Jeremías fue escogido antes de nacer para llevar un mensaje a las naciones, exhortando a un cambio de corazón y volviéndose al único Dios verdadero. Su mensaje sigue vigente.
Jeremías, hijo de Hilcías, un sacerdote levita, probablemente nació entre 650 y 645 a.C. Era de la pequeña aldea de Anatot, a unos cinco kilómetros al noreste de Jerusalén en el territorio de Benjamín (Jeremías 1:1). Dios comenzó a preparar a Jeremías para su futuro papel durante su niñez, a través del entrenamiento para el servicio santo en el sacerdocio.
En el año 13 del rey Josías de Judá (ca. 627 a.C.), Dios llamó a Jeremías cuando era todavía un niño, (v. 2). De hecho, Dios ya había apartado a Jeremías para el oficio de profeta antes de que naciera, para llevar las palabras de Dios a todo Israel y a las naciones (v. 5).
Dios le dio a Jeremías la visión general de su ministerio profético: “Y extendió el Eterno su mano y tocó mi boca, y me dijo el Eterno: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (vv. 9-10). Esto significaba que Dios había designado a Jeremías para proclamar la destrucción y construcción de naciones que eventualmente conducirían al Reino de Dios.
Aprenda más acerca del plan de Dios para toda la humanidad en el folleto El Misterio del Reino.
La vida y los tiempos de Jeremías
Jeremías sirvió como uno de los profetas de Dios a lo largo del gobierno de cinco reyes de Judá (Josías, Joacaz, Joaquín, Joaquín y Sedequias). Incluso abogó en el pleito de Dios contra Judá durante el tiempo de la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios en el 586 a.C. (Jeremías 1:3; 52:7-11).
Su ministerio profético se extendió por un período de más de 40 años, durante los cuales escribió el libro de Jeremías y el libro de Lamentaciones. Los profetas contemporáneos durante el tiempo de Jeremías incluían a Sofonías, Nahúm, Habacuc, Daniel y Ezequiel.
Restauración del pacto con Dios
Jeremías creció en una generación que vio cómo eran derribados los lugares altos de adoración paganos: altares, columnas, imágenes e incluso algunos santuarios que datan del rey Salomón (2 Reyes 23:10-15). Al comienzo del ministerio profético de Jeremías, el rey Josías de Judá tenía sólo 21 años. Josías ya había comenzado a hacer reformas importantes en un esfuerzo por traer de vuelta a Judá a la observancia religiosa apropiada (2 Crónicas 34:3).
Cinco años más tarde, en el templo de Jerusalén, se descubrió el Libro de la Ley que había desaparecido hacía mucho tiempo (2 Reyes 22:3, 8). Jeremías se dedicó a predicar “las palabras de este pacto” al pueblo de Jerusalén y de todo Judá (Jeremías 11:1-8). Fue en este mismo año que la Pascua, una fiesta de Dios que había sido descuidada (2 Reyes 23:22-23), fue celebrada nuevamente por la nación.
El desafío de Jeremías
Dios llamó a Jeremías a su ministerio profético alrededor de un año después de que el rey Josías comenzara a guiar a la nación a una gran reforma debido a la idolatría generalizada promovida por su padre, Amón, y su abuelo, Manasés (2 Reyes 21:10, 20). Aproximadamente un siglo antes, el rey Ezequías había impulsado reformas religiosas en Judá (2 Reyes 18:4), pero su hijo Manasés promovió la vil práctica del sacrificio de niños y la adoración a la “reina del cielo” (Jeremías 7:18; 44:19). Esto continuó en el tiempo de Jeremías (Jeremías 7:31; 19:5; 32:35).
Fue en contra de estos antecedentes que Jeremías fue designado para revelar los pecados del pueblo y las graves consecuencias de ignorarlos. Jeremías estaba entre los que habían esperado un renacimiento espiritual permanente, pero la tragedia sobrevino cuando el justo Josías murió repentinamente a la temprana edad de 39 años. Toda la nación lloró su muerte, al igual que Jeremías (2 Crónicas 35:25).
Finalmente, las reformas de Josías no serían suficientes para preservar a Judá y Jerusalén del castigo de Dios porque los pecados de Manasés se habían arraigado profundamente (Jeremías 15:4; 2 Reyes 23:26-27). El juicio ahora vendría sobre la nación por los pecados del pueblo.
