La evidencia es contundente e innegable: el cristianismo se está derrumbando en occidente. Su autoridad e influencia están desapareciendo, y sus adherentes se están desencantando.
La erosión comenzó lentamente, pero se ha ido acelerando. Si busca “caída del cristianismo” en internet, encontrará titulares como:
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Aunque el cristianismo ha crecido en Latinoamérica y África, su decadencia en sus centros de poder históricos es innegable. Cada vez menos gente se considera cristiana, y cada vez menos “cristianos” practican realmente la religión.
En resumen, el cristianismo tradicional se está volviendo irrelevante. Y yo, como cristiano, no podría estar más feliz.
Y a la vez triste.
El dilema feliz/triste
¿Feliz? Sí, porque la voz silenciosa de las masas alejándose tal vez, al fin, capte la atención de quienes han ignorado a los pocos que advierten que “¡Algo está mal!”. Tal vez el mensaje de que “la iglesia es irrelevante” será el “¡Hola, algo no está funcionando!” que desesperadamente necesitamos escuchar.
Uno de los fundamentos de las enseñanzas de Cristo es la necesidad de cambiar —una transformación profunda y significativa como personas y sociedad— y el camino para lograrlo.
Así que unamos los puntos: la decadencia del cristianismo nos está diciendo que lo que sus líderes ofrecen no está motivando a la gente, no está produciendo cambios relevantes, ni está explicando satisfactoriamente los grandes interrogantes de la vida.
Y estoy feliz de que no esté funcionando. ¿Por qué? Porque sólo cuando vemos los problemas del cristianismo podemos ver las soluciones, y podemos percibir la necesidad de que el cristianismo vuelva al diseño original de Dios.
Pero también es algo trágico. ¿Por qué? Porque el síndrome de “tirar al bebé con el agua sucia” significa que muchas personas, mientras tiran el agua de la religión, asumen que la relevancia de Dios debería desecharse también.
Y ¿qué está tomando el lugar de la religión? El popular mantra “soy espiritual, pero no religioso” está llevando a muchos a fabricar sus propios sistemas de fe —a pasearse en la cafetería de las religiones y decir “tomaré un poco de esto y un poco de aquello”. En otras palabras, las personas se están convirtiendo en sus propios dioses y están creando sus propios universos religiosos.
Con el tiempo, será evidente que esta práctica es comparable a sacar agua de un pozo vacío.
Entonces, la evidencia acerca de la decadencia del cristianismo es bastante clara. Lo que no es tan claro, sin embargo, son las razones del porqué.
Con el riesgo de pisar varios callos religiosos, a continuación analizaremos tres razones simples, pero basadas en las Escrituras, de por qué el cristianismo está en decadencia.
1. La irrelevancia se ha vuelto cristiana
El cristianismo comenzó a volverse irrelevante al momento en que la irrelevancia comenzó a volverse cristiana.
¿Qué quiere decir esto? Primero, un poco de historia bíblica: a los seres humanos siempre nos ha costado hacer hasta las cosas más sencillas que Dios nos pide. La historia de Israel y Judá en el Antiguo Testamento muestra ciclos repetitivos de obediencia a Dios, seguida de radical desobediencia. La gente a menudo se sentía tentada por las prácticas religiosas de los pueblos vecinos, y tendían a elaborar sus propias ideas de justicia.
La humanidad ha seguido haciendo lo mismo desde entonces. El cristianismo entró en escena, pero desde su comienzo las personas comenzaron a modificar casi todos sus aspectos.
El hecho de que los humanos intenten “mejorar” lo que creó Dios no sólo es arrogante y presuntuoso, también conduce a que las religiones se vuelvan irrelevantes. La legitimidad del cristianismo depende por completo de que su Creador —Jesucristo, quien fue Dios en la carne— esté involucrado y activo en él.
Si no lo está, la religión que lleva su nombre se vuelve irrelevante.
¿No parece lógico que los cristianos deberíamos hacer y decir lo que Jesús y sus discípulos hicieron y dijeron?
