Dios odia el pecado. Es lo opuesto a cómo Él piensa y actúa; el pecado causa sufrimiento y muerte. ¡Sin embargo, nuestro Dios misericordioso está dispuesto a perdonar todos nuestros pecados!
“Bendice, alma mía, al Eterno, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” (Salmos 103: 2-4).
No hay nadie que no cometa errores, pequeños o grandes. Todos pecamos. Dios se decepciona cuando pecamos, pero no se sorprende. Él sabía que pecaríamos cuando le dio al hombre la libertad de elegir, llamada a veces libre albedrío.
El propósito de Dios al crear a la humanidad era tener una familia de hijos e hijas como Él. “Como Él mismo” significa tener el carácter para elegir lo que está bien en lugar de lo que está mal.
Se necesita tiempo, esfuerzo y la ayuda de Dios para alcanzar ese tipo de carácter. Debemos superar la debilidad de nuestra naturaleza humana, la influencia de Satanás y los muchos hábitos pecaminosos en los que a menudo caemos.
Por lo tanto, a lo largo nuestra vida, a veces no estaremos a la altura de los estándares establecidos por la Palabra de Dios. Dios en su misericordia sabía que éste sería el caso, y por eso nos ofreció una manera para que pudiéramos ser perdonados de esos pecados.
Todos pecamos
Sólo hay un ser humano que no ha pecado: Jesucristo. ¡El resto de nosotros, usted y yo, hemos
pecado, y pecaremos, muchas veces!
El rey Salomón escribió: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien [todo el tiempo] y nunca peque” (Eclesiastés 7:20).
El apóstol Pablo repitió esta misma verdad: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Los pecados son acciones contrarias a las leyes de Dios. El pecado trae la pena de muerte (Romanos 6:23). Todos estamos, o hemos estado, bajo esa pena, viviendo con esa condena de muerte. La única manera de eliminar ese castigo es a través del perdón de Dios.
El deseo de Dios es que no tengamos que pagar tan terrible precio.
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Dios quiere que lleguemos a entender esa maravillosa y alentadora verdad. Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2:4).
Dios perdona
Cuando en nuestra vida llegamos al momento en el que nos damos cuenta que el pecado es erróneo, nos esforzaremos por cambiar. Tal vez nos preguntemos cómo podremos limpiar nuestras vidas, pero pronto nos daremos cuenta de que es imposible hacerlo por nuestra propia cuenta.
“¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?” (Proverbios 20:9). Esto no es algo que podamos hacer por nosotros mismos, pero Dios está más que dispuesto a ayudarnos. Él no quiere que fracasemos. Él es un Dios de amor y misericordia, y desea que enterremos el pasado, ofreciéndonos la forma de lograr este cambio.
Desde el principio, el plan de Dios incluía la posibilidad de a que nuestros pecados fueran perdonados.
Cuando Dios creó a la humanidad, Él sabía que las personas pecarían y necesitarían un Redentor para limpiar esos pecados. Por lo tanto, desde el principio, su plan incluía enviar a su Hijo a dar su vida para que pudiéramos tener perdón.
“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:13-14).
¿Qué es el perdón?
Pablo escribió: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), y no sólo la muerte temporal que llega a todos, sino la muerte eterna. Previamente, había declarado que “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
No hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar, si nos arrepentimos sinceramente y buscamos su perdón.
Esta verdad también se menciona varias veces en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Ezequiel 18:4 dice: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, ésa morirá”.
Luego el profeta Ezequiel fue inspirado para añadir lo siguiente:
“Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no morirá. Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá” (vv. 21-22).
Dios hace posible la redención, que se explica más detalladamente en otros pasajes que dejan claro que el perdón no es algo que nosotros podamos ganar.
“Porque de cierto morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse; ni Dios quita la vida, sino que provee medios para no alejar de sí al desterrado” (2 Samuel 14:14).
Dios ha provisto un medio, un camino.
Cada vez que pecamos, incurrimos en una deuda. Pero Dios ha provisto una manera para que la pena, o deuda, pueda ser pagada por alguien más: su Hijo, Jesús.
“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
Observe lo que el profeta Isaías escribió siglos antes:
“Venid luego, dice el Eterno, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). Y nuevamente: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25).
