Uno de los argumentos más volátiles de la sociedad actual se centra en lo que se llama “el derecho a la vida”. Si bien esto puede abarcar algo muy amplio y cobija inquietudes tales como la eutanasia, suicidio asistido, pena capital e infanticidio, las personas lo asocian más frecuentemente con el término antiaborto o movimiento provida.
El no nacido tiene el derecho inalienable a vivir, afirman los que están a favor de la provida, porque la vida comienza en la concepción. Los que se oponen a esto afirman que la vida comienza sólo cuando el feto es viable (que puede vivir fuera de la matriz). Por esto creen que la mujer tiene el poder de controlar su propio cuerpo y por eso tiene la posibilidad de elegir abortar.
Esto es literalmente un asunto de vida o muerte. Ambos bandos lo consideran una guerra moral.
Y es imposible —considerando el complejo embrollo de argumentos religiosos, éticos, filosóficos, legales y políticos que están involucrados— imaginarse que ambos lados puedan llegar a un acuerdo.
Probablemente a nuestros lectores de Discernir no les sorprenda saber que respaldamos firmemente la santidad de la vida humana y estamos en contra del aborto.
Pero también tenemos otra causa que defendemos apasionadamente —y es aún más importante que el tema del “derecho a la vida”.
¿Qué puede haber realmente que sea más importante que la vida humana?
¡¿Qué tal… la vida de Dios?! ¡Y la increíble oportunidad que Él extiende a nosotros los seres humanos de tener vida eterna con Él en su familia!
Nuestro derecho a morir
De hecho, en esta época del año en particular, Dios nos dice que debemos enfocar nuestra mente en el tema de la vida de Dios y nuestra vida eterna. ¿Por qué en esta época del año? Lo examinaremos en un momento, pero primero, analicemos otro derecho —nuestro derecho a morir.
Éste fue el punto del primer sermón que fue dado en la Iglesia del Nuevo Testamento. En Hechos 2 leemos cómo el apóstol Pedro cautivó a la multitud reunida con su explicación acerca de la vida y resurrección de Jesús. Pero ellos no estaban para nada preparados para lo que Pedro les iba a decir al conectar la vida de Jesús con la de ellos. Súbitamente se volvió algo muy personal cuando Pedro exclamó: “que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36, énfasis añadido).
Si alguien alguna vez no merecía morir, era Jesucristo. Sin embargo, el Hijo de Dios (el Verbo) se había despojado de su divino poder y se convirtió en un hombre, Jesucristo (Juan 1:14), vivió una vida sin pecado y voluntariamente renunció a su derecho a la vida.
Él es descrito en Filipenses 2:7-8, como alguien que: “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
¿Por qué? ¿Qué significa esto para usted?
¿Cuál vida tomamos?
¿Ha sido alguna vez culpado de la muerte de un ser humano inocente? Probablemente no. Pero si lo fuera, ¿cómo reaccionaría usted?
Es interesante notar que no hay registro de que alguien en la multitud que escuchaba a Pedro, hiciera alguna objeción. Nadie dijo: “oiga, espere un minuto, no trate de acusarme. Yo ni siquiera estuve ahí. ¡Fueron los romanos!”. No, era un sentido de responsabilidad por la muerte de Jesús que se había estado desarrollando y ahora claramente todos lo sentían. Veamos su reacción.
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).
Hasta hoy, “a este Jesús a quien vosotros crucificasteis” continúa siendo un tema que cada persona tiene que afrontar. Una cosa es reconocer que Cristo dio su vida, pero hay otro sentimiento apabullante cuando usted ve y admite: “mis pecados hicieron necesario que Cristo muriera”.
La única forma de que usted no fuera culpable es que no hubiera pecado nunca. Pero la verdad es que “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), y: “la paga del pecado es muerte” (6:23).
Por el pecado, todos nos hemos ganado el derecho a morir.
Pero cuando Pablo escribió que “la paga del pecado es muerte” también añadió: “más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
¿Puede ganarse un don? No, porque es dado. Pero esto es lo importante: Dios sólo se lo da a aquellos en que Él percibe que tienen voluntad y compromiso de caminar su forma de vida.
¿Está usted compungido?
A las personas les encanta citar Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. ¿Pero cuántas lo relacionan con Hechos 2:36? ¿Cuántos están tan compungidos al percibir que fue precisamente por sus pecados que él tuvo que dar su vida?