¿No parece lógico que los cristianos deberíamos hacer y decir lo que Jesús y sus discípulos hicieron y dijeron? Lamentablemente, cuando las iglesias se reinventan en un intento desesperado por atraer adeptos (como muchas lo están haciendo), abandonan lo que es relevante para Dios. El verdadero cristianismo se trata de hacer cambios para encontrar nuestra relevancia en Dios, no de cambiar a Dios para encontrar su relevancia en nosotros.
Y, si el cristianismo no cambia a las personas, es irrelevante.
Jesús mismo hizo una denuncia devastadora contra las tendencias del cristianismo moderno: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).
Cristo no estaba hablando del islam, el budismo, el judaísmo u otra clase de religión. Estaba hablando de quienes dicen representarlo —del cristianismo moderno. Y su advertencia es muy clara: no basta con ponernos el letrero de “cristianos” para ser realmente sus seguidores.
Si Dios dice que algo es irrelevante —sin valor— para Él, no existe tradición popular, cantidad de citas bíblicas o palabrería religiosa que pueda cambiar eso. Además, tarde o temprano, la incapacidad de los inventos religiosos humanos para responder satisfactoriamente los enigmas espirituales de la vida queda en evidencia.
Las explicaciones humanas no pueden llenar vacíos espirituales, y las personas eventualmente comienzan a buscar algo relevante en otro lado. Como está sucediendo hoy.
2. La mayoría de las personas eventualmente deja de comer el fruto dañado
Tal vez lo remplacen por otro fruto dañado, pero de todas formas se irán.
Jesucristo dijo mucho acerca de los frutos durante su ministerio hace 2.000 años. Las instituciones y los líderes religiosos de su época asumían engreídamente que estaban acercando a la gente a Dios, pero para Él, se habían vuelto irrelevantes desde hacía mucho.
“Por sus frutos los conoceréis”, dijo, y fue implacable y fulminante en su juicio. Sus palabras más duras no fueron para los romanos paganos, ¡sino para los líderes religiosos que decían seguir a Dios! Sus elaboradas prácticas religiosas los hacían parecer justos, pero Jesús los desenmascaró llamándolos hipócritas, “sepulcros blanqueados” que por fuera se veían hermosos, pero por dentro estaban llenos de huesos de muertos (Mateo 23:27).
Eran expertos en vender su religión, ¡pero sus vidas espirituales eran censurables!
¿Qué diría Jesucristo si viera la oferta de frutos del cristianismo actual? Una de las mayores razones por las que la gente se va son los malos frutos de sus líderes: abuso de personas y poder, escándalos e inmoralidad, encubrimientos, confusión y oposición en temas morales y sociales, hipocresía, avaricia y opulencia, desunión doctrinal, extremismos vergonzosos.
Los frutos malos no sólo causan la vergüenza e infamia de las iglesias; también hacen que el cristianismo parezca irrelevante como entidad genuina y transformadora.
3. Una mentira funciona sólo si engaña a la gente
Cuando todos descubren que un billete es falso, se vuelve irrelevante. Pero hasta ese momento, puede engañar a la gente.
Lo mismo sucede con el falso cristianismo. Cristo mismo nos advirtió: “vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24:5).
Cuando Jesús creó el cristianismo, hizo dos promesas: que su Iglesia nunca moriría, y que sus enseñanzas serían corrompidas. No pasó demasiado tiempo antes de que los “muchos” engañadores aparecieran.
Pocos años después, comenzaron a introducirse en la Iglesia; en tan solo décadas, el “cristianismo” comenzó a transformarse en algo muy diferente a la Iglesia original. Pronto, los engañadores sobrepasaron en número y popularidad a la “manada pequeña” que quedaba, y sus principales armas de engaño —las falsas doctrinas— se convirtieron en la norma hasta hoy.
Pero las palabras de Cristo siguen siendo ciertas: “Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:6-9).
