El sermón de Pedro tuvo un gran impacto en miles de personas. ¿Cómo logró que algunos se sintieran compungidos de corazón? ¿Qué importancia tiene este concepto para nosotros en la actualidad?
“A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36, énfasis añadido). Esta corta frase fue el clímax del poderoso sermón que Pedro dio ante los miles que se reunieron para escucharlo.
Su mensaje fue tan poderoso como el impacto que tuvo sobre sus oyentes —“Al oír esto, se compungieron de corazón” (v. 37, énfasis añadido). Un observador asumiría que la audiencia de Pedro simplemente se entristeció, así como los espectadores de una película lo hacen al final de un drama de Hollywood. Pero Dios el Padre estaba trabajando con su quebranto, dirigiendo una operación espiritual. Estaba iniciando una etapa en su vida que tenía el potencial de llevarlos a la vida eterna en su Reino; y el primer paso de esa etapa era la humildad.
¿Por qué es importante compungirse de corazón? Porque nuestra salvación depende de ello.
¿Qué significa “compungirse de corazón”?
No es la clase de tristeza que sentimos cuando vemos a un mendigo desesperado por comida, o a un anciano frágil que se tropieza y cae, o a un pequeño niño despreciado por sus pares. Un corazón compungido va más allá de la tristeza de ver una injusticia o un abuso de poder.
Compungirse de corazón según se describe en Hechos 2:37 es sentir la profunda convicción de:
- algo que hemos causado nosotros mismos,
- de lo cual estamos arrepentidos
- y que estamos listos para cambiar.
Es una reacción que tiene el potencial de cambiar la trayectoria de la vida de una persona para siempre.
Algunos lo describirían como un “evento emocional significativo”. Morris Massey, el profesor de marketing y sociólogo que supuestamente acuñó este término, define un evento emocionalmente significativo como “una experiencia tan impresionante que te lleva a considerar, examinar y posiblemente cambiar tus valores o sistema de valores inicial”.
Algunos de estos elementos sin duda estaban presentes en las mentes de los oyentes de Pedro. Su sermón los hizo entrar en una seria introspección, dándose cuenta de la realidad de sus acciones.
Experimentar un evento emocionalmente significativo como compungirse de corazón no es el objetivo; es sólo un paso que conduce al camino del verdadero arrepentimiento.
Tan sólo semanas antes, un grupo —tal vez algunos de los oyentes de Pedro que estaban allí— le había exigido a Pilato que ejecutara a Jesús aun cuando él quería dejarlo libre. Gritaron: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lucas 23:21) con tanta vehemencia que Pilato cedió a la presión. Mientras tanto, el Hijo de Dios permanecía en silencio, como un cordero llevado al matadero (Isaías 53:7).
Al escuchar el sermón de Pedro, las personas se dieron cuenta del alcance de sus acciones. Pedro nos muestra la verdad: nuestros pecados nos hacen responsables del horrendo crimen de asesinar a Jesucristo, el Mesías, Dios en la carne. Somos culpables de la crucifixión del único ser humano perfecto, bueno e inocente que ha caminado sobre la Tierra.
Con razón los oyentes de Pedro se compungieron de corazón. Estaban mental y emocionalmente devastados; se sentían destrozados y aplastados. Entendieron que no sólo habían hecho mal, sino que estaban mal. Sintieron un profundo arrepentimiento que seguramente nunca olvidarían.
(Para aprender más acerca del sermón de Pedro, uno de los más inspirados de la historia, lea “El sermón que dio comienzo a la Iglesia”.)
¿Por qué algunas personas se compungen de corazón?
Antes de continuar con lo que ocurrió después, es importante preguntarnos de dónde viene esta clase de reacción.
Dios puede usar dos factores relacionados para hacer que una persona se sienta compungida: conocimiento y conciencia individual.
