La Biblia nos dice que debemos confesar nuestros pecados. ¿Qué significa esto? ¿A quién y cómo debemos confesarlos? ¿Cuáles son los resultados de la confesión? ¿Qué nos dice la Biblia al respecto?
Es posible que tenga esta escena típica muy vívida en su mente: una cabina pequeña, oscura, parecida a un armario, privada y protegida de las miradas indiscretas del mundo exterior. Sólo otro ser humano puede oír lo que usted tiene que compartir, y se sienta frente a la división demarcada por un velo que los mantiene a los dos a una distancia segura y posiblemente anónima.
En este espacio aislado entre los techos de una catedral que transmite un aire religioso, uno debe abrirse y enfrentar la vulnerabilidad de verbalizar sus pecados más profundos y oscuros. Al menos, esto es lo que las películas y años de tradición humana describen como una confesión apropiada.
Pero, ¿es esto —susurrar en secreto sus pecados a un líder religioso y esperar a oír qué penitencia será suficiente para compensar nuestro pecado— lo que realmente significa la confesión bíblica? En lugar de centrarnos en la piedad externa de las tradiciones confesionales, veamos lo que dice la Biblia acerca de confesar nuestros pecados.
¿Qué significa confesar?
Actualmente, el uso que se le da a esta palabra en castellano, confesar significa reconocer la realidad de algo que es o ha sido verdad. Confesar incluye declarar, reconocer, asumir o admitir alguna acción, palabra, pensamiento o sentimiento.
Confesar puede incluir una amplia variedad de temas (positivos y negativos), desde confesar el amor del uno por el otro a confesar haber cometido un crimen violento. Independiente del tema, la confesión siempre implica declarar la verdad.
Cuando se trata de confesar nuestros pecados, esto implica manifestar la verdad acerca de lo que hemos hecho con respecto a las instrucciones que Dios nos da para vivir.
El apóstol Juan define el pecado: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). O como dice en la Nueva Versión Internacional, “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley”.
Asi que, confesar nuestros pecados es reconocer la realidad que hemos quebrantado la ley de Dios, la cual es santa, justa y buena (Romanos 7:12).
Ejemplos de confesiones en la Biblia
La Biblia registra varios ejemplos de confesión para mostrar un simple pero humilde reconocimiento del pecado. Estos son sólo algunos
- “Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa y tu juicio, irreprochable” (Salmos 51:3-4, énfasis añadido).
- “Te suplico que me prestes atención, que fijes tus ojos en este siervo tuyo que día y noche ora en favor de tu pueblo Israel. Confieso que los israelitas, entre los cuales estamos incluidos mi familia y yo, hemos pecado contra ti” (Nehemías 1:6, énfasis añadido).
- “Y oré al Eterno mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas” (Daniel 9:4-5, énfasis añadido).
- “Muchos de los que habían creído llegaban ahora y confesaban públicamente lo que habían hecho” (Hechos 19:18, énfasis añadido).
- “Ya que no hay ser humano que no peque, si tu pueblo peca contra ti, y tú te enojas con ellos y los entregas al enemigo para que se los lleven cautivos a otro país, lejano o cercano; y si en el destierro, en el país de los conquistadores, se arrepienten, se vuelven a ti y oran diciendo: “Somos culpables, hemos pecado, hemos hecho lo malo”…oye tú su oración y su súplica desde el cielo donde habitas y defiende su causa. Perdona a tu pueblo que ha pecado contra ti; perdona todas las ofensas que te haya infligido. Haz que sus conquistadores le muestren clemencia” (1 Reyes 8:46-50, énfasis añadido).
Como vemos en estos ejemplos y muchos otros más, la confesión de los pecados debe ir acompañada de un espíritu de humildad y una actitud de arrepentimiento, demostrando que es evidente el deseo de cambio.
La confesión se trata de algo más que unos labios que pronuncian las palabras correctas; también se trata del corazón. Ciertamente podríamos reconocer nuestros pecados verbalmente, pero sin un arrepentimiento de corazón, genuino, no podemos disfrutar de los beneficios de la confesión.
¿Cuál es el propósito de confesar nuestros pecados?
Si leemos los pasajes que rodean las escrituras que acabamos de citar, vemos que cuando hay un corazón arrepentido involucrado en la confesión, se logran dos resultados muy claros: perdón y reconciliación.
Nosotros le confesamos nuestros pecados a Dios —reconocemos que hemos quebrantado su ley— porque queremos que nos perdone y nos permita tener una relación cercana con Él.
El pecado nos separa de Dios (Isaías 59:2), ¡y ese es un sentimiento espantoso! El rey David veía la necesidad de perdón y limpieza para no tener que experimentar esa separación solitaria indefinida de Dios. Él oró:
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu” (Salmos 51:1-2, 10-11; lo invitamos a leer: “¿Por qué Dios busca un corazón contrito y humillado?”).
David sabía que sin el perdón de sus pecados, corría el riesgo de perder la conexión personal e intima que tenía con Dios. Reconoció su propio carácter imperfecto confesando sus pecados a Dios, y luego apeló al carácter misericordioso de Dios al pedir perdón y reconciliación.
La asombrosa realidad del carácter lleno de gracia de Dios, que hace que Él extienda su misericordia, está plasmada en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (énfasis añadido).
Ésta es una promesa con la cual podemos contar porque depende del carácter de Dios Todopoderoso. Debemos reconocer lo que hemos hecho (no negarlo, como lo dice en los versículos 8 y 10) con la actitud de querernos alejar de esas acciones pecaminosas, y Dios está dispuesto a concedernos el perdón como respuesta a nuestra confesión.
