Viaje El fruto del Espíritu

Paciencia: Tiene un propósito

Cuando Pablo describe el fruto del Espíritu, menciona la “paciencia” como cuarto componente. Según HELPS Word-Studies, la cualidad de la que el apóstol está hablando describe una paciencia regulada divinamente que “espera el tiempo suficiente antes de expresar enojo” y evita “el uso prematuro de fuerza (castigo), que resulta de un enojo incorrecto”.

En otras palabras, tener paciencia no significa no enojarse; significa enojarse en el momento correcto, de la forma correcta y por el motivo correcto, lo cual es tan difícil de hacer como suena.

(Es interesante que hay dos palabras griegas comúnmente traducidas como “paciencia” en el Nuevo Testamento: makrothumia y hupomone. La palabra que usa Pablo, makrothumia, generalmente se refiere a la paciencia con personas, mientras que hupomone describe la paciencia en situaciones o pruebas.)

Piense en la última vez que se enojó. ¿Cuál fue la razón? ¿Algo lo hizo explotar de forma inesperada, o fue su enojo una respuesta medida por algo que realmente lo merecía? La paciencia marca la diferencia entre la ira como una respuesta explosiva y el enojo como una decisión intencional con un propósito específico.

¿Cómo se manifiesta la paciencia en la práctica?


Puede ser difícil comprender la ira de un Dios amoroso. La ira y el amor a veces nos parecen cosas incompatibles, pero a medida que aprendamos más acerca de la paciencia, veremos que en realidad van de la mano.

Dios se reveló a Moisés como “el Eterno, el Eterno, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).

David también sabía que Dios es “bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan… misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Salmos 86:5, 15).

Dios está listo para perdonarnos. Él desea perdonarnos. Es más, quiere tener una relación cercana con cada uno de nosotros, y es por eso que nos creó. Por eso nos tiene paciencia. Nos tiene paciencia cuando desobedecemos sus leyes perfectas porque espera que nos arrepintamos y retomemos nuestra relación con Él.

Pero sus leyes no son arbitrarias; están ahí por una razón. Existen para mostrarnos la diferencia entre el bien y el mal (Deuteronomio 30:15). Y cuando ignoramos esas leyes y nos rehusamos a obedecerlas, sólo nos estamos acarreando miseria a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Ése es el camino que eventualmente nos llevará al borde de la paciencia de Dios.

Pablo les preguntó a los romanos: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2:4-6).

Aquí vemos dos lados de la misma moneda. Dios ve nuestros pecados como las terribles decisiones que son, pero aun así es paciente con nosotros y nos guía al arrepentimiento. “Pusiste sobre mí la carga de tus pecados”, le dijo a Israel, “me fatigaste con tus maldades” (Isaías 43:24). Pero a pesar de todo, “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (v. 25).

Dios está dispuesto a perdonarnos, pero no soportará la maldad para siempre. Quienes se rehúsen a arrepentirse y cambiar, eventualmente enfrentarán el “día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”. Y esto nos lleva a otra pregunta importante:

¿Cuánto espera la paciencia?


La respuesta es: “tanto como sea necesario”. Y eso no es lo mismo que “para siempre”, aunque a veces pueda sentirse así en la práctica.

En el Antiguo Testamento, la sección de la Biblia donde según muchos Dios fue impulsivo e impaciente, Dios de hecho mostró muchísima paciencia.

Es cierto que eventualmente mandó a su pueblo a la cautividad, pero antes de eso, pasó décadas, incluso siglos, suplicándole a Israel que dejara la idolatría y se volviera a Él. Por medio de Jeremías les dijo: “envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco. Pero no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su maldad, para dejar de ofrecer incienso a dioses ajenos” (Jeremías 44:4-5).

