Pocos meses atrás, perdí a mi abuela.
Fue duro, en la forma en que la muerte siempre es dura. Tuve que afrontar muchas cosas —como por ejemplo que nuestro último adiós era más definitivo de lo que yo pensé en ese momento. Y el hecho de que no pude presentarle a mi hija, su primera bisnieta. Además el hecho de que, por el ser la última de mis abuelos, su muerte marca el fin de toda una generación de mis ancestros.
Pero hubo una forma en que la muerte de mi abuela no fue dura:
No tenía que preguntarme...
No tenía que preguntarme dónde está ella ahora.
No tenía que preguntarme si estaba en paz o no.
No tenía que preguntarme qué iba a pasar después.
No tengo que preguntarme nada de esto porque la Biblia nos describe el plan que Dios tiene para nosotros —tanto en esta vida como en la próxima. La escena cristiana está llena de ideas opuestas entre sí con respecto a lo que sucede después de que morimos, con opiniones variadas acerca de las recompensas de los justos y el castigo de los impíos, de las descripciones del cielo y el infierno y los parámetros que determinan adónde va cada uno.
Pero las opiniones no cuentan mucho, especialmente cuando estamos hablando del resto de la eternidad. Lo que cuenta es lo que dice la Biblia en realidad. Si estamos dispuestos a explorar en la Palabra de Dios, entonces encontraremos que hay cuatro claves invaluables que nos permitirán tener un mayor entendimiento de lo que sucede después de la muerte.
Clave # 1: A dónde van los muertos
Una de las creencias fundamentales de la mayoría de las religiones cristianas es que después de la muerte los justos son recompensados en el cielo en tanto que los pecadores son castigados en el infierno. Hay muchísima controversia al respecto, si el castigo involucra llamas reales o es angustia mental, o si el cielo es muy parecido a la vida en la Tierra, sólo que mejor —pero al fin de cuentas, la vida después de la muerte en el cielo o el infierno es un pilar de la teología cristiana.
El problema es que la Biblia no dice nada de esto.
La Biblia habla del cielo como el dominio de Dios y los ángeles, y Jesús hizo énfasis en que: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre” (Juan 3:13).
Años después, Pedro y Pablo afirmaron que el rey David —un hombre según el corazón de Dios (Hechos 13:22)— “no subió a los cielos” (Hechos 2:34), pero, de hecho: “murió y fue sepultado” (v. 29). Pabló añadió que David murió y “vio corrupción” (Hechos 13:36) —esto es, que su cuerpo se degradó y volvió al polvo, tal como Dios prometió que pasaría: “pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19).
David, junto con todos los que han muerto, está en un lugar que el Antiguo Testamento llama Sheol. Es una palabra hebrea con frecuencia traducida como “el sepulcro” o por demás interesante —“infierno”. Una y otra vez, la Biblia subraya que la tumba o el sepulcro es el lugar a donde van todos los que mueren.
En Eclesiastés, se le advierte al lector: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10). Aún en el libro de Génesis, Jacob entendió que él iría al “…Seol” (Génesis 37:35). Job, durante la prueba más difícil de su vida, le imploró a Dios: “¡Oh quién me diera que me escondieses en el Seol, que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira!” (Job 14:13).
Los muertos, leemos, van a la tumba. Al Seol. Al sepulcro.
Pero con esta clave, nos surge otra inquietud. Si Job estaba buscando escapar del dolor y el sufrimiento de la prueba, ¿por qué le estaba pidiendo a Dios que lo escondiera en el Seol?
Para hallar la respuesta, tenemos que revelar la segunda clave para entender lo que pasa después de la muerte:
Clave # 2: Lo que saben los muertos
Hemos leído ya que “no hay ni ciencia, ni sabiduría en la tumba”, pero ese pasaje tiene más que decirnos —específicamente que “los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5).
En el Nuevo Testamento, cuando Lázaro murió, Jesús les dijo a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). Pablo explicó que el rey David: “…durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción” (Hechos 13:36). También les dijo a los corintios acerca de 500 creyentes que habían visto a Jesucristo resucitado —“de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” (1 Corintios 15:6).
Una y otra vez, los escritores de la Biblia comparan la muerte con un sueño profundo. Los muertos no saben nada. No están conscientes de nada; no sienten placer ni dolor. Por esto es por lo que Job le rogó a Dios que lo escondiera en el Seol —porque en el sepulcro, Job estaría libre del dolor y el sufrimiento.
Este infierno —de Seol en hebreo en el Antiguo Testamento y Hades en griego en el Nuevo Testamento— no es el fuego fiero del tormento que muchos cristianos imaginan que es. Aquellos que están en el infierno están simplemente en un estado de inconciencia, como en un sueño profundo. Pero los muertos no estarán dormidos para siempre.
Clave # 3: Cuando los muertos despierten
Job le pidió a Dios que lo escondiera en la tumba por un momento —pero también le pidió que: “me pusieses plazo, y de mí te acordaras” (Job 14:13). Job no estaba esperando quedarse en la tumba para siempre, porque él sabía que Dios tenía un plan más grande para la raza humana.