¿A quién le debemos confesar?
No necesitamos confesarle nuestros pecados a un ministro o a un clérigo, para poder buscar el perdón del Gobernante del cielo y la tierra.
Ya que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7), es lógico que no dirijamos nuestra confesión a un ser humano, sino directamente a Dios. No necesitamos confesarle nuestros pecados a un ministro o a un l clérigo para poder buscar el perdón del Gobernante del cielo y la tierra.
Por medio de la muerte de Jesucristo por nuestros pecados, se nos dio acceso a una relación directa con Dios el Padre. Jesús dijo que sus discípulos deberían manifestarle sus peticiones directamente al Padre, en su nombre (por medio de su poder y autoridad).
Jesús le dijo a sus discípulos, al referirse a un tiempo después de su muerte: “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido…En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios” (Juan 16:23-24, 26-27).
Si Jesucristo dice que nosotros ni siquiera necesitamos que Él ore por nosotros porque podemos hablar directamente con el Padre, ¿por qué vamos a necesitar hablar con un sacerdote o ministro en un cajón oscuro detrás de un velo para que sea escuchada la confesión de nuestros pecados y seamos perdonados? La verdad es que no necesitamos eso.
Nuestra confesión debe ser dirigida a Dios, porque por encima de todo, nuestros pecados son en contra de Dios (Salmos 51:4).
¿Cómo le confesamos a Dios nuestros pecados?
Entonces, ¿cómo confesamos nuestros pecados? Simplemente hablando directamente con Dios en una oración sincera. Hablamos con Él acerca de los detalles de lo que hemos hecho, exponiéndole la verdad sobre nuestras acciones, pensamientos o actitudes. Reconocemos que lo que hemos hecho es pecado; le pedimos perdón y el poder para cambiar nuestras acciones en el futuro.
Al profesar nuestra creencia de que Jesús es nuestro Salvador y Sumo Sacerdote, no necesitamos ningún mediador humano entre nosotros y el Padre cuando confesamos nuestros pecados.
Jesucristo, aquel que hizo posible el acceso al Padre, se sienta a la diestra del Padre y se compadece de nuestra debilidad. Debido a la sangre que derramó por nosotros, se nos insta a que: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16; también lo invitamos a ver los versículos 14-15).
(Si usted desea aprender más acerca de cómo confesar, lo invitamos a ver nuestra publicación en el blog, “Cómo debemos pedirle perdón a Dios”.)
Un beneficio extra de la confesión
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Eterno no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmos 32:1-2).
Confesar nuestros pecados significa reconocer en detalle lo que hemos hecho para transgredir la ley de Dios y pedir perdón por esos pecados para poder restablecer nuestra relación con Dios.
Ciertamente el perdón es una bendición que resulta de la confesión, y nos brinda la oportunidad de volver a ser felices. “Bendito” puede traducirse aquí como “feliz”, basándose en el significado y la aplicación de la palabra en el texto hebreo original. Sin embargo, debemos tener en cuenta que ser bienaventurado significa mucho más que simplemente tener una emoción de alegría. Ser bendecido es un estado o condición que nos trae alegría debido a una relación positiva o restaurada con Dios.
En este salmo, David hace un contraste entre la confesión y el ocultar el pecado con el silencio:
“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones al Eterno; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah” (vv. 3-5).
Aunque David no describe las sensaciones físicas en su cuerpo después de la confesión, la vívida descripción de lo que sucedía en su interior mientras encubría su pecado (lo invitamos a ver también el Salmo 38) nos permite completar la historia. Como si nos quitáramos un peso de encima, la confesión nos libera de la culpa, la preocupación y la vergüenza. Podría expresarse poéticamente en un profundo suspiro de alivio. “Ahh . . .” Qué contraste con los días de nuestro silencio.
Hay beneficios mentales, emocionales e incluso físicos que pueden provenir de reconocer nuestro pecado en lugar de tratar de ocultarlo. Una vez que admitimos lo que hemos hecho, no necesitamos cargar con el lastre emocional que puede causar incluso síntomas físicos de angustia.
Confesión verdadera: hay mucho más por decir
Hay muchas cosas más que se podrían decir acerca de la confesión de nuestros pecados. Las escrituras incluyen muchos más ejemplos de confesiones hechas correctamente. También contienen algunos ejemplos de confesiones que se basaban sólo en el remordimiento de haber sido descubierto, en lugar del arrepentimiento debido a un cambio genuino de corazón.
Otro aspecto que pudiera completar el tema podría llevarnos a estudiar los beneficios de confesar nuestros pecados en confianza a un amigo fiel, que puede animarnos, orar por nosotros y ayudarnos a asumir nuestra responsabilidad (Santiago 5:16).
No obstante, los principios de la confesión cristiana están claros. Confesar nuestros pecados significa reconocer en detalle lo que hemos hecho para transgredir la ley de Dios y pedir perdón por esos pecados para poder restablecer nuestra relación con Dios.
La confesión no tiene por qué tener lugar en una cabina especial, en una gran estructura religiosa o ante un líder espiritual humano. Basta con dirigirse a Aquel que tiene el poder y el carácter misericordioso para hacer algo por los pecados que hemos cometido. Su trono espera, y Él tiene su oído listo. Sólo necesitamos un corazón arrepentido que se incline ante Él y busque su ayuda para cambiar.
Podemos confiar en el carácter de Dios y en la sencillez de sus promesas. “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13, énfasis añadido).
Lo invitamos a estudiar más acerca de estos temas, en nuestros artículos: “Cómo debemos arrepentirnos”, “La tristeza según Dios” y demás artículos relacionados.