Tener mala salud o una enfermedad mental puede sentirse como un fracaso personal vergonzoso. ¿Por qué? ¿Qué son las enfermedades mentales y cómo debería verlas un cristiano?
Para un cristiano puede ser difícil hablar de salud mental. Irónico, ¿no le parece?
La Biblia dice que, según el mundo, los cristianos somos lo necio, débil, vil y menospreciado de la sociedad (1 Corintios 1:27-28). Además, fuimos llamados a tener compasión, soportarnos unos a otros y orar unos por otros (1 Pedro 3:8; Efesios 4:2; Santiago 5:16). Entonces, es razonable pensar que debería sernos fácil hablar acerca de los temas de la salud y las enfermedades mentales.
Pero en mi experiencia, ése rara vez es el caso. Los estigmas relacionados con estos temas son poderosos. Hablar de ellos puede ser incómodo, vergonzoso o incluso tabú, aun para los cristianos. Y tengo una idea de por qué.
Tal vez tiene que ver con algunos de los pasajes más bellos de la Biblia —versículos como “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3), o “Por nada estéis afanosos... Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
(Lea más acerca de la ansiedad en nuestro artículo “¿Podemos sobrevivir a la edad de la ansiedad?”.)
Versículos como estos, cuyo propósito es brindar consuelo y perspectiva, a veces pueden sentirse como acusaciones. Un buen cristiano confía en Dios y Dios le da paz, nos decimos. Entonces, si no tengo paz, no soy un buen cristiano.
¿Es eso cierto?
¿Somos malos cristianos si nuestra mente no está en un perfecto y constante estado de serenidad y felicidad?
Los cristianos y el estrés mental/emocional
Hablemos acerca de eso.
Hablemos acerca de David, el hombre conforme al corazón de Dios que volverá a servir como rey de Israel, quien escribió: “Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído. Temor y temblor vinieron sobre mí, y terror me ha cubierto” (Salmos 55:4-5).
Hablemos acerca de Elías, quien hizo increíbles milagros como profeta de Dios y representó a todos los profetas en la transfiguración de Cristo, pero en cierta ocasión se dejó caer exhausto y abrumando bajo un árbol rogando: “Basta ya, oh Eterno, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4).
Hablemos incluso de Jesucristo, el Hijo de Dios y Verbo eterno hecho carne, quien les dijo a sus discípulos antes de su crucifixión: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (Marcos 14:34), y también “estando en agonía” oró al Padre mientras “era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).
Jesús obviamente tenía una salud mental perfecta, pero parte de su necesaria experiencia humana fue ser “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Él sabe lo que significa sufrir presión mental y emocional.
Todos estos fueron siervos fieles de Dios que tenían una relación cercana con el Padre celestial, y todos tuvieron que enfrentar situaciones mental y emocionalmente estresantes. Así que no seamos tan duros con nosotros mismos:
El hecho de que su estado mental no sea ideal no significa que esté fallando como cristiano.
Si está sufriendo de mala salud mental, no significa que esté fallando como cristiano.
Si tiene una enfermedad mental, no significa que esté fallando como cristiano.
La complejidad de la mente
La mente humana es increíble.
Para ser más específicos, la mente humana es increíblemente compleja. Sus mecanismos internos son sólo el primer paso para entenderla de alguna manera.
El bulto de materia gris que se encuentra entre sus orejas es una red intrincada de aproximadamente 86.000 millones de neuronas, cada una diseñada para transmitir impulsos eléctricos a velocidades increíbles con el fin de que usted pueda pensar, sentir, moverse y funcionar correctamente. Su cerebro almacena memorias, controla músculos, automatiza funciones corporales, procesa emociones, forma pensamientos complejos y evalúa argumentos —todo mientras le presenta información proveniente de sus cinco sentidos de tal forma que no lo sobrecargue con más de lo que puede manejar.
El hecho de que la salud mental esté estigmatizada —que exista un estigma relacionado con la salud de nuestro cerebro, nuestro órgano más complejo e intrincado— es simplemente absurdo. Nuestra vida diaria depende tanto de esa delicada, increíble y perfectamente diseñada masa de neuronas, y tan pocos de nosotros sabemos cómo reaccionar cuando algo va mal.
Pero podemos cambiar eso. Tenemos que cambiarlo.
Y tenemos que hacerlo juntos.
