¿A qué se refiere la Biblia cuando menciona la palabra justo? ¿Cómo puede alguien ser justo? ¿Vale la pena sacrificarse para ser justo?
Las personas que creen en la Biblia reconocen que Dios es justo y quiere que las personas sean justas. Pero, ¿qué significa esto?
La justicia se define como “pureza de corazón y rectitud de vida; ser y hacer lo correcto; conformidad de carácter y conducta con una norma correcta” (The Century Dictionary).
Mirriam-Webster.com dice: “actuar de acuerdo con la ley divina o moral: libre de culpa o pecado”.
Todos estamos de acuerdo con que el mundo sería un mejor lugar si hubiera más personas justas.
Pero no todas las personas tienen el mismo entendimiento de lo que constituye la pureza de corazón o de lo que es la ley moral. Así que, veamos cómo define la Biblia a una persona justa.
Que un ser humano pecador se convierta en un ser justo, implica más que empezar a guardar los Diez Mandamientos de Dios. En Gálatas 3:6 Pablo da un ejemplo histórico que muestra porque Dios consideraba que Abraham era un hombre justo: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”.
La historia de Abraham: cómo fue considerado como un hombre justo
En Génesis 12:1-3 vemos que Dios le pidió a Abram (que más adelante sería llamado Abraham) que saliera de su tierra en Harán (Génesis 11:27-31). Debía alejarse de sus parientes y de todo aquello que conocía para comenzar una nueva vida en Canaán. Dios le prometió que si hacía esto, iba a ser merecedor de grandes promesas y fundador de una nueva y gran nación.
Aunque puede haber sido un buen hombre en general, nada de lo que Abram hubiera hecho hasta ese momento, podría haber sido lo suficientemente bueno como para recibir unas promesas tan extraordinarias y significativas. Por su gracia, Dios escogió a Abram por encima de todos los hombres para recibir esta oferta de pacto tan especial.
Para Abram, responder al llamamiento de Dios no implicaría un esfuerzo insignificante. Al parecer, provenía de una familia bien establecida y acaudalada dentro de la comunidad caldea. Se le había pedido que dejara atrás la vida cómoda que llevaba, y por fe, confiar en que Dios cumpliría con su palabra.
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Sería como decirle a una persona que abandonara un negocio muy rentable en la ciudad de Nueva York, así como a muchos miembros de su familia y amigos, para trasladarse a Guyana, donde le han dicho que las cosas van a marchar bien —teniendo en cuenta que la persona nunca ha visitado Guyana y no está seguro de lo que le espera.
Abram no habría tomado la decisión sino hubiera tenido fe en el Dios que le dio la orden.
Con fe, Abram se embarcó hacia una nueva vida que estaría dirigida por la voluntad de Dios. Se tendría que esforzar para no seguir rigiéndose por su voluntad y someterse al plan que Dios tenía para él.
Una vez le creyó a Dios de todo corazón y le demostró su sometimiento a su voluntad por medio de sus acciones, Dios lo consideró una persona justa. Esto sucedió debido a su fe viva, la cual demostró por medio de su obediencia a la ley de Dios (Génesis 26:5).
La justicia de la fe
Ésta es la justicia de la fe de la que se habla en el Nuevo Testamento. En Filipenses 3:8-9 Pablo explica su deseo de “para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.
Una persona no puede ser justa simplemente porque ha determinado que va a obedecer la ley de Dios. No la cumplimos a la perfección, y aunque pudiéramos, eso no borraría nuestros pecados pasados. Sólo Dios puede perdonar nuestros pecados y proporcionarnos ayuda para cumplir la ley. Por eso nuestra fe debe estar en Dios.
Pedro dijo en Hechos 2:38, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
Arrepentirse significa dar media vuelta y caminar en la dirección contraria. El verdadero arrepentimiento es rendirse a la voluntad de Dios. Como el apóstol Pablo lo plantea, nuestra vida ya no nos pertenece. Ahora vivimos de acuerdo a la fe que viene por medio del Espíritu Santo (Gálatas 2:20).
Una vez la persona responde al llamamiento de Dios (1 Corintios 1:26), se arrepiente de haber estado en contra de la voluntad de Dios, acepta el sacrificio de Jesucristo para pagar la pena de nuestros pecados pasados y entrega su vida en el bautismo y obedece las leyes de Dios, esa persona es considerada justa ante los ojos de Dios.
Desafortunadamente, los elementos del arrepentimiento y obediencia a las leyes de Dios son ignorados y menospreciados con frecuencia por personas religiosas. Algunos creen que ya que Cristo trajo la gracia y la verdad (Juan 1:17), entonces la ley de Dios ha sido abolida o eliminada.
Ésta es una mal comprensión muy grave de la voluntad de Dios y cómo la justicia se produce su justicia.
