De la edición Noviembre/Diciembre 2016 de la revista Discernir

Ser cortés en un mundo hostil

La forma en que nuestra sociedad está cayendo en la hostilidad y la descortesía es una señal de problemas futuros. ¿Cuáles son las implicaciones de esta epidemia de rudeza, y cómo quiere Dios que tratemos a los demás?

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Desde hace un par de décadas, sociólogos, comentaristas, autoridades públicas y otros observadores nos han estado alertando sobre la rápida desaparición de la cortesía en nuestra sociedad. Se han publicado incontables libros, artículos e informes acerca de lo que muchos describen como nuestra “epidemia de rudeza”; y encuestas realizadas alrededor del mundo muestran que la descortesía, el lenguaje soez, la agresividad en la forma de conducir y otras demostraciones públicas de ira están en su momento cúspide de la historia.

Seguramente usted mismo ha sido víctima de algo de esta agresividad.

Tal vez el conductor que estaba detrás de usted en la fila de la gasolinera pensó que se estaba tardando demasiado en llenar su tanque, así que le hizo un gesto desagradable acompañado de una obscenidad.

Tal vez se encontraba en una ruta desconocida y puso sus direccionales cuando casi terminaba su línea, pero el conductor que iba por la línea se rehusó a dejarlo pasar.

Tal vez alguien en una tienda contigua repleta de clientes le dijo: “¡Permiso!” en un tono que más bien quería decir: “¡Quítese de ahí!”.

O tal vez estaba dando vueltas y vueltas en un estacionamiento hasta que finalmente vio un auto que iba saliendo, pero, mientras usted esperaba el lugar con sus direccionales encendidas, otro vehículo se abalanzó y ocupó el lugar primero.

La lista es interminable. A nuestro alrededor, en cada esquina de la vida moderna, podemos ver cómo la cortesía poco a poco desaparece. Pero ¿qué es la cortesía exactamente? La Real Academia de la Lengua Española la define como “la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona”. Ser cortés es comportarse de una manera que muestre interés por el bienestar de los demás -es mostrarse educado, atento y considerado.

En cambio, ser hostil, agresivo, indiferente o desconsiderado es exactamente lo opuesto de la cortesía.

Las consecuencias

A simple vista, la mayoría de las muestras de hostilidad pueden parecer inofensivas. Pero incluso estas pequeñas ofensas importan. Las actitudes que hay detrás de las descortesías del día a día pueden llegar a convertirse en uno de los terribles incidentes que vemos en las noticias: violencia en los aeropuertos, centros comerciales, colegios, edificios de oficinas, etcétera, todo porque alguien no obtuvo lo que quería.

La cortesía es fundamental en las comunidades estables, fuertes y armoniosas. Cuando los ciudadanos se muestran considerados unos con otros, no sólo sus relaciones se fortalecen, sino que la comunidad entera funciona mejor. De hecho, los historiadores afirman que la hostilidad ha sido una de las causas del declive de prácticamente todas las grandes civilizaciones.

En su obra clásica, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, Edward Gibbon atribuye el colapso de Roma en gran parte a la pérdida gradual de la cortesía entre sus ciudadanos. Y ciertamente esta observación es igual de válida para el mundo actual.

Edward Wortley-Montagu, otro autor del siglo VIII, comenta en Reflections on the Rise and Fall of the Ancient Republics [Reflexiones acerca del ascenso y la caída de las antiguas repúblicas] que la razón principal del declive de los Imperios Griego y Romano fue la “degeneración de modales, que redujo a los que una vez fueran valientes y libres a la más desdichada esclavitud”.

Cuando la cortesía decae, la civilización comienza a fracturarse. P.M. Forni, profesor de la Universidad Johns Hopkins, advierte en su éxito de ventas The Civility Solution [La solución de la cortesía] que la hostilidad a menudo se transforma en violencia. Un ejemplo que da el autor es el típico incidente de violencia desatada en la carretera, el cual se inicia sólo porque alguien se sintió menospreciado. Y, cuando el desorden público se generaliza, puede llegar a destruir sociedades enteras.

En el mejor de los casos, la hostilidad es una fuente de estrés que puede tener efectos negativos en nuestra vida personal. “La hostilidad desgasta nuestras defensas mentales, dejándonos vulnerables a la inseguridad y la ansiedad”, dice Forni. Estudios han demostrado que el estrés crónico causado por la descortesía puede incluso contribuir a la depresión, el aumento de peso, los problemas digestivos, los desórdenes del sueño y las enfermedades cardiacas.

Señal de los tiempos

Sin embargo, tan desalentadora como pueda ser esta epidemia de rudeza, es un mal que la Biblia había profetizado desde hace mucho. En 2 Timoteo 3:1-4, el apóstol Pablo escribe: “debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios”.

Las tendencias de nuestra sociedad sin duda han abierto el camino para estas actitudes. Una de ellas tiene que ver con la aceptación social, que ya no nos motiva tanto a ser corteses como lo hacía antes. Ya no vivimos en comunidades donde todos se conocen. Hoy en día la mayoría vivimos en ciudades, y no conocemos a casi ninguno nuestros vecinos ni a las personas que nos encontramos en los lugares públicos. Dado que vivimos entre extraños, probablemente no nos importa tanto lo que otros piensen de nosotros ni tratamos de ser pacientes con ellos, porque de todas formas no los volveremos a ver. Ésta es una de las razones por las que, si un pasajero molesta a otro con su música fuerte en el autobús, es muy probable que se desate una confrontación. El anonimato facilita la falta de cortesía.

