De la edición Mayo/Junio 2023 de la revista Discernir

¿Qué es el hombre?

¿Qué experto en el mundo puede responder esta antigua pregunta? El propósito de la vida humana elude aun a las mentes más brillantes, pero es revelado a quienes creen en la Biblia.

El siglo XX vio la detonación de una bomba de conocimiento, y la explosión se ha sentido desde entonces.

Pero con toda la información que tenemos a nuestra disposición, ¿dónde podemos encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿qué es el hombre?”. ¿Cuál es el potencial y el propósito de la humanidad?

Existen muchas ideas al respecto. Bastantes, de hecho; pero hagámonos la pregunta sinceramente: ¿son estas ideas realmente suficientes para satisfacer nuestra curiosidad acerca de quiénes somos y qué somos?

Entender al hombre requiere entender a Dios

Muchos conocemos el relato de la creación de Génesis. Este hermoso recuento histórico esconde la primera de muchas pistas que indican que el hombre es más de lo que parece.

La pista se encuentra en la cuarta palabra del primer versículo de la Biblia, “Dios”, la cual aparece más de 30 veces sólo en el primer capítulo de Génesis. En este pasaje, “Dios” proviene del hebreo Elohim, una palabra plural. El concepto de Dios como una pluralidad es evidente en el relato de la creación del hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, no “Haré al hombre conforme a mi imagen” (Génesis 1:26, énfasis añadido).

De hecho, si conectamos esta escritura con las primeras palabras de Evangelio de Juan, descubriremos que el plural de Génesis se refiere a dos seres distintos, a quienes Juan llama “el Verbo” y “Dios” (Juan 1:1). Estos dos Seres son coexistentes, ambos estaban presentes en la creación y ambos son Dios.

Juan aclara sus identidades unos versículos más adelante: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (v. 14). En otras palabras, el Verbo es quien más tarde se convirtió en el Hijo, Jesucristo y el segundo ser es el Padre.

Estos títulos —Hijo y Padre— también nos enseñan algo importante:

Dios es una familia.

Por qué creó Dios a la humanidad

El hecho de que Dios es una familia, la familia divina, es fundamental para el mensaje del evangelio y para responder la pregunta: “¿qué es el hombre?”.

Las páginas de la Biblia nos dicen que la voluntad inalterable de Dios es expandir su familia divina a través de los seres humanos.

Pocos entienden esta maravillosa y sobrecogedora verdad: Dios expandirá su familia transformando al hombre de un ser físico a un ser espiritual.Como veremos, Dios creó al hombre con el fin de cumplir este propósito.

Su obra en la Tierra puede resumirse con este revelador versículo del libro de Hebreos: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Hebreos 2:10).

La identidad del hombre está íntimamente conectada con el propósito de Dios para la humanidad. Pero ¿cómo se llevará a cabo este proceso?

Dios no completó la creación del hombre

Muchas escrituras muestran que los seres humanos somos hijos de Dios. Somos similares a Él porque fuimos hechos a su “imagen” y, por lo tanto, somos “linaje suyo” (Génesis 1:26; Hechos 17:28).

Pero, si bien las similitudes entre el hombre y Dios abundan, también abundan las diferencias. La mayor de esas diferencias es el hecho de que nosotros somos de carne y hueso. El ser humano es mortal y no tiene vida eterna en sí mismo. Dios, por otra parte, es espiritual (Juan 4:24), inmortal y eterno.

No es que el hombre haya sido parte de un experimento fallido. Dios sabía lo que hacía cuando tomó polvo de la tierra para crear al hombre a imagen de sí mismo. Este acto, como el apóstol Pablo explica, tiene implicaciones profundas: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual” (1 Corintios 15:46).

En otras palabras, el hombre está sólo en la primera parte de un proceso de creación de dos etapas. La intención de Dios siempre ha sido que el ser humano trascienda del plano físico para convertirse en parte de la familia divina —que su naturaleza pase de física a espiritual.

Lejos de ser el objetivo final, la creación del hombre descrita en Génesis fue sólo el comienzo de un proceso continuo. Cuando este proceso se complete, la humanidad llegará a ser por completo como su Creador, no sólo similar en parte (1 Juan 3:2).

Job nos da un indicio de esta impresionante verdad cuando responde la pregunta: “Si el hombre muriere, ¿por ventura vivirá? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi transformación. Entonces llamarás, y yo te responderé, a la obra de tus manos desearás” (Job 14:14-15, Biblia del Jubileo, énfasis añadido).