¿Se ha sentido alguna vez realmente compungido? ¿Se ha conmovido de verdad al reconocer “yo crucifiqué a Cristo” y preguntado lo mismo que preguntaron aquel día: “¿qué haremos?”.
La respuesta de Pedro todavía está vigente hoy:
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Él aseguró que a pesar de nuestra culpa, por el proceso de arrepentimiento, perdón, bautismo y recibir el Espíritu Santo, Dios nos dará el derecho a la vida.
Escrituras del “derecho a la vida”
Esto nos lleva a las dos afirmaciones del “derecho a la vida” que encontramos en la Biblia. La primera se encuentra en el Evangelio de Juan.
Cerca del comienzo de su libro, Juan introduce al Verbo (Jesucristo) al explicar el propósito de su venida: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
A esto se le añade lo que dice casi al final de su libro: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
La vida de la que se habla aquí es la vida eterna, como Juan lo explica en múltiples ocasiones en su Evangelio. “Vida” y “creer” son conceptos inseparables que Juan subraya repetidamente. El Evangelio de Juan solo (sin mencionar las tres epístolas y Apocalipsis, en las que el tema continúa) menciona “vida” más veces que los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas en conjunto. Y Juan habla acerca de “creer” (o “cree” o “creyendo”) con casi tres veces más frecuencia que los autores de los otros tres Evangelios.
¿Por qué el creer es tan importante que está relacionado con su vida eterna? Unas pocas preguntas importantes deberían aclararnos el punto:
Aunque usted no estaba vivo para verlo a Él, ¿cree que Jesucristo era el Hijo de Dios y vino en la carne y vivió una vida sin pecado?
¿Cree usted que la muerte de Cristo es un sacrificio suficiente para pagar por todos sus pecados?
¿Cree que Él puede perdonar sus pecados y es fiel en ayudarlo para vencerlos?
Algunas creencias fundamentales conforman la base de nuestra fe en la promesa de Dios de la vida eterna. A continuación, algunas de las más esenciales.
Comprometidos a la vida correcta
La segunda escritura del “derecho a la vida” nos lleva a un entendimiento fundamental: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14).
Esta escritura ofrece información importante: con el derecho a la vida eterna viene la responsabilidad de guardar los mandamientos de Dios.
Si su quebrantamiento de los mandamientos fue lo que cobró la vida de Cristo en primer lugar, entonces, ¿cómo puede seguir haciéndolo?
O, puesto de otra forma, ¡el derecho a la vida requiere de su compromiso de vivir la vida correcta!
Arrepentirse y ser bautizado representa hacer morir y enterrar nuestro pasado pecaminoso y entonces Dios nos ofrece su Santo Espíritu para que podamos caminar en una vida nueva —comprometidos a seguirlo a Él y guardar sus mandamientos.
La estación para enfocarse
Pablo escribió que siempre debíamos tener en mente “llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Corintios 4:10). ¿Entonces a qué se debe que durante esta época del año nos enfocamos especialmente en su muerte y nuestra vida?
Es porque ésta es la primera temporada del ciclo anual de días santos que Jesús, sus discípulos y la Iglesia primitiva observaron, y en la que se nos recuerda el movimiento del “derecho a la vida” más importante de todos: ¡el plan de salvación de Dios para la humanidad! Si usted está poco familiarizado con estos festivales, puede descargar nuestro folleto Las fiestas santas de Dios: Él tiene un plan para usted y descubrir el importante significado espiritual que se revela en ellas.
El conocimiento del plan de Dios comienza con la Pascua, nuestro recordatorio anual de que por nuestros pecados la vida de su Hijo tuvo que ser sacrificada y al hacerlo renunciamos a cualquier derecho a vivir. Sin embargo, nuestro Padre y Jesucristo nuestro Hermano y su increíble amor y misericordia, nos lo devolvieron.
Con esto en mente, entramos inmediatamente en un festival que nos recuerda la pregunta “¿qué haremos?” —¿cómo debemos responder a la misericordia de Dios? Los días de Panes Sin Levadura imprimen en nosotros la necesidad de vivir justamente y poner el pecado fuera de nuestra vida. Hay mucho más que usted puede aprender acerca del significado de estos maravillosos festivales de Dios, y tenemos muchos artículos que usted puede explorar en nuestro sitio en la red, VidaEsperanzayVerdad.org.
La gran pregunta
Pero, finalmente, la pregunta más importante que cada uno de nosotros tiene que hacerse es: ya que Dios nos ha dado el derecho a la vida eterna, ¿nos comprometeremos a vivir la vida correcta?