Durante años las personas han creído que las cámaras no mienten. Pero, en realidad, son más engañosas de lo que pensamos, y la verdad es difícil de fotografiar.
En 1824, Joseph Nicéphore Niépce tomó una fotografía con su cámara.
Tal vez esto no parezca gran cosa, pero hasta ese momento nadie había sido capaz de tomar una fotografía permanente. La cámara de Niépce fue el resultado de siglos de investigación y teorías de la comunidad científica, y su fotografía marcó el inicio del mundo fotográfico.
Para el año 1839, las primeras cámaras del mercado ya estaban a la venta y, aunque pasaron otros 50 años antes de que George Eastman sacara su asequible modelo Kodak, era oficialmente posible documentar la vida por medio del lente de una cámara.
El mundo nunca sería igual.
“El aparato no se equivoca”
Treinta y cinco años después de que Niépce tomara su revolucionaria primera fotografía, una obra llamada The Octoroon debutó en Nueva York. Uno de los personajes tenía una cámara y a menudo recibía quejas de personas poco agraciadas porque no les gustaban sus retratos. El fotógrafo les explicaba que “El aparato no se equivoca… Usted puede equivocarse con respecto a su cara, pero no el aparato”. (Y, si seguían quejándose de que su fotografía era desagradable, él les recordaba que “la verdad a menudo lo es”.)
“El aparato no se equivoca”. ¿Le suena familiar? Con el tiempo, la frase se ha modificado un poco, pero la idea es la misma. Probablemente ha escuchado (o usado) su equivalente moderno: “La cámara nunca miente”.
Extraña aseveración, ¿no le parece?
Niépce usaba una voluminosa caja que apuntaba a un objeto durante varios días, mientras el sol plasmaba su imagen sobre el revestimiento de asfalto de una piedra litográfica.
Hoy en día, existen teléfonos con lentes y sensores más pequeños que la punta de su dedo, diseñados para grabar no sólo una imagen, sino videos enteros compuestos de 60 imágenes por segundo, cada una en resolución 4K y acompañada de un audio perfectamente nítido.
Tras dos siglos de constantes cambios y mejoras, pareciera que lo único que no ha cambiado es la idea de que la cámara no miente.
Pero la cámara puede mentir, por supuesto.
Y de hecho miente.
Y, de hecho, miente todo el tiempo.
Cómo miente la cámara
La culpa no es de la cámara en sí. La cámara es una herramienta imparcial, pero limitada. Es fácil pensar que una fotografía —o un video— captura la realidad objetiva de cierto momento. Nos gusta pensar que las cámaras registran la verdad de una situación y la preservan con perfecta objetividad para nuestro análisis.
Pero no es tan sencillo.
Sólo piense en lo que sucede cuando usted toma una fotografía. Está registrando una fracción de segundo específica, desde un ángulo específico, con una profundidad de campo específica, filtrada por un lente específico bajo condiciones de iluminación específicas. Si modifica cualquiera de esas variables —basta con una sola— la fotografía también cambia, a veces drásticamente.
Cambiar un lente gran angular por un teleobjetivo hace que las personas parezcan estar más cerca de lo que realmente están. Un cambio de iluminación puede hacer que una escena alegre se vea siniestra y amenazante. Disminuir la profundidad de campo puede centrar la atención en un solo detalle y difuminar el resto de la escena.
Al igual que los registros históricos, las imágenes y los videos son intrínsecamente imperfectos —y eso es en el caso de que no estén siendo manipulados a propósito.
También los videos pueden manipularse de éstas y otras maneras. Los camarógrafos deben tomar decisiones acerca de la fidelidad del audio y la velocidad de fotogramas de sus videos, y en ambos casos lo que se ve afectado es cómo se percibe el producto final.
Al igual que los registros históricos, las imágenes y los videos son intrínsecamente imperfectos —y eso es en el caso de que no estén siendo manipulados a propósito.
“Una fotografía puede mentir tanto como el lienzo”
A medida que la tecnología avanza, cada vez es más fácil fabricar imágenes y videos engañosos —aunque nunca fue imposible. En 1895, el periódico Evening News de Lincoln, Nebraska, afirmó: “Los fotógrafos, especialmente los principiantes, le dirán que la cámara nunca miente. Pero eso sólo prueba que los fotógrafos, especialmente los principiantes, sí lo hacen, porque una fotografía puede mentir tanto como el lienzo”.
Con la llegada de softwares de post procesamiento como Photoshop y After Effects, es casi trivial agregar, quitar o transformar por completo elementos de imágenes y videos, convirtiéndolos en registros de momentos que nunca ocurrieron. Y con filtros y tecnología deepfake, incluso se puede falsificar una fotografía sin haberla tomado.
Pero los elementos audiovisuales pueden ser engañosos incluso sin intervención de softwares elegantes; sólo se necesita de un contexto falso o ambiguo. Las imágenes (y videos) son poderosas y a menudo crean sus propias historias.
Un ejemplo es la icónica fotografía llamada The Roaring Lion, donde el primer ministro de Inglaterra, Winston Churchill, quien lideró a su país durante la etapa más cruda de la Segunda Guerra Mundial, mantiene una fija mirada de acero. Con una apariencia de absoluta determinación e incansable voluntad, Churchill parece atravesar la cámara con los ojos.
Como dijo el USC Fisher Museum of Art: “Esa desafiante y resuelta imagen se convirtió instantáneamente en un ícono de la postura británica contra el fascismo”.
Pero ¿sabe por qué Churchill tenía esa mirada en la fotografía?
Porque el fotógrafo le quitó su cigarrillo.
Es verdad. Puede investigarlo. El fotógrafo, Yousuf Karsh, no quería que Churchill apareciera con su cigarrillo, y cuando el ya malhumorado primer ministro ignoró la petición de Karsh, Karsh decidió quitárselo él mismo.
“Cuando volví a mi cámara”, escribió Karsh, “se veía tan agresivo que podría haberme devorado. Fue en ese instante que tomé la fotografía” (Faces of Our Time [Rostros de nuestra época], 1971).
Ésa es la historia del famoso retrato: no una muestra de la determinación de Churchill contra el peligro Nazi que amenazaba al mundo, sino un instante de su indignación ante la audacia del fotógrafo que le quitó su cigarro.
Pero el mundo no lo sabía (al menos no por un tiempo). Sin su contexto real, la imagen contó una historia completamente diferente, y esa fue la historia que prevaleció.
(Existe una segunda, menos famosa, fotografía de esa sesión: Churchill sonriendo divertido por la artimaña de Krash. También vale la pena buscarla.)
¿Cuánto deberíamos desconfiar de las fotos?
En resumen: el aparato puede mentir. Las cámaras mienten (o por lo menos tergiversan la verdad) todo el tiempo, automáticamente y sin intención. Debido a sus limitaciones intrínsecas, es imposible que las fotos y los videos transmitan más que fragmentos de la realidad. Y cuando confundimos un fragmento con la realidad completa, es muy fácil que nos hagamos una idea distorsionada de la verdad.
¿Cuál es la lección? ¿Deberíamos sospechar en extremo de todos los recursos visuales y siempre asumir que lo que vemos es parte de una conspiración para manipular la opinión pública?
No exactamente. Es importante conocer las limitaciones y defectos de los medios visuales, y doblemente importante saber que algunas personas se aprovechan de esas falencias. Pero no se trata de cuán paranoicos deberíamos ser, sino de en quién deberíamos confiar.
Dios ve lo que las cámaras no pueden ver
Para realmente capturar la realidad de una situación, una cámara tendría que ser omnipresente y omnisciente —estar en todos lados y verlo todo.
No existe ninguna cámara en el mundo que pueda hacer eso, pero sí existe un Dios capaz de hacerlo.
La Biblia dice que “los ojos del Eterno contemplan toda la tierra” (2 Crónicas 16:9). Pero Dios no sólo nos observa desde una perspectiva satelital: “no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Imagínese cómo sería tener la capacidad de verlo todo.
Al mismo tiempo.
Todo el tiempo.
Y no sólo verlo, sino comprenderlo y saber qué hacer al respecto. Imagínese tener todo ese conocimiento y luego ir un paso más allá: ver más allá del mundo físico a los corazones y mentes de todos los seres humanos. “El Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Eso es lo que Dios ve.
Confiar en Dios, quien lo ve todo
El increíble invento de Niépce nos dio un instrumento para registrar momentos en el tiempo y el espacio —pero eso es todo lo que son. Momentos. Destellos de algo mucho mayor. E incluso cuando tenemos acceso a diez mil de esos destellos en alta definición y con audio nítido, no estamos viendo la realidad completa. Es imposible.
Creer que unos minutos de video o una imagen bonita nos muestran a la perfección las capas invisibles y facetas complejas de una situación, perjudica nuestra perspectiva de la vida.
Pero la buena noticia es que no necesitamos verlo ni saberlo todo. Sólo necesitamos confiar en Dios. Y, en contraste con una cámara (que inevitablemente distorsiona la realidad), el Dios a quien servimos “no puede mentir” (Tito 1:2, Reina Valera Antigua).
Ésta es una descripción increíble. El versículo no dice “Dios, que no quiere mentir”, sino, “Dios que no puede mentir”. El engaño y la mentira están tan lejos de su naturaleza que la sola idea de mentir es aborrecible para Dios (Proverbios 6:16-19).
Como cristianos, nuestro deber es confiar en que el Dios que no puede mentir —que ve todas las cosas desnudas y abiertas, y en cuyas manos están las profundidades de la Tierra (Salmos 95:4)— tiene el poder, la sabiduría y el carácter para manejar lo que nosotros no podemos. Debemos confiar en que Él tiene la perspectiva y el conocimiento para establecer las reglas que dividen “la vida y el bien, la muerte y el mal” (Deuteronomio 30:15).
Luego tenemos que ir un paso más allá, poner esa confianza en acción, seguirlo hacia donde Él nos dirige, y vivir como Él nos ordena.
La cámara siempre miente. Es mejor confiar en el Dios que no puede mentir.
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