En una visión, Dios le mostró al profeta Ezequiel un valle lleno de huesos —huesos viejos, huesos que figurativamente clamaban: “Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” (Ezequiel 37:11). Los dueños de esos huesos murieron sin esperanza para su futuro —pero su esperanza no estaba perdida.
“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13).
Dios le preguntó a Ezequiel: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (v. 3). Luego Él procedió a darle a Ezequiel una vislumbre del futuro de esos huesos secos: “He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy el Eterno” (vv. 5-6).
Esto no ha pasado todavía. Los dueños de esos huesos todavía están muertos, todavía están durmiendo, sin conciencia del paso del tiempo. Pero ese momento llegará. Va a pasar. No sólo para ese valle de huesos sino para los huesos de cada hombre, mujer y niño que haya vivido. El plan de Dios para después de la muerte es un plan de esperanza.
Pablo escribió: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13). Él explicó en otra carta: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por el hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden…” (1 Corintios 15:21-23).
Una mirada más concienzuda a la Biblia, revela que no hay sólo una, sino tres resurrecciones. Una es para aquellos que han aceptado y obedecido el llamado de Dios en esta vida. La segunda es para los miles de millones de seres humanos que han vivido y han muerto sin tener sus mentes abiertas a ese llamamiento. Y la última es para los impíos incorregibles que entienden completamente el llamado de Dios, pero rechazan lo que éste significa.
Usted puede profundizar en cada una de las resurrecciones en nuestro artículo: “Resurrecciones: ¿qué son?”.
Estas tres resurrecciones ocurrirán sólo después de que Jesucristo regrese a la Tierra y no antes. Las personas serán resucitadas “cada uno en su debido orden”. Y el orden y el momento de estas tres resurrecciones tienen un sentido perfecto cuando entendemos la cuarta y más importante clave que debemos entender acerca de la vida después de la muerte:
Clave # 4: La razón por la que existimos
En el principio Dios creó a la raza humana y lo hizo con un propósito. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
Pero ahí no termina la historia. Lejos de ello. Cuando Dios moldeó el primer hombre del polvo de la tierra, Él apenas estaba comenzando. Dios no diseñó la raza humana sólo para que se pareciera a Él —Él nos diseñó a cada uno con el potencial de ser semejante a Él.
Por eso estamos aquí. Por esto es por lo que existimos —porque Dios quiere que seamos parte de su familia.
El apóstol Juan les dijo a los cristianos fieles: “Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2, énfasis añadido).
Pablo dio más detalles y explicó, “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo… y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial… porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15: 47, 49, 53).
Juan y Pablo entendieron que en nuestro estado natural somos mortales y corruptibles. Morimos y nuestros cuerpos se descomponen. Pero también entendieron que fueron creados para convertirse en hijos de Dios inmortales e incorruptibles —un entendimiento maravilloso que un día todo el mundo va a compartir.
Descubriendo la verdad
Al poner todas estas claves juntas, empezamos a ver un cuadro más claro de la vida después de la muerte. Vemos que los muertos, pecadores y justos por igual, todos están en el Seol —en la tumba. En este estado, ellos son como alguien en un sueño profundo —completamente inconscientes y sin saber nada.
Pero, eventualmente, Dios hará que los muertos vuelvan a la vida. Y al regreso de Jesucristo, comenzarán las resurrecciones. Los siervos fieles de Dios en esta vida serán resucitados como incorruptibles e inmortales hijos de Dios. A su debido tiempo, los miles de millones que han muerto “sin esperanza” recibirán una nueva vida y descubrirán que ellos también pueden tener un lugar en la familia de Dios.
Los relativamente pocos que rechacen esta oferta y se rehúsen a vivir según el camino de amor de Dios no sufrirán para siempre en un tormento eterno. Ellos morirán, de una forma permanente. Dios los incinerará en un instante, en el lago de fuego, que la Biblia llama “la muerte segunda” (Apocalipsis 20:14).
Al remover a aquellos que insistan en vivir una vida que cause dolor a sí mismos y a otros, Dios va a ofrecer un mundo en el que “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Los días por venir
Fue difícil perder a mi abuela. Es difícil lidiar con la muerte en cualquier momento porque asoma su cabeza desagradable en nuestra vida. Ninguna cantidad de conocimiento puede borrar totalmente el dolor de perder a alguien que amamos —pero ese conocimiento nos puede dar paz.
Justo ahora, mi abuela está descansando en su tumba. Ella duerme ahora, pero cuando sea el momento apropiado, Dios la va a resucitar. Abrirá sus ojos a verdades que ella nunca entendió totalmente. Podré presentarle a su bisnieta, la que nunca conoció en su vida. Me voy a sentar no sólo con ella sino con todas las ramas del árbol genealógico familiar que todavía no he conocido, y muchos de ellos van a descubrir por primera vez que fueron creados para ser hijos de Dios.
Y a mi alrededor, miles de millones alrededor del mundo tendrán la misma experiencia —abriendo los ojos por primera vez en mucho tiempo, y al despertar se encontrarán en un mundo moldeado por el inquebrantable amor de Dios mismo, descubriendo que su futuro está lleno de lo que muchos murieron sin tener:
Esperanza.
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