Por qué necesitamos conciencia acerca de la salud mental
Tal vez pensemos que las enfermedades mentales son poco comunes. Pero no lo son. Según inves gaciones reunidas por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades:
- Más de la mitad de los estadounidenses será diagnosticada con una enfermedad o un trastorno mental durante su vida.
- En un año normal, uno de cada cinco estadounidenses experimentará una enfermedad mental.
- Uno de cada 25 estadounidenses vive con una enfermedad mental grave (como esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión crónica).
Éstas son estadísticas reveladoras. Más de la mitad. Al final de sus vidas, son más los estadounidenses que habrán sufrido de una enfermedad mental —no sólo una salud mental deficiente, sino condiciones clínicas que afectarán sus vidas— que los sanos. Y, si bien no tenemos el mismo acceso a los porcentajes en otras partes del mundo, es evidente que las enfermedades mentales no son un problema sólo de los Estados Unidos.
También son un problema de los cristianos.
¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Qué acciones podemos tomar para ayudar a eliminar el estigma relacionado con la falta de salud mental?
¿Qué son las enfermedades mentales?
Lo primero es definir algunas cosas. Existe una diferencia importante entre una salud mental deficiente y una enfermedad mental. Las enfermedades mentales son condiciones —a veces temporales, a veces crónicas— que afectan la forma en que pensamos, nos sentimos y actuamos. La salud mental, en cambio, es una evaluación general de nuestro bienestar, emocional, psicológico y social.
Ambos términos están relacionados, pero es posible tener una salud mental deficiente sin tener una enfermedad mental. Es posible tener períodos de buena salud mental incluso cuando se sufre de una enfermedad mental. (La depresión y la ansiedad son enfermedades mentales, por ejemplo, pero eso no significa que estemos enfermos cada vez que nos sentimos tristes o preocupados.)
¿Qué causa las enfermedades mentales?
Pueden ser muchas cosas.
En términos generales, los expertos dicen que hay tres grandes categorías de causas: biológicas, psicológicas y ambientales. Muchos de estos factores están completamente fuera de nuestro control.
Las enfermedades mentales pueden ser desencadenadas por desbalances químicos que afectan los neurotransmisores a través de los cuales las células de nuestro cerebro se comunican. Pueden ser desencadenadas por una pérdida o un trauma personal; por algo que ocurrió mientras estábamos en gestación, por ciertas infecciones, por presiones sociales o simplemente por vivir en un ambiente disfuncional.
Tratar de “vencer solos” este tipo de enfermedad o “aguantársela” puede ser desastroso. No podemos arreglar cosas como desbalances químicos con fuerza de voluntad y determinación. El cerebro es un órgano complicado. Existen muchos factores que pueden afectar su funcionamiento y, cuando eso sucede, es correcto pedir ayuda.
Consejos para lectores con una enfermedad mental
Si usted es cristiano y sufre de una enfermedad mental, éstas son tres cosas que debe tener en mente:
1. Usted no es su condición
En primer lugar, es un hijo de Dios personalmente llamado por su Padre celestial para llegar a ser como Él.
A veces sentirá que lo es. A veces otros le harán sentir que lo es. Pero usted es mucho más que eso. En primer lugar, es un hijo de Dios personalmente llamado por su Padre celestial para llegar a ser como Él (1 Juan 3:1-2).
Ésa es su identidad. Eso lo define, es la razón de su existencia y es su meta. Una enfermedad mental es algo que tiene, no lo que es. No permita que nadie —ni siquiera usted mismo— le diga lo contrario.
2. Una enfermedad mental no es un fracaso moral
Una lectura incompleta de la Biblia puede hacernos creer que cosas como las enfermedades o la pobreza son castigos directos de Dios, y que Él les da riquezas y salud ilimitadas a sus santos (vea Salmos 112, entre otros pasajes).
Pero prácticamente todos los siervos fieles de Dios han experimentado enfermedad y pobreza —no siempre debido a un pecado, sino porque las tragedias y las pruebas a veces tienen un propósito en el plan de Dios. Considere las historias de Job, José, Rut, Ester y los muchos “otros” que no se mencionan por nombre en Hebreos 11, “de los cuales el mundo no era digno” (Hebreos 11:38).