Dios fue paciente. Le dio a su pueblo oportunidad tras oportunidad para cambiar, pero ellos no quisieron: “La palabra que nos has hablado en nombre del Eterno, no la oiremos de ti” (v. 16). No había manera de cambiar sus mentes ni razonar con ellos. En lugar de volverse a Dios, “edificaron lugares altos a Baal, para quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal; cosa que no les mandé, ni hablé, ni me vino al pensamiento” (Jeremías 19:5).

Estaban quemando a sus propios hijos como sacrificios humanos a dioses inexistentes. Estaban cometiendo todo tipo de inmoralidades una y otra vez. Así que, eventualmente, Dios dejó de advertirles. Debido a sus pecados, les quitó su protección y envió a otros pueblos a conquistarlos.

Pero aun así, Dios tenía un plan para ellos. Siglos después, Pablo preguntó: “¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera” (Romanos 11:1). Dios aún tiene un plan para trabajar con Israel (que en su mayoría fue “endurecido” a la verdad, v. 7), y algún día, “todo Israel será salvo” (v. 26).

Y ese plan no termina con una sola nación. Dios quiere trabajar con todos los seres humanos que han existido en la historia, incluyendo los millones de millones, muertos y vivos, que no han conocido al Dios de la Biblia. Dios no se ha olvidado de nadie. Eventualmente, todos tendrán la oportunidad de conocer su camino y ser parte de su familia, porque “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).


Esto no significa que todos los seres humanos se van a arrepentir. Incluso después de conocer las verdades de la Biblia y al Dios verdadero, algunas personas se rehusarán a cambiar. Y la Biblia dice claramente que sólo quienes “guardan sus mandamientos” tendrán derecho al “árbol de la vida” (Apocalipsis 22:14, Reina Valera Actualizada).

Eventualmente, llegaremos al punto decisivo en que Dios destruirá para siempre a todos los que insistan en desobedecer sus leyes. Pero no lo hará en una especie de arrebato de ira, lo hará porque seguir teniendo paciencia con ellos sencillamente no cambiará nada.

La paciencia de Dios tiene un propósito. Él quiere que todos seamos parte de su familia y está dispuesto a esperar cuanto sea necesario para darnos la mejor oportunidad posible. Esto no significa que esperará para siempre o que hará caso omiso de nuestros pecados, pero sí que está dispuesto a esperar mucho, mucho más de lo que cualquiera de nosotros merece.

Ése es nuestro ejemplo a seguir. Dios no quiere darse por vencido con nadie, y nosotros tampoco deberíamos. Su paciencia para con nosotros —su paciencia— va de la mano con su deseo de que nos arrepintamos, dejemos de pecar y nos convirtamos en sus hijos e hijas. No se cansa de nosotros sólo porque tuvimos un traspié o un mal día, y aunque nos evalúa según su estándar perfecto, se alegra mucho cuando nos arrepentimos y nos volvemos a Él después de habernos desviado al mal camino (Isaías 1:16-20).

Si Dios tiene esa clase de paciencia con nosotros, lo menos que podemos hacer es aprender a hacer lo mismo con los demás. Esto no significa excusar o hacer excepciones con un mal comportamiento —de hecho, Cristo mismo nos mostró que hay momentos y maneras correctas para expresar nuestro enojo ante el pecado (Marcos 11:15-17). Pero sí significa aprender a reconocer el momento correcto para enojarnos. Significa no explotar cuando algo nos molesta; darles a otros la oportunidad de cambiar y corregir sus errores, tal como Dios lo hace con nosotros; y respirar profundo para pensar con la perspectiva correcta cuando quisiéramos darle rienda suelta a nuestra ira.

La perspectiva correcta es:

Todos los seres humanos fuimos creados con el potencial de convertirnos en hijos de Dios. Es por eso que existimos, y esa es la meta hacia la cual Dios no está llevando, lento pero seguro. Su plan se ha estado gestando durante milenios, porque Dios decidió que vale la pena esperar. Decidió que vale la pena esperar por cada uno de nosotros.

Mientras más de acuerdo estemos con este pensamiento, más creceremos en la paciencia de Dios.

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