Dios no es racista

Dios ama a todas las personas, y quiere que sus hijos amen a todos sus hermanos y hermanas. Pero la Biblia habla mucho de los orígenes étnicos. ¿Por qué?

Cuando Dios mira a su Iglesia, no ve “ni a los judíos ni a los griegos” (Gálatas 3:28). “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hechos 17:26). Él “…quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).

Dios no tiene prejuicios; odia la opresión y la injusticia. Y quiere que los cristianos sigan ese ejemplo. El racismo y la discriminación étnica no tienen cabida en la vida de un cristiano.

Pero la Biblia no ignora el origen étnico de las personas que la componen. Tampoco evita prometer bendiciones y dar advertencias a grupos étnicos específicos. ¿Por qué? ¿Son estos pasajes una forma de prejuicio o de racismo?

Dios creó las familias

En Génesis se muestra que todos somos miembros de la familia de Adán y Eva. Y más recientemente, todos somos miembros de la familia de Noé.

Todas las naciones del mundo están relacionadas físicamente. Y Dios quiere que todos nosotros estemos relacionados en un nivel mucho más profundo e importante, espiritualmente como sus hijos.

Pero el problema surgió desde el principio, cuando Satanás convenció a Adán y Eva de que se fueran en contra de su Padre. Su elección de pecar y así rechazar a Dios se ha repetido a lo largo de la historia, llevando a los conflictos familiares, las divisiones raciales y otros males inherentes a nuestro mundo bajo el “maligno” (1 Juan 5:19). Con el pecado vino la muerte, un castigo merecido que nosotros, por nuestra parte, no podemos revertir.

Aun así, el plan familiar de Dios no se vería frustrado. Aunque la mayoría de la humanidad lo rechazó, Dios comenzó a trabajar a través de un hombre que eligió para convertirse en el “padre de todos los que creen” (Romanos 4:11-12). Aunque Dios quería que los miembros de la familia física de Abraham fueran ejemplos de fidelidad, el plan final era adoptar a todas las personas en la familia espiritual de los fieles, sin importar su raza u origen étnico.

La fidelidad de Dios

Dios estaba complacido por la fe y obediencia de Abraham, así que le hizo promesas maravillosas que afectarían a todas las personas.

Dios lo prometió: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3).

La primera parte fue para la familia física de Abraham, y Dios extendió estas promesas físicas varias veces a Abraham, a su hijo Isaac y a su nieto Jacob (también llamado Israel). De hecho, algunas de estas promesas fueron tan grandes que no se cumplieron durante los tiempos bíblicos, sino que fueron profecías para los últimos días (Génesis 49:1). (Lea más acerca de cómo Dios ha cumplido fielmente estas promesas físicas, y cómo esto confirma su fidelidad con todas sus promesas, en nuestro folleto gratuito Los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Mancomunidad en la profecía.)

La última parte de la promesa en Génesis 12:3, sin embargo, no era sólo para la familia de Abraham y no era sólo física. Era para “todas las familias de la tierra” y supondría la mayor bendición espiritual imaginable.

Jesucristo, el Hijo de Dios, vendría a hacer posible revertir nuestra sentencia de muerte eterna. ¡Él pagó nuestra pena por nosotros! Él dio su vida porque desea que todas las personas sean salvadas de la “paga” que hemos ganado por nuestros pecados: la muerte (Romanos 6:23).

Esta increíble bendición espiritual incluye a personas de todas las naciones y orígenes que se arrepientan, se conviertan y lleguen a ser parte de la familia espiritual de Dios. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14).

¡Qué maravillosa promesa! ¡Qué maravillosa bendición que debemos anhelar, cuando todas las personas entiendan esta promesa y tengan la oportunidad de aceptar la oferta de Dios de unirse a su familia!

Pero eso no ha ocurrido todavía. ¿Por qué?

La justicia de Dios

Al observar este mundo confuso y loco, con toda su corrupción, opresión e injusticia, puede ser fácil preguntarse por qué Dios no interviene ahora mismo. ¿Por qué permite el racismo, los prejuicios, la inequidad y el mal?

Una vez más, todo se remonta al Huerto del Edén. La decisión de Adán y Eva del fruto prohibido fue en esencia una elección para decidir lo que estaba bien y lo que estaba mal para ellos. Le decían a Dios que se mantuviera fuera de sus asuntos. Y ese es el camino que la humanidad ha seguido desde entonces.

Este mundo no es justo. Dios odia su injusticia y sus pecados. Su pueblo suspira y clama por sus males.Este mundo no es justo. Dios odia su injusticia y sus pecados. Su pueblo suspira y llora por sus males. El resultado ha sido un mundo de egoísmo que con demasiada frecuencia se expresa en codicia, opresión, prejuicios, orgullo, ira y violencia.

Este mundo no es justo. Dios odia su injusticia y sus pecados. Su pueblo suspira y clama por sus males (Ezequiel 9:4).

Pero Dios tiene una visión a largo plazo, y tiene un plan misericordioso que le dará a cada persona una oportunidad completa y justa para elegir los caminos de Dios.

Los planes de Dios para todas las personas en el futuro

Jesús prometió regresar a esta Tierra para prevenir nuestra autodestrucción total (Mateo 24:3, 21-22). Después de que la ira de Dios sea derramada sobre aquellos que son desobedientes a las leyes de Dios (Apocalipsis 6:12-17) y después de que Jesucristo destruya los ejércitos que se reúnen para luchar contra Él cuando Él regrese (Apocalipsis 19), la gente finalmente estará lista para escuchar y aprender el camino de la paz y la justicia.

Entonces gente de todas las naciones vendrá a su sede en Jerusalén para aprender su manera de pensar pura que ayudará a quitar gradualmente las actitudes de prejuicio, racismo y violencia y reemplazarlas con justicia, rectitud y paz.

El apóstol Pablo, aunque descendiente del mismo Abraham, trabajó incansablemente para llevar las buenas nuevas de este tiempo futuro a los de otras naciones y grupos étnicos, conocidos colectivamente como gentiles. Anhelaba el momento en que se cumplieran las siguientes profecías:

“Y otra vez dice: Alegraos, gentiles, con su pueblo. Y otra vez: Alabad al Señor todos los gentiles, Y magnificadle todos los pueblos. Y otra vez dice Isaías: Estará la raíz de Isaí, Y el que se levantará a regir los gentiles; Los gentiles esperarán en él” (Romanos 15:10-12).

Como preparación para ese día en que todas las naciones aprenderán a vivir en paz y respeto mutuo, Pablo exhortó a los cristianos de hoy a dejar de lado la amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia (Efesios 4:31).

El fruto de miles de años de odio, celos y división sólo puede ser vencido por el fruto del Espíritu Santo de Dios: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Las actitudes de venganza deben ser reemplazadas por el servicio y el perdón; el mal debe ser vencido con el bien (Romanos 12:17-21).

Dios está lejos de ser racista. Él quiere que todos sus hijos se esfuercen y anhelen la unidad y la armonía que Él desea para su familia: ¡ahora y por toda la eternidad!

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