Derrotando a los enemigos: superar el orgullo
El orgullo es difícil de ver, pero es la raíz de casi todos los pecados. ¿Por qué es importante afrontar el orgullo con prontitud? ¿Cómo trata Dios el orgullo en nosotros?

Nuestra publicación anterior de esta serie se centró en la importancia de confiar en Dios, en lugar de confiar en nosotros mismos. Es crucial recordar que podemos vencer y conquistar el pecado si incluimos a Dios en nuestras vidas.
Deuteronomio estaba dirigido a la segunda generación de israelitas que salieron de Egipto. La primera generación vagó por el desierto durante 40 años, hasta que todos murieron, mientras que a la segunda generación se le permitió entrar a la Tierra Prometida.
Dios prometió a Israel que entregaría en sus manos a siete naciones cananeas, que eran mucho más fuertes que ellos (Deuteronomio 7:1).
En esta última parte de la serie, nos centraremos en las lecciones que podemos aprender de cómo Israel trató con una de esas naciones, los jebuseos.
No posponga las decisiones al lidiar con el pecado
Dios prometió que destruiría a estos malvados enemigos si Israel obedecía sus instrucciones. Eso incluía no hacer convenios con ellos ni mostrar misericordia (v.2). Muchas personas cuestionan aún hoy las instrucciones de Dios de exterminar al pueblo de Canaán, como si el mandato de Dios fuera injusto.
Sin embargo, comprender el poder y el plan de salvación de Dios nos ayuda a ver las cosas como Dios las ve. Los cananeos se habían degenerado en una sociedad muy malvada y corrupta y Dios no quería que Israel fuera influenciado por ellos. Pero la historia de estas personas no ha terminado. La Biblia revela que los habitantes de la antigua Canaán vivirán de nuevo y tendrán la oportunidad de arrepentirse. (Para obtener más información, lea “La segunda resurrección: ¿una segunda oportunidad?”.)
Por esta razón, Dios ordenó a Israel que los destruyeran por completo.
Sin embargo, Israel no obedeció a Dios y en lugar de ello permitió que los jebuseos permanecieran (Josué 15:63), lo cual tendría importantes consecuencias. Esto enseña la lección de que siempre hay repercusiones cuando no seguimos los mandamientos de Dios por completo.
Debido a que David no lidió con su lujuria desde el principio, causó mucho sufrimiento y dificultades para sí mismo y para los demás.
Muchos años después, cuando David llegó a ser rey, los jebuseos se habían atrincherado en una fortaleza en el corazón de Jerusalén, a la que llamaron “Jebús”. A Israel le costó tiempo y muchas vidas para vencerlos, bajo el mando de David.
Esto nos enseña una lección muy importante sobre cómo debemos lidiar con el pecado.
En Santiago 1:15 leemos sobre la progresión natural del pecado. Comienza en la mente con la lujuria, que luego conduce al pecado y finalmente produce la muerte (Santiago 1:14-15). El pecado comienza siendo pequeño, pero se convierte en una fortaleza, difícil de superar porque se nos va de las manos. (Para obtener más información, lea “¿Qué es la levadura y qué es lo que representa?”.)
El rey David habría hecho bien en prestar atención a esta lección cuando vio por primera vez a Betsabé bañándose (2 Samuel 11:2-3). Podemos ver el daño que se hizo a sí mismo y a los demás al permitir que la lujuria se convirtiera en aquel terrible pecado. David terminó cometiendo adulterio y luego asesinato, para encubrir el embarazo de la dama (versículos 4-5, 14-26).
Debido a que David no lidió con su lujuria desde el principio, causó mucho sufrimiento y dificultades para sí mismo y para los demás.
La lección es clara: No posponga las cosas. Lidie con sus pecados, defectos y debilidades antes de que se conviertan en una muralla destructora en su vida.
La fortaleza del orgullo
Cuando David llegó a ser rey, fue a vivir a Jerusalén. Los jebuseos, que estaban seguros de que David no podría tomar la ciudad, se burlaron desafiantemente de Él y de sus hombres, diciendo: “Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos te echarán”.