Tener una enfermedad mental no es sinónimo de que Dios lo está castigando por algo que hizo. Muchas veces, es parte de un plan mayor que no puede ver ahora. Confíe en Dios y no asuma que la culpa es suya.
3. Buscar ayuda profesional no es falta de fe
Dios es la verdadera fuente de toda sanidad y, si bien nuestro enfoque para resolver cualquier problema debe comenzar por la oración, buscar la ayuda de profesionales calificados no tiene nada de malo. (El rey Asa se equivocó al buscar ayuda de los médicos en lugar de la de Dios, no además de; 2 Crónicas 16:12.)
Siendo un cristiano, es posible que a veces sienta presión (de usted mismo u otros cristianos) para enfrentar su enfermedad solo —para simplemente orar y estudiar más hasta que Dios intervenga y lo sane. Pero no es así como tendemos a enfrentar otro tipo de enfermedades.
Si iría a la Urgencia por un hueso roto, al dentista por un dolor de muelas, a un cirujano por una peritonitis, o le pediría al doctor de la familia que le diagnostique y trate sus dolores, ¿por qué sería menos importante buscar ayuda para su mente?
Las enfermedades mentales pueden manifestarse de muchas formas y tener muchas causas. Un profesional capacitado puede ayudarle a entender qué ocurre en su cerebro, por qué ocurre y qué puede hacer al respecto. No hay nada de vergonzoso en buscar la ayuda de un doctor o psiquiatra para entender el órgano más complejo del cuerpo humano.
Consejos para lectores sin una enfermedad mental
Si usted nunca ha experimentado una enfermedad mental, éstas son tres cosas que los expertos recomiendan al interactuar con alguien que sí la ha experimentado:
1. Entienda que usted no entiende
Esto es muy importante. La depresión clínica no es lo mismo que estar triste. Un trastorno de ansiedad no es lo mismo que estar preocupado. En pocas palabras, a menos de que usted haya tenido una enfermedad mental, no sabe cómo es tener una enfermedad mental. Tal vez esto suene obvio, pero es un principio que debería afectar la forma en que hablamos acerca de las enfermedades mentales, y cómo les hablamos a quienes sufren de una enfermedad mental.
Hablando de eso . . .
2. Ofrezca apoyo, no soluciones
Tal vez se sienta tentado a ofrecer un consejo (“¿Has intentado enfocarte en cosas más positivas?”), empatía (“Sé cómo te sientes”) o perspectiva (“¡Podría ser peor!”), pero generalmente estos enfoques son menos reconfortantes de lo que parecen.
¿Qué tan poco reconfortantes? Imagine a un hombre diciéndole estas cosas a una mujer que está dando a luz. “Sé cómo te sientes” ni siquiera sería verdad, y las otras dos frases sonarían ofensivas e ignorantes.
En lugar de ello, muestre su apoyo. Si otros le hablan de sus dificultades, pregunte cómo puede ayudar. Dígales que no imagina por lo que están pasando. Agradézcales por abrirse y manténgase en contacto con ellos.
Hágales saber, con sus palabras o acciones, que son amados. Eso puede hacer toda la diferencia del mundo.
3. Opóngase al estigma
La humanidad ha malentendido y tergiversado las enfermedades mentales durante miles de años. Eso no es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana. Pero cada uno de nosotros puede oponerse al estigma de las enfermedades mentales cuando se presente en nuestro rincón del mundo, ya sea que nos afecte personalmente o no.
Podemos esforzarnos más por conocer a nuestros hermanos que sufren de enfermedades mentales. Podemos trabajar para crear un ambiente donde se sientan cómodos de compartir sus desafíos y las luchas que enfrentan. Podemos demostrarles nuestro apoyo y amor incondicional en sus días buenos y en sus días malos.
Muchos miembros, un cuerpo
“Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo... De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:20, 26).
Nadie que sufra de una enfermedad mental debería sentir que no pertenece al Cuerpo de Cristo. Como miembros de ese cuerpo, todos tenemos una responsabilidad con los demás: sufrir con los que sufren y regocijarnos con ellos en sus victorias.
Los primeros pasos para eliminar el estigma de las enfermedades mentales dentro de la Iglesia comienzan con nosotros. Todos nosotros.
Hagamos nuestra parte para crear un ambiente en el que todos, sin importar sus dificultades, se sientan seguros y equipados para librar sus batallas.