Conocimiento: el proceso comienza en la mente. El peso de la vergüenza y la culpa es precedido por el conocimiento de lo que ha ocurrido y lo que hemos hecho. En este caso, Pedro primero les hizo saber a sus oyentes lo que había ocurrido en Jerusalén. Les explicó que Jesús era el Mesías prometido en las profecías del Antiguo Testamento y que fue golpeado, humillado y finalmente crucificado. Cuando la multitud oyó eso —cuando unieron los puntos mentalmente— se dieron cuenta con dolor de lo que habían hecho.
Conciencia: el segundo factor es igual de necesario y puede impulsar o frenar el proceso. Para que el conocimiento de la muerte de Jesús sea efectivo, debe penetrar en el corazón de la persona por medio de las puertas de su conciencia. Pero sólo Dios decide cuándo hará que esas puertas se abran.
Miles de millones de personas han oído hablar de la crucifixión de Cristo sin hacer nada al respecto. Esto demuestra que el conocimiento por sí mismo no produce nada automáticamente. De hecho, el conocimiento puede ser inútil si se convierte en un dato como cualquier otro que guardamos en nuestro cerebro y que podemos repetir.
En el versículo 41 de Hechos 2, leemos que entre los oyentes de Pedro había quienes “acogieron bien su palabra” (Reina Valera Revisada 1977). Esto implica que otras personas no lo hicieron. Y dado que todos escucharon el mismo mensaje, podemos asumir que el conocimiento entró en la mente física de todos, pero sólo las conciencias de algunos reaccionaron. Sólo algunos se compungieron de corazón.
¿Por qué? Por el llamamiento de Dios.
Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). Y unos versículos más adelante, reiteró: “os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (v. 65).
Note cómo Pablo subraya el papel de Dios en el proceso del llamamiento: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4, énfasis añadido).
Dios es quien pone a las personas en situaciones donde pueden recibir el conocimiento del evangelio; y es Él quien conmueve sus conciencias para que sientan el aguijón de la culpa por sus pecados.
Dios mismo es el responsable de que nuestros corazones se sientan compungidos.
Para más información acerca de por qué algunas personas son llamadas ahora y otras no, lea “Muchos son llamados, y pocos escogidos”.
¿Qué puede ocurrir en la vida de una persona cuando se compunge de corazón?
Compungirse de corazón debería ser más que tomar un chapuzón en la piscina de la autocompasión. Pedro no felicitó a sus oyentes por lo que sintieron con su sermón. Sabía lo tristes que se sentían, pero los animó a hacer algo.
“Arrepentíos”, les dijo con vehemencia, “y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38).
En otras palabras, el arrepentimiento va más allá de palabras y emociones. Experimentar un evento emocionalmente significativo como compungirse de corazón no es el objetivo; es sólo un paso que conduce al camino del verdadero arrepentimiento.
Para comenzar el proceso de la salvación, una persona debe arrepentirse; y el arrepentimiento genuino no puede ocurrir a menos de que la persona se compunja de corazón.
Cuando la persona responde al llamado del arrepentimiento, abre la puerta para que Dios transforme su vida por completo. La mente comienza a cambiar para conformarse a la mente de Dios, y se inicia un viaje de por vida de verdadera conversión, y una continua lucha contra el pecado y el esfuerzo por desarrollar un carácter justo.
Compungirse de corazón puede llevar a una persona a dar el primer paso hacia la salvación.
Para aprender más acerca del proceso de la salvación, lea “Qué es salvación”.
¿Sigue trabajando Dios de la misma forma?
Ahora estamos aquí, unos 2.000 años después de los eventos ocurridos en Hechos 2, y obviamente ninguno de nosotros estaba presente cuando Pedro dijo: “este Jesús a quien vosotros crucificasteis” (énfasis añadido). Pero ese “vosotros” se aplica a todo ser humano que haya existido. ¿Por qué? Porque “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
A través de su llamamiento, Dios sigue llevando personas al punto de sentirse compungidos de corazón, donde se hacen la pregunta: “¿Qué haremos?”.
Para descubrir más acerca de la respuesta que Dios espera, vea nuestro artículo en línea “¿Cómo debemos arrepentirnos?”.