El coronavirus es simplemente la más reciente amenaza que avivó nuestro temor a la muerte. En algún momento, todos nosotros debemos enfrentar nuestra muerte. ¿Qué quiere Dios que sepamos acerca del miedo a la muerte?
Tristemente el coronavirus cobró las vidas de decenas de miles de personas alrededor del mundo y ciertamente avivó el temor en muchos millones. Nos forzó a muchos de nosotros a enfrentar seriamente nuestra mortalidad.
El temor a morir (técnicamente conocido cómo tanatofobia) es algo que la mayoría de las personas enfrenta en algún momento.
¿Es inevitable la muerte?
A pesar de que no nos gusta enfrentarla y con frecuencia vivimos nuestras vidas ignorándola, la muerte es inevitable. El ser humano fue creado físico y puede esperar vivir sólo un numero limitado de años. La Biblia nos dice:
- “¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol?” (Salmos 89:48)
- “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan y volamos” (Salmos 90:10).
¿Un antídoto para el temor a la muerte?
Dios sabe que nos creó mortales, sujetos a la muerte, pero no quiere que pasemos gran parte de nuestras vidas viviendo con miedo a la muerte.
En la Biblia, Él le ofrece a la humanidad un antídoto, no sólo para la muerte, si no incluso también para el temor a la muerte.
Leamos y veamos cómo Dios ha hecho posible aliviar ese temor, que es tan universal.
El significado de la muerte de Jesús
Jesucristo les enseñó a sus discípulos durante 3 ½ años. Al final de esos años, Él guardó su última Pascua con ellos. En esta ocasión, Él instituyó nuevos símbolos que debían ser observados por todos los cristianos cada año en esta fiesta.
El apóstol Pablo escribió acerca de esto en 1 Corintios 11:23-26:
“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”.
El pan sin levadura y el vino representan su cuerpo quebrantado y su sangre derramada. A lo largo de la observancia anual de la Pascua, conmemoramos la muerte de Jesucristo y proclamamos su muerte hasta que regrese.
Con su muerte, se lograron muchas cosas. La más importante, Jesús murió por nosotros para pagar la pena de muerte que pesaba sobre nosotros por nuestros pecados. Esto hizo posible el perdón de nuestros pecados. Pero hay aún más cosas.
Liberados del miedo a la muerte
“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.” (Hebreos 2:9-10).
Satanás, por medio de Judas el traidor, orquestó las circunstancias que terminaron con la muerte de Jesús en el día de la Pascua. Satanás debió pensar que obtuvo una gran victoria cuando Jesús clamó y exhaló su último aliento. Había sido el causante de la muerte del Hijo de Dios.
No obstante, en lugar de una victoria, fue el inicio de su derrota.
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (vv. 14-15).
Aquí, el autor habla del temor a la muerte que tiene el ser humano. La tiranía del temor a la muerte se convierte en un instrumento de coerción que esclaviza a las personas.
Debido a este temor, muchas personas van a acceder a hacer cosas que bajo ninguna otra circunstancia harían. Este temor puede representar un obstáculo en las cosas que deberíamos estar haciendo. Este temor fue el que hizo que los 11 discípulos huyeran durante el arresto de Jesús, y un poco más adelante, llevó a Pedro a negarlo en tres ocasiones.
Enfrentar a la muerte
La primera vez que me enfrenté personalmente a la muerte fue a principios de los años setenta. Tenía faringitis estreptocócica y se me hinchaba la garganta, lo que me dificultaba la respiración. Tosía y tosía para intentar despejar las vías respiratorias.
Una noche, a eso de las dos o las tres de la madrugada, me desperté, tosí y sentí que se me cortaba completamente la respiración. Presa del pánico, me incorporé y, afortunadamente, se me abrieron las vías respiratorias. Supuse que me había desgarrado un colgajo de tejido de la garganta que había caído sobre la tráquea y que al sentarme había hecho que volviera a caer.
Pero aún recuerdo que estaba tumbado, experimentando el silencio que me rodeaba y haciéndome preguntar si sería eso. ¿Y si volvía a ocurrir? ¿Y si no volvía a respirar? Me di cuenta de que era fácil que no pasara de esa noche.
Al final me recuperé. Pero no he olvidado esa sensación.
¿Se ha enfrentado alguna vez a la muerte?
