La mayoría de las personas no tiene la menor idea de lo que significa ser un hijo de Dios. ¿Conoce usted este maravilloso mensaje ―uno de los más increíbles de la Biblia?
¿Sabía usted que Dios nos creó con el propósito de hacernos parte de su familia? Así es. Es por esto que nos creó “a nuestra imagen [de Dios], conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).
Sin embargo, la Biblia revela que no todos recibirán este increíble privilegio. ¿Qué busca Dios en nosotros para hacernos sus hijos?
¿Qué es un hijo de Dios?
2 Corintios 6:17-18 es sin duda una de las escrituras más sorprendentes de la Biblia: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
Dios siente tanto amor por nosotros que quiere hacernos sus hijos e hijas.
Los apóstoles lo entendían muy bien, pues Juan, por ejemplo, expresa: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”, y Pablo afirma que Dios “os llamó [a los creyentes] a su reino y gloria” (1 Juan 3:1; 1 Tesalonicenses 2:12).
Sí, Dios quiere darnos la bienvenida a su familia. Una maravillosa meta por la cual luchar, ¿no es así?
Pero este increíble regalo no es para cualquiera. Para recibir tal privilegio debemos cumplir ciertos requisitos. Dios quiere estar seguro de que puede confiar en nosotros, de nuestro amor por Él y de que le obedeceremos fielmente pase lo que pase.
Él nos creó con libre albedrío (la capacidad de tomar decisiones propias) y quiere que escojamos el camino que nos beneficiará tanto a nosotros como a quienes nos rodean, el camino hacia su carácter perfecto. Esto por supuesto implica rechazar el camino que sólo traerá desdicha a quienquiera que lo siga y a todos a su alrededor. En otras palabras, Dios no aceptará en su familia a quienes decidan desobedecerle y quieran tomar su propio rumbo.
Claramente, la confianza juega un papel muy importante en todo esto. Dios no nos dará vida eterna como seres divinos sin estar completamente seguro de que puede confiar en nosotros por la eternidad.
¿Quién es Dios?
La mayoría de los “creyentes” no conocen a Dios realmente. Dios no es real para ellos, sino un misterio.
Pero si queremos llegar a ser sus hijos Dios, debemos conocerlo.
En primer lugar, Dios es nuestro Creador. Es el Creador de todo el universo, incluyendo al ser humano. En Génesis 1:26, “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”.
¿Por qué nos creó? Porque Él es también el Ser más dadivoso que existe. Todo su carácter está basado en el camino del dar y se opone al camino del obtener. La creación es una muestra de su poder y su deseo de dar el mayor de los regalos: la vida.
Nuestro bienestar y el de toda la creación son de suprema importancia para Dios. Sus prioridades siempre son servir y ayudar; Dios nunca es egoísta. El mundo, en cambio, se deja guiar por el egoísmo: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios… ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables… crueles, aborrecedores de lo bueno…” (2 Timoteo 3:2-4).
Dios es justo y santo; su carácter es por naturaleza recto, bueno y misericordioso. Si tenemos que resumirlo en una palabra, Dios es amor (1 Juan 4:8, 16).
Para más detalles acerca de esto, consulte los artículos en la sección “¿Quién es Dios?”.
Una relación especial
El ser humano fue creado para tener una relación muy especial con su Creador. ¿Cómo desarrollarla?
Cristo nos da algunos principios básicos:
-
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).
-
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).
Esto significa que debemos esforzarnos con diligencia por conocer mejor a Dios y parecernos cada vez más a Él. ¿Cómo lograrlo?
Cuando queremos acercarnos a alguien, buscamos pasar tiempo con la persona ya sea conversando o haciendo cosas juntos, ¿no es así?
Sucede lo mismo con Dios. Si queremos construir una relación con Él, debemos empezar por hablarle por medio de la oración. Él es nuestro Creador y nosotros sus hijos potenciales, por lo tanto, Él se agrada mucho de escuchar nuestras oraciones. Valora el hecho de que nos comuniquemos y se complace cuando hacemos cosas para acercarnos a Él. Además, en Mateo 7:7 nos promete: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.
Otra herramienta importante es el manual que Dios mismo nos dio, con todo lo que necesitamos saber acerca de Él y su Hijo unigénito Jesucristo: la Biblia.
Nunca debemos subestimar la importancia de estudiar la Palabra de Dios. La Biblia tiene mucho que decirnos acerca de nuestro Creador, lo que hace, lo que piensa y cómo es su carácter santo y justo —el mismo carácter que quiere que desarrollemos.
