Uno de los episodios más trascendentales que marcó la historia de la Iglesia fue el del emperador Constantino y sus decretos contra las leyes de Dios. No obstante, la Iglesia de Dios se mantuvo firme.

Jesucristo advirtió a sus seguidores: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Sus palabras han demostrado ser ciertas a lo largo de los siglos, y especialmente durante el siglo IV en el Imperio Romano. Otro artículo acerca de la historia de la Iglesia habla de la lealtad de Policarpo y Polícrates al defender que la Pascua del Nuevo Testamento se celebrara el día 14 del primer mes del calendario hebreo. Pero las persecuciones continuaron contra la Iglesia. Este artículo se centra en los decretos de Constantino acerca de su interpretación de la doctrina religiosa y las consecuencias de sus pronunciamientos.
Persecución contra la Iglesia
En los años anteriores a Constantino, varios emperadores romanos habían perseguido a la Iglesia que Jesús estableció. Una de estas campañas fue decretada por el emperador Trajano tras recibir una carta de Plinio (111-113 d.C.). Plinio era un joven abogado y gobernador del territorio de Bitinia y el Ponto, a lo largo de la orilla sur del Mar Negro, donde algunos miembros de la Iglesia se habían establecido originalmente (1 Pedro 1:1-2).
A continuación reproducimos una parte de la carta de Plinio:
“Es mi costumbre, mi señor, remitirte todos los asuntos sobre los que tengo dudas. Pues ¿quién puede orientar mejor mis vacilaciones o informar mi ignorancia? Nunca he participado en juicios contra cristianos. Por lo tanto, no sé qué ofensas se acostumbra castigar o investigar, y hasta qué punto...
“He observado el siguiente procedimiento: A éstos los interrogaba para saber si eran cristianos; a los que confesaban los interrogaba una segunda y una tercera vez, amenazándolos con el castigo; a los que persistían ordenaba ejecutarlos. Porque no me cabía duda de que, cualquiera que fuese la naturaleza de su credo, la terquedad y la obstinación inflexible merecían sin duda ser castigadas”.
Trajano respondió: “Observaste el procedimiento adecuado, mi querido Plinio, al tamizar los casos de aquellos que te habían sido denunciados como cristianos. Porque no es posible establecer ninguna regla general que sirva como una especie de norma fija. No hay que buscarlos; si son denunciados y se demuestra su culpabilidad, deben ser castigados, con esta reserva, que quien niegue que es cristiano y lo demuestre realmente —es decir, adorando a nuestros dioses— aunque haya estado bajo sospecha en el pasado, obtendrá el perdón mediante el arrepentimiento”.
Así pues, a principios del siglo II, vemos que la persecución se centraba en los cristianos en la zona de Asia Menor. Esta persecución continuó, pero la Iglesia de Dios permaneció firme y leal.
Diocleciano, gran perseguidor
Más tarde, tuvieron lugar más persecuciones. Según el historiador Eusebio en su Historia Eclesiástica (Libro 8, cap. 2, párrafo 4), leemos: “Fue en el año decimonoveno del reinado de Diocleciano [303 d.C.],... cuando se acercaba la fiesta de la pasión del Salvador, que se publicaron por todas partes edictos reales, ordenando que las iglesias fueran arrasadas hasta los cimientos y las Escrituras destruidas por el fuego, y ordenando que se degradara a los que ocupaban puestos de honor, y que se privara de libertad a los criados de la casa, si persistían en la profesión del cristianismo”.
Más adelante, en el capítulo 5, leemos acerca de un hombre de celo sin nombre: “Inmediatamente después de la publicación del decreto contra las iglesias en Nicomedia, cierto hombre, no oscuro, sino muy honrado con distinguidas dignidades temporales, movido por el celo hacia Dios, e incitado con ardiente fe, se apoderó del edicto cuando estaba expuesto abierta y públicamente, y lo hizo pedazos como cosa profana e impía; y esto se hizo mientras dos de los soberanos estaban en la misma ciudad... Pero este hombre ... después de distinguirse de tal manera sufrió las cosas que probablemente seguirían a tal atrevimiento, y mantuvo su espíritu alegre e imperturbable hasta la muerte”.
Así pues, todavía existían hombres fieles a pesar de la terrible persecución que sobrevino.
También es interesante señalar que uno de los recibió su formación en la corte de Diocleciano, que también estuvo presente en Nicomedia durante la persecución del año 303 d.C., fue Constantino. Con el tiempo se convirtió en un gran general y, tras muchas victorias en el campo de batalla, fue aclamado por sus tropas como el próximo Augusto y más tarde se convirtió en emperador.
El reinado de Constantino
En el año 312 d.C., Constantino invadió Italia para derrocar al emperador Majencio, que tenía hasta cuatro veces más tropas. Constantino afirmó haber tenido una visión de camino a Roma, durante la noche anterior a la batalla. En este sueño supuestamente vio el símbolo Chi-Rho, las dos primeras letras de la palabra griega para Cristo, que algunos creían que era un símbolo de Cristo, brillando por encima del sol.
Se dice que Constantino vio en ello una señal divina e hizo que sus soldados pintaran el símbolo en sus escudos. A continuación, Constantino derrotó al ejército de Majencio, numéricamente más fuerte, en la batalla del puente Milvio.
Religiosamente hablando, Constantino seguía siendo un pagano que adoraba a los dioses de Roma, incluido el dios sol. No fue hasta mucho más tarde, justo antes de su muerte, cuando supuestamente se convirtió al cristianismo.
