“Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. ¿Influye esto en nuestra relación con Dios?
La Regla de Oro se encuentra en Mateo 7:12, pero el contexto de estas famosas palabras de Cristo comienza en el versículo 7. Mateo 7 habla sobre la bondad de Dios para ayudarnos cuando lo necesitamos: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Los versículos siguientes comparan a Dios con un amoroso padre que sabe dar buenas cosas a sus hijos cuando se lo piden (vv. 9-11).
El versículo 12 concluye diciendo “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (énfasis añadido). Claramente, la expresión “así que” indica que hay una relación entre la Regla de Oro y los versículos anteriores, donde Cristo asegura que si pedimos ayuda a Dios, la recibiremos.
Dios quiere ayudarnos
Dios siempre quiere ayudarnos; como dice Mateo 7:8: “todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”.
Además, en Santiago 1:17 leemos que “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.
¿Cuál es nuestra parte?
Pero, ¿afectan nuestras acciones la manera en que Dios responde nuestras oraciones?
La respuesta es que sí. Muchas escrituras revelan que nuestra forma de vida —específicamente nuestro trato hacia los demás— determina la manera en que Dios nos trata a nosotros. Dos de estos pasajes son parte del Sermón del Monte.
El primero se refiere a una de las “Bienaventuranzas” de Mateo 5: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (v. 7). Obviamente todos queremos misericordia cuando la necesitamos, pero, ¿somos nosotros misericordiosos con los demás? Claramente, Dios espera que lo seamos si queremos tener misericordia de su parte.
Más adelante, Cristo aplica el mismo principio en la oración modelo de Mateo 6, esta vez hablando del perdón: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (v. 12). Nuevamente vemos una clara conexión entre nuestra capacidad de perdonar y el perdón de Dios hacia nosotros.
Lo mismo sucede con juzgar a los demás. Cristo dijo muy claramente que su juicio hacia nosotros dependerá de la forma en que nosotros juzgamos a otros: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:1-2). Cristo es nuestro juez, y cada vez que juzgamos a alguien estamos estableciendo el estándar con el que nos juzgará.
Con esto en mente, recordemos lo que nos dice Mateo 7:7: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Maravillosa promesa, ¿no es así? Y el versículo 8 la reitera asegurando que quien pida recibirá, quien busque hallará y a quien llame a la puerta se le abrirá.
Sin embargo, también debemos recordar que Dios es superior en conocimiento a todos y siempre sabe perfectamente lo que nos conviene y lo que no.
¿Nos complace Dios siempre?
En Santiago 1:17 vimos que “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto” (énfasis añadido). Si un niño de diez años pidiera una motocicleta para ir a la escuela, ¿se la daría un padre amoroso? Obviamente no, sería demasiado peligroso para él. De la misma manera, puede que Dios no nos de lo que pedimos porque es malo para nosotros, pero a cambio nos dará algo que sí nos haga bien.
“Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). La palabra griega traducida como “mal” en este pasaje es kakos, que se refiere a una petición “inapropiada o incorrecta” (Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament [Lexicón griego-inglés del Nuevo Testamento de Thayer]). En otras palabras, Dios no responderá a una petición cuyo resultado nos alejará de Él.
A veces el plan que Dios tiene para nuestra vida va más allá de lo que podemos entender en el presente. (Consulte el artículo “El plan de Dios”.) Sí, podemos estar seguros de que su prioridad es nuestro bien y tiene todo el deseo de darnos cosas buenas, pero es posible que no siempre recibamos lo que esperamos. Cuando esto sucede, debemos confiar en que Dios siempre nos dará lo que es mejor para nosotros.
Veamos por ejemplo la experiencia del apóstol Pablo al pedir la sanidad: “tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:8-9).
Nuestra decisión de aplicar o no la Regla de Oro tendrá un impacto directo en la respuesta de Dios a nuestras oraciones. Pablo decidió seguir adelante de todas maneras, sabiendo que Dios sí estaba haciendo su voluntad con Él.
Ahora, también puede suceder que Dios nos haga esperar por su respuesta para que desarrollemos paciencia y carácter. Uno de los ejemplos más inspiradores de esto es el de Abraham, quien tuvo que esperar 25 años antes de que Dios le diera a Isaac —quien nació cuando Abraham tenía 100 años (Génesis 21:2-5).
¿Cómo influye la Regla de Oro?
La Regla de Oro —“Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12)— es una regla general de comportamiento que está basada en tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen.
Esta enseñanza de Cristo también está presente en una de las leyes del Antiguo Testamento: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo el Eterno” (Levítico 19:18). Dios es el mismo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Aplicar o no la Regla de Oro tiene un impacto directo en cómo Dios responde a nuestras peticiones.
El relato paralelo a Mateo 7 del evangelio de Lucas nos da más detalles que lo comprueban: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:37-38). En otras palabras, Dios espera ciertas cosas en nuestro trato hacia los demás si queremos recibir bendiciones de su parte.
Una vez más vemos que nuestro trato hacia los demás determina la manera en que Dios nos tratará a nosotros, incluyendo su generosidad para bendecirnos.
En el mundo moderno, la filosofía de muchas personas consiste en poner su felicidad primero —primero toman lo que quieren y necesitan, y luego se preocupan por los demás. Pero volvamos a Mateo 7:12: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (énfasis añadido). Otra vez, “así que” implica que la Regla de Oro es esencial para obtener las promesas que Dios nos hace en los versículos 7-11 sobre pedir, buscar y llamar.
¿Qué camino seguirá usted? ¿Cómo quiere que Dios le responda cuando pide, busca y llama? Recuerde que su trato hacia los demás determinará la manera en que Dios lo tratará a usted.
Conozca más acerca de lo que Dios espera de usted y cómo quiere que le pida ayuda en oración en los siguientes artículos: