La palabra “santificación” no se usa habitualmente en una conversación cotidiana, sin embargo, tiene una importancia espiritual muy profunda. ¡De hecho, es necesaria para la salvación!
La santificación no es un tema retórico para dejarlo a merced de una discusión entre teólogos. ¡Es un tema muy importante para Dios y para los cristianos! Para poder recibir la vida eterna debemos haber sido santificados. Si no hemos sido santificados tampoco podremos entrar en el Reino de Dios. Por lo tanto, es fundamental que entendamos el significado de santificación.
El significado de santificación
En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea para el verbo “santificar” es qadash y significa “consagrar”, “dedicar”, “reverenciar”, “purificar”, “(ser, mantener) santo” (Concordancia Exhaustiva de la Biblia de Strong #6942).
En el Nuevo Testamento, la palabra griega para “santificación” es hagiasmos, y significa “separación, una separación” (Diccionario Bíblico de Unger, “Santificación” p. 965).
Para resumir el significado de santificación, el Diccionario Bíblico de Unger continúa: “La idea dominante de la santificación, por lo tanto, es la separación de lo secular y pecaminoso, y ser apartado con un propósito sagrado”.
¿Quién santifica?
¿Quién hace la separación, la consagración, quién aparta? ¡Dios lo hace! Veamos lo que Él le dijo al antiguo Israel: “Y no profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo el Eterno que os santifico” (Levítico 22:32).
Así como Dios santificó a la nación física de Israel, Jesucristo santifica y consagra a su pueblo hoy. “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).
Analicemos lo que el apóstol Pablo les escribió a los de Tesalónica: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2:13).
Dios escogió a su pueblo para salvación a través de la santificación (apartándolos del mundo) por su Espíritu y su verdad. Esto nos muestra la relación entre la salvación y la santificación.
Israel fue santificado
¿Por qué Dios santificó la nación de Israel? La respuesta la encontramos en Éxodo 19:6: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. Él escogió un pueblo para que fuera separado de las naciones circundantes y para que fuera su propio pueblo especial, una nación santa, una nación de sacerdotes, una nación modelo, su heredad, sus hijos.
La decisión de que Israel fuera la nación santa de Dios comenzó mucho tiempo atrás con Abraham. Veamos lo que Dios le dijo a Abraham inicialmente en Génesis 12:1-2: “Pero el Eterno había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”.
Más adelante, cuando Dios le cambió el nombre a Abram por el de Abraham, le hizo la siguiente promesa: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (Génesis 17:7-8).
Dios honró la promesa que le había hecho a Abraham y llevó a sus descendientes a la Tierra Prometida. Justo antes de entrar en la tierra, Moisés convocó al pueblo: “para que entres en el pacto del Eterno tu Dios, y en su juramento, que el Eterno tu Dios concierta hoy contigo, para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob” (Deuteronomio 29:12-13).
Israel debía recordar su santificación
Dios siempre quiso que Israel recordara que Él los había santificado (que Él los había apartado de las otras naciones) para que fueran su pueblo. Una de las principales maneras en que Dios quería que Israel recordara que habían sido “apartados” era guardando sus sábados como días santos (el séptimo día semanal y las fiestas santas —ver Levítico 23).
Dios instruyó a Moisés, “Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy el Eterno que os santifico. Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo” (Éxodo 31:13-14).
Ezequiel repite este mismo tema: “Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el Eterno que los santifico” (Ezequiel 20:12).
El sábado fue bendecido y santificado (apartado de los otros seis días) por Dios durante la creación, con Adán y Eva como testigos. “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis 2:2-3).
Dios santificó el séptimo día, sábado, para el beneficio del ser humano y como día santo para adorar al Dios creador. Tiene un propósito sagrado. Sólo Dios pudo hacer de un día particular un día santo, así como sólo Dios pudo haber santificado la nación de Israel.
Otros ejemplos que demuestran que Dios santificó a Israel
Dios dejó muy claro que Él quería que su pueblo fuera santo y obediente y que no se involucrara con las religiones paganas que profesaban las naciones que estaban a su alrededor.
“Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación. Pero a vosotros os he dicho: Vosotros poseeréis la tierra de ellos, y yo os la daré para que la poseáis por heredad, tierra que fluye leche y miel. Yo el Eterno vuestro Dios, que os he apartado [santificado] de los pueblos” (Levítico 20:23-24).
Otra forma en que Dios quería que Israel estuviera apartada era en las leyes de los alimentos: “Por tanto, vosotros haréis diferencia entre animal limpio e inmundo, y entre ave inmunda y limpia; y no contaminéis vuestras personas con los animales, ni con las aves, ni con nada que se arrastra sobre la tierra, los cuales os he apartado por inmundos” [ver Levítico 11 y Deuteronomio 14]. “Habéis, pues, de serme santos, porque yo el Eterno soy santo, y os he apartado [santificado] de los pueblos para que seáis míos” (Levítico 20:25-26).
Dios también fue muy claro al determinar que antes de que los sacerdotes pudieran servir en su tabernáculo, los sacerdotes, el tabernáculo y los utensilios debían estar consagrados y santificados (apartados con un propósito especial): “Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar será santificado con mi gloria. Y santificaré el tabernáculo de reunión y el altar; santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios” (Éxodo 29:43-45).
En el Nuevo Testamento vemos que Dios estaba interesado en santificar a un pueblo santo al llamarlo para que saliera de este mundo.
No sólo el pueblo de Israel fue santificado, también los sacerdotes, el tabernáculo y el altar. La forma en que Dios santificó a Israel fue un presagio de lo que Él iba a hacer a través de Jesucristo.
La santificación en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento vemos que Dios estaba interesado en santificar a un pueblo santo al llamarlo para que saliera de este mundo: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23).
Este llamamiento incluía también a los gentiles. Veamos Efesios 3:6: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”.
Dios santificó a Jesucristo para que hiciera su voluntad (Juan 10:36; Juan 5:30), lo que incluía que Cristo muriera por nosotros. Nosotros somos santificados a través de la sangre derramada por Jesucristo: “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13:12).
Dios y Jesucristo deseaban esta santificación para las personas. ¿Por qué? Así como el antiguo Israel iba a ser el pueblo de Dios, ahora la Iglesia va a ser su pueblo, su nación santa. De hecho, en 1 Corintios 1:2 se refieren a la Iglesia de Dios como santificada: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”.
También vemos en 1 Pedro 2:9-10: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”.
De la misma manera que el antiguo Israel debía alejarse del pecado y ser obediente a Dios, los cristianos (los seguidores de Cristo) también deben evitar el pecado: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (v. 11). Pablo también enseñó: “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Tesalonicenses 4:3)
Otros ejemplos de santificación
- Nosotros somos santificados por la fe en Cristo: “por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18).
- Nosotros somos santificados por la verdad: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
- Nosotros somos santificados por el sacrificio de Cristo: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
- Nosotros somos santificados por Dios: “a los llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo” (Judas 1:1).
La santificación es un proceso y comienza cuando la persona responde al llamamiento de Dios que requiere creer, arrepentirse y ser bautizado. Dios hace tres cosas en el momento que un creyente arrepentido es bautizado: “Y esto erais algunos [pecadores]; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11).
Primero, Dios nos limpia nuestros pecados. Segundo, somos santificados o apartados por Dios para ser santos. Tercero, somos declarados inocentes ante los ojos de Dios. Todo esto es fundamental para comenzar nuestra nueva vida en Cristo y para nuestra salvación final en el Reino de Dios.
Dios todavía quiere un pueblo santificado
En el Antiguo y Nuevo Testamento hubo personas santificadas. En cada caso, Dios “apartó” estas personas del mundo que los rodeaba. Dios todavía quiere un pueblo santificado, separado del mundo de pecado y maldad. Él quiere la santidad y la santificación de la mente, el espíritu, el pensamiento, el cuerpo y las acciones. Él quiere una nación espiritual, su propio pueblo especial, que proclame las alabanzas de Dios, que refleje sus valores y su carácter.
¿Quiere ser santificado por Dios? Verdaderamente Él quiere apartarlo a usted para ser contado entre su pueblo. Por lo tanto, acepte su palabra, arrepiéntase y bautícese, reconozca que Jesucristo murió por sus pecados.
Para más información acerca de como ser santificado, lo invitamos a leer los artículos de la sección de “Cambio”.