De la edición Enero/Febrero 2018 de la revista Discernir

La simplicidad del cristianismo

Las tradiciones e ideas humanas han complicado la simplicidad de seguir a Jesucristo. Pero lo sencillo puede tener un gran poder.

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Una de las batallas más famosas y mortales de la guerra civil estadounidense ocurrió en las afueras de Gettysburg, Pennsylvania, en el verano de 1863.

El enfrentamiento fue tal que el lugar donde se libró fue proclamado monumento nacional el 19 de noviembre de ese mismo año, y Edward Everett —uno de los mayores conferencistas de la historia de Estados Unidos— fue el orador principal de la ceremonia. El presidente de ese entonces, Abraham Lincoln, daría su discurso después de él.

Everett habló durante dos largas horas ante un público hipnotizado. Según los reporteros presentes, 15.000 personas lo escucharon inmóviles, simplemente absortos por cada palabra. El recuento de la historia americana de Everett fue, según los reporteros, absolutamente brillante.

El breve y sencillo discurso de Lincoln

Luego fue el turno del presidente Lincoln —quien antes de comenzar advirtió que su discurso sería corto y sencillo. ¡Y vaya que lo fue! Lincoln habló sólo por menos de dos minutos (un total de 272 palabras), algo que no era común en su época y que, según algunos, era inapropiado para un presidente. Los comentarios inmediatos no lo favorecieron, por supuesto, mientras todos alabaron el discurso de Everett.

Sin embargo, más tarde Everett mismo escribió que las palabras de Lincoln en aquel día tuvieron un impacto inesperado en la nación. En su breve discurso, el presidente enfatizó el principio de que “todos los hombres fueron creados iguales”, que era el argumento moral en contra de la esclavitud.

Lincoln no usó palabras grandiosas, ni dio una larga lista de adjetivos como era la costumbre de los oradores en su tiempo. Pero desde ese día de noviembre, el discurso del presidente en Gettysburg ha permanecido como uno de los más citados y memorizados en la historia de los Estados Unidos.

Grandioso en su simplicidad

El discurso de Lincoln fue grandioso en su simplicidad. En sólo unas cuantas palabras, el presidente describió acertadamente el conflicto moral más grande de su tiempo. Su respuesta a la esclavitud fue también muy sencilla: si todos los hombres fueron creados iguales, entonces la esclavitud está mal.

En nuestro complicado mundo actual, por otro lado, pareciera que ya no existen las respuestas sencillas a los problemas que nos aquejan. En cambio, todo debe esconderse bajo la etiqueta de “es sólo mi opinión”, sin constatarse como una definición clara de lo que es correcto y lo que no.

Complicaciones cristianas

Aun el cristianismo tradicional no es inmune a lo “políticamente correcto” o a la ética de situación cuando se trata de algunos de los problemas más graves de la humanidad.

Muchos cristianos modernos constantemente cometen el error de evitar una definición clara de lo correcto y lo incorrecto, y, como consecuencia, un “cristiano” puede ser cualquiera que se llame bautista, metodista, católico, o alguna de las miles de denominaciones que difieren tanto entre sí en sus ideas sobre la justicia. Se puede ser un “cristiano” conservador, o uno liberal.

¿Fue así de confuso y complicado el mensaje de Jesús?

La simplicidad que es en Cristo

En su segunda carta a los corintios, el apóstol Pablo escribió: “temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, sean corrompidos así vuestros sentidos en alguna manera, de la simplicidad que es en Cristo” (2 Corintios 11:3, Reina Valera Antigua). Pablo estaba advirtiendo acerca del peligro de complicar un mensaje que en realidad es muy sencillo.

“Sencillo” se define como algo fácil de entender, abordar y utilizar. Algo no elaborado o artificial, sino simple. Algo no complicado, complejo ni intrincado. Cuando Pablo habló de “la simplicidad que es en Cristo”, estaba diciendo que no se necesita una clase de teología para comprender el mensaje de Jesús o los principios fundamentales que definen el bien y el mal.

Sólo Diez Mandamientos

El verdadero cristianismo se rige por un código legal básico que define todo comportamiento. Aunque muchos hoy en día quisieran minimizar o incluso eliminar partes de esa ley, es la ley en que se basa toda la Biblia. Este código comúnmente se conoce como los “Diez Mandamientos” y se encuentran en Éxodo 20 y Deuteronomio 5.

Un ejercicio interesante es comparar la simplicidad de los Diez Mandamientos con los complicados sistemas legales que existen en la mayoría de los países actuales. Mientras hay sólo diez leyes básicas en el código bíblico, ¿cuántas leyes cree que existen en los Estados Unidos, tanto a nivel federal como estatal? La respuesta sincera es que nadie lo sabe.

En 1982, el Departamento de Justicia de Estados Unidos se propuso contar todas las leyes federales del país. La mayoría de estas se encuentran en dos grandes publicaciones: Statutes at Large [Conjunto de estatutos] y United States Code [Código de los Estados Unidos], ambas compuestas de varios volúmenes. Ronald Gainer, un oficial del Departamento de Justicia, estuvo a cargo del proyecto, el cual duró dos años y eventualmente compiló una lista de 3.000 delitos descritos en 23.000 páginas de la ley federal.