Religiosamente hablando, Constantino seguía siendo un pagano que adoraba a los dioses de Roma, incluido el dios sol. No fue hasta mucho más tarde, justo antes de su muerte, cuando supuestamente se convirtió al cristianismo, un cristianismo que él había ayudado a formar y que era muy diferente del cristianismo de la Iglesia primitiva del Nuevo Testamento.
En una de sus primeras decisiones importantes como emperador, Constantino coeditó el Edicto de Milán en el año 313 d.C. Básicamente puso fin a cualquier persecución de los cristianos. Aunque el edicto le confirió al cristianismo un estatus legal, el cristianismo no se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano hasta el emperador Teodosio I en el 380 d.C.
En 314 d.C., Constantino convocó a los obispos de las provincias occidentales en Arélate (Arlés), después de que un cisma dividiera a la Iglesia católica en África. En su disposición para resolver este asunto mediante un debate pacífico, también reveló su deseo de inmiscuirse en cuestiones religiosas relativas a la doctrina.
El Concilio de Nicea
Una de las reuniones más famosas que presidió Constantino fue el Concilio de Nicea en 325 d.C. Más de 300 obispos de la Iglesia romana se reunieron para debatir una serie de cuestiones teológicas. Una de las decisiones que se tomaron fue que la Pascua Florida debía celebrarse en lugar de la Pascua judía.
Según el historiador Teodoreto (393-458), Constantino escribió: “En primer lugar, se declaró impropio seguir la costumbre de los judíos en la celebración de esta santa fiesta, porque, al tener las manos manchadas de crimen, las mentes de estos miserables están necesariamente cegadas. Al rechazar su costumbre, establecemos y transmitimos a las edades sucesivas una que es más razonable...
“No tengamos, pues, nada en común con los judíos, que son nuestros adversarios... Caminemos unánimes, mis muy honrados hermanos, evitando cuidadosamente todo contacto con ese mal camino. Se jactan de que sin sus instrucciones no podríamos conmemorar la fiesta como es debido. Esto es lo más absurdo. Porque ¿cómo pueden tener opiniones correctas sobre cualquier punto quienes, después de haber rodeado la muerte del Señor, están fuera de sus cabales, guiados no por la sana razón, sino por una pasión desenfrenada, dondequiera que su locura innata los lleve?”.
Así que, aquí vemos una revocación completa de una ley de Dios (Levítico 23:4-5; 1 Corintios 11:23-25, 26, 27-28). Una de las fiestas de Dios fue sustituida por una celebración pagana.
Constantino fue más allá: “Para resumir en pocas palabras: Por el juicio unánime de todos, se ha decidido que la santísima fiesta de la Pascua Florida se celebre en todas partes en un mismo día, y no parece que en cosa tan santa haya división alguna”.
Una decisión más siniestra
No obstante, cuatro años antes del Concilio de Nicea, Constantino tomó una decisión aún más profunda y duradera. Y fue directamente al fundamento de las leyes de Dios.
En el año 321 d.C. Constantino decretó que el domingo sería observado como el día de descanso romano.
En el año 321 d.C. Constantino decretó que el domingo sería observado como el día de descanso romano: “En el venerable Día del Sol descansen los magistrados y los habitantes de las ciudades, y cierren todos los talleres. En el campo, sin embargo, las personas dedicadas a la agricultura pueden libre y legítimamente continuar con sus actividades, porque a menudo sucede que otro día no es tan adecuado para la siembra de granos o la plantación de viñedos, no sea que por descuidar el momento adecuado para tales operaciones se pierda la generosidad del cielo” (Philip Schaff, Historia de la iglesia cristiana, 1867, Vol. 2, p. 380, nota 1).
Esta decisión tuvo efectos de gran alcance. No sólo se rechazó la ley de Dios, sino que la gente empezó a celebrar un día pagano (en honor del dios sol) en lugar del sábado del séptimo día, que es el verdadero día de reposo en el que la humanidad debía adorar y honrar a Dios (Deuteronomio 5:12-14, 15).
Más tarde, en el año 365 d.C., mucho después de la muerte de Constantino, se hizo una declaración infame en el Concilio de Laodicea: “Los cristianos no deben judaizar descansando el sábado, sino que deben trabajar ese día, honrando más bien el día del Señor; y, si pueden, descansando entonces como cristianos. Pero si se descubre que alguno es judaizante, que sea anatema de Cristo” (Concilio de Laodicea, Canon 29).
Más tarde, a principios de los años 400, Agustín, uno de los teólogos de la Iglesia romana, proclamó: “Los santos doctores de la Iglesia han decretado que toda la gloria del sábado judío se transfiere a él [el domingo]. Guardemos, pues, el día del Señor como los antiguos tenían orden de guardar el sábado” (Robert Cox, Sabbath Laws and Sabbath Duties, 1853, p. 284).
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Los fieles se mantuvieron firmes
Como resultado de estos edictos creados por el hombre, una gran parte del mundo ha seguido falsos decretos, pero no todas las personas cambiaron sus creencias para adorar en domingo. A medida que se intensificaban las persecuciones por el sábado, los miembros de la Iglesia de Dios emigraron a occidente, y la historia revela que la Iglesia prosperó en los Balcanes y Europa del Este. Pero esa es otra historia para otro artículo.
Mientras tanto, tómese su tiempo para confirmar lo que la Biblia enseña acerca del séptimo día, sábado. Los siguientes recursos lo pueden ayudar: “¿El sábado, el domingo, todos los días o ningún día?” y “¿Qué día es el séptimo día?”.