Causa y efecto
Dios le dijo a Jeremías que anunciara la destrucción de Jerusalén a manos de los invasores del norte (Jeremías 1:14-15; 4:6; 6:22-23). El pueblo de Dios había quebrantado su pacto con Dios (Jeremías 11:10). Habían abandonado a Dios al adorar falsos dioses llamados Baales (Jeremías 2:8; 7:9; 11:13) e incluso llegaron a edificar altares a Baal para quemar a sus hijos como ofrendas (Jeremías 19:4-5).
Jeremías expuso algunos de los persistentes pecados del pueblo, incluyendo el orgullo y la ingratitud hacia la misericordia de Dios. Otros pecados específicos que identificó fueron la idolatría (Jeremías 44:1-30); el adulterio (Jeremías 5:7-9; 7:9); la opresión de los extranjeros, huérfanos y viudas (Jeremías 7:5-6); la mentira y la calumnia (Jeremías 9:4-6); y el quebrantamiento del sábado (Jeremías 17:19-27). (¿Cuántos de estos pecados se están repitiendo en nuestro mundo moderno?)
Jeremías anunció que las consecuencias del pecado serían que Dios retiraría sus bendiciones (Jeremías 16:5-10). La nación ahora se enfrentaría a la hambruna y el hambre. Los invasores los saquearían; y finalmente serían llevados cautivos a tierra extranjera (Jeremías 14:12; 15:1-4; 16:4; 19:8-9; 25:8-9).
Jeremías sería testigo del cumplimiento de las advertencias de Dios sobre el desastre, y compartiría el dolor y los problemas que conducirían a la destrucción de Jerusalén. De hecho, muy poco después de la muerte de Josías —acaecida dentro de los 11 años del breve reinado del rey Joaquín— Babilonia atacó repetidamente las ciudades de Judá hasta que llegó la destrucción total de Jerusalén y el colapso de la nación judía.
Jeremías vivió en Jerusalén durante este terrible tiempo, presenciando el asedio y la destrucción a manos de los babilonios (Jeremías 37:4-5; 38:2, 28; 39:1).
Dios no le permitió a Jeremías tomar una esposa durante su ministerio. Aparentemente, Dios prefirió evitarle a Jeremías el terror adicional y la preocupación que habría enfrentado si hubiera tenido una esposa e hijos durante este tiempo (Jeremías 16:1-6).
Jeremías es perseguido
Cuando el rey Josías murió, las penurias de Jeremías como profeta de Dios aumentaron. Su mensaje despertó gran hostilidad y amenazas de muerte, especialmente en su ciudad natal, Anatot (Jeremías 11:21). Aun sus propios parientes conspiraron contra él y lo traicionaron (Jeremías 12:6).
Su persecución aumentó en Jerusalén cuando un sacerdote llamado Pasur buscó a Jeremías para que lo azotaran y lo pusieran en el cepo en la puerta superior de Benjamín por un día (Jeremías 20:1-2). Después de esto, Jeremías se lamentó de las dificultades que le habían surgido por hablar las palabras de Dios. Era difícil de sobrellevar el haberse convertido en el hazmerreír de la gente y en blanco de sus burlas (v. 7).
Más tarde, hombres rencorosos obtuvieron la aprobación del rey para arrestar a Jeremías por profetizar un desastre. Estos hombres entonces bajaron a Jeremías por medio de cuerdas a una cisterna, y él se hundió en una capa de barro (Jeremías 38:1-6). Cuando otro funcionario de la corte se enteró del destino de Jeremías, persuadió al rey para que le permitiera rescatar a Jeremías antes de que muriera de hambre en el fondo de la cisterna (vv. 7-13).
Sin embargo, Jeremías sabía que tenía que transmitir el mensaje que Dios le había dado. Escribió cómo, si trataba de resistirse a hablar lo que Dios le había dicho que hablara y trataba de no mencionar el nombre de Dios, las palabras de Dios se convertían en fuego en su corazón. No podía retenerlas (Jeremías 20:9).
Dios le dijo a Jeremías que si hablaba con valentía sus palabras y no se dejaba amedrentar por temor a la gente, le daría la fuerza que necesitaba para resistir la persecución. Dios le dijo: “Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice el Eterno. Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes” (Jeremías 15:20-21).
Los mensajes de Dios a través de Jeremías
El mensaje que Dios envió al pueblo a través de su profeta fue que el pueblo necesitaba regresar a Dios. Otro mensaje era el juicio inminente de Dios sobre Judá.
