En su carta a la Iglesia en Filipos, Pablo animó a los miembros a tener “este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. ¿Qué quiso decir?

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Éste es un pasaje impresionante. Se encuentra en una carta llena de cariño, dirigida a una congregación con la que Pablo tenía una relación especial.
La guía del apóstol para la congregación en Filipos incluye la instrucción de tener “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Pero ¿cómo logramos eso?
Las frases siguientes a esta instrucción la hacen incluso más impresionante. Pablo explica que Cristo estuvo dispuesto a dejar su lugar junto a Dios el Padre para humillarse y morir de una forma horrorosa (vv. 6-8).
¿Cómo se aplica esto a todos los cristianos?
Una perspectiva humilde
No es difícil reconocer la intención de las palabras de Pablo. El apóstol les estaba diciendo a los miembros en Filipos, y a nosotros en la actualidad, que debíamos tener la misma humildad que Cristo demostró.
Sin embargo, el hecho de que Jesús haya sido humilde da paso a otra pregunta: ¿qué es la verdadera humildad? No podría ser considerarnos a nosotros mismos como personas de poco valor, porque Jesucristo fue perfecto, libre de pecado y consciente de su valor inmenso.
Filipenses 2:5 se refiere a la disposición del Hijo de Dios para tomar forma de siervo y tener una muerte dolorosa con el fin de salvar a la humanidad.
La esencia de la humildad verdadera es ver a otros de la misma manera en que nos vemos a nosotros mismos. Se trata de estar dispuestos a sacrificarnos o entregar lo que poseemos por el bien de los demás.
Ésta es la actitud que todos los cristianos deben adoptar; pero hay más.
La diversidad de la Iglesia en Filipos
Los estudiosos piensan que la congregación de Filipos era particularmente diversa. Los griegos fundaron la ciudad, que más tarde fue conquistada por los macedonios y luego por los romanos. Y en cada ocasión, los colonizadores se mezclaron con los habitantes de la ciudad.
La naturaleza cosmopolita de la ciudad se reflejaba en los primeros cristianos convertidos locales: Lidia, una mujer judía de Tiatira, en Asia Menor (Hechos 16:13-15), con su familia, un carcelero de nombre desconocido y posiblemente un veterano romano (vv. 27-34) con su familia.
La diversidad a menudo genera diferencias entre las personas y, aparentemente, eso se había convertido en un problema para dos mujeres de la congregación (Filipenses 4:2). Sin embargo, Pablo tuvo el cuidado de aclarar que “estas… combatieron juntamente conmigo en el evangelio” (v. 3); no eran personas problemáticas, sino líderes en la congregación.
No era una carta para corregir
Pablo quería que los miembros filipenses siguieran trabajando juntos, pero su carta no fue principalmente correctiva. Fue un mensaje amoroso que refleja el amor del apóstol por la congregación.
La iglesia en Filipos apreciaba tanto a Pablo que proveía para sus necesidades incluso cuando otras congregaciones habían dejado de hacerlo. Fueron ellos quienes lo ayudaron mientras trabajaba con la iglesia en Corinto (2 Corintios 11:8-9).
Aún así, los filipenses eran humanos con defectos. Aunque no estaban tan divididos como la congregación de Corinto (1 Corintios 1:10-13), la congregación en Filipos mostraba algunas señales de división.
“Haya en vosotros este sentir” en perspectiva
La instrucción de Pablo acerca de tener “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” aparece antes de sus palabras para Evodia y Síntique (Filipenses 4:2); sin embargo, el apóstol probablemente pensaba en ellas cuando la escribió.
También había otros problemas en la congregación. Casi inmediatamente después de mencionar la disposición de Cristo para sacrificar todo por nosotros, Pablo les dijo a los miembros de la congregación que hicieran “todo sin murmuraciones y contiendas” (Filipenses 2:14).
El contraste es evidente. Cristo se entregó totalmente, y sufrió injustamente por nosotros, e hizo todo esto sin quejarse.
Cuando fue llevado ante el sumo sacerdote, guardó silencio. También guardó silencio la mayor parte del tiempo en su interacción con Pilato, el gobernador romano. No se quejó, no discutió y no dio argumentos a su favor, cumpliendo así la profecía de Isaías (Mateo 26:62-63; 27:11-13; Isaías 53:7).