Nosotros hablamos con Dios a través de la oración; Él nos habla a través de las escrituras.
Además, a medida que oremos y estudiemos su palabra, descubriremos muchas cosas en las que Él espera que reflexionemos. Debemos pensar seriamente acerca del significado e importancia de las enseñanzas de Dios y cómo estas encajan en de su plan para la humanidad. En pocas palabras, Dios quiere que meditemos en ellas.
La Biblia también nos habla de la importancia del ayuno. Algunos ejemplos los encontramos en Salmos 35:13 —“…afligí con ayuno mi alma”— y 2 Corintios 11:23-27 — “¿Son ministros de Cristo?... Yo más… en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos”.
Si desea saber más acerca de cómo construir una relación con Dios, consulte nuestros artículos acerca de la oración, ayuno y meditación.
Un carácter recto y santo
Una de las cosas que Dios quiere ver en nosotros antes de hacernos sus hijos es que nos estamos esforzando por desarrollar su carácter perfecto, justo y santo.
Quien tiene un carácter justo conoce la diferencia entre el bien y el mal y decide conscientemente hacer lo correcto. Para desarrollar esta habilidad, debemos entregar nuestras vidas a Dios por completo e incondicionalmente y obedecerle en todo momento.
El proceso de conversión
Un verdadero hijo de Dios debe pensar y actuar como Él.
Sin duda muchos pensarán que esto es simplemente imposible y está completamente fuera de su alcance. Pero esto es exactamente lo que Dios quiere y espera de nosotros: que nos esforcemos por reflejar su carácter en todo —en espíritu, perspectiva, naturaleza, actitud y amor.
Es cierto, a veces la salvación nos puede parecer imposible, pero como Cristo dice, “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26; énfasis añadido).
Dios ha prometido dar el don del Espíritu Santo a quienes le obedecen y siguen sus instrucciones. El Espíritu hace posible que Dios y Cristo moren en nosotros y nos da la fuerza espiritual necesaria para remplazar nuestros antiguos hábitos egoístas por el camino justo y santo de Dios, ejemplificado en la vida de Jesús (Efesios 4:22-24; Juan 1:4; 1 Juan 2:5-6).
Pero para recibirlo, primero debemos hacer un compromiso serio con Dios.
En Marcos 1:15, Cristo nos dice: “arrepentíos, y creed en el evangelio”. El arrepentimiento es mucho más que sentirnos mal por nuestros pecados. Es un cambio total de dirección hacia Dios y un compromiso absoluto de esforzarnos por dar un vuelco a nuestras vidas —convertirnos (Hechos 3:19)— abandonando el pecado para obedecer los Diez Mandamientos de Dios.
Cristo también dice que debemos creer o tener fe. Dios quiere que creamos firmemente en el sacrificio de su Hijo —cuya sangre pagó por nuestros pecados— así como en el evangelio de su futuro reino.
Y como Hechos 2:38 lo explica, el siguiente paso es el bautismo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
En otras palabras, Dios pone su Espíritu Santo dentro de nosotros sólo después de que nos hemos arrepentido, hemos creído y nos hemos bautizado.
¿Por qué es necesario el bautismo? Porque es una prueba de cuánto deseamos obedecer a Dios y comprometernos de por vida con Él.
El bautismo representa un pacto (acuerdo) entre Dios y nosotros, donde Él se compromete a darnos su Espíritu y hacernos parte de su familia si nosotros nos ponemos en sus manos y nos comprometernos a obedecer su ley. Este compromiso es absoluto y debe producir un cambio total de nuestra vida. Al hacerlo estamos prometiendo que siempre pondremos a Dios primero y haremos todo con el deseo de agradarle. Sin duda es un compromiso muy difícil de cumplir en nuestra condición humana.
Afortunadamente, el bautismo nos da acceso a la ayuda del Espíritu Santo, a través del cual Dios trabaja en nosotros, convirtiéndonos y moldeándonos para hacernos cada vez más parecidos a Él. Puede encontrar más detalles acerca de esto en el artículo: “¿Qué es el Espíritu Santo?”.
Ésa es la clave: desarrollar el carácter de Dios sólo es posible con su ayuda. Sí, Dios nos ha dado una tarea enorme; pero también nos da la capacidad de ser como Él con la ayuda del Espíritu Santo, su ayuda. Es así como podemos cumplir el propósito por el cual fuimos creados y finalmente convertirnos en hijos de Dios.
Si desea saber más acerca de cómo llegar a ser un hijo o hija de Dios, le invitamos a leer el artículo “Hijos de Dios”.