Sin embargo, esta reprensión no los detuvo. La historia de los primeros siglos del cristianismo demuestra que la magnitud y el ritmo del cambio doctrinal fue simplemente abrumador.
Aun así, la verdadera credibilidad del cristianismo se basa en la verdad de Dios, no en ideas humanas. Y como dice la Biblia, las creencias y los caminos humanos siempre han fallado. Así que, si el cristianismo actual está en decadencia, una de las razones principales es que las muchas máscaras de la religión moderna han sido inventadas por hombres, no por Dios.
El fundamento del verdadero cristianismo es la verdad que Jesucristo y los apóstoles enseñaron, tal como se registra en el Nuevo Testamento.
El fundamento del verdadero cristianismo es la verdad que Jesucristo y los apóstoles enseñaron, tal como se registra en el Nuevo Testamento. Los seres humanos no pueden cambiar la esencia de algo creado por Dios y esperar tener éxito. Las doctrinas falsas podrán constituir un edificio atractivo y hermoso, pero su fundamento es de arena y no soportará la prueba del tiempo.
Dios no tolerará burlas ni mentiras. La verdad eventualmente descubrirá las muchas falacias acerca de Dios y la vida que las falsas doctrinas le han impuesto a las personas.
Tiempo de preguntas difíciles
Si a los cristianos les preocupa la influencia decadente de su fe, es tiempo de mirarse en el espejo. Es tiempo de que los líderes religiosos se pregunten, “¿Por qué no hemos aprendido que no podemos tomar la Iglesia que Cristo creó y convertirla en lo que nosotros queramos? Si nuestros antepasados tomaron las enseñanzas de Jesús y remplazaron lo relevante para Dios por lo relevante para los hombres, ¿tenemos el valor de admitirlo y cambiar?”.
Es tiempo de preguntarse, si Jesucristo no aprobó las instituciones religiosas de su época, ¿qué nos hace pensar que cuando regrese aprobará a los seguidores de prácticas antibíblicas y las falsas doctrinas que se han introducido al cristianismo moderno?
Es tiempo de preguntarse, ¿qué hacemos ahora?
¿Qué puede hacer usted?
El verdadero cristianismo ES relevante —es significativo, transformador y entrega respuestas razonables. Pero cualquier cosa que se haga pasar por cristianismo no lo es. Las máscaras han engañado a millones por miles de años. Pero, como dijo Jesucristo, sólo la verdad puede hacernos libres.
Y, como le dijo a la mujer samaritana que intentaba comprender los conflictos religiosos de su tiempo, nuestro estándar debe ser la verdad. “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24).
¿Está usted dispuesto a nadar contra la corriente e ir en busca de la verdad? ¿A “[examinarlo] todo; [retener] lo bueno”, como escribe Pablo en 1 Tesalonicenses 5:21?
Si usted sabe que Dios existe y que la Biblia es su Palabra, comience por examinar lo que realmente dice, no lo que le dicen los astutos maestros religiosos. ¿Cómo adoraban a Dios los miembros de la Iglesia que Jesús estableció? ¿Qué dice la Biblia acerca de lo que Él y sus seguidores creían y practicaban? Para responder estas preguntas, consulte nuestro folleto ¿Dónde está la Iglesia que Jesucristo edificó?
Una vez que lo haya hecho, pregúntese: ¿cómo es que las claras y sencillas enseñanzas de la Biblia y las prácticas de la Iglesia fueron cambiadas? ¿Por qué las creencias de la Iglesia de Jesús fueron rechazadas y sustituidas, en su mayoría con tradiciones de religiones paganas antiguas?
Finalmente, ¡investigue (a través de sus palabras en la Biblia) qué opina Dios al respecto! ¿Le molesta que se hayan hecho todos estos cambios, o le da igual que cada quien escoja su propia manera de adorarlo y relacionarse con Él?
Una búsqueda humilde y sincera de la verdad —y luego la voluntad de vivir de acuerdo con ella— ¡hará que el cristianismo sea relevante en su vida!