2,2 mil millones de personas en el mundo dicen ser cristianas. ¿Qué nos dice Dios acerca de la convivencia cristiana?
Cualquiera que sea su denominación, la prioridad de todo cristiano es hacer la voluntad de Dios. Como las escrituras nos revelan, una de las cosas que Él nos ordena es reunirnos con su pueblo cada sábado.
¿Por qué quiere Dios que los cristianos convivan y compartan entre ellos?
Veamos los maravillosos beneficios de la convivencia.
¿Qué es la convivencia cristiana?
Las escrituras revelan que los cristianos originales se congregaban para adorar a Dios. Poco después de la crucifixión de Cristo, sus seguidores se reunieron en la Fiesta de Pentecostés —“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1). Pero no sólo se reunieron, además estaban “unánimes” en mente y propósito.
Otros pasajes indican que también acostumbraban a congregarse cada sábado. Lucas, por ejemplo, cuenta que, durante una visita de Pablo a Filipos: “un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido” (Hechos 16:13).
En Levítico 23:3, Dios ordena al antiguo Israel guardar el día de reposo. Pero esto no sólo significaba dejar de trabajar, sino también congregarse: “Seis días se trabajará, mas el séptimo día será de reposo, santa convocación; ningún trabajo haréis; día de reposo es de Jehová en dondequiera que habitéis”.
Según el Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon [Lexicón hebreo-inglés de Brown, Driver y Briggs], la palabra “convocación” en hebreo (miqra) significa “convocación, asamblea santa... para reuniones religiosas durante el día de reposo y ciertos días santos, Éxodo 12:16”.
En otras palabras, “convocarse” implica reunirse y convivir con el pueblo de Dios durante los días de reposo y las fiestas santas.
Obviamente, las santas convocaciones van de la mano con la convivencia. También es importante que quienes se reúnan sean verdaderos seguidores de Jesucristo e imitadores de su ejemplo.
Instrucción de Hebreos
Probablemente la escritura más conocida en cuanto a la convivencia cristiana sea Hebreos 10:24-25: “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos”.
Si queremos comprender más a fondo la importancia de convivir unos con otros como pueblo de Dios, el contexto de este pasaje puede sernos de gran ayuda.
Hebreos 10 comienza refiriéndose al sacrificio de Cristo y cómo éste hizo posible el perdón de pecados. También explica que los sacrificios que hacían los sacerdotes de Israel no otorgaban este perdón ni podían reconciliar al pueblo con Dios. La única manera de “entrar en el Lugar Santísimo” (presentarnos ante Dios) limpios de pecado es a través del sacrificio de Cristo, nuestro nuevo Sumo Sacerdote (19-22).
Más adelante, Hebreos describe el deber colectivo de los cristianos, la manera en que debemos comportarnos y los beneficios de permanecer unidos.
Firmes sin fluctuar
La tarea de los cristianos es mantener “firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). Debemos perseverar, “sin fluctuar”, en el mensaje y la esperanza que Jesucristo nos dió; y, como indica el contexto de esta escritura, para lograrlo debemos permanecer unidos.
Refiriéndose al papel del ministerio en la tarea de terminar la obra que Cristo empezó, el apóstol Pablo explica que “él [Cristo] mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo... para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:11-14).
Pero no sólo los ministros pueden contribuir al bien de los miembros. La unidad entre hermanos es otra fuente importante de beneficios espirituales:
“...Todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:16).
Todos estos beneficios provienen de la hermandad —de conformar un cuerpo de cristianos “bien concertado y unido entre sí” a través de la convivencia. Sólo así, unidos y trabajando juntos, podremos permanecer firmes en la verdad de la Biblia y crecer espiritualmente como un todo.
Pero ¿cómo debe ser nuestra convivencia? Veamos lo que nos dice Hebreos 10.
Edificante y alentadora
El solo hecho de convivir no es suficiente; lo más importante es cómo lo hacemos. Como dice Hebreos 10:24, la buena convivencia implica considerarnos “unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”. No basta con estar todos en el mismo lugar al mismo tiempo para obtener resultados positivos. Los beneficios espirituales solo llegan cuando nuestra convivencia es edificante y alentadora.
