Viaje El fruto del Espíritu

Bondad: De adentro hacia afuera

Un joven rico le preguntó a Cristo en cierta ocasión: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16). La respuesta de Jesús fue corta, pero muy instructiva: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (v. 17).

Empecemos por aquí. Uno de los aspectos del fruto del Espíritu que Pablo menciona es la “bondad”, pero en el versículo anterior Jesucristo aclara un punto importante: la clase de bondad de la que Pablo hablaba procede de Dios exclusivamente. En otras palabras, si el fruto del Espíritu produce bondad en las personas, es una bondad que necesariamente proviene de Dios, y no de nosotros mismos. La bondad no es una cualidad que podamos producir estando lejos de Dios.

Tal vez esto suene un poco extremo, especialmente porque en español usamos la palabra bueno con mucha libertad. Decimos que tuvimos un “buen” día, comimos una “buena” comida con un “buen” amigo, hicimos un “buen” trabajo, o realizamos una “buena” obra —todas acciones humanas que las personas hacen día tras día sin tener el Espíritu de Dios.

Pero esa no es la clase de bondad que Jesús y Pablo tenían en mente. Las palabras griegas que en la Biblia se traducen como “bueno” y “bondad” denotan la cualidad de ser intrínsecamente bueno —ser íntegro y justo desde lo más profundo del ser. Su sándwich podrá estar muy “bueno”, no lo dudo, pero nunca así de bueno.

Cristo le dijo al joven rico: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Ésa es la clave, y Pablo lo sabía. En su carta a los romanos, el apóstol escribió: “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Los mandamientos de Dios nos enseñan cómo se manifiesta la bondad en la práctica. Son un reflejo de su carácter y nos fijan los límites necesarios para vivir una vida santa y justa.

Pero hay un problema —no con la ley de Dios, sino con nosotros. Pablo lo sabía también, y por eso escribió: “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago… Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:18-21).

La bondad es una lucha para nuestra naturaleza humana. No es algo que nos salga de forma natural, y de hecho, es justo lo opuesto lo que más se nos facilita. Incluso cuando queremos hacer el bien, fácilmente terminamos en un mal camino. A veces ni siquiera sabemos qué es lo correcto, y otras veces no tenemos la fuerza de voluntad necesaria para hacer lo correcto en vez de lo que queremos. Es fácil justificarnos y razonar para no obedecer las leyes de Dios cuando nos conviene, pero esto es sólo un síntoma del problema más profundo que Pablo describió: “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”.

Si nuestra intención es desarrollar el fruto del Espíritu, claramente esto será un problema.


La bondad no sólo se trata de hacer el bien; se trata de ser bueno, hasta lo más profundo de nuestro ser. Se trata de hacer lo correcto, no sólo porque es nuestra obligación, sino porque queremos hacerlo —porque es quienes somos. Ésa es la clase de bondad que Dios tiene, y que nos ayudará a desarrollar si nos dejamos guiar por su Espíritu: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

¿Se dio cuenta? Vernos andar en buenas obras ha sido el plan de Dios desde el principio. Pero Él sabe que no lo lograremos de la noche a la mañana. Necesitamos ayuda, y eso es justo lo que nos da.

Pablo animó a los hermanos diciendo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Dios tiene un plan radical para transformarnos de adentro hacia afuera —para reformarnos sacando todo lo que no sirve y desarrollando su carácter y bondad en nosotros.

El proceso no es fácil ni cómodo. Nuestra naturaleza humana se resistirá fuertemente al cambio. Luchará y no se rendirá sin una pelea. Es cierto que el Espíritu de Dios permite que la transformación ocurra, pero también se requiere de un esfuerzo de nuestra parte. Pablo describe parte de esta transformación como el proceso de aprender a “[aborrecer] lo malo, [seguir] lo bueno… No [ser] vencido de lo malo, sino [vencer] con el bien el mal” (Romanos 12:9, 21).

Pero antes de poder hacer lo bueno, necesitamos saber qué es exactamente lo bueno. Y no es tan fácil como suena.


Satanás el diablo es un timador, un mentiroso y un embustero. Fue él quien “ayudó” a Eva a ver que el fruto prohibido del jardín de Edén era “bueno… agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (Génesis 3:6). Y, desde entonces, él mismo ha estado causando problemas similares a lo largo de toda la historia de la humanidad. Sabe cómo parecer un “ángel de luz” (2 Corintios 11:14), y sabe cómo hacer que lo malo parezca bueno.

La buena noticia es que su imitación no es perfecta, y podemos aprender a reconocerla si permanecemos cerca de Dios. “Toda la Escritura”, dice la Biblia, “es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Satanás es un maestro del engaño convincente, pero la Biblia nos da las herramientas para descubrirlo. Mientras más tiempo pasemos estudiando la palabra de Dios —mientras más le permitamos a Dios mostrarnos cómo se ve el bien realmente— mejor equipados estaremos para poner ese conocimiento en acción. “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:8-10).

¿Cómo se manifiesta esto en la práctica? Ésa es una pregunta que David hizo y respondió hace mucho tiempo, y su respuesta sigue siendo cierta hoy:

¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal, y haz el bien; busca la paz, y síguela (Salmos 34:12-14).

Éstas no son instrucciones complicadas, pero sí demuestran que la bondad no es pasiva. La bondad interna produce buenas obras —el bien debe hacerse, y la paz debe buscarse y seguirse. Debemos resistir activamente el mal y el engaño. Nada de esto sucede por sí solo, y todo comienza en nuestro interior.

Al comienzo de este viaje leímos lo que Jesucristo dice acerca de este punto: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16-20).

Lo que llevamos dentro eventualmente saldrá a la luz. Si permitimos que Dios nos muestre cómo se manifiesta la bondad en la práctica a través de su Palabra y su ejemplo, podemos comenzar a esforzarnos por desarrollar esa clase de bondad, y dejarnos transformar por su Espíritu para ser cada vez más como nuestro Creador.

Como todos los aspectos del fruto del Espíritu, la bondad no es parte de nuestra naturaleza. Es necesario esforzarnos para imitar el ejemplo de nuestro Padre, pero tenemos las animadoras palabras de Jesucristo: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”.

Mientras más nos acerquemos a Dios, más capacitados estaremos para producir la clase de fruto que Él busca en sus árboles.

Lectura complementaria

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