¿Se ha enfrentado personalmente a una muerte inminente? ¿Una muerte que podría producirse en los próximos minutos, horas o meses? ¿Quizá por una enfermedad, un accidente, un crimen o como soldado en una batalla?
Muchos han tenido que enfrentarse a la noticia de que ellos o un ser querido padecían una enfermedad terminal. En momentos así, nos enfrentamos de verdad a nuestra propia mortalidad.
Si usted lo ha hecho, sabe que se ve forzado a enfrentar y luchar tanto con el dolor de dejar a sus seres queridos como con el miedo de cruzar esa puerta hacia lo desconocido.
Satanás tiene muchas armas para tratar de impedir que alcancemos la meta en nuestro viaje espiritual. Una de ellas es el miedo a la muerte. Ésa es una de las razones por las que Jesucristo, en el modelo de oración que dio, dijo que oráramos: “líbranos del mal” (Mateo 6:13).
La muerte es un enemigo, pero...
Pablo habla acerca de la muerte como un enemigo, el último enemigo que será destruido cuando todos los que han muerto hayan resucitado.
Pablo habla acerca de la muerte como un enemigo, el último enemigo que será destruido cuando todos los que han muerto hayan resucitado.
“Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:26).
Jesucristo dijo que todos los que están en el sepulcro volverán a la vida algún día.
“De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:25-26).
Aunque normalmente la muerte se presenta como un enemigo, en algunas ocasiones puede ser un amigo cuando la calidad de vida ha desaparecido y no hay esperanza de ninguna mejoría.
Y como vimos en Hebreos 2, se habla de la muerte de Jesucristo como algo positivo para toda la humanidad. Su muerte hizo posible no sólo la liberación de nuestros pecados y su castigo, sino una liberación del miedo a la muerte.
Eliminar la esclavitud del temor a la muerte
Pablo escribió palabras de aliento y fe, recordándonos que ni siquiera la muerte puede separarnos del amor de Dios.
“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:37-39).
Cuando construimos una relación tan fuerte con Dios, la muerte deja de ser un medio para intimidarnos. .
Jesucristo dijo que no necesitamos temer a los hombres, porque después de la muerte, ya no pueden hacernos daño.
“No temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).
Al ser humano, alguna enfermedad o accidente, le pueden destruir “el cuerpo” (esta vida física), pero no pueden destruir el poder de Dios para resucitarnos. Satanás tampoco puede.
Sorbida es la muerte en victoria
Pablo escribió: “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54).
La muerte de Cristo fue una victoria. Y cuando morimos en la fe, obtenemos la victoria, pues nuestra salvación está asegurada. Por eso, el salmista puede decir: “Estimada es a los ojos del Eterno, La muerte de sus santos” (Salmo 116:15).
Con la muerte de Cristo, Satanás perdió su arma más poderosa sobre los seres humanos. Ni Satanás ni la muerte tendrán la última palabra.
Jesucristo desarmó al príncipe de la muerte. Cristo tiene las llaves de la muerte y del sepulcro. Su muerte transforma el significado de la muerte para su pueblo. Podemos ver la muerte de otra manera —como un simple sueño, un lugar de descanso, un lugar seguro. Es un período de transición que conduce a algo mucho mejor —la vida eterna en el Reino de Dios.
Ciertamente, se necesita tiempo y la ayuda de Dios para superar el miedo a la muerte. Como seres humanos, la mayoría de nosotros siempre tendremos algún sentimiento de temor a ella.
La esperanza de la resurrección
En el libro de los Hechos, leemos acerca de la muerte de Esteban (Hechos 7:54-60). Mientras las piedras acababan con su vida con cada golpe, Dios le permitió ver en visión algo que está ahí para todos sus siervos.
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).
Vio a su Salvador a la diestra del Padre en el cielo. La aceptación de su destino aquel día, su valor y su fe en la derrota de ese último enemigo, fueron posibles porque fue capaz de mirar más allá de la muerte. Sabía que la muerte era como un sueño del que despertaría para vivir de nuevo.
La esperanza de la resurrección era tan fuerte en él que fue capaz de enfrentarse a la muerte sin el temor que abruma a muchos.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Usted también puede llegar a ese punto en su vida. ¿Cómo se llega a tener ese tipo de fe? Es un don. Cuando dedicamos nuestras vidas a amar y servir a Dios, Él nos concede ese don.