Entender lo que Cristo sacrificó
Para entender con más profundidad lo que Pablo quiso decir con “Haya en vosotros este sentir”, debemos considerar todo lo que Cristo sacrificó por nosotros. Su crucifixión, por importante que sea para nuestra justificación, no fue su único ni su primer sacrificio.
Mucho antes de entregar su vida, el Verbo se había despojado de su gloria. Pablo escribió que Jesús “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7).
En ese tiempo, el mundo mediterráneo atesoraba la libertad individual de tal forma que su “concepto de un hombre libre provocaba un desprecio hacia cualquier tipo de sujeción” (The Expositor’s Bible Commentary [Comentario bíblico del expositor], Vol. 11, p. 122). Por lo tanto, el hecho de que Jesús haya tomado “forma de siervo” debe haber sido muy impactante.
En su comentario acerca de Filipenses, Barnes’ Notes [Notas de Barnes] dice que “estar dispuesto a convertirse en hombre fue el más impresionante de los actos de humillación”. Después de todo, el Verbo de Dios, quien se convirtió en Jesucristo, había tenido la “forma de Dios” (v. 6; Juan 1:1-3).
La noche previa a su crucifixión, en sus oraciones Jesús aludió a la gloria que había cedido temporalmente: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).
El horror de la crucifixión
Más tarde esa misma noche, después de ir al jardín de Getsemaní, Cristo oró nuevamente y esta vez se concentró en otro sacrificio inminente: la horrorosa muerte que le esperaba. Sus oraciones fueron tan fervientes que “era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).
Sin duda Cristo había visto a víctimas de la crucifixión romana y sabía que, en cuestión de horas, Él moriría de esa forma tan dolorosa.
Los romanos lo sabían. De hecho, el imperio no permitía que sus ciudadanos fueran crucificados. Esta forma de ejecución se consideraba una tortura y una desgracia “reservada para los esclavos y extranjeros” (The Expositor’s Bible Commentary, Vol. 11, p. 124).
En sus oraciones, Cristo le pidió al Padre tres veces: “aparta de mí esta copa” (Marcos 14:36, 39, 41), pero cada vez añadió: “mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”. Incluso cuando estaba a punto de enfrentar una muerte horrorosa, Jesús no mostró ni un destello de queja o resentimiento.
La motivación de Cristo
No cabe duda de que los sacrificios que Cristo hizo fueron monumentales. Su humildad hizo posible que seamos justificados y entremos en una relación con Él y el Padre.
Ésa era la motivación de Jesús, y lo dejó muy en claro en una lección que les dio a sus 12 discípulos principales cuando Santiago y Juan le pidieron el privilegio de sentarse a su derecha e izquierda cuando asumiera su posición como Rey de reyes.
Santiago y Juan estaban pidiendo puestos prominentes de poder y honor; sus corazones buscaban su propio beneficio. Pero, en contraste, Cristo les explicó que el verdadero liderazgo según Dios implica adoptar un papel de siervo y concluyó diciendo: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
Cómo tener “este sentir”
Aparte de Jesucristo, ningún ser humano es perfecto ni ha compartido la gloria de Dios. Entonces, ¿cómo podemos tener “este sentir que hubo también en Cristo Jesús”?
Si realmente queremos imitar a Cristo, debemos vivir para servir en lugar de ser servidos, tal como Él lo hizo. Y aquí es donde entra la humildad.
Decir que no tenemos talentos, habilidades o recursos para compartir con los demás sería tener una humildad falsa. Dios nos ha bendecido a todos con abundancia, pero de formas diferentes. Parte de la humildad es ser realistas en cuanto a nuestros dones con el fin de compartirlos con otros.
Otro aspecto de la humildad es ver a los demás como Dios los ve. ¡Todos somos valiosos para nuestro Padre! Como dice Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Luego, debemos estar dispuestos a sacrificarnos por quienes necesitan lo que tenemos para ofrecer. Eso puede significar dar dinero o cosas materiales, pero también implica compartir nuestro tiempo y atención.
Por supuesto, debemos ser responsables con nuestros recursos y no dar tanto que nuestras familias tengan que sufrir las consecuencias.
Por lo tanto, debemos reevaluar nuestra perspectiva constantemente. The Expositor’s Bible Commentary explica que el texto griego implica una acción continua, así que la instrucción de Pablo podría traducirse como: “Siga habiendo, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Vol. 11, p. 123).
Lo invitamos a estudiar más acerca del sentir de Cristo en nuestro artículo en línea “Cristo en nosotros”.