¿Cómo podemos recibir el perdón?
¿Qué debemos hacer cuando pecamos? ¿Cómo podemos recibir el perdón de Dios?
Uno de los primeros pasos es admitir y confesar nuestros pecados a Dios.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:8-10).
En su primer sermón, Pedro nos dio más información acerca de los pasos que hemos de dar: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
El arrepentimiento es rechazar lo malo y volvernos a lo que es justo y bueno, como lo definen las leyes de Dios.
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).
Cristo le dijo a la mujer sorprendida en adulterio: “vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Todo pecado puede ser perdonado
A veces pensamos que nuestros pecados son tan malos que Dios no estará dispuesto a perdonarnos.
Sin embargo, no hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar, si nos arrepentimos sinceramente y buscamos su perdón.
“Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).
El sacrificio de Jesucristo es perfecto, y lo suficientemente grande como para cubrir cualquier pecado que podamos cometer si nos arrepentimos posteriormente. Su sacrificio puede cubrir los pecados de toda la humanidad.
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).
Corinto era una ciudad extremadamente pecaminosa. Muchos de los que se convirtieron en seguidores de Cristo habían estado viviendo vidas muy pecaminosas, participando en todo tipo de maldad.
“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11).
Pablo afirmó que en ese momento habían sido perdonados. Esos hombres y mujeres habían sido limpiados por la sangre de Jesucristo.
Esa misma limpieza o lavamiento está disponible para todos nosotros. Cualquiera que sea el pecado, oculto o manifiesto, mayor o menor, hecho deliberadamente o en ignorancia, de omisión o comisión, cualquier mal que hayamos hecho puede ser totalmente borrado a través del sacrificio de Jesucristo.
¿Qué pasa si volvemos a pecar después de ser perdonados?
¿Qué ocurre si volvemos a equivocarnos después de pedir perdón? ¿Podemos ser perdonados nuevamente?
En realidad, no es una cuestión de “qué pasaría si”, porque todos, de vez en cuando, nos equivocaremos y volveremos a pecar. Incluso mientras intentamos no hacerlo, todos nos equivocamos a veces. Pero mientras sigamos intentándolo, con el deseo y la determinación de cambiar, lamentando nuestros errores, Dios está muy dispuesto a perdonar.
Dios es misericordioso y nos seguirá perdonando siempre y cuando sigamos intentándolo. Esos errores deberían ocurrir cada vez con menos frecuencia a medida que crezcamos espiritualmente y usemos su Espíritu para tener la fuerza necesaria para dominar las influencias del pecado.
El libro de Proverbios menciona que una persona justa puede caer siete veces. Esto quiere decir que se levanta cada vez.
“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal” (Proverbios 24:16).
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:1-2).
Hay cientos de escrituras que ponen de manifiesto el deseo y la voluntad de Dios de perdonar. Por ejemplo:
- Jesucristo “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5).
- “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado… Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Eterno; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah” (Salmos 32:1, 5).
- “Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; Todos los pecados de ellos cubriste. Selah” (Salmos 85:2).
- “Y pasando el Eterno por delante de él, proclamó: ¡el Eterno! ¡el Eterno! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6).
Dios es un Dios misericordioso. Su misericordia se extiende por mil generaciones. Él espera que seamos misericordiosos con aquellos que nos han hecho daño.
Jesucristo nos dio el ejemplo de cómo debemos orar a Dios pidiéndole su perdón: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Debemos perdonar a los demás si esperamos que Dios nos perdone. (Eso no significa que debamos continuar asociándonos con ellos si continúan haciéndonos mal.)
Cuando Pedro le preguntó a Cristo cuántas veces debía perdonar a los demás, Cristo dijo siete veces 70, o 490 veces (Mateo 18:21-22). ¿No podríamos esperar mucho más de Dios?
Dios desea que aprendamos de nuestros errores, que sólo nos traen problemas, dolor y vacío a nuestras vidas. Él quiere que nos demos cuenta de que el pecado no trae gozo verdadero ni plenitud duradera. Él desea profundamente que lleguemos a la convicción que hay una mejor manera de vivir: el camino de nuestro Creador.
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