Otra tendencia de nuestra sociedad es que cada vez estamos más enfocados en el yo. Si bien los seres humanos siempre hemos tendido a pensar primero en nosotros mismos, numerosos estudios sugieren que nuestra cultura se ha vuelto más egocéntrica que nunca antes en la historia.

Las señales están por todas partes. Basta con echar un vistazo a toda la autopromoción que hay en las redes sociales, el boom de las cirugías cosméticas y el aumento en el materialismo.

Nuevamente en The Civility Solution [La solución de la cortesía], Forni comenta que, cuando el “yo” es el rey, “no nos interesa ser considerados y amables. Es más, cuando la vida no nos da los privilegios que esperábamos según el alta estima que nos tenemos, es muy probable que la frustración y la ira aparezcan, inspirando de paso abusos hacia los inocentes espectadores”.

Algo de la culpa también puede atribuirse a que ahora la gente trabaja más horas, lleva vidas más ocupadas y que en general se encuentra bajo más estrés. Toda esta presión y ansiedad puede hacernos menos tolerantes hacia otros.

En su libro Choosing Civility [Escogiendo la cortesía], Forni escribe: “Una persona estresada, fatigada o angustiada está menos dispuesta a ser paciente y tolerante, pensar antes de actuar y preocuparse por las necesidades de otros. Por lo tanto, es una persona que tenderá a ser descortés”. Esto a menudo se convierte en un círculo vicioso, porque, cuando somos descorteses, tendemos a estresarnos más, eso nos lleva a más hostilidad y eso a más estrés, y así sucesivamente.

Antídotos para la hostilidad

La buena noticia es que, en un futuro cercano, Jesucristo regresará a la Tierra y el Reino de Dios será establecido. Cuando eso suceda, la cortesía, la consideración y el respeto serán la norma. Pero en el entretanto debemos aprender a ser corteses en nuestras relaciones con otros aún si ellos no lo son con nosotros.

La enseñanza de Cristo en Mateo 7:12, conocida como la “Regla de oro”, nos dice: “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas”; y en Mateo 5:44, Jesús agrega: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.

“Dios es paciente cuando nosotros le fallamos; y si queremos ser sus hijos, debemos esforzarnos por tratar a los demás con esa misma paciencia”, comenta Joel Meeker, ministro y director de la obra francesa en la Iglesia de Dios, una Asociación Mundial. “Esto implica dejar ir el enojo y el deseo de pagar con la misma moneda a quienes son descorteses con nosotros”.

Es cierto que “vivimos en un mundo cada vez más enojado”, continúa el Sr. Meeker. “Nos encontramos con más y más personas que se niegan a ser razonables y quieren ser conflictivas y malévolas; y es probable que en una situación así no logremos obtener la paz que quisiéramos. Pero la Biblia dice que debemos hacer todo lo posible”. En Romanos 12:18 leemos: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”.

Ahora, si somos sinceros, no siempre es “el otro” quien exhibe el comportamiento maleducado, ¿o sí? Probablemente la mayoría de nosotros recuerda alguna ocasión en la que no trató a los demás tan bien como debería. Pero, cuando esto sucede, debemos estar dispuestos a dar marcha atrás y pedir disculpas, dice Ralph Levy, ministro de la Iglesia de Dios y profesor del Instituto de la Fundación. “Pedir perdón no nos resta valor; muy por el contrario, generalmente nos ayuda ante los ojos de los demás. Nos convierte en personas cuyo ego no les impide disculparse cuando malinterpretan una situación y tratan mal a otros”.

Un buen consejo es empezar cada mañana con una oración para pedirle a Dios que nos guíe y ayude a poner el bienestar de los demás antes que el nuestro. Filipenses 2:3-4 nos exhorta diciendo: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”.

“Este pasaje nos insta a ser humildes con los demás, a tratarlos como si fueran más importantes que nosotros”, explica el Sr. Meeker. “Si un presidente o un rey fuera descortés con usted, probablemente haríamos caso omiso de esto por respeto a su título. Es así como debemos tratar a todos”.

“Tener una actitud agradecida y dar las gracias constantemente a los demás, nos ayudará a recordar que somos mucho más bendecidos de lo que merecemos”, dice David Johnson, ministro de la Iglesia de Dios y profesor del Instituto de la Fundación. “En lugar de sentirnos constantemente desairados, nos sentiremos agradecidos. La gratitud cambia la forma en que pensamos y nos comportarnos con los demás. Es difícil ser descortés y expresar gratitud al mismo tiempo; la cortesía en parte se trata de sentirnos agradecidos y expresar nuestra gratitud”

No cabe duda de que vivimos en tiempos difíciles. Donde quiera que miremos, vemos hostilidad, egocentrismo y falta de preocupación por los demás. El antídoto definitivo, por supuesto, es el fruto del Espíritu descrito en Gálatas 5:22-23, que incluye amor, paz, paciencia, mansedumbre y autocontrol. Si realmente somos seguidores de Cristo, éstas son las cualidades que deberían -y deben- definirnos.

Lea más acerca de la hostilidad y la descortesía en nuestro artículo de VidaEsperanzayVerdad.org: “¡Qué grosero!

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