El papel de la ley de Dios
Cuando le damos ese giro a nuestra vida —cuando nos arrepentimos— debemos arrepentirnos de algo. Evidentemente, una persona que Dios llama debe arrepentirse de haber pecado. Por eso es tan importante la ley de Dios.
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El apóstol Pablo afirmó: “por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Él dice que no sabía qué era el pecado hasta que conoció la ley (Romanos 7:7). Como escribió Juan, “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).
La ley espiritual de Dios, basada en los Diez Mandamientos, es lo que nos permite conocer el bien y el mal, lo justo y lo injusto. Por esta razón Pablo dice que la ley es santa, justa y buena (Romanos 7:12), y también espiritual (versículo 14).
La ley define lo que es y no es la voluntad de Dios para nosotros.
Cómo caminar en justicia
Por lo tanto, cuando una persona responde al llamamiento de Dios y se ha convertido en una persona justa, esa persona debe esforzarse por caminar en justicia, la cual está definida por la ley de Dios (Salmos 119:172).
Una prueba de la verdadera conversión es determinar si nos estamos sometiendo al gobierno de Dios en nuestras vidas a través de su ley, o si todavía tenemos la enemistad natural contra la ley de Dios en nuestra mente (Romanos 8:7).
Por esta razón, Jesús afirmó: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Jesús sabía que una declaración de fe por sí misma —sin arrepentimiento y el compromiso de obedecer— no deriva en el don de la vida eterna.
Abraham también entendió este principio. Aunque él fue justificado por la fe, caminó de acuerdo con la ley de Dios. Dios dijo: “por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5).
Jesús vivió una vida libre de pecado, para darnos el ejemplo a nosotros. Siempre obedeció la ley de Dios. No vamos a alcanzar esa perfección, pero una persona convertida que tenga la fe de Cristo, se esforzará para que Cristo viva en ella (Gálatas 2:20) y obedecerá la ley espiritual de Dios (1 Juan 2:4, 6).
No podemos amar a Dios realmente si no le obedecemos (1 Juan 5:3).
El sacrificio de nuestro Salvador abrió el camino hacia la justicia
Cristo es el Salvador de la humanidad y abrió el camino, por medio de su sacrificio, hacia el Nuevo Pacto. Ahora bien, cuando pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23), podemos confesar nuestros pecados y saber que Dios está dispuesto a perdonarnos (1 Juan 1:9; Hebreos 8:12). El sacrificio de Cristo es la única forma en que podemos tener esta esperanza (Romanos 7:24-25).
Que una persona esté convertida, no significa que no tenga pecado o imperfecciones. Pero una persona con la fe de Cristo no está satisfecha ni es indiferente al hecho de ser imperfecta. Esa persona se esfuerza por ser santa (1 Pedro 1:16) arrepintiéndose cuando es condenada por el pecado, pero sin rendirse por el desánimo de no haber alcanzado el ejemplo perfecto de Cristo. El sacrificio de Cristo nos permite ser perdonados y continuar en el camino de la justicia.
El papel de la ley de Dios en el proceso de justicia es fundamental. La ley no nos convierte ni nos salva, pero nos guía a una vida justa.
Una prueba de la verdadera conversión
Es posible que alguien crea que es cristiano, pero que no se haya convertido completamente por medio del llamado de Dios.
Una prueba de la verdadera conversión es determinar si nos estamos sometiendo al gobierno de Dios en nuestras vidas a través de su ley, o si todavía tenemos la enemistad natural contra la ley de Dios en nuestra mente (Romanos 8:7).
Por lo tanto, hay una condición de ser justo que se aplica a todos aquellos que Dios ha llamado a su Iglesia (1 Pedro 2:9). Pero también hay niveles de justicia personal que cada uno de nosotros tiene, dependiendo de cuán cerca estamos de Dios. Tenemos la mente de Cristo en diversos grados (Filipenses 2:5) y hemos crecido en la plenitud y estatura de nuestro Salvador (Efesios 4:13).
Beneficios de la justicia
Vivir con justicia no siempre es fácil, pero definitivamente esforzarse por la justicia, vale la pena, Dios es justo, y Él quiere que sus hijos sean justos. Vivir justamente es la manera que a Él le agrada que vivamos y nos lleva a tener una vida exitosa y abundante.
La justicia permite que Dios escuche y conteste nuestras oraciones (1 Juan 3:22; Santiago 4:3).
Ser religioso puede llevarnos a ser una persona moral en un grado u otro, lo cual es honorable. Pero no hay mayor don que ser considerado justo a los ojos de Dios mediante el arrepentimiento, la fe en el evangelio (Marcos 1:15) y el compromiso de obedecer las leyes de Dios. Ese don está disponible para usted si desea tenerlo.
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