Estaba tomándome un café con leche en una cafetería, y no pude evitar oír la conversación de la mesa contigua. Eran tres mujeres, una de ellas visiblemente triste.
“Acaban de avisarme que no obtuve el empleo que estaba segura que iba a obtener”, sollozó la mujer. “Creo que nunca conseguiré trabajo…”.
Sus amigas permanecieron en silencio por un momento, y luego cada una intentó subirle el ánimo con algunas palabras: “No te preocupes, eres muy inteligente, pronto encontrarás algo”, le dijo una. “Probablemente era lo mejor”, le aseguró la otra. “¡Sonríe! No queremos ver lágrimas. ¿Por qué no vamos a ver una película esta noche para que te distraigas un poco?”.
“No, gracias”, suspiró la mujer, ahora frustrada además de triste.
Comentarios insensibles
En ese punto, yo salí de la cafetería pensando en la conversación de las mujeres. No porque me pareciera inusual —de hecho, me sentí identificada. Me han hecho esa clase de comentarios antes, y como resultado me he sentido incomprendida y sola. Pero, por otro lado, demasiadas veces también he sido la que hace comentarios insensibles.
Esto no implica que tengamos malas intenciones cada vez que nuestras palabras desaniman a alguien. Muy por el contrario, puede que sinceramente estemos tratando de ayudar. Pero cuando una persona nos cuenta sus problemas, tal vez tendamos a sentirnos incómodos. Tal vez no sabemos qué decir y nos inquieta el silencio, así que decimos alguna trivialidad sólo para llenar el vacío y no nos percatamos del mensaje que estamos enviando. O tal vez intentamos cambiar el tema a uno más alegre sólo para sentirnos mejor.
Sin embargo, la persona que se acercó a nosotros para contarnos su problema no se despide sintiéndose animada. Se despide sintiéndose aún peor.
Incluso cuando no tengamos la habilidad para dar apoyo a los demás en sus dificultades, nuestra responsabilidad es hacer lo mejor posible. De hecho, la Biblia nos dice que debemos “llorar con los que lloran” (Romanos 12:15), y en Gálatas 6:2 leemos que es necesario “sobrellevar los unos las cargas de los otros”. Muchos otros versículos también destacan la importancia de ser compasivos (Colosenses 3:12; Zacarías 7:9; 1 Pedro 3:8).
Cuatro cosas que NO debemos decir
Muchas veces, saber cómo ayudar comienza por saber qué NO decir cuando alguien nos expresa su dolor, tristeza o desánimo. Personalmente, he descubierto que las siguientes respuestas casi siempre terminan haciendo más mal que bien:
1. Minimizar los sentimientos de la persona
Una de las peores cosas que podemos hacer cuando alguien nos cuenta sus problemas es negar que escuchamos algo problemático. “La gente le teme tanto a no saber qué decir o hacer que bloquean a la persona que está sufriendo para sentirse cómodos ellos mismos”, dice la profesora en sicología de la Universidad Saint Xavier, Sandra Burkhardt. La mayoría no lo hace con intención, agrega Burkhardt, “Puede que sus intenciones de hecho sean buenas y ni siquiera se den cuenta de lo que están haciendo”.
Cambiar el tema, hacer bromas o dar razones de por qué el problema no es un problema sólo corta la comunicación y le trasmite a la persona que no está bien expresar su tristeza. Otros comentarios que pueden tener este efecto son: “no te preocupes”, “no llores”, “anímate”, “podría ser peor”, “no es tan malo”, “todo estará bien” y “mira el lado positivo”.
Cuando respondemos de esta forma, lo que estamos haciendo es desestimar las preocupaciones de la persona y le decimos que no nos interesan sus problemas. Esto puede hacerla sentir ignorada, incomprendida o abandonada. Puede hacerle sentir que la estamos corrigiendo por tener las emociones que tiene. Entonces, su carga se hará más grande en lugar de más liviana.
Parte del problema es pensar que aunque estemos pasando por una prueba, debemos poner siempre una cara alegre. Pero Eclesiastés 3:4 nos dice claramente que hay un “tiempo de llorar” —es decir, que está bien admitir que estamos tristes.
Una persona que sufre necesita que aceptemos sus emociones y reconozcamos por lo que está pasando. Cuando alguien se acerque a usted para contarle una dificultad, reafírmele que sus preocupaciones son válidas y permítale estar triste, lamentarse o llorar frente a usted. No espere que la persona pretenda estar bien sólo para hacerlo sentir mejor a usted.
2. Cambiar el enfoque hacia nosotros
En otras ocasiones, en vez de minimizar los problemas de la persona, puede que nos sintamos identificados con ella, y tal vez no podamos resistirnos a decir: “¿Crees que eso es malo? ¡Espera a escuchar lo que me pasó a mí!”. Pero lo único que lograremos con eso es desviar el enfoque de la conversación hacia nosotros mismos.
Recuerde que la persona vino a usted porque necesitaba desahogarse con alguien. Si usted usa el tiempo contándole sus propias historias, la persona puede sentirse frustrada y “sentir que usted quiere desprenderse de sus emociones sin darle la oportunidad de expresarse”, dice la doctora Burkhardt.