El Creador sigue creando. La “obra de [sus] manos” son aquellos a quienes está preparando para entrar en su familia divina. La “trasformación” que ellos, y Job, están esperando es una del “cuerpo animal” a “cuerpo espiritual” en la resurrección a vida eterna (1 Corintios 15:44).

Pocos entienden esta maravillosa y sobrecogedora verdad: Dios expandirá su familia transformando al hombre de un ser físico a un ser espiritual.

Hasta ahora, el único en que se ha llevado este proceso en su totalidad es Jesucristo, “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Él es el pionero, nuestro precursor. Con su muerte y resurrección, nos mostró la manera en que un día la humanidad entrará en la familia divina.

¿Cómo va a completar Dios la creación del hombre?

El ser humano está incompleto y espera una transformación. Pero el cambio de físico a espiritual, de temporal a eterno, debe ser precedido por otra clase de cambio.

La familia de Dios es un grupo estrechamente unido, y un requisito esencial para entrar en ella es ser uno con Dios. Note lo que Jesucristo le pidió al Padre para sus seguidores: “que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21).

En otras palabras, Jesús quiere que todos sus seguidores tengan una misma mente, una misma perspectiva y un mismo enfoque acerca de la vida. Quiere que tengamos el mismo carácter que Él y el Padre tienen. Dios no transformará al ser humano en la resurrección a menos que haya hecho este cambio en su carácter (Romanos 12:2; Colosenses 3:1-10). Ésta es la segunda etapa de la creación de Dios.

Cuando se trata del carácter, los seres humanos sin Dios somos como un lienzo manchado con pinceladas oscuras y trazos errantes. El carácter del hombre es malo por naturaleza, completamente opuesto al de su Creador (Jeremías 17:9).

Si Dios nos dejara solos en el área del desarrollo del carácter, estaríamos condenados a fallar. Pero Dios inicia esta segunda etapa de la creación del hombre dándonos su Espíritu Santo.

Pentecostés y el regalo del Espíritu Santo

El apóstol Pedro proclamó esta segunda etapa de la creación del hombre durante una trascendental fiesta de Pentecostés. A quienes se habían “compungido de corazón” al reconocer sus pecados y lo lejos que estaban del carácter de Dios, les dijo:

“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Este don es la pieza faltante crucial para que podamos llegar a ser como Dios.

“Una nueva creación”

El Espíritu Santo es el poder de Dios, la fuerza que ayuda a una persona a desarrollar la mente y el carácter de su Creador (1 Corintios 2:13-16). Cuando la persona recibe el Espíritu, se convierte en una “nueva creación” en Cristo, un proyecto único que Dios se ha comprometido a terminar (2 Corintios 5:17; Filipenses 1:6).

Recibir el Espíritu Santo garantiza la resurrección (la transformación de físico a espiritual), siempre y cuando la persona en quien se está desarrollando el carácter de Dios continúe sometiéndose a Él (Efesios 1:13-18; Colosenses 1:21-23).

Para más información acerca de la garantía de la salvación, puede ver nuestro artículo en línea “Una vez salvo, ¿es usted salvo para siempre?”.

Dejarse moldear por el alfarero

Como dijo Isaías: “Ahora pues, Eterno, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros” (Isaías 64:8). Y también: “¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces?; o tu obra: ¿No tiene manos?” (Isaías 45:9).

Si el ser humano se resiste a la transformación que Dios facilita a través de su Espíritu, no podrá completar la segunda etapa de su creación. Dios es un escultor que moldea nuestro carácter hasta que se parezca al suyo, en la medida que nosotros lo deseamos y permitimos que trabaje con nosotros.

No nacemos con el carácter que se requiere para ser parte de la familia de Dios. El carácter no está predeterminado; depende de nuestras decisiones y nuestro deseo de ser guiados por el Espíritu de Dios cuando enfrentamos presiones o tentaciones.

Sólo después de esta segunda etapa de pruebas, refinamiento y acabado, Dios permitirá que los seres humanos entren en su familia divina.

Una respuesta que pocos conocen

¿Qué es el hombre? Muchos lo ignoran porque no consultan el libro de respuestas del Creador —la Biblia. Pero la reconfortante respuesta a esta antigua pregunta es que la humanidad forma parte de una creación de Dios en proceso que tiene como fin de llevar muchos hijos a su familia.

Dios ha decidido que esta transformación no sea una obligación, sino un proceso cooperativo que involucra a quienes están siendo guiados por el poder de su Espíritu.

Mientras esperamos nuestra transformación, los cristianos debemos aferrarnos a la esperanzadora e inspiradora visión de esa creación completa.

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