situación, implica que analicemos el lenguaje profano a través de la perspectiva de las escrituras —y cuando lo hacemos, llegamos a una conclusión totalmente distinta. Si las palabras son superpoderes, entonces la Biblia nos dice que debemos ver el lenguaje profano como criptonita.
Las palabras son los puentes que construimos para conectar mundos —y la Biblia nos dice que la calidad de esos puentes es un factor muy importante.
Palabras que no convienen
Es cierto que las palabras sólo tienen el significado que les damos, pero esto no cambia el hecho de que las palabras tienen significado. Una palabra puede ser ofensiva sólo por la connotación que la sociedad le da, pero eso no hace que la palabra sea menos ofensiva.
Esto fue lo que Dios le inspiró al apóstol Pablo para que escribiera acerca del lenguaje: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Colosenses 3:8). En la misma epístola, él añadió: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (4:6).
Pablo, en otra epístola, le recuerda a Iglesia: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes… Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia… Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias” (Efesios 4:29, 31; 5:3-4).
Lenguaje profano, palabras corrompidas, maledicencias, necedades, truhanerías. La Biblia es clara: existen cosas que un hijo de Dios no debe decir. La razón tiene poco que ver con la forma en que las palabras se convirtieron en inmundicia--y todo que ver con nuestros corazones.
Las palabras reflejan lo que hay dentro del corazón
Jesús advirtió: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:34-37).
Las palabras que usamos, y la forma en que lo hacemos, pueden hacer una gran diferencia. Las palabras que usted y yo decidimos usar, reflejan lo que hay dentro de nuestro corazón. Más adelante, Cristo señaló: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre” (Mateo 15:18).
Si nos empeñamos en utilizar palabras vulgares y groseras, ya sea para escandalizar o simplemente para hacer énfasis en algo, estamos enviando el mensaje de que no nos importa rebajar nuestro estándar y comprometer nuestros valores con tal de conseguir algo.
Hay personas que afirman que el lenguaje profano puede darle más fuerza y énfasis a una frase que cualquier otra cosa. Pero no se trata sólo de la efectividad potencial de nuestra comunicación, sino también de nuestro carácter.
Ser un hijo de Dios implica reconocer que Dios ha puesto algunas cosas fuera de los límites, cosas que nos degradan, nos hieren o nos hacen menos de lo que deberíamos ser. El lenguaje vulgar es una de esas cosas. Si nuestras palabras reflejan el corazón, entonces las palabras soeces reflejan un corazón vulgar y las palabras corruptas reflejan un corazón corrupto. Si nuestro objetivo es desarrollar un carácter según Dios, buscar la rectitud y la pureza, ¿cómo podemos justificar el uso de palabras cuya única función real es insultar y ofender?
Una decisión
Nuestras palabras son un superpoder. Tenemos la oportunidad de transmitir la palabra “que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. O podemos conformarnos con palabras deshonestas, necedades y truhanerías “que no convienen”.
¿Qué mundos estamos conectando? Para empezar a explorar la mejor forma de usar sus palabras, lo invitamos a leer nuestro artículo “Palabras que duelen, palabras que ayudan”.
Fecha de publicación: Septiembre 14, 2023