Además, si le asegura que sus experiencias son “peores” o “más serias” que las de ella, parecerá que su intención es opacarla, o que en su opinión los problemas que enfrenta son triviales en comparación a los suyos.
Es cierto que a veces compartir nuestras experiencias puede ayudarnos a crear conexiones con otros, porque les hace saber que “hemos estado ahí”. Pero la manera de lograr esto no es “superar” al otro con alguna vivencia y dominar la conversación. Cuando termine de contar su historia, puede preguntarle a su amigo: “¿Es parecido a lo que te pasa a ti?”. Es importante que siempre vuelva a enfocarse en la persona que está sufriendo.
3. Ofrecer consejos no solicitados
Tal vez la solución al problema de su amigo sea obvia para usted, pero no se deje llevar por la tentación de ofrecer un consejo que no le han pedido. A menudo cuando las personas hablan de sus problemas, ya saben lo que tienen que hacer. Cuando se acerquen a usted es probable que sólo busquen consuelo y comprensión, no ideas para solucionar sus dificultades. Bombardearlos con soluciones es sólo otra forma de decirles que no quiere escuchar sus problemas.
“Básicamente, es como decirse a uno mismo: si puedo distraer a mi amigo con algunos consejos brillantes, dejará de llorar”, explica la doctora Burkhardt.
Un consejo no solicitado también puede poner a la otra persona en una posición incómoda si no quiere aceptar nuestra sugerencia. Eso fue lo que le sucedió a una mujer cuando le diagnosticaron cáncer a su esposo: “Nuestros amigos nos dieron muchas opiniones sobre suplementos herbarios, dietas purificantes, remedios naturales, si era bueno o no un tratamiento de quimioterapia, etcétera, etcétera… Nosotros habíamos estudiado bien nuestras opciones y sabíamos que la mayoría de sus sugerencias no era lo que queríamos. Cada vez que alguien nos daba una idea nueva, prácticamente teníamos que volver a defender nuestra decisión”.
Si la persona que está sufriendo le pide consejo, probablemente esté bien dárselo. Comparta sólo lo que a usted le ha funcionado personalmente, sin dar recomendaciones específicas. En lugar de decir: “Creo que deberías…”, mejor diga: “Esto es lo que me funcionó a mí”. Permita que la persona tome su propia decisión en cuanto a lo que debe o no hacer.
4. Corregir
Quizá usted también crea saber por qué la persona se encuentra en la situación que está. Pero, otra vez, compartir este tipo de pensamientos generalmente no es de mucha ayuda. La mayoría del tiempo, cuando alguien se encuentra en una crisis, ya se siente lo suficientemente mal por lo que debió o no debió haber hecho. Decirle cosas como: “si no hubieras sido tan lento para actuar”, “si hubieras investigado más” o “si hubieras sido más precavido”, no arreglará la situación actual. Probablemente sólo haga que la persona se sienta peor.
El clásico ejemplo bíblico se encuentra en el libro de Job. Cuando Job se encontraba en su peor momento, sus amigos se dedicaron a corregirlo y criticarlo, acusándolo de ser el causante de sus propios problemas. Esto, por supuesto, no aligeró para nada la angustia de Job, sino que la empeoró e hizo que se pusiera a la defensiva.
Job dijo: “Un desesperado debe contar con la lealtad de su amigo” (Job 6:14, Reina Valera Actualizada 2015). Es cierto que a veces es necesario decirles a otros lo que están haciendo mal, pero el momento no es cuando se encuentran afligidos.
Cuando una persona está angustiada, lo que necesita es consuelo y apoyo, no un sermón sobre lo que debería haber hecho para evitar su miseria.
En general, alguien que está sufriendo no espera de usted palabras elocuentes o soluciones profundas a sus problemas. Lo que espera es que esté ahí para él o ella y que esté a su lado, aún si las cosas que dice no son del todo perfectas.
Lo que a la persona más le importa es contar con el apoyo de alguien y no tener que pasar sola por esos malos momentos.
¿Qué deberíamos decir?
Animar a quienes lo necesitan no es tan complicado como podría parecer. De hecho, tres de las mejores cosas que podemos hacer son bastante sencillas:
1. Escuchar.
Más que cualquier cosa, las personas que sufren sólo quieren hablar con alguien que las escuche. Ofrézcales toda su atención y trate de comprender por qué sienten lo que sienten, permitiendo que guíen la conversación hacia donde ellas deseen. Escuchar atentamente demuestra que hay una preocupación genuina.
2. Acepte la situación tal como es.
Cuando alguien que está sufriendo dice algo negativo, trate de que no le afecte. Tal vez sea un comentario difícil de escuchar, pero recuerde que la persona está pasando por un mal momento. Simplemente deje a la persona hablar, porque en ese momento es así como se siente. Si la persona necesita llorar, también déjela. Comentarios como: “has pasado por muchas dificultades” y “lamento escuchar lo que sucedió” trasmitirán preocupación y aceptación de su parte.
3. Recuérdele a la persona que no está sola.
Hágale saber que estará con ella durante ese momento difícil y le ayudará en todo lo posible. Asegúrele que está de su lado y que está orando por la situación. Como leemos en Santiago 5:16: “La oración eficaz del justo puede mucho”. Decir sinceramente “oraré por ti” es muy animador y creará un lazo entre ustedes.