Sin embargo, David y su ejército rápidamente derrotaron a los jebuseos y tomaron Jerusalén (2 Samuel 5:6-7; 1 Crónicas 11:3-5).
Las desafiantes burlas hacia David, revelaron el orgullo interior de sus enemigos.
Todos tenemos que luchar contra un enemigo: el orgullo. El enemigo que es probablemente el más difícil de derrotar somos nosotros mismos.
Los demás, a menudo podemos ver el pecado, pero a veces nuestro orgullo nos ciega, hasta que Dios abre nuestros ojos para vernos tal como somos.
Más adelante, David también tuvo que lidiar con su propio orgullo cuando se sintió impulsado a “contar a Israel” (1 Crónicas 21:1), en otras palabras, a realizar un censo. Dios no le había ordenado hacer esto y no había ninguna razón real por la que necesitara hacerlo. Parece que sólo lo hizo para satisfacer su propio orgullo.
Lo que hizo David desagradó mucho a Dios.
David no reflexionó sobre sus acciones hasta aproximadamente un año después, cuando el censo estaba en marcha. Cuando fue confrontado por Dios, se dio cuenta de su pecado. Él dijo: “He pecado gravemente al hacer esto” (1 Crónicas 21:8).
Su rápido arrepentimiento nos recuerda su pecado con Betsabé. En ambos casos, pasó un largo período de tiempo antes de darse cuenta de la gravedad de su pecado. Ésta es la naturaleza engañosa del orgullo —nos impide vernos objetivamente a nosotros mismos. Otros, a menudo podemos ver el pecado, pero a veces nuestro orgullo nos ciega, hasta que Dios abre nuestros ojos para vernos tal como somos.
Sin embargo, aunque David se arrepintió, Dios decretó que todavía habría castigo por su pecado. Dios le dio tres opciones: tres años de hambruna, tres meses de derrota militar o tres días de plaga en la tierra de Israel (versículos 11-12).
Trágicamente, otras personas pagaron un alto precio por el pecado de David debido a su orgullo y su pecado.
¿Qué podemos aprender?
- Nuestras acciones tienen consecuencias. No vivimos en una burbuja y nuestros pecados tienen un impacto en quienes nos rodean. David aprendió por las malas cómo sus acciones afectaron a los demás. Como líder, tuvo una poderosa influencia sobre su pueblo y las consecuencias de sus pecados se multiplicaron. Hoy en día, siempre debemos considerar seriamente las consecuencias de nuestras acciones, especialmente cuando involucran orgullo y pecado.
- Cuidado con el orgullo. En su orgullo, los jebuseos se burlaron de David diciéndole que era demasiado débil para tomar su ciudad, pero Dios estaba con él y le dio la victoria. David perdió de vista esta lección y también se volvió orgulloso, lo que provocó que Dios le resistiera. Esta es una lección objetiva de lo que Santiago nos advierte: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
- Dios nos corrige. En ocasiones, Dios permitirá que el castigo nos humille y corrija: “Porque el Señor disciplina al que ama” (Hebreos 12:6). Algunas lecciones son dolorosas y difíciles de aprender, pero Dios sabía que era importante que David tuviera la lección grabada en su mente: No tomar a la ligera el orgullo y el pecado.
La necesidad de superar el orgullo
El orgullo y el pecado son enemigos insidiosos que debemos conquistar y vencer.
Estamos en guerra. Estamos en una guerra espiritual por nuestras vidas.
Debemos hacer la guerra contra nuestros deseos y pensamientos equivocados. Deberíamos librar esa guerra pronto, sin posponer las cosas.
Nunca debemos bajar la guardia y permitir que el pecado del orgullo se convierta en una muralla mala en nuestras vidas. Si tenemos orgullo, debemos arrepentirnos y poner nuestras vidas en las manos amorosas y misericordiosas de Dios y aceptar su corrección.
Lea las publicaciones anteriores de esta serie en el blog:
- Derrotar a los enemigos: superar las fortalezas espirituales
- Derrotar a los enemigos: superar las influencias sociales
- Derrotar a los enemigos: superar las debilidades
- Derrotar a los enemigos: superar el miedo y la falta de fe
Fecha de publicación: Febrero 21, 2025