Es por eso que el apóstol Pablo insta a los miembros de la Iglesia en Corinto a considerarse unos a otros como miembros de un mismo cuerpo, “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:25-27).
Es interesante notar que Pablo primero describe a los cristianos como parte del Cuerpo, y luego como miembros en lo individual. Ésta es la clase de unión y seguridad que nuestra convivencia debería producir.
Ahora, ¿qué es lo que no debemos hacer cuando nos congregamos con los hermanos? Pablo nos da un ejemplo en la misma carta diciendo: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo” (1 Corintios 11:17-18).
El simple acto de congregarnos no cumple con el propósito de la convivencia cristiana. Es la forma en que nos tratamos unos a otros lo que hace la diferencia. Nuestra convivencia debe ser siempre siguiendo el ejemplo que Cristo nos dejó: “si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
La importancia de la convivencia
En Hebreos 10:25, vemos que los cristianos deben reunirse, “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Aquí, la palabra “congregarnos” proviene del griego episunagogue, que significa “reunirse, juntarse” (Diccionario expositivo completo de Vine). El único pasaje del Nuevo Testamento (además de Hebreos 10:25) donde se utiliza este término es 2 Tesalonicenses 2:1: “Ahora bien, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión [episunagogue] con él, les pedimos que...”.
Sin embargo, Mateo 24:31 utiliza una palabra relacionada (episunago) para describir la reunión de los creyentes que tendrá lugar cuando Cristo regrese: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán [episunago] a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”.
Como vemos, tanto en Tesalonisenses como en Mateo la palabra episunagogue hace referencia a la segunda venida de Cristo. Además, cuando el autor del libro de Hebreos utiliza este término, también insta a los creyentes a congregarse con la mirada puesta en “aquel día” —el día en que Cristo regrese a la tierra.
Según el Jamieson, Fausset and Brown’s Commentary on the Whole Bible [Comentario bíblico de Jamieson, Fausset y Brown], el uso de episunagogue en Hebreos 10:25 implica que “Reunirnos o congregarnos —de forma pública o en privada— para practicar la convivencia cristiana es una forma de garantizar que seremos reunidos con Él en su venida” (edición revisada, p. 1429).
Un muy buen motivo para congregarnos, ¿no es así?
El origen de la unidad
Refiriéndose a lo maravillosa que es la unidad entre quienes comparten los mismos ideales, el rey David exclama: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmos 133:1).
Más adelante, David hace un paralelo entre esta unidad y el aceite de unción que el sumo sacerdote guardaba en el tabernáculo de Israel. En el Antiguo Testamento, este aceite se utilizaba para ungir a reyes y sacerdotes; en el Nuevo Testamento, el aceite se convirtió en un símbolo del Espíritu Santo y el carácter de Dios (Hechos 10:38; 2 Corintios 1:21-22).
David luego compara la unidad con el rocío de Hermón —un monte de gran altura que se encuentra en la frontera entre Israel y el Líbano y que representa una importante fuente de agua para la región (Salmos 133:3). Parte de esta agua proviene de la nieve, pero, desde fines de la primavera hasta el otoño, el agua se obtiene principalmente del rocío de la mañana. Curiosamente, el agua es otro de los símbolos que representan el Espíritu Santo (Juan 7:37-39). Si desea más detalles acerca de éste tema, consulte “¿Qué es el Espíritu Santo?” y “¿Qué es el bautismo?”.
En otras palabras, es el Espíritu Santo —la mente y el poder de Dios— lo que hace posible la unidad y buena convivencia entre hermanos. 1 Juan 1:3 lo resume diciendo: “...para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
Depende de cada uno de nosotros permitir que el Espíritu trabaje en nuestra vida y nos ayude a convivir positivamente con nuestros hermanos, “no dejando de congregarnos... y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.
Si desea saber más acerca del lugar en que Dios quiere que convivamos unos con otros, le invitamos a leer los artículos que encontrará en la sección "La Iglesia”.