Aunque este castigo seguramente vendría, Dios también dio la alentadora promesa de restauración en el futuro Reino mesiánico (Jeremías 23:3-8). Y antes de que Judá fuera destruido, Dios reveló planes de que Él protegería a los judíos exiliados durante su estadía en Babilonia (Jeremías 29:5-7) y que los haría regresar a Judá después de 70 años (Jeremías 25:11-12; 29:10; 33:6-7).
Otro mensaje alentador en este libro fue la voluntad de Dios de perdonar y bendecir a la nación si el pueblo se hubiera arrepentido de sus pecados (Jeremías 7:5-7; 18:1-11). Uno de los principios más notables de Dios es que a pesar de los antecedentes de los castigos que Él había decretado para Judá, Él todavía le ofrecía a la gente la posibilidad de evitar su enojo:
“En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles” (Jeremías 18:7-8).
Dios nos recuerda que la situación opuesta también es cierta: “y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle” (vv. 9-10).
Esperanza para el pueblo de Dios
Jeremías enumera varias esperanzas específicas que el pueblo de Dios podía tener a través del tiempo de la cautividad babilónica y aún más allá:
- Dios traería un remanente a Judá para reconstruir Jerusalén y el templo (Jeremías 29:10-14; 30:2-3).
- Dios levantaría a un descendiente de David para servir a Dios y guiar a su pueblo —una referencia a la venida de Jesucristo (Jeremías 23:5-6; 33:14-17).
- Dios traería un remanente a Israel por segunda vez y reuniría a los reinos del norte y del sur de Israel como un pueblo unificado en el Reino de Dios (Jeremías 3:18; 16:14-15; 23:7-8; 30:18-22; 32:36-44; 33:23-26).
- Dios sanaría las heridas espirituales de su pueblo, restauraría su pacto con ellos y edificaría y poblaría de nuevo a su pueblo Israel (Jeremías 30:12-17; 31:27-28, 31-34; 32:38-41).
Un mensaje para nosotros hoy
Dios es misericordioso y paciente al tratar con los pecados y la ignorancia de los hombres, pero no soportará sus pecados para siempre (Éxodo 34:6-7). Dios envió muchos mensajeros al antiguo Israel exhortando al pueblo a volver sus corazones a Dios antes de enviar la corrección (Nehemías 9:30; Jeremías 25:4-7). Este principio se aplica también a nuestros días.
Pronto llegará un período en la historia de la humanidad en el que, primero, los descendientes de Israel serán castigados en la Gran Tribulación y luego la soberbia de las otras naciones será humillada por la ira de Dios (Isaías 2:11-17; 13:11-13). Después, los corazones de la gente se volverán hacia Dios.
En este tiempo, Dios le dará a la gente un corazón para conocerlo: “Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy el Eterno; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón” (Jeremías 24:7).
Antes de su cautiverio, Dios le dijo al pueblo de Judá: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:11-13).
Jeremías fue inspirado a menudo a mirar más allá de las preocupantes escenas del presente a la esperanza de un futuro glorioso cuando el pueblo de Dios regresaría de la tierra del enemigo a su patria (Jeremías 31:12). El cumplimiento final vendrá cuando Jesucristo regrese para establecer el Reino de Dios.
Doble labor
Los Profetas de Dios a menudo desempeñaban una doble labor. Uno era advertir a una nación malvada de los juicios de Dios mientras le hacían un fuerte llamado a arrepentirse y alejarse de sus pecados. Y la otra era edificar y animar a los fieles de aquel tiempo, así como a nosotros en la actualidad, a mantenernos firmes viviendo nuestra vida según Dios y a permanecer cerca de Dios a fin de sortear el aumento de la maldad.
Tales serán las condiciones en el mundo antes del regreso de Cristo (Mateo 24:11-12). Los siervos de Dios deben predicar con valentía el mensaje de advertencia y arrepentimiento a las naciones (Mateo 24:14; Marcos 16:15-16) y también un mensaje de consuelo y esperanza a los que temen a Dios y hacen su voluntad (Romanos 2:7-8; Santiago 5:7-8, 11).
Este mensaje se llama el evangelio del Reino, y necesitamos entenderlo y responder a él.
El mensaje de Jeremías cayó en gran medida en oídos sordos. Pocos respondieron. Los pocos que lo hicieron preservaron sus propias vidas y las de sus seres queridos.
Ahora, la pregunta es: ¿Cómo responderá usted?
Para más información, vea el artículo acerca del libro de “Jeremías”.