Sin embargo, más tarde el señor Gainer admitió: “uno podría morir y resucitar tres veces” sin saber cuántas leyes tenemos realmente (Wall Street Journal, 23 de julio de 2011). Hoy en día, se estima que hay un total de “al menos 5.000 leyes criminales federales, con entre 10.000 y 30.000 regulaciones ejecutables”.

Impuestos

Además de los Diez Mandamientos, que definen el comportamiento humano, existen otras leyes que rigen diferentes aspectos de la vida cristiana. Un ejemplo es la ley del diezmo, la cual podemos comparar con los complicados códigos tributarios de los países modernos.

El código tributario de los Estados Unidos, por ejemplo, tenía 400 páginas en 1913. Para el año 2014, el total era de 74.608 páginas.

La ley del diezmo, en cambio, es muy sencilla: debemos pagar el 10 por ciento de nuestros ingresos.

El mensaje y ejemplo de Jesucristo

El mensaje que Cristo predicó también fue bastante sencillo, como vemos en Marcos 1:15, que describe el comienzo del ministerio de Jesús. Cristo se dedicó a proclamar el evangelio (las buenas noticias) del Reino de Dios, enfocándose no sólo en su primera venida como Salvador, sino también en su regreso como Rey de reyes para establecer el gobierno de Dios en la Tierra. En pocas palabras, Jesús predicó un mensaje acerca del Reino y la necesidad de que los seres humanos nos arrepintamos y cambiemos.

Era un mensaje muy sencillo. Pero lamentablemente, muchos lo han complicado omitiendo el evangelio del futuro Reino de Dios y enfocándose sólo en la persona de Jesucristo. ¿Es ese el mensaje que Cristo enseñó? No según las Escrituras.

El verdadero cristianismo, tal como lo define la Biblia, no es algo complejo. Un verdadero cristiano no es aquél que tiene un título (bautista, metodista, católico, etcétera). Es aquél que realmente sigue a Jesús —que cree lo que Él enseñó y se esfuerza por imitar sus pasos (1 Pedro 2:21).

A algunos les sorprendería saber que Jesucristo guardó el sábado y las fiestas anuales bíblicas (Lucas 4:16; Marcos 14:1). Muchos piensan que estos son sólo días judíos, pero la Biblia dice claramente que son días de Dios (Levítico 23:1-2).

De hecho, uno de los mensajes más poderosos de la Biblia fue dado por Pedro en un día de Pentecostés. Su conclusión también fue muy sencilla: arrepiéntanse y bautícense, y recibirán el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38).

Desde el jardín de Edén, Satanás se ha encargado de complicar el mensaje de Dios, por lo que no debería sorprendernos que las religiones actuales carezcan de respuestas reales para los problemas sociales y morales que plagan a la humanidad.

Bien y mal absolutos

La Biblia también confirma la existencia de absolutos. En Malaquías 3:6, Dios dice: “yo el Eterno no cambio”. En el libro de Hebreos leemos que Cristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8). Además, Jesús mismo dijo en Juan 17:17: “tu palabra [la Biblia] es verdad”, lo cual implica que el estándar de conducta de los cristianos hoy debería ser el mismo que el del primer siglo.

En el Jardín de Edén, Satanás engañó a Eva y la incitó a comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Así, en lugar de confiar en Dios para definir lo que es correcto e incorrecto, el ser humano se atribuyó esa capacidad a sí mismo. Como consecuencia, hoy en día existen miles de grupos que dicen ser cristianos, todos con ideas diferentes de lo que es la verdad. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se volvió tan complicada la verdad?

El cristianismo basado en las Escrituras no es complicado. Cuando guardamos las leyes de Dios —que incluyen adorarlo en el séptimo día, observar las fiestas anuales y pagar el diez por ciento de nuestros ingresos—, podemos confirmar su simplicidad. Pero para ello, debemos comprometernos a seguir los pasos de Jesucristo, es decir, a obedecer a Dios, amar a la humanidad y vivir según las leyes de la Biblia.

El poder de lo sencillo

Abraham Lincoln no fue el mejor orador en la dedicación del campo de batalla de Gettysburg en 1863. En su lugar, uno de los más grandes conferencistas de Estados Unidos, Edward Everett, fue aclamado en ese día de noviembre por un elaborado mensaje de dos horas acerca de la historia del pueblo americano.

Sin embargo, el presidente se enfocó en un sencillo resumen del mayor dilema moral que aquejaba a su nación. Habló por menos de dos minutos, y su discurso es recordado hasta el día de hoy, mientras que nadie recuerda lo que Everett dijo.

El verdadero cristianismo, como lo define la Biblia, es sencillo. Debemos seguir los pasos de Jesucristo. Debemos creer lo que Él creyó. Debemos enseñar lo que Él enseñó